En las almenas de Toro
allí estaba una doncella,
vestida de negros paños,
reluciente como estrella;
pasara el rey don Alonso,
namorado se había d’ella.
Dice:—Si es hija de rey
que se casaría con ella,
y si es hija de duque
serviría por manceba.—
Allí hablara el buen Cid,
estas palabras dijera:
—Vuestra hermana es, señor,
vuestra hermana es aquella.
—Si mi hermana es, dijo el rey,
fuego malo encienda en ella:
llámenme mis ballesteros,
tírenle sendas saetas,
y á aquel que la errare
que le corten la cabeza.—
Allí hablara el Cid,
d’esta suerte respondiera:
—Mas aquel que la tirare
pase por la misma pena.
—Ios de mis tiendas, Cid,
no quiero que estéis en ellas.
—Pláceme, respondió el Cid,
que son viejas y no nuevas;
irme he yo para las mías,
que son de brocado y seda,
que no las gané holgando
ni bebiendo en la taberna;
ganélas en las batallas
con mi lanza y mi bandera.