Ensayos de crítica histórica y literaria/Elogio de D. Juan Valera

Nota: Se respeta la ortografía original de la época


Elogio de Don Juan Valera.


Señores:

L

a Sección de Literatura del Ateneo ha tenido más en cuenta los vínculos de amistad que me unían al insigne escritor cuya memoria vamos á honrar esta noche, que no los méritos míos, al encargarme de dirigiros la palabra en ocasión tan solemne. De otra suerte hubiera sido yo la última persona en quien la Sección hubiese pensado y cualquiera otra designada para dar cima á esta empresa algo difícil, no habría menester tanto como yo de toda vuestra indulgencia.

Si la veneración y el entusiasmo bastaran para enaltecer los merecimientos de D. Juan Valera, y si el dolor que su pérdida causa á todos los amantes de las letras españolas pudiese arrojar luz como antorcha gigantesca sobre la mente del panegirista, sin ningún linaje de temores acometería yo sereno la tarea de rendir fervoroso tributo de admiración al llorado maestro. Pero la sobriedad y firmeza de pulso que á mi entender son necesarias para trazar los rasgos salientes de la egregia figura de Valera, no encuentran ayuda, sino por el contrario, considerable remora, en los puros y acendrados afectos que siente mi corazón al recordar los días aún recientes y para mí inolvidables, en que escuchaba de labios del maestro consejos luminosos y regocijados juicios.

Para bosquejar la fisonomía literaria de Valera creo que hace falta atesorar una vasta cultura, remontarse á cumbre eminente para abarcar con golpe de vista seguro la extensión del campo en que se desenvuelven sus exquisitas facultades, dejar á un lado todo género de prejuicios y pasionamientos de escuela y discurrir y sentir con la risueña y apacible serenidad que brinda al viajero la tierra de la luz y el mirto verde, la tierra madre de los creadores de la belleza pagana, tan claramente comprendida y sentida tan hondamente por el traductor esclarecido de las Pastorales de Longo. Falto de saber tan profundo, procuraré elevarme á la mayor altura que me permitan las alas débiles de mi inexhausto ingenio y trataré de pensar y de conmoverme con todo el sentido de la proporción y de la armonía compatible con los impulsos de mi temperamento vehemente.

Nació D. Juan Valera en pintoresco lugar de Andalucía cuyos naturales encantos supo él describir con fidelidad insuperable y apenas existe español que no haya saboreado en aquellas de sus novelas que tienen por teatro á Villabermeja, la dente ciudad mitad árabe, mitad cristiana, que ni por sus feraces campiñas ni por los gloriosos hechos que consumaran los Ricoshomes que ostentaban la dignidad condal unida á su nombre histórico, hubiese jamás vivido vida tan lozana como la que supo prestarle la magia de la pluma del más preclaro de sus hijos.

Nació D. Juan Valera en época por demás turbulenta, cuando hacía poco que los partidarios del Rey absoluto habían vuelto á empuñar las riendas del Gobierno, y las luchas entre liberales y reaccionarios á menudo ensangrentaban el esquilmado suelo español; cuando ya en Francia resonaban los acentos de Víctor Hugo, inspirados en doble indisciplina política y retórica; cuando los desterrados ingenios españoles bebían ávidos por París en las fuentes del Romanticismo.

No es mi intención escribir la circunstanciada biografía de D. Juan Valera, pero no dejaré de apuntar como dato importantísimo que fué él vastago de muy ilustre familia. Perteneció su padre á la Real Armada y ostentó dignamente su madre el heredado título de Marquesa de la Paniega. La distinción que suele acompañar á los individuos nacidos en noble cuna, se refleja sin cesar en la primorosa labor literaria de Valera; resplandece en su trato con los amantes y con los cultivadores de las letras, y de continuo sabe él ponerla de relieve en los círculos aristocráticos que frecuenta, en los cargos de la alta administración que desempeña varias veces y en la gestión diplomática que le es confiada en las Cortes de Lisboa, Bruselas y Viena y en la capital de la gran República norteamericana. Esa distinción se delata en las delicadezas de matiz para percibir las cosas, en la exquisita mesura para el vituperio, en el sobrio tino para el elogio, en la amenidad culta y alada para el relato, en la benevolencia para los errores, en la lozanía dialéctica; en el buen gusto, en suma, que después de todo no es otra cosa sino adoptar con parsimonia aquello que deslumbra, apoderarse del oro y desdeñar el oropel y poseer el instinto de eludir lo vulgar ó chocarrero.

Lejos de mi ánimo afirmar que sea condición indispensable una ejecutoria de nobleza para ostentar las preeminentes cualidades apuntadas; pero no sé por qué se me antoja que lo que esas cualidades tengan de ingénito se avalora y pule y acicala por la eficaz influencia del medio social y por las primeras nociones de moral, honor y cortesía en la niñez aprendidas.

Paréceme percibir en las páginas castizas, diáfanas y serenas por donde corre fácil la pluma de Valera, cierto perfume señoril, cierta armonía en el laborar misterioso del cerebro, cierto autorizado ritmo en los movimientos del corazón del que escribe, que le colocan muy por cima de los escritores que solicitan servilmente, cubiertos por la máscara de la independencia del carácter ó de la libertad de la conciencia, los inconscientes aplausos de la plebe.

Creo ver siempre en el Valera que escribe al mismo intachable caballero que descubro en el Valera que representa al Rey de España cerca de algún soberano de Europa; mas no se imagine que quiero decir con esto que Valera represente en nuestra literatura el papel del diplomático de convención que vemos desfilar por los escenarios de los teatros ó hacer reverencias en los capítulos de las novelas; quiero significar tan sólo el desinterés eminentemente aristocrático que preside é inspira toda la refinada labor literaria del creador ilustre de Pepita Jiménez; la ausencia de todo propósito de adquirir prosélitos merced á hueras declamaciones ó á enrevesados símbolos; la delectación altruista de un espíritu culto que escribe porque escribiendo se divierte, que se holgaría de que el lector se divirtiera al leerle y que derrama burla burlando á raudales el copioso caudal de su cultura entre risas y donaires, tan distantes de la pesadez con que apelmaza el erudito la prosa de sus disertaciones, como del rudimentario procedimiento que el cronista emplea para interpolar no digeridos episodios ó apotegmas en el artículo de algún periódico.

En la polémica es acaso donde más descuella sobre cualquier otra excelencia el señorío del insigne maestro: el calor de la controversia no perturba jamás lo claro de su juicio ni aminora la elegancia de sus pruebas; el entusiasmo con que defiende la propia opinión no se traduce nunca en el menor asomo de ofensa á la persona del adversario ó de menosprecio hacia las ideas que el contradictor mantiene. En ningún otro escritor se puede alabar tanto como en Valera la tolerancia con las doctrinas más opuestas á sus gustos y convicciones; nadie acogió con mayor benevolencia que él, estupendas extravagancias; no conozco vista más de lince que la suya para descubrir peregrinas aptitudes bajo los enmarañados tanteos del principiante, ni registra la historia literaria española del siglo XIX espíritu más evolutivo que el espíritu de D. Juan Valera. Educado en los tiempos de la lucha entre clásicos y románticos; familiarizado desde sus más verdes años con las bellezas del griego y del latín, identificado con el sentir y con el pensar de los grandes autores de Atenas y de Roma, enamorado de las disciplinas poéticas de toda Edad de Oro, capaz de estimar en su justo valor los primores del lenguaje de nuestros divinos ascéticos, las sutilezas de la Filosofía Escolástica y las argucias y quintaesencias de las especulaciones teológicas, sólo un espíritu tan alado, tan dúctil y tan independiente como el suyo, pudiera salvar cual él supo hacerlo, los escollos de la rigidez y de la pedantería.

Miembro desde muy joven de la Real Academia Española, halagado por el aplauso de la docta gente, requerido por cuantos dilatan por los vertientes de los Andes el habla de Quevedo, para aleccionar con sus amenas enseñanzas al mundo americano; todo contribuía á transformar en Aristarco intratable al ingenio inmortal que en deliciosos relatos llenos de luz, de melodía y de frescura supo describir las pompas del culto impuesto por las teogonias del maravilloso Oriente; al risueño observador que comenta con sana é indulgente alegría las debilidades de la cara mitad del género humano; al elegante filósofo que digiere, transforma y después vierte en páginas sublimes el jugo de las consoladoras doctrinas de los místicos contemporáneos de Teresa de Jesús; al constante amigo de la juventud que, á diferencia de desvanecidos sabios oficiales de menor cuantía, no desdeña el prestar á la juventud alientos ni cree menoscabar la propia gloria si toma en serio los atrevimientos de la intuición ó los desafueros de la inexperiencia. No porque en Canciones, romances y poemas acuse amor fervoroso al estilo y tendencia de los poetas del Renacimiento español y al modo ya austero, ya pulido de los portaestandartes del Neo-clasicismo, se asusta ni indigna Valera ante los valientes ensayos de Rubén Darío ni le escatima el aplauso ni se avergüenza de señalarle como á astro que despunta ni escapan á su fina percepción y á su delicado gusto, la luz resplandeciente del Pórtico ó el cabalgar anárquico y pausado de la Marcha triunfal.

Valera está siempre dispuesto á aceptar toda índole de interpelaciones filosóficas ó literarias y cuando á ellas responde, no se sabe qué admirar más en los artículos á tamañas empresas consagrados, si la elevación de miras y la sincerísima modestia con que el disertante desarrolla su pensamiento, ó la nitidez y tersura del estilo que para desarrollarlo emplea.

Muchos escritores y aficionados que no tuvieron la suerte de conocer y tratar á don Juan Valera, abrumados ó deslumhrados por el asombroso conocimiento de las Humanidades y por el rico tesoro de variadísima cultura que rebosan los escritos del incomparable maestro, se han atrevido á insinuar que en ellos se advierte cierto aire de suficiencia, cierto prurito de hacer gala de erudición insólita, algún conato de reglamentar por medio de inflexibles preceptivas, los escarceos de la fantasía y las vibraciones del sentimiento.

Quienes así piensan incurren en el grave error de emitir juicios sin otra base que la deleznable que ofrece un examen por demás somero de la fecunda obra de Valera. Posee él como ningún otro escritor de nuestros días, el instintivo buen gusto que le permite descubrir á priori el aspecto cómico, inarmónico ó ridículo de las cosas; tiene como nadie la noción de la medida y el don rarísimo de percibir con exactitud diáfana toda clase de contornos, así los más perceptibles de la belleza plástica, como los menos fáciles de apreciar y definir de las elocuciones gramaticales, que brotan espontáneas de su mente como de granítica roca, límpida vena de agua. Admirador del arte clásico siente hondamente sus excelencias y, como en el azul turquí del cielo de Jonia se destacan las columnatas de los templos paganos, surgen del fondo luminoso de su fantasía serena, las elegantes y sobrias y proporcionadas líneas de la oración castellana.

Lo que los franceses llaman pose, es decir, la actitud convencional que adoptan ó el no menos convencional diapasón de que para escribir se valen algunos autores; el deliberado y estudiadísimo propósito de hacerse una manera peculiar por medio de superficiales recursos sacados de la técnica gramatical ó de falsas posturas psicológicas; el mal encubierto designio de aplicar determinada receta para la más provechosa explotación de las dotes del ingenio, sería inútil ir á buscarla en don Juan Valera. Su mayor encanto, tal vez el secreto del éxito que Valera alcanza entre los aristócratas del arte, dimana precisamente de la cualidad contraria; de la naturalidad con que expone el pensamiento, de la ausencia absoluta de afectación que para glosarlo emplea, del prodigioso tacto con que sabe conciliar la llaneza con la dignidad del habla, el casticismo de la dicción con la opulencia del léxico. Es verdad inconcusa que Valera gusta de esmaltar sus relatos y de robustecer sus juicios con profusión de citas y de alusiones á la clásica Antigüedad, á la paradójica Edad Media ó al luminoso Renacimiento; pero esas alusiones y esas citas están por él tan bien traídas y tan discretamente deslizadas, que á las claras se ve que el autor las pone sin ánimo de deslumbrar con su sabiduría al que lee, y sólo con el propósito de decir algo que sería muy crudo dicho en sentido directo y no en sentido figurado ó alegórico; ó tal vez se permite Valera tan amenas digresiones porque se halla saturado de una cultura tan bien digerida, que, cuando la ostenta, no engalana el discurso con ninguna aplicación postiza, sino que lo modela en una materia erudita tan perfectamente asimilada y transformada, que es ya parte integrante de su temperamento literario.

Enemigo del naturalismo de Zola, que con tanto donaire y tanta copia de argumentos combate en el Nuevo arte de escribir novelas, participa no obstante en alto grado del sano y fecundo realismo de los ilustres creadores de la españolísima novela picaresca; y, purificada por su gusto exquisito y buida por su instinto aristocrático, acomete la pluma de Valera los problemas más espinosos planteados por las pasiones y debilidades humanas, huyendo lo mismo de enfermizas austeridades y de platonismos contra naturaleza, que de la delectación grosera con que analizan y aquilatan los secuaces del naturalismo repugnantes depravaciones. No sólo bajo este aspecto se nos muestra la nota más simpática, quizás el rasgo más saliente de la fisonomía literaria de D. Juan Valera: aludo á su españolismo esclarecido y ferviente, al celo que desplegó siempre por conservar y acrisolar el genio de la lengua de Castilla, á la claridad con que sabe discernir entre el afán de embalsamarla como un cadáver y el loco intento de dislocarla y convertirla en arrendajo vil de la francesa. A diferencia de frívolos literatos á quienes basta breve residencia en el extranjero para mirar con desdén nuestras costumbres y para dar al olvido cuanto de hermoso y singular encierran las letras españolas, Valera pasó en diversos países de Europa y de América no pocos años de su fecunda vida; pero el estudio de las extrañas usanzas y el trato íntimo con los más eminentes literatos, sirviéronle sólo para depurar su ya acendradísimo gusto, para ver con mayor realce el genio peculiar de las producciones del ingenio español; para acentuar más todavía la originalidad nativa de su espíritu; para acrecentar, en fin, el cuantioso caudal de su cultura, mediante la asimilación de elementos exóticos que él sabe transformar en savia del frondoso árbol de la literatura patria.

Talento dotado de excepcional doble vista que le permite ver con claridad idéntica el pro y el contra, representa Valera en estos últimos años, pese á su edad avanzada, el lazo de unión entre los dos partidos conservador y revolucionario de las letras. Educado en la escuela neo-clásica, como nadie es capaz de apreciar y de gustar la grandilocuencia de Quintana y la atildada blandura de Meléndez Valdés; pero convecido al propio tiempo de la necesidad de renovarse para conservar la vida, disculpa la tendencia demoledora de las viejas disciplinas por la juventud iniciada, y no es avaro en prodigar á los jóvenes palabras de aliento ni consejos corteses desprovistos de todo tono de protección ó dogmático, si bien en el fondo de su alma continúa él admirando y sintiendo por cima de toda novedad las eternas bellezas de los poemas de Homero y de Virgilio.

La sutileza del espíritu de Valera le induce muchas veces á alambicar las ideas y los sentimientos y arrástrale no pocas á llevar la contra á cuantos son aficionados á sentar conclusiones absolutas. Es tal la aristocracia del entendimiento del insigne maestro, que juzga siempre inadmisible ó impugnable todo tópico y sabe rebajar la importancia ó limitar el alcance de toda afirmación ó negación con tan admirable tino y con entonación tan apacible y persuasiva que, lejos de acusar deseo de singularizarse, denota innata aversión á seguir rumbos marcados por indoctas muchedumbres.

Varios críticos acreditados que tuvieron el acierto de aplaudir el delicado instinto con que Valera sigue las corrientes del progreso sin menoscabo del casticismo y de la corrección del estilo, incurren en el error de calificar de inmorales no pocas de sus novelas. La indulgencia que resplandece en las ideas y en los sentimientos de Valera y la alegría y el desenfado con que los exterioriza en las regocijadas páginas de sus libros, escandalizaron á algunos Zoilos y no faltaron los que se atrevieran á excomulgarle. La ligereza y superficialidad de juicios semejantes indujo á gente que ni siquiera había leído al maestro, á reputarle empecatado escritor y hasta desaforado impío .

Nada más gratuito que tachar de inmoral ó de impía la obra de un ingenio que ni por casualidad defiende ó preconiza nada que repugne á una conciencia recta. Valera ama la vida, gusta de los encantos con que brinda el tercero de los enemigos del alma; absuelve á las pecadoras de las faltas á que les arrastró la flaqueza de la humana especie; cuenta sonriente las culpas y sonriente ensalza las virtudes, porque considera la risa como algo propio y distintivo del hombre, á diferencia del dolor que es patrimonio común á racionales é irracionales. Pero bajo la lozana y plácida ironía de los relatos de Valera, á través de las gentílicas metáforas de que se vale para describir escenas escabrosas; por cima del epicureismo invencible que ordena las acciones de algunas de sus heroínas, descuella iluminada por claridad tan tenue como la que filtra el sol por los lunetos de las iglesias, una eficaz resignación cristiana, que tiene parentesco muy cercano con la que late en las páginas inmortales del cristianísimo autor del Ingenioso Hidalgo.

Cristiano y caballero fué en todo momento de su vida literaria D. Juan Valera; cristiano y caballero se nos muestra también en su vida privada. Horro de todo sentimiento mezquino, aumenta el encanto de sus ingénitas virtudes con las seducciones de un trato llano sin vulgaridad, cortés sin afectación alguna; y sabe confirmar, merced á la inagotable y exquisita cultura de que hace gala á pesar suyo, en su conversación amenísima, las hondas impresiones que acerca de la profundidad de su saber hubieren dejado sus escritos en el ánimo del interlocutor.

Nunca olvidaré, y jamás podrán olvidarlas aquellos que gozaron de los beneficios y de las delicias de la amistad de Valera, las fugaces horas transcurridas en su magnífica biblioteca. No se borrarán de mi memoria los nobles rasgos de su abierta fisonomía, el correcto perfil de su despejada frente, la blanca y abundante cabellera que destacaba del fondo de los alineados libros; la serena mirada del maestro que, aunque anublada en los últimos años de su existencia, encendíase y animábase todavía con toda la fuga de la juventud, cuando á altas horas de la noche sus autorizados labios, dóciles al mandato de insólita memoria, pronunciaban con vigorosa entonación estrofas de Ariosto y Leopardi.

Un académico ilustre, admirador entusiasta y amigo cariñoso del preclaro ingenio á cuya gloriosa memoria van dedicadas estas líneas, sé yo que ha tenido la felicísima idea de eternizar la fama del gran Patriarca de la literatura española erigiéndole un monumento. Aquí, donde tal vez se prodiga el bronce más de lo justo para perpetuar las gestas de caciques poderosos ó los triunfos de polemistas locuaces, no sería homenaje excesivo al talento de D. Juan Valera emplear el bronce también en levantarle una estatua. Si el laudable y hasta hoy oculto proyecto del Académico á que aludo, hallase ecos de simpatía en altas esferas y en los corazones de los personajes llamados, ya por los prestigios del nacimiento, ya por la posición ganada merced al esfuerzo personal, á tomar toda clase de generosas iniciativas; y si prevaleciese la ocurrencia, que aplaudo, de situar el futuro monumento en algún lugar riente y sereno del Parque de Madrid, en donde el perfume de las flores le embalsamase y el gorjeo de los pájaros le arrullara, habríamos logrado que la efigie de D. Juan Valera gozase del contacto directo de la Madre Naturaleza, por el cual tanto suspiraba el glorioso maestro en los días de su senectud fecunda, cuando se quejaba de no haber podido pasarlos tranquilamente, consagrado al cultivo de los morales de su huerto.