Ensayos de crítica histórica y literaria/Discurso sobre Núñez de Arce
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osquejar la figura literaria de D. Gaspar Núñez de Arce es empresa harto difícil. La juventud española conoce la obra del ilustre académico y casi todos cuantos en eldía se dedican al cultivo de las letras empezaron á saborear las sonoridades de la lengua castellana en las octavas reales de La última lamentación de lord Byron, en los tercetos de Raimundo Lulio ó en las décimas de El Vértigo. Pocos serán los que desconozcan la destreza con que supo manejar Núñez de Arce el habla de Castilla y menos los que vacilen en tributar al poeta, justo y merecido aplauso; pero si alguien invitase á cada uno de los admiradores de D. Gaspar, á razonar las causas de la admiración ó del entusiasmo que por él sienten, mucho me temo que la explicación de las emociones y el desarrollo de los juicios que al interpelado sugiriese el numen del cantor de Maruja, fueran menos acordes que el movimiento de labios ó que el batir de palmas con que se vio honrado en vida tantas veces aquel inmortal tribuno de la lira. Recoger y entresacar de los múltiples motivos de esa heterogénea admiración aquellos que me parezcan más sólidos y reunir en apretado haz dichos motivos, sería á mi ver el modo más atinado de erigir firme pedestal á la fama del poeta. Tal es el intento que me anima al someter estos renglones al juicio y á la benevolencia del lector.
Núñez de Arce es, no solamente un poeta español, sino que es poeta en una acepción más restringida del vocablo; es ante todo y sobre todo, un poeta castellano. Nació en una ciudad de Castilla la Vieja, cerca de la confluencia del Pisuerga y el Esgueva y no muy lejos del murado recinto en donde pasó á mejor vida Isabel la Católica. La lengua castellana fluye de los puntos de la pluma de Núñez de Arce, austera como los llanos de la tierra natal, clara como los horizontes que la limitan, sana como las aguas de los ríos que la fecundan, robusta como las encinas que le brindan sombra escasa en los ardores estivales, templada como las almas de sus graves campesinos. El encanto del lenguaje de Núñez de Arce estriba más en lo que tiene de llano y de corriente que en lo que tenga de alto ó esotérico. No abundan en él imágenes atrevidas, colores insólitos ni inauditas melodías. El paso tardo y seguro de las mesnadas medioevales, el paso castellano, encuentra fidelísimo intérprete en las octavas reales, en las reposadas silvas, en los uniformes tercetos que con tanta maestría compone nuestro autor, y el correr sosegado y monótono de los ríos por los álveos de la llanura, halla ecos elocuentes en el rumor de los versos libres de La visión de Fray Martin. Si se abre cualquiera de los poemas de Núñez de Arce, se advierte al punto que el diapasón no varía, que los episodios del relato carecen de intensidad dramática capaz de perturbar la calma majestuosa del ritmo, que el ritmo de la estrofa es reflejo veraz del ritmo del alma del poeta... Equilibrada y serena fué la de don Gaspar Núñez de Arce, aun en los momentos culminantes en que su indignación se desata al prorrumpir en los Gritos del combate; y aquellos sonoros y bien ordenados anatemas parecen más bien fruto de apacibles solaces literarios que no consecuencia de ilegislables raptos líricos ó chispazo de desaforadas pasiones. Ya llore la anarquía que desgarra la patria, ya se mofe de la audacia de las, hipótesis de Darwin, ora describa el acerbo desengaño del Místico de Mallorca, el llanto, las burlas y los relatos del célebre poeta de Castilla son siempre enfáticos, dialécticos, unánimes, no sólo en el fondo sino también en la forma, ya que los principales recursos de que se vale para exteriorizar cuanto concibe, son frases usuales correctamente rimadas ó tópicos retumbantes oportunamente intercalados en la marcha solemne de las estrofas.
Núñez de Arce tuvo, á mi juicio, si no dos maneras, pues yo siempre veo la misma manera en su fecunda y discreta labor literaria, dos épocas diferentes en su vida de poeta: la de periodista y la de académico. Durante la primera interviene en la vida nacional, se apasiona por las contiendas políticas y sugestionado por los apóstoles de la revolución política y filosófica adquiere la preparación necesaria para razonar más tarde la duda en verso. Lo llano y asequible de su estilo, si es un defecto en poesía, merece en Núñez de Arce alguna disculpa porque es fatal consecuencia de hábitos adquiridos en los trabajos de la prensa periódica. Los grandes periodistas fueron siempre hábiles en hilvanar atinadamente frases consagradas, con la aguja de relumbrón de una retórica fácil. Núñez de Arce, orgulloso de su origen y apegado á la profesión primitiva, emula á sus más brillantes compañeros y eclípsalos á veces cuando presta el relieve de la rima á fogosas peroratas.
Este género de poesía, que se podría llamar política, ejerce indudable influjo sobre las masas semicultas. La música del verso estereotipa ideas que, dichas en prosa, pasan como el viento, aun cuando es verdad que esas ideas suelen valer más por la forma que por el fondo.
Si Núñez de Arce hubiese florecido en tiempos pasados, cuando no estaban deslindados todavía los campos de la actividad humana, cuando la vida privada del ciudadano se confundía con la vida pública, cuando los negocios políticos participaban, á causa de ese embrionario estado, de la policroma belleza de las costumbres, al ejercer nuestro autor las funciones de periodista-poeta, nos hubiera legado seguramente una á modo de epopeya en las emocionantes páginas de los Gritos del combate. Pero en los tiempos actuales, cuando están ya perfectamente demarcadas las fronteras de las múltiples jurisdicciones de la inteligencia humana, cuando la personalidad del individuo se integra y el estudio del yo y el anhelo de depurar las emociones y paradojas del espíritu ofrece continuas tentaciones á los temperamentos aristocráticos, las políticas contiendas se libran en un terreno convencional poco á propósito para las exploraciones luminosas de la musa, y la poesía política, nacida en la atmósfera artificial de las asambleas, no puede exhalar las fragancias ni ostentar los matices ni evocar los rumores que embellecen á la fecunda y lozana naturaleza. La juventud de Núñez de Arce se deslizó en ese ambiente prosaico por excelencia y, por lo tanto, su numen, al reflejar con fidelidad ese ambiente, tuvo por fuerza que abatir el vuelo, sin que esto menoscabe, en mi sentir, el mérito del escritor castizo.
El escritor, en efecto, es producto de la sociedad en que vive, cuando no es precursor providencial de otras más cultas y perfectas sociedades ó apóstol de alguna revolución de trascendencia. Brillante y sincero cronista de las agitaciones de su tiempo fué Núñez de Arce y, hábil en armonizar el fondo con la forma, la sencillez de su corriente estilo viste con el ropaje severo de la plebe castellana los llanos pensamientos de aquellos candorosos é irreflexivos paladines de la libertad que alteraron la vida normal de nuestra nación á mediados del siglo XIX.
Proclaman el acierto con que Núñez de Arce dio cima á esta empresa las composiciones contenidas en los Gritos del combate. En todas ellas se advierte que el poeta posee, cual ningún otro, esa difícil facilidad para versificar merced á la cual el lector queda seducido porque le sorprende y agrada ver desarrollados, á pesar de las trabas de la rima, sus propios pensamientos con la misma sencillez con que él los concibe y sería capaz de exponerlos.
La propiedad con que adjetiva Núñez de Arce, el orden gramatical que guarda en la formación de las oraciones, el esmero con que evita los elegantes hipérbatos herencia de la lengua madre, el prurito de buscar el modo de que no quede pendiente el sentido de la frase al final de ningún verso, la constante propensión, en fin, á ahorrar al lector toda fatiga para adivinar, presentir ó deducir lo que piensa, siente ó insinúa el que escribe, son las notas culminantes del estilo de Núñez de Arce en todos los momentos de su vida literaria.
Si el desarrollo creciente de las facultades intelectuales y los rápidos avances del espíritu analítico se contentasen todavía con admirar los matices y primores de la superficie ó consintiese á alguien legislar de una manera inflexible sobre las emociones y sensaciones de cada individuo, el estilo de Núñez de Arce, á modo de lira de un nuevo Orfeo, encantaría con sus vibrantes acentos á las muchedumbres atónitas. Pero la época presente no es ya la de nuestros abuelos y apenas si se parece á la de nuestros padres. El afán que cada cual siente ahora de buscarse á sí mismo hace que cada cual adopte involuntariamente una actitud psicológica que en nada se parece á aquella otra, tal vez más entusiasta pero de seguro menos consciente, que adoptaron los hombres de la generación pasada.
Los que de ella viven todavía y tienen á gala titularse gente vieja, atribuyen á indisciplina la franqueza con que la gente joven recaba en materia de arte una legítima independencia, y piensan que la juventud regatea ó escatima los méritos de los consagrados cuando, sin menoscabo del respeto, se apercibe á aquilatar con ánimo imparcial esos mismos méritos. La gente joven, y claro es que bajo esta denominación no entra en mi ánimo comprender á ciertos amanerados y petulantes imitadores de las letras francesas, no siente, no ya aversión, sino tampoco antipatía ni aun desvío siquiera hacia los hombres ilustres que fueron verbo de las aspiraciones, síntesis de los sentimientos, eco de los dolores y símbolo de los ideales de la época que los vio en el apogeo de sus talentos; la gente joven, que supo imponerse un obscuro aprendizaje antes de someterse al fallo de sus contemporáneos, encierra en su corazón tesoros de tolerancia y de indulgencia para las imperfecciones inherentes á toda obra humana; y al emitir juicios personalísimos pero meditados, sobre la fecunda labor de sus predecesores, sabe tener en cuenta el color y el carácter de la época en que ellos florecieron, y no es capaz de rehusar el aplauso á quienes demostraron habilidad para sugerir aquel color y alientos para interpretar aquel carácter.
Más afortunado en esta tarea psicológica que en aquella pictórica, Núñez de Arce despierta la simpatía y causa la admiración de los actuales amantes y cultivadores de la poesía, no menos que antes había excitado la de sus coetáneos; y unos y otros, impulsados del mismo noble y justificado sentimiento, coinciden en considerar á Núñez de Arce como un poeta cuya importancia estratégica en las lides literarias de su tiempo es tan alta como la que en las del suyo alcanzaron D. Manuel José Quintana y D. Juan Nicasio Gallego.
Indudablemente estos dos últimos poetas, inspirados cantores de la libertad y de la independencia patrias, elevaron más el tono y pulsaron con mayor vehemencia las cuerdas de la lira, y acaso también manejaron la lengua con mayor riqueza de recursos que don Gaspar Núñez de Arce. El abolengo latino de nuestro idioma estuvo más presente en los cerebros de aquellos vates celebérrimos; y más conocedores que el autor de El Vértigo del habla de Horacio y de Virgilio, supieron accidentar la expresión de los afectos con una variedad prosódica y sintáctica que se echa de menos en las estrofas de nuestro autor. Por el contrario, éste aparece menos contaminado que sus insignes modelos de las tendencias ultrapirenaicas, y al cantar á la libertad ó al anatematizar la indisciplina, no se hace eco de las enseñanzas de la revolución francesa ni adolece del sentimentalismo propio de la filosofía precursora, coetánea y discípula de los autores de aquel profundo trastorno político y social.
Del examen de las producciones de Núñez de Arce pertenecientes á la etapa de su vida en que ejerció el periodismo, se destaca como nota esencial la fidelidad con que compendia y depura en el crisol de una versificación correcta y eufónica las ilusiones de los amantes de la libertad, los desengaños de los partidarios del orden y los fervorosos anhelos de los que soñaban con la posibilidad de la coexistencia de ambos tentadores ideales.
En la segunda época de Núñez de Arce, en la época académica, el poeta abandona el palenque de la lucha y se encierra en el gabinete, madura en el silencio estimulante de la biblioteca las ideas adquiridas en desordenadas y casuales lecturas durante su agitada vida de periodista, evoca las horas transcurridas bajo el cielo del país natal en los albores de la adolescencia, ó siente la tentación de cantar á los héroes del arte y de la Historia. Entonces es cuando escribe sus celebrados poemas El Vértigo, Maruja, La pesca, La última lamentación de lord Byron, Un idilio y una elegía, La visión de Fray Martin, Raimundo Lulio, La selva oscura y Sursum Corda; describiendo en unos campestres y familiares escenas, ya en la precoz Primavera, ya en el provecto Otoño, ora á la luz terrorífica del Relámpago que fulgura en los peñascos de la costa, ora en medio del silencio con que estremecen las nubes carmíneas del horizonte lejano, los acentos del Angelus vespertino; enumerando en otros los esplendores de muertas civilizaciones ó el ímpetu salvaje con que estallaban las pasiones del corazón humano en medioevales centurias; exponiendo, en fin, en los más, los problemas planteados por la duda en el fondo de su espíritu creyente.
En todos estos poemas descuella el austero castellanismo del numen del autor, que se desenvuelve en estrofas monótonas como llanuras y no más sobrias de colores que iluminadas por graves y tristes claridades.
En medio de la corrección dominante en todas estas populares producciones se advierte cierta frialdad que, á mi juicio, proviene del decisivo influjo que ejercen en el espíritu de Núñez de Arce las preceptivas literarias. No es difícil descubrir, sin más que una simple lectura de cualquiera de estos celebrados poemas, que el autor no se atrevió á reflejar en el papel sus sensaciones y sentimientos con la virginidad con que se produjeron en sus sentidos ó en su fantasía, sino que, por el contrario, creyó más digno de su decoro literario revestir unas y otros del ropaje de eufemismos y tropos indispensable para presentarse ante el público, cual lo es la pulcritud y atildamiento de la persona para presentarse en Palacio.
Consecuente con tan estrecho concepto de la poesía, posee Núñez de Arce un reducido inventario de vocablos y locuciones con los que teje con difícil facilidad estrofas impecables y sonoras; adjetiva con propiedad prosaica y algunas veces con abundancia que perjudica á la energía de la sentencia ó del relato; castiga el estilo y le depura de aquellas asonancias que tanto se han censurado á Herrera y de las que no se vieron libres tampoco Quintana ni Gallego.
No quedaría ni aun someramente analizada en este artículo la ilustre personalidad literaria de D. Gaspar Núñez de Arce, si no se dedicaran algunos de sus párrafos á discurrir brevemente sobre la famosa duda que él plantea en muchos de sus poemas aplaudidos.
Ha sido esta fase escéptica del poeta tan comentada y discutida que acaso constituya uno de los aspectos más interesantes que presenta al juicio de la posteridad. Núñez de Arce plantea y razona la duda en diversos pasajes de sus poemas, acentúala en La Visión de Fray Martin, sutilízala en La selva oscura, y hasta en Sursum Corda, su canto postrero, no sabe resistir á apuntarla de pasada.
Yo no sé definir ni me atrevería á generalizar las impresiones que en mi ánimo despierta la duda de Núñez de Arce de suerte que, convertidas estas impresiones en una fórmula más á menos vaga, puedan condensar los efectos que ha de producir esa duda en todo espíritu severamente disciplinado. He de limitarme, por lo tanto, á declarar que mi impresión personal ante la duda planteada por Núñez de Arce no ha sido muy honda, tal vez porque piense yo que una duda profunda y sinceramente sentida no puede ser desarrollada con un método frío ni encasillada en una versificación irreprochable. Una duda que arraigue en el fondo del espíritu se me antoja algo así como un terrible tormento que no es posible razonar; porque cuando se razona es que ha pasado ya del período álgido, del momento sincero, es que ya no es un agente sino un documento, un motivo para producir un recurso de dialéctico, de orador ó de poeta.
Un insigne escritor recientemente fallecido, á quien el sufragio unánime de todos los amantes de las letras patrias, otorgó el dictado glorioso y merecido de patriarca de nuestra literatura, corrobora en cierto modo mi opinión modestísima, en carta particular que hubo de escribirme en 6 de Octubre de 1903 á la corte de los Países Bajos, en donde entonces me retenían deberes de la carrera diplomática. He aquí el párrafo en que aquel egregio estilista apunta su parecer esclarecido acerca de la duda de Núñez de Arce:
«En estos últimos días he andado apuradísimo escribiendo el discurso sobre Núñez de Arce que me había encomendado la Academia. Mal ó bien ya le he escrito, saliendo de mi empeño. No sé si habré logrado salir de él hábilmente. Era menester elogiar mucho á D. Gaspar y dejar entrever no obstante que en todo lo que toca á sus dudas desesperadas y á sus filosofías hay algo de nebuloso y de vago, como le acontece al que oye campanas y no sabe dónde.»
Fortalecido por la opinión de tan insigne escritor, me atrevo á afirmar que en mi concepto Núñez de Arce, cuando se finge acosado por la duda, examina demasiado el pro y el contra y se lamenta de los embates del escepticismo con harto comedimiento que, si no resulta en daño del retórico ni del gramático, redunda en detrimento del poeta, porque, después de todo, en la poesía, cifra de emociones y sensaciones, se triunfa por lo que se afirma ó por lo que se niega y nunca por lo que se quintaesencia ó aquilata.
Cultivó también D. Gaspar Núñez de Arce el arte dramático, en colaboración algunas veces con D. Antonio Hurtado; pero en realidad se puede decir que, ni las obras de que es coautor ni aquellas cuya paternidad á él pertenece exclusivamente, como El Haz de leña y Quien debe paga, añadieron gran cosa, pese á su indiscutible mérito literario, al merecido renombre de que goza nuestro autor como poeta lírico.
Ya en los días de la Restauración Borbónica, en un gabinete liberal recompensó Sagasta los merecimientos contraídos por Núñez de Arce en el estadio político, confiándole la cartera de Ultramar, en cuyo desempeño, como más tarde en el de la dirección del Banco Hipotecario, demostró el insigne autor de La selva oscura probidad y competencia laudables.
Fué, considerado como orador, Núñez de Arce dueño de su palabra castiza, y si jamás compitió en elocuencia tribunicia, polémica ó clásica, ni con Castelar ni con Cánovas ni con Martos, supo siempre defender las ideas que de buena fe profesaba y entonar los períodos de sus discursos con la castiza sobriedad que presta la honradez del convencimiento.
La Asociación de Escritores y Artistas, de la que fué nuestro poeta Presidente por espacio de muchos años, debe á D. Gaspar Núñez de Arce señalados servicios; porque siempre hallaron eco en su inteligencia y en su corazón las ideas levantadas y las penas de los desvalidos.