Fábulas en verso castellano/XVII
A Curro el figurero, grande remedador y gran gestero, llevó su padre a ver con otros chicos una porción de monos y de micos, que, previa la licencia del alcalde, un charlatán al público enseñaba, ya se deja pensar que no de balde. Cualquier extravagante monería que uno de los cuadrúpedos hacía, Currito la imitaba; pero ¡cómo! tan bien, que sin empacho con los bichos podía competir y vencerlos el muchacho. Verle saltar allí, verle rascarse, quebrantar una nuez, una avellana, y al encontrarla vana escupir y enfadarse, fue ver, no una persona, sino la más estrafalaria mona. -Usted con su cuadrilla (le dijo en esto al charlatán el padre) por fuerza gana patacones buenos, porque en verdad, compadre, para animales, de razón ajenos, el instinto que tienen, maravilla; el habla sólo se les echa menos. -Ahí, señor don Roque (respondió el charlatán), ahí es el toque. Seis años hace que ando a realitos ahuchando cantidad que resulte razonable para poder comprar un mono que hable. Ya, gracias al Señor, junté el dinero; mas no hallo mono como yo le quiero. Aquí mi charlatán vuelve la cara, y en las diabluras de Pachín repara. -¡Jesús! (exclama con asombro chusco.) Esto es lo que yo busco. Un mono verdadero, pero blanco, pelón, buena figura, diestro para llevar nuestro vestido, y que hable por cualquiera coyuntura. Ya dí con él por fin; ya ha parecido el animal famoso que yo busqué afanoso por todo el mundo, caminando a pata. Si me le vende usted, me hago de plata. Erraba el charlatán: sobrado abunda la raza de monillos con calzones, que divierte de balde los salones con esa habilidad, que Dios confunda.