Figuras americanas/11
En Santiago de Cuba y en 1803 nació el más grande, el más inspirado y uno de los mas célebres poetas de la América latina. Los ha habido más fecundos, los hubo también más fáciles, más correctos y más originales; pero ninguno le ha aventajado ni le aventaja hoy en espontáneo lirismo, en natural grandiosidad ni en sentida inspiración. Sobresale especialmente en el género descriptivo, que tan fácil parece y es en realidad el más difícil de todos. Nos referimos á José María de Heredia.
Á la temprana edad de diez años, ¡tanta precocidad apenas se concibe! escribió unos ensayos poéticos, de los que nada decimos por cuenta propia, pues no los hemos leído; pero en un Estudio sobre la literatura hispano-americana, publicado en 1854 por don Antonio Cánovas del Castillo en la Revista Española de Ambos Mundos, descubre el citado crítico en el infantil autor « el poder de su entendimiento, maravillosamente formado para edad tan temprana, inclinado al filosofismo tanto como á la poesía. »
Nuestro poeta conspiró por la independancia de su patria, viéndose obligado á emigrar de su adorada Cuba y á refugiarse en los Estados Unidos. Allí escribió sus más primorosos versos. Más tarde pasó á Méjico donde pidió y obtuvo la nacionalidad. En Méjico se casó, fué nombrado Senador y luego magistrado de la Suprema Corte de Justicia.
La primera edición de sus obras apareció en Toluca en 1825, la segunda en Méjico, la tercera en Barcelona (España). Despues se han hecho otras muchas en Barcelona, Madrid, París, Nueva York, etc., como también numerosos juicios críticos en diversidad de lenguas.
El célebre Villemain [1], hablando del poeta José María de Heredia y de sus poesías, escribe lo siguiente:
« El niño que debía ilustrar el nombre de Heredia, era endeble y enfermizo; pero el vigor y la energía de su alma se imponen á su cuerpo. Estudiando las lenguas griega y latina, y los filósofos franceses, Homero y Raynal, bien pronto se siente poeta. Conducido á Caracas, donde su padre fué nombrado presidente de la Audiencia Real, respirando el aire de la primera república proclamada en Venezuela, no sueña más que volar al combate y empuñar la trompa de Tirteo. Con esta esperanza vuelve á Cuba en 1824, y trata inútilmente de conjurar á sus compatriotas: y perseguido por el Gobierno español, se ve precisado á marchar á la América del Norte, donde encuentra triunfante toda la libertad que había soñado. » Hasta aquí Heredia no había hablado en sus cantos más que de los sufrimientos morales de su vida sin gloria y sin amor. Visita la catarata del Niágara y entonces muestra todo el poder de su genio y exclama :
Templad mi lira, dádmela, que siento
En mi alma estremecida y agitada
Arder la inspiración. ¡Oh! ¡Cuánto tiempo
En tinieblas pasó, sin que mi frente
Brillase con su luz!... Niágara undoso,
Tu sublime terror sólo podría
Tornarme el don divino, que ensañada
Me robó del dolor la mano impía.
Torrente prodigioso, calma, acalla,
Tu trueno aterrador : disipa un tanto
Las tinieblas que en torno te circundan,
Déjame contemplar tu faz serena
Y de entusiasmo ardiente mi alma llena.
Yo digno soy de contemplarte: siempre
Lo común y mezquino desdeñando,
Ansié por lo terrífico y sublime.
Al estallar el huracán furioso,
Al retumbar sobre mi frente el rayo
Palpitando gocé : vi el Oceano.
Azotado por austro proceloso
Combatir mi bajel, y ante mis plantas
Vórtice hirviente abrir, y amé el peligro,
Y sus iras amé; mas su fiereza
En mi alma no produjo
La profunda impresión de tu grandeza.
Sereno corres, majestuoso, y luego
En áspero peñasco quebrantado,
Te abalanzas violento, arrebatado,
Como el destino irresistible y ciego.
¿Qué voz humana describir podría
De la sirte rugiente
La aterradora faz ? El alma mía
En vagos pensamientos se confunde,
Al mirar esa férvida corriente,
Que en vano quiere la turbada vista
En su vuelo seguir al borde oscuro
Del precipicio altisimo; mil olas
Cual pensamiento rápidas pasando,
Chocan y se enfurecen,
Y otras mil y otras mil ya las alcanzan,
Y entre espuma y fragor desaparecen.
¡Ved! ¡llegan, saltan! El abismo horrendo
Devora los torrentes despeñados;
Crúzanse en él mil iris, y asordados
Vuelven los bosques el fragor tremendo.
Al golpe violentísimo en las peñas
Rómpese el agua; vaporosa nube
Llena el abismo en torbellino, sube,
Gira en torno y al éter
Luminosa pirámide levanta,
Y por sobre los montes que la cercan
Al solitario cazador espanta.
¿Mas qué en ti busca mi anhelante vista
Con inútil afán? ¿Por qué no miro
Al rededor de tu caverna inmensa
Las palmas, ¡ay! las palmas deliciosas,
Que en las llanuras de mi ardiente patria
Nacen del sol á la sonrisa y crecen,
Y al soplo de las brisas del Océano
Bajo un cielo purísimo se mecen?
Este recuerdo á mi pesar me viene...
Nada, ¡oh Niágara! falta á tu destino
Ni otra corona que el agreste pino
Á tu terrible majestad conviene.
La palma y mirto y delicadas rosas,
Muelle placer inspiran y ocio blando
En frívolo jardin; á tí la suerte
Guardó más digno objeto, más sublime.
El alma libre, generosa y fuerte,
Viene, te ve, se asombra
Y al mezquino deleite menosprecia
Y aun se siente elevar cuando te nombra.
¡ Omnipotente Dios ! En otros climas
Vi monstruos execrables
Blasfemando tu nombre sacrosanto
Sembrar error y fanatismo impío,
Los campos inundar en sangre y llanto,
De hermanos encender la infanda guerra
Y desolar frenéticos la tierra.
Vilos, y el pecho se inflamó á su vista
En grave indignación. Por otra parte
Vi mentidos filósofos que osaban
Escrutar tus misterios, ultrajarte,
Y de impiedad al lamentable abismo
A los míseros hombres arrastraban.
Por eso siempre te buscó mi mente
En la sublime soledad; ahora
Entera se abre á ti; tu mano siente
En esta inmensidad que me circunda,
Y tu profunda voz hiere mi seno
De este raudal en el eterno trueno.
¡Asombroso torrente!
¡ Cómo tu vista el ánimo enajena
Y de terror y admiración me llena!
¿Do tu origen está? ¿Quién fertiliza
Por tantos siglos tu inexhausta fuente?
¿Qué poderosa mano
Hace que al recibirte
No rebose en la tierra el Océano?
Abrió el Señor su mano omnipotente;
Cubrió tu faz de nubes agitadas,
Dió su voz á tus aguas despeñadas,
Y ornó con su arco tu terrible frente.
Ciego, profundo, infatigable corres,
Como el torrente oscuro de los siglos
En insondable eternidad!... Del hombre
Huyen así las ilusiones gratas,
Los florecientes días,
Y despierta al dolor... ¡Ay! agostada
Yace mi juventud, mi faz marchita,
Y á la profunda pena que me agita
Ruge mi frente de dolor nublada.
Nunca tanto sentí como este día
Mi soledad y mísero abandono
Y lamentable desamor... ¿Podría
En edad borrascosa
Sin amar ser feliz? ¡Oh! si una hermosa
Mi cariño fijase,
Y de este abismo al borde turbulento
Mi vago pensamiento
Y ardiente admiración acompañase!
¡ Cómo gozara viéndola cubrirse
De leve palidez y ser más bella
En su dulce terror, y sonreírse
Al sostenerla en mis amantes brazos!...
¡Delirios de virtud! ¡Ay! desterrado
Sin patria, sin amores,
¡ Sólo miro ante mí llanto y dolores !
¡Niágara poderoso!
¡Adiós! ¡adiós! dentro de pocos años
Ya devorado habrá la tumba fría
Á tu débil cantor, ¡Duren mis versos
Cual tu gloria inmortal! ¡Pueda piadoso
Al contemplar tu faz algún viajero,
Dar un suspiro á la memoria mía!
¡ Y al sepultarse Febo en Occidente
Feliz yo vuele do el Señor me llama,
Y al escuchar los ecos de mi fama
Alce en las nubes la radiosa frente !
Un crítico español, D. Emilio Martín, escribe :
« Cierto es que en esta poesía no hay, como dice Villemain, la belleza severa del gran lírico de la antigüedad. En presencia del Etna y en la descripción de los fenómenos del mar de Sicilia, Píndaro, no se acuerda de sí, no mezcla á los terrores de la naturaleza su personalidad ni se queja de su vida sin amor y sin gloria. Heredia, por el contrario, ve la catarata, se asombra, la mide con las fuerzas de su espíritu, y, creyéndose digno de ella, canta su belleza, describe su grandor, encuentra semejanza entre el torrente que se desborda y los siglos que se atropellan; lamenta su juventud y se acuerda de su patria; llora su triste abandono y piensa en Dios, fuente de todo lo bello. ¿Qué más puede pedírsele á un poeta? Nosotros hallamos en esta composición de Heredia una discreta distribución de partes y una lógica de sentimientos que nos encanta. La naturaleza, su juventud, la patria, la inmortalidad y Dios. He aquí su pensamiento. »
Copiemos ahora un fragmento de su poesía La Tempestad :
Huracán, huracán, venir te siento
Y en tu soplo abrasado
Respiro entusiasmado
Del Señor de los aires el aliento...
¿Al toro no miráis? El suelo escarban
De insoportable ardor sus pies heridos;
La armada frente al cielo levantando,
Y en la hinchada nariz fuego aspirando
¡Llama la tempestad con sus bramidos!...
Los pajarillos callan y se esconden
Al acercarse el huracán bramando,
Y en los lejanos bosques retumbando
Le oyen los bosques y á su voz responden.
Llega ya, ¿no le veis? ¡Cuál desenvuelve
Su manto aterrador y majestuoso...
Gigante de los aires te saludo !...
En fiera confusión el viento agita
Las orlas de su parda vestidura...
¡Ved!... ¡ en el horizonte
Los brazos rapidísimos enarca,
Y con ellos abarca
Cuanto alcanzo á mirar de monte á monte!
¡ Oscuridad universal ! Su soplo
Levanta en torbellino
El polvo de los campos agitado;
En las nubes retumba despeñado
El carro del Señor y de sus rueda
Brota el rayo veloz, se precipita,
Hiere y aterra el delincuente suelo
Y su lívida luz inunda el cielo...
¡Sublime tempestad! ¡Cómo en tu seno,
De tu solemne inspiración henchido
Al mundo vil y miserable olvido
Y alzo la frente de delicias lleno!
¿Do está el alma cobarde
Que teme tu rigor?...
.............................................
¡ Oh, cuán bella es la tierra que habitaban
Los aztecas valientes!...
................................Sus campos
Cubren á par de las doradas mieses
Las cañas deliciosas. El naranjo
Y la pina y el plátano sonante,
Hijos del suelo equinoccial se mezclan
A la frondosa vid, al pino agreste,
Y de Minerva al árbol majestuoso.
............................................
Era la tarde. La ligera brisa
Sus alas en silencio ya plegaba,
Y entre la hierba y árboles dormía,
Mientras el ancho sol su disco hundía
Detrás de Iztacihual. La nieve eterna
Cual disuelta en mar de oro, semejaba
Temblar en torno de él un arco inmenso
Que del empíreo en el cénit finaba...
............................................
En su epístola á Emilia, pensando en la libertad de Cuba,
escribe :
Pluguiera al cielo, desdichada Cuba,
Que tu suelo tan sólo produjera
Hierro y soldados... La codicia ibera
No tentáramos, no... ¡patria adorada!
De tus bosques el aura embalsamada
Es al valor y á la virtud funesta.
En su aspiración de independencia, no veía que en su
época era Cuba una isla aún despoblada. Por eso escribe :
« Que no en vano entre Cuba y España
Tiende inmenso sus olas el mar. »
Hizo Heredia bastantes traducciones, algunas muy notables.
He aquí un fragmento de la del canto á Napoleón, de Delavigne :
Vanamente en las lides ya te fuera
La España generosa
De gloria y de peligros compañera,
Esclava la anhelaste...
Mas no, sus sacerdotes, sus guerreros
A la lid mutuamente se excitaron
Supersticiosos, fieros,
Los pueblos al clamor se levantaron...
Los hijos nobles de Pelayo fuerte.
Heredia murió en Toluca el 1 de mayo de 1839. En su sepulcro se lee esta inscripción:
« Su cuerpo envuelve del sepulcro el velo:
Pero le hacen la ciencia, la poesía,
Y la pura virtud que en su alma ardía
Inmortal en la tierra y en el cielo.
- ↑ Essais sur le génie de Pindare et sur la poésie lyrique dans ses rapports avec l'élévation morale et religieuse des peuples, par M. Villemain, membre de l'Institut. — 1859.