Electra de Benito Pérez Galdós


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PANTOJA, MÁXIMO.


MÁXIMO.- (Con ardiente palabra en toda la escena.) Alto... Me dice el Marqués que de aquí, después da una larga conversación con usted, salió Electra en terrible desvarío.


PANTOJA.- (Turbado.) Aquí... cierto.... hablamos... La niña...


MÁXIMO.- Mordida fue por el monstruo.


PANTOJA.- Tal vez... Pero el monstruo no soy yo. Es un monstruo terrible, que se alimenta de los hechos humanos. Se llama la Historia. (Queriendo marcharse.) Adiós.


MÁXIMO.- (Le coge fuertemente por un brazo.) ¡Quieto!... Va usted a repetir, ahora mismo, ahora mismo, lo que ha dicho a Electra ese monstruo de la Historia, para ponerla en tan gran turbación...


PANTOJA.- (Sin saber qué decir.) Yo... ante todo, conviene asentar previamente que...


MÁXIMO.- No quiero preámbulos... La verdad, concreta, exacta, precisa... Usted ha ofendido a Electra, usted ha trastornado su entendimiento... ¿Con qué palabras, con qué ideas? Necesito saberlo pronto, pronto. Se trata de la mujer que es todo para mí en el mundo.


PANTOJA.- Para mí es más: es los cielos y la tierra.


MÁXIMO.- Sepa yo al instante la maquinación que ha tramado usted contra esa pobre huérfana, contra mí, contra los dos, unidos ya eternamente por la efusión de nuestras almas; sepa yo qué veneno arrojó usted en el oído de la que puedo y debo llamar ya mi mujer. (PANTOJA hace signos dubitativos.) ¿Qué dice? ¿Que no será mi mujer...? ¡Y se burla!


PANTOJA.- No he dicho nada.


MÁXIMO.- (Estallando en ira, con gran violencia le acomete.) Pues por ese silencio, por esa burla, máscara de un egoísmo tan grande que no cabe en el mundo; por esa virtud verdadera o falsa, no la sé, que en la sombra y sin ruido lanza el rayo que nos aniquila; (Le agarra por el cuello, le arroja sobre el banco.) por esa dulzura que envenena, por esa suavidad que estrangula, confúndate, Dios, hombre grande o rastrero, águila, serpiente o lo que seas.


PANTOJA.- (Recobrando el aliento.) ¡Qué brutalidad!... ¡Infame, loco!...


MÁXIMO.- Sí, lo soy. Usted a todos nos enloquece. (Reponiéndose de su ira.) ¿Quién sino usted ha tenido el poder diabólico de desvirtuar mi carácter, arrastrándome a estas cóleras terribles? Sin darme cuenta de ello, he atropellado a un ser débil y mezquino, incapaz de responder a la fuerza con la fuerza.


PANTOJA.- (Incorporándose.) Con la fuerza respondo. (Volviendo a su ser normal, se expresa con una calma sentenciosa.) Tú eres la fuerza física, yo soy la fuerza espiritual. (MÁXIMO le mira atónito y confuso.) Pueda yo más que tú, infinitamente más. ¿Lo dudas?


MÁXIMO.- ¿Que puede más?


PANTOJA.- La ira te sofoca, el orgullo te ciega. Yo, maltratado y escarnecido, recobro fácilmente la serenidad; tú no: tú tiemblas, Máximo; tú, que eres la fuerza, tiemblas.


MÁXIMO.- Es la ira que aún está vibrando... No la provoque usted.


PANTOJA.- (Cada vez más dueño de sí.) Ni la provoco, ni la temo... porque tú me maltratas y yo te perdono.


MÁXIMO.- ¡Que me perdona!... ¡a mí! Se empeña usted en que yo sea homicida, y lo conseguirá.


PANTOJA.- (Con serena y fría gravedad, sin jactancia.) Enfurécete, grita, golpea... Aquí me tienes inconmovible... No hay fuerza humana que me quebrante, no hay poder que me aparte de mis caminos. Injúriame, hiéreme, mátame: no me defiendo. El martirio no me arredra. Podrá la barbarie, destruir mi pobre cuerpo, que nada vale; pero lo que hay aquí (En su mente.) ¿quién lo destruye? Mi voluntad, de Dios abajo, nadie la mueve. Y si acaso mi voluntad quedase aniquilada por la muerte, la idea que sustento, siempre quedará viva, triunfante...


MÁXIMO.- No veo, no puedo ver ideas, grandes en quien no tiene grandeza, en quien no tiene piedad, ni ternura, ni compasión.


PANTOJA.- Mis finos son muy altos. Hacia ellos voy... por los caminos posibles.


MÁXIMO.- (Aterrado.) ¡Por los caminos posibles! Hacia Dios no se va más que por uno: el del bien. (Con exaltación.) ¡Oh, Dios! Tú no puedes permitir que a tu Reino se llegue por callejuelas, obscuras, ni que a tu gloria se suba pisando, los corazones que te aman... ¡No, Dios, no permitirás eso, no, no! Antes que ver tal absurdo veamos toda la Naturaleza en espantosa ruina, desquiciada y rota toda la máquina del Universo.


PANTOJA.- Sacrílego, ofendes a Dios con tus palabras.


MÁXIMO.- Más le ofende usted con sus hechos.


PANTOJA.- Basta. No he de disputar contigo... Nada más tengo que decirte.


MÁXIMO.- ¿Nada más? ¡Si falta, todo! (Le coge vigorosamente por un brazo.) Ahora va usted conmigo en busca de Electra, y en presencia de ella, o esclarece usted mis dudas y me saca de esta ansiedad horrible, o perece usted y perezco yo, y perecemos todos... Lo juro por la memoria de mi madre.


PANTOJA.- (Después de mirarle fijamente.) Vamos. (Al dar los primeros pasos sale EVARISTA de la casa.)