Enrique IV: Segunda parte, Acto V, Escena II

Enrique IV de William Shakespeare
Segunda parte: Acto V, Escena II



ACTO V ESCENA II

WESTMINSTER- Una sala en palacio.

(Entran Warwick y el lord Justicia Mayor)

WARWICK.- Y bien, milord Gran Juez, ¿dónde vais?

LORD JUSTICIA.- ¿Cómo está el rey?

WARWICK.- Excesivamente bien; todas sus penas han concluido.

LORD JUSTICIA.- ¿No ha muerto, espero?

WARWICK.- Ha recorrido el camino de la naturaleza y para nosotros ya no vive.

LORD JUSTICIA.- Hubiera querido que Su Majestad me llevara consigo; los servicios que fielmente le presté durante su vida, me dejan expuesto a todo género de vejámenes.

WARWICK.- A la verdad, me parece que el joven rey no os tiene mucho cariño.

LORD JUSTICIA.- No lo ignoro; me he preparado a hacer frente a las circunstancias, que no pueden ser más horribles para mí que lo que mi imaginación me las representa.

(Entran el Príncipe Juan, Príncipe Humphrey, Clarence, Westmoreland y otros)

WARWICK.- Aquí viene la angustiada descendencia del muerto Enrique. ¡Oh! ¡si el Enrique vivo tuviera el temple del menos favorecido de esos tres caballeros! ¡Cuantos nobles conservarían entonces sus puestos, que ahora tendrán que arriar pabellón ante hombres de la más vil especie!

LORD JUSTICIA.- ¡Ay! ¡temo que todo se ha trastornado!

PRÍNCIPE JUAN.- Buen día, primo Warwick.

HUMPHRAY Y CLARENCE.- Buen día, primo.

PRÍNCIPE JUAN.- Nos encontramos como hombres que han olvidado el habla.

WARWICK.- La recordamos; pero nuestro argumento es demasiado penoso para admitir mucha plática.

PRÍNCIPE JUAN.- Bien, que la paz sea con aquel que nos ha sumido en la tristeza.

LORD JUSTICIA.- Que la paz sea con nosotros y nos preserve de mayor tristeza.

HUMPHREY.- Oh, mi buen lord, habéis perdido un amigo seguramente; me atrevería a jurar que, no es fingida la tristeza de vuestra cara; es sincera.

PRÍNCIPE JUAN.- Aunque ningún hombre está seguro de la suerte que le espera, vos estáis en una fría expectativa. Eso me entristece en extremo; quisiera que no fuera así.

CLARENCE.- Ahora tendréis que tratar bien a Sir John Falstaff, nadando así contra la corriente de vuestro carácter.

LORD JUSTICIA.- Mis buenos príncipes, lo que he hecho lo he hecho honorablemente, guiado por la imparcial dirección de mi conciencia; nunca me veréis solicitar remisión por medio de indignos manejos. Si la verdad y la recta inocencia me fallan, iré a encontrar a mi señor el rey muerto y le diré quien me envió a reunirme con él.

WARWICK.- He aquí el príncipe que viene.

(Entra el Rey Enrique V)

LORD JUSTICIA.- ¡Buen día y que Dios guarde a Vuestra Majestad!

REY ENRIQUE V.- Este nuevo y esplendoroso adorno, la Majestad, no me es tan cómodo como pensáis. Hermanos, mezcláis algún temor a vuestra tristeza; esta es la corte de Inglaterra y no de Turquía; no sucede un Amurat a un Amurat, sino un Enrique a un Enrique. No obstante, estad tristes, mis buenos hermanos, porque, a decir verdad, eso os sienta bien. Lleváis el duelo de tan soberana manera, que quiero arraigar profundamente esa moda y llevarla en mi corazón. Estad, pues, tristes; pero no habléis de esa tristeza, mis buenos hermanos, sino como de una carga que pesa por igual sobre todos nosotros. En cuanto a mí, podéis estar seguros, seré a la vez vuestro padre y vuestro hermano. Dadme vuestro amor, yo os daré mi solicitud. Llorad al Enrique muerto; también le lloraré yo. Pero vive un Enrique que convertirá esas lágrimas en otras tantas horas de alegría.

LOS PRÍNCIPES.- No esperamos otra cosa de Vuestra Majestad.

REY ENRIQUE V.- Me miráis todos de extraña manera;

(al lord Justicia)

sobre todo vos. Estáis seguro, pienso, que no os tengo afecto.

LORD JUSTICIA.- Estoy seguro, si se me juzga rectamente, que Vuestra Majestad no tiene justo motivo de odiarme.

REY ENRIQUE V.- ¡No, eh! ¿Cómo puede un príncipe llamado como yo a tan altos destinos, olvidar las graves indignidades que me habéis hecho sufrir? ¡Cómo! ¿Regañar, censurar y enviar rudamente a la prisión al heredero inmediato de la corona? ¿Eso es sencillo? ¿Puede eso ser lavado en el Leteo y olvidado?

LORD JUSTICIA.- Representaba entonces la persona de vuestro padre y la imagen de su poder estaba en mí. En la administración de justicia estaba yo encargado del interés público, cuando plugo a Vuestra Alteza olvidar mi dignidad, la majestad y el poder de la ley y la justicia, la imagen del rey que yo representaba, llegando hasta pegarme sobre mi sitial mismo de Juez. Entonces, como contra un ofensor de vuestro padre, hice uso enérgico de mi autoridad y os hice arrestar. Si el acto era vituperable, debéis resignaros, ahora que lleváis la diadema, a ver un hijo burlarse de vuestros decretos, a arrancar la justicia de vuestro augusto tribunal, echar por tierra la ley y embotar la espada que guarda la paz y la seguridad de vuestra persona, que digo, a desdeñar vuestra real imagen y mofarse de vuestros actos hechos por un segundo vos mismo. Interrogad vuestra real inteligencia, haced vuestro el caso, sed ahora el padre y suponed el hijo; oíd que vuestra dignidad ha sido de esa manera profanada, ved vuestras leyes más formidables tan aturdidamente escarnecidas, figuraos vos mismo así despreciado por un hijo o imaginadme entonces a mí tomando vuestro partido y, en uso de vuestra autoridad, reduciendo vuestro hijo dignamente al silencio. Después de ese frío examen, sentenciadme y, como sois rey, declarad, en esa calidad, lo que haya hecho que menoscabe mi puesto, mi persona o a la soberanía de mi señor.

REY ENRIQUE.- Estáis en la verdad, Juez, y pensáis muy bien las cosas. Conservad, pues, la balanza y la espada. Deseo que vuestros honores se acrecienten hasta que viváis bastante para ver un hijo mío ofenderos y obedeceros como lo he hecho. Pueda yo también vivir para repetir las palabras de mi padre: Feliz soy en tener un servidor tan enérgico para tener el valor de hacer justicia en mi propio hijo y no menos feliz en tener un hijo que así entrega su grandeza al brazo de la justicia. Me habéis hecho, arrestar; por eso coloco en vuestras manos la inmaculada espada que estáis habituado a llevar con esta recomendación: que la uséis con el mismo enérgico, justo e imparcial espíritu, con que lo habéis hecho contra mí. He aquí mi mano; seréis un padre para mi juventud; mi voz hará oír aquello que insinuéis a mi oído y sujetaré humildemente mis propósitos a la sabia dirección de vuestra experiencia y vosotros todos, príncipes, creedme, os lo ruego. Mi padre ha llevado consigo a la tumba mis desenfrenos, porque es allí que reposan mis afecciones. Yo sobrevivo con su reposado espíritu, para burlarme de la expectativa del mundo, para frustrar las profecías, para destruir la carcomida sentencia que me ha condenado según mis apariencias. En mí, la ola de la sangre ha rodado hasta ahora locamente en vanidad; ahora se vuelve y refluye hacia el mar, dónde va a confundirse en el dominio de las olas y correr en adelante en la calma de la majestad. Convoquemos ahora nuestra alta corte del parlamento y elijamos de tal manera los miembros del noble Consejo, que el gran cuerpo de nuestra nación pueda marchar en el mismo rango que los países mejor gobernados; que la guerra o la paz, o ambas a la vez, sean para nosotros cosas familiares y conocidas,

(al lord Justicia)

En lo que, padre, tendréis la alta mano. Hecha nuestra coronación, reuniremos, como lo he recordado antes, todos nuestros estados y- si Dios suscribe a mis buenas intenciones- ningún príncipe, ningún par, tendrá justa causa para desear que el cielo abrevie de un solo día la afortunada vida de Enrique.

(Salen)