Anatolio conoció un astro nuevo, la luna de miel.

Brilló ésta con absoluta plenitud en su cielo matrimonial durante algunos meses. Luego fué menguando poco á poco; no por falta de ilusión y de cariño entre los cónyuges; porque trabajo y necesidades la fueron recortando. No era posible en hogar humilde dedicar al amor todas las horas del día y de la noche. Anatolio volvió á sus anteojos y á sus cifras; Carmen tuvo que emplearse en la dificilísima tarea de estirar los duros y de ir preparando los primeros envoltorios para el fruto de bendición.

A los nueve meses y veintiún días de la boda vino á este mundo el primer hijo de Anatolio y de Carmen. Después de aquél, con regularidad cronométrica, todos los años aparecía un nuevo vástago en la casa.

Era fecunda, demasiado fecunda para un sueldo anual de dos mil pesetas, la esposa del astrónomo. Menos mal que ella criaba los chiquitines, y aun le daba tiempo la crianza para dedicarse al oficio y aumentar los ingresos con algunos sombreros, tan modestos como la parroquia que hacía de ellos el encargo.

Buena mujer Carmen, sobrellevaba la carga con alegre paciencia y hacía verdaderos milagros para que lo más preciso no faltara dentro de su hogar, donde á más de Anatolio, de los hijos y de ella, comían, vestían y dormían su madre anciana y la histérica solterona.

Esta última hacía en la casa los oficios del moscardón. Zumbaba y murmuraba de esta habitación en aquella, gruñendo por todo, por el llanto de los chiquillos, por las caricias de marido y mujer, por los alifafes de la vieja, por la comida, por la luz, por el aire. Hasta el aire molestaba á aquella cuarentona, falta de hombre y cada hora más y más necesitada de él.

Anatolio, vuelto á su Observatorio, volvió á su antigua sideral existencia, á su vivir apartado de la tierra casi por completo, á sus navegaciones, por los infinitos azules, á sus cálculos y problemas.

Gozaba en todo el mundo científico reputación de sabio: tenía directas relaciones con los observatorios principales del globo; poseía títulos de corresponsal en la mayor parte de las Academias, Centros é Institutos geográficos; las revistas del gremio solicitaban sus artículos; sus folletos gozaban de merecida fama. No ocurría en el espacio acontecimiento para el cual no reclamasen su concurso; ni un astro se movía en el infinito sin previa licencia de Anatolio.

Pero estas glorias y preeminencias que se traducían en diplomas honoríficos, consultas, también honoríficas, títulos académicos, cartas laudatorias, sueltos encomiásticos de la prensa y medallas de níquel, no se traducían en pesetas; y de pesetas andaba más necesitada cada vez la casa del astrónomo. Los folletos y libros de éste, que tenían inmenso valor para la astronomía, teníanlo muy escaso para editores y libreros. La parroquia sideral era muy reducida; las ediciones no pasaban de los mil ejemplares, y cuando Anatolio entraba, manuscrito en mano, por un despacho editorial, el editor, luego de contemplarle desdeñosamente y de rebajar los méritos de la mercancía, según uso y costumbre, dábale por ella una mínima cantidad, siempre inferior á las perentorias necesidades que motivaban y precipitaban el trato.

En fin, ¡qué remedio! -según decía Carmen.- Se pasará como se pueda. Dios no abandona á los que trabajan.

Ciertamente no los abandona; pero se distrae mucho; y la buena Carmen, con sus cuatro chicos, y su madre y su hermana, vivía en continuo apuro y sobresalto.

Pesa un hogar mucho por humilde que sea; es poema sublime el que realizan obscuramente las mujeres del pobre para sostener el hogar con sus brazos; para librar esa lucha ruin que se traduce en sortear deudas pequeñas, y en improvisar sin dinero libretas de pan, jícaras de garbanzos y gramos de carne.

Ver cómo se quitan diez céntimos de acá para reponerlos allá, cómo se escatiman el carbón y la luz, cómo se remienda un vestido con otro, cómo se disimula la escasez del mendrugo y la desustancia del caldo con bazofias herculianas que realiza minuto á minuto silenciosa y cachazudamente la mujer en los hogares pobres.

Así hacía Carmen sin que la sonrisa huyera de su boca y la confianza de su alma. Así transcurrían para ella los meses y los años; así con cada año nuevo venía otro hijo nuevo sin pan alguno bajo el brazo, pero con unas ganas atroces de mamar.