El primer alambrado: 2

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.

II

En 1844, viajando don Ricardo B. Newton, visitaba el parque del Condado de Fitzwilliams, con objeto de enseñar á sus hijos todo lo que puede hacer el hombre de fortuna cuando la emplea en beneficio de sus conciudadanos y del país á que pertenece, según lo hace frecuentemente la nobleza en Inglaterra, siempre á la cabeza de toda mejora social. Llamóle allí la atención un corto tiro de cercado de alambre, cerrando potrero en que pacían ciervos. Inmediatamente comprendió la importancia de cercados semejantes en provincia como la de Buenos Aires, donde la madera es escasa y cuyos ganados pastorean sueltos y sin pastor.

— ¡Eureka! — exclamó alborozado el práctico inglés. — Ya lo encontré. He dado con lo que buscaba y resuelve el problema que tanto me preocupa, garantizando los escasos bosques contra destrucciones por haciendas errantes en nuestros campos.

Al día siguiente entró en la primera fábrica del camino, encargando el envío de una fuerte cantidad de alambre de hierro con sus postes y esquineros correspondientes del mismo metal. Todavía tropezó con alguna demora este primer ensayo. Al arribo del señor Newton á Buenos Aires, supo el naufragio del buque á su consignación. Sin amilanarse ante el fracaso, ordenó por el mismo Paquete, que cobrando el seguro de la mercancía, se empleara su importe en una segunda remesa.

Esta es simplemente la historia del origen del primer alambrado, empezándose por cercar un pequeño jardín, luego huerta, quinta, montes, la gran estancia. A los sesenta años de su introducción pocos establecimientos de importancia quedan sin alambrado.

Newton después de cercar la quinta de su estancia en Samborombón y montes en sus puestos, multiplicó otros muchos así protegidos; por todas partes estableció corrales de alambre en varillas de hierro, repitiendo grandes pedidos á las fábricas inglesas para muchos de sus amigos y circunvecinos. Debemos reconocer á este incansable pionner tan importante introducción, á más de otros adelantamientos que le debe la ganadería. Desde que fué posible cercar los campos de una manera rápida y barata, la propiedad llega á ser una verdad entre nosotros. La subdivisión de los terrenos resultó fácil y el cultivo de ellos seguro. Hasta no hace muchos años en su estancia Santa María se conservaban algunos de los postes de hierro que sirvieron para el primer ensayo de alambrado, reemplazados después por ñandubays. Cuántas veces, penetrando en el local de la Sociedad Rural Argentina en Palermo, nos acercamos á tocar el primogénito de ellos allí conservado, viejo Adán, que sostuvo el primer alambrado.

Indudablemente fué el señor Newton uno de los ingleses más útiles á esta su segunda patria, donde levantó su hogar y su fortuna, como su hijo del mismo nombre, el primer argentino que llevó hasta la Australia su planta incansable de investigador y de estudio, en el cruzamiento de razas aclimatadas aquí. Habilitado de Gibson, Newton abrió tienda en Santa Fe, y sabiendo sacar utilidad de todo, estableció el comercio de pieles antes de volver al Tuyú, donde en 1834 compró cuatro leguas sobre el Samborombón (estancia Santa María). Allí introdujo la máquina de vapor para faenas rurales, la primera prensa de enfardar, propagando plantación de montes con objeto de atraer lluvias, después de haber introducido la raza sajona, y sucesivamente ejemplares de Negrete, Lincoln, Rambouillet y Durham, entre otros vacunos. Ensayó también el pozo artesiano, cavando ciento ochenta varas más que en el abierto por Sourdeaux, en La Piedad.

Nació para hacer bien á la humanidad y á los suyos. Venido al mundo en Londres, feneció el año de la peste en Buenos Aires (1869) y de su unión con la señora María Vázquez, de esta ciudad, en 1830, formó honorable familia, en la que hijos, nietos y biznietos continúan honrando el nombre de uno de nuestros primeros agrónomos, cuyo retrato se ostenta debidamente en el salón de la Sociedad Rural.

Al par de él la ocasión sale al paso, y no debemos dejar en el tintero importadores descollantes de la importancia de Shéridam, Hanna, Fair, White, Latham, Harrart, Duggan, Clark, Campbell, Bell, cuyos experimentos pusieron luego en práctica, siguiendo selección, criollos tan dignos de aplauso como Pereyra, Vivot, Cobos, Olivera, Santamarina, Martínez de Hoz, Iraola, Alzaga, Ramos Mejia, Madero, Saavedra, Llobet, Casares, Acosta, Vilate, Alvear, Unzué, Villafañe, López, Ocampo, Luro, Anchorena, Elía, Ezcurra, Lozano, Güiraldez, Urquiza, Villanueva, Malbrán, Correas, etc. ya que no es posible recordar á todos, europeos y americanos, que introduciendo nuevas razas aleccionó su ejemplo el refinamiento de la ordinaria oveja criolla.

¡No sólo la gloria de la espada ó de la pluma merece recordación! Fué el señor Newton otro del numeroso batallón de olvidados, como los que hemos exhumado en tradiciones de nuestro glorioso pasado de ayer.