El sombrero de tres picos (1874)/Capítulo III
III.
Do ut des belle
En aquel tiempo, pues, habia cerca de la ciudad de ***(perteneciente al reino de Granada, y cabeza de corregimiento) un magnífico molino harinero (que ya no existe), situado como á un cuarto de legua de la poblacion, en un delicioso paraje, entre una colina poblada de guindos y cerezos y una fertilísima huerta que servia de márgen (y algunas veces de lecho) á un traicionero é intermitente rio.
Por varias y diversas razones, hacia ya algun tiempo que aquel molino era el predilecto punto de llegada y descanso de los paseantes más caracterizados de la mencionada ciudad...—Primeramente, conducia á él un camino carretero, ménos intransitable que los restantes de aquellos contornos.—En segundo lugar, delante del molino habia una plazoletilla empedrada, cubierta por un parral enorme, debajo del cual se tomaba muy bien el fresco en el verano, Y el sol en el invierno, merced á la alternada ida y venida de los pámpanos...—En tercer lugar, el molinero era un hombre muy respetuoso, muy discreto, muy fino, que tenia lo que se llama dón de gentes, y que obsequiaba á los señorones que solían honrarlo con su tertulia vespertina, ofreciéndoles... lo que daba el tiempo; ora habas verdes, ora cerezas y guindas, ora lechugas en rama y sin sazonar (que están muy buenas cuando se las acompaña de macarros de pan de aceite; macarros que se encargaban de enviar por delante sus señorías), ora melones, ora uvas de aquella misma parra que les servia de dosel, ora rosetas de maiz, si era invierno, y castañas asadas, y almendras, y nueces, y, de vez en cuando, en las tardes muy frias, un trago de vino de pulso (dentro ya de la casa y al amor de la lumbre), á lo que por Pascuas se solia añadir algun pestiño, algun mantecado, algun rosco, ó alguna lonja de jamon alpujarreño.
—¿Tan rico era el molinero, ó tan imprudentes sus tertulianos?—exclamareis, interrumpiéndome.
Ni lo uno ni lo otro. El molinero sólo tenia un pasar, y aquellos caballeros eran la delicadeza y el orgullo personificados. Pero en un tiempo en que se pagaban cincuenta y tantas contribuciones diferentes á la Iglesia y al Estado, poco arriesgaba un rústico de tan claras luces como aquel en tenerse ganada la voluntad de regidores, canónigos, frailes, escribanos y demas personas de campanillas. Así es, que no faltaba quien dijese que el tio Lúcas (tal era el nombre del molinero) se ahorraba un dineral al año á fuerza de agasajar á todo el mundo.— «Vuestra merced me va á dar aquella puertecilla vieja de la casa que ha derribado», le decia á uno.—«Vuestra señoría (le decia á otro) va á mandar que me rebajen el subsidio, ó la alcabala, ó la contribucion de frutos civiles.»—«Vuestra reverencia me va á dejar coger en la huerta del convento una poca hoja para mis gusanos de seda.»—«Vuestra ilustrísima me va á dar permiso para traer una poca leña del monte X.»—«Vuestra paternidad me va á poner una carta para qué me permitan cortar una poca madera en el pinar H.»—«Es menester que me haga usarcé una escriturilla que no me cueste nada.»—«Este año no puedo pagar el censo.»—«Espero que el pleito se falle á mi favor.»—«Hoy le he dado de bofetadas á uno, y creo que debe ir á la cárcel por haberme provocado.»— «Tendria su merced tal cosa de sobra?»—«Le sirve á V. de algo tal otra?»—«¿Me puede prestar la mula?»—«¿Tiene ocupado mañana el carro?»—«¿Le parece que envie por el burro?»...
Y estas canciones se repetían á todas horas, obteniendo siempre por contestacion un gencroso «Como se pide.»
Conque ya veis que el tio Lúcas no estaba en camino de arruinarse.