El nacimiento de Cristo/Acto II

Acto I
El nacimiento de Cristo
de Félix Lope de Vega y Carpio
Acto II

Acto II

Sale la SIERPE.
SIERPE:

  No puede en competencia
entrar con mi poder el mismo cielo
ni hacerme resistencia:
yo tengo el cetro universal del suelo:
toda la tierra es mía
de donde nace a donde muere el día.
  Este León, que ha sido
símbolo siempre de Real grandeza,
muestra la que ha tenido,
y yo mi celestial naturaleza
en ser tan soberano
que no he sufrido imperio de hombre humano.
  Por no dejar la planta
de aquella humanidad de Dios propuesta,
tuve soberbia tanta
y fue a mi entendimiento tan molesta
que aun la misma memoria
de ver que la perdí me causa gloria.
  De allá truje conmigo
de las estrellas la tercera parte;
dicen que fue castigo
y de los que siguieron mi estandarte;
pero empresas tan bellas,
si no acaballas, basta acometellas.

SIERPE:

  Yo soy el solo sabio,
yo aquel querub, y plenitud de ciencia,
yo aquel de cuyo labio
pende toda celeste inteligencia,
porque nada ha perdido
quien no se vio jamás arrepentido.
  Yo soy el cedro hermoso
a todos los del Líbano antepuesto,
que tengo al temeroso
linaje humano en mis prisiones puesto,
y a Dios tan parecido,
que tenemos el Reino dividido.

(Sale el PECADO.)
PECADO:

  Celebren mi victoria
el sucesivo curso de los años
con la eterna memoria
que ha de vivir de los primeros daños,
y de mi fama y nombre
en la posteridad del primer hombre.
  Pecado mi apellido,
desobediencia soy, que a los preceptos
de Dios rebelde he sido;
todos están a mi valor sujetos,
porque en Adán pecaron
y el patrimonio mísero heredaron.
  Cuando ambición de ciencia
me dio principio, grande fue mi gloria,
y cuando con violencia
di principio a la sangre y a la historia,
mi envidia fue de suerte,
que de mis armas se engendró la muerte.
  Entró por mí en el mundo,
por mí que soy su causa, y ella efecto
de mi pecho iracundo,
que con mi libre voluntad sujeto
a mis propios agravios
Davides tantos, Salomones sabios.
  Por mí cubrió la tierra
diluvio universal, hasta que puso
fin a la dura guerra
el arco hermoso cine la paz dispuso,
y el ave blanca altiva
que el pico de rubí ciñó de oliva.
  Por mí tantas ciudades
fuego voraz sepulta, por mí solo
en tan largas edades
tantas historias hay de polo a polo,
que he vencido con ellas
los átomos del sol y las estrellas.

(Sale la MUERTE.)
MUERTE:

  A mi poder inmenso,
a mi nunca vencido señorío,
paga perpetuo censo
con el río a la mar, la fuente al río,
toda planta atrevida
que pise los umbrales de la vida.
  Yo soy la muerte fiera,
y aquella fui que el edificio humano,
fábrica de quien era
autor el mismo Dios, con fuerte mano
derribé por el suelo
y su llama vital cubrí de hielo.
  Mi valor ha podido
entrar con Dios en competencia osado,
que si él autor ha sido
del hombre, y de la nada le ha formado,
yo con mi fuerte pecho,
en nada vuelvo lo que Dios ha hecho.
  Así traigo cautivo
al hombre miserable, así sujeto
a todo el sucesivo
linaje humano, y a ninguno excepto;
tanto, que si bajara
Dios a ser hombre, aún no le perdonara.
  Guárdese Dios de serlo
como Abraham lo tiene prometido,
porque si acierta a verlo,
no diré yo que ha de quedar vencido,
pero será muy cierto
que en la parte mortal quedará muerto.

(Tocan chirimías, y aparezca en lo alto la GRACIA divina.)
GRACIA:

  ¿Qué blasonáis, villanos,
del Imperio del mundo reducido
a vuestras viles manos?

SIERPE:

Cegado me has de luz.

PECADO:

A mí rendido.

MUERTE:

Con ser la Muerte, muero.

GRACIA:

La Gracia soy.

PECADO:

¿Qué aguardo ya?

SIERPE:

¿Qué espero?

PECADO:

  Si la Gracia parece
de Dios al mundo, ¿qué he de hacer?

SIERPE:

Pecado,
huye y desaparece.

PECADO:

Si viene Dios, el Reino te ha quitado.

MUERTE:

¡Que el hombre se rescate!

SIERPE:

Pues yo te digo, Muerte, que él lo mate.

(Huyen.)


GRACIA:

  En la más clara noche
que tuvo el lluvioso invierno,
mas no escura ni cerrada,
porque está en la tierra el cielo;
cuando en los montes se miran
de Belén algunos fuegos
mostrándolos las tinieblas
más cerca mientras más lejos,
las vigilias de la noche
guardando en contornos de ellos,
cubiertos de blanca nieve
los pastores soñolientos;
mientras en altas ciudades
duerme el humano gobierno
porque el de Dios ha de estar
eternamente despierto;
mientras el pobre y el rico
duermen en bordados lechos,
el tino de estrellas claras
y el otro de oro y desvelos;
de la purísima Virgen
aquel esposo y espejo
que del Espíritu Santo
tuvo el oficio en el suelo,
a las puertas de las casas
está llamando y diciendo
palabras que piedras rompen
y no los humanos pechos.
Cielo, tierra, Angeles, hombres,
ya se acerca el santo tiempo
que quiere venir al mundo
aquel mayorazgo eterno.
Ya está en la nave María,
nave que trae desde lejos
aquel soberano pan
de cielo y tierra sustento.
(Sale el MUNDO.)
Albricias, Mundo.

MUNDO:

¿Quién eres?
¡Hola, tú! ¿Qué estás diciendo.
que viene Dios a la tierra?

GRACIA:

La Gracia soy que aparezco,
Mundo, como ves, en ti.

MUNDO:

Y qué ¿es cierto mi remedio?

GRACIA:

En la mitad de esta noche
será Dios hombre en el suelo,
aunque ha nueve meses ya
que tiene limpio aposento
en el claustro de una niña
más pura y limpia que el cielo;
vuelve los ojos, verás,
Mundo, su esposo y su espejo,
y de los ojos de Dios
la niña por cuyo velo
mira tus lágrimas tristes.

MUNDO:

Gracia santa, ya los veo;
voy a hacer que aquesta noche,
aunque lo defienda el hielo,
borden la escarcha las flores,
salgan los pimpollos tiernos
de las encogidas ramas
y de los montes soberbios
bajen los arroyos mansos,
líquido cristal vertiendo.
Haré que las fuentes manen
cándida leche, y los fresnos
pura miel, diluvios dulces
que aneguen nuestros deseos.
¡Oh, qué fiestas hará el Limbo,
donde los Padres primeros
Abraham, Jacob e Isaac,
David, su divino abuelo.
y cuantos profetas santos
con Elías y Eliseo
le aguardan!

GRACIA:

Con justa causa
te alegras.

MUNDO:

Todo me alegro
de ver cordero al León
y al mismo Dios niño tierno.

(Vanse y salgan JOSEF y la VIRGEN.)
JOSEF:

No sé qué habemos de hacer
hermosa Reina del cielo,
desamparados del hombre,
habiendo llegado a tiempo
que de él tenga el mismo Dios
necesidad, ¿qué consejo
tomaremos esta noche?

VIRGEN:

Tened, esposo, consuelo;
que otras casas hay sin estas.

JOSEF:

Mucho, Virgen, me enternezco
de veros así, ni es mucho
que llore Josef de veros
sin posada a tales horas,
y que al mismo Dios inmenso,
por cumplir leyes del mundo,
trate el mundo sin respeto.
El Presidente de Siria
hace este edicto: yo vengo
a registrarme a Belén.

VIRGEN:

Este es mesón; llamaremos:
podrá ser que haya piedad.

JOSEF:

¡Ah de casa!

VIRGEN:

Duerme el dueño.

(El MESONERO sale a la ventana.)
MESONERO:

¿Quién llama, quién está ahí?

JOSEF:

Gente de paz.

MESONERO:

Llamad quedo;
aunque a puertas de mesón,
llama con tiento el discreto.

JOSEF:

Abrid y dadme posada,
que ni cama ni aposento
os tengo yo de ocupar;
solo con mi esposa vengo.
Abrid, señor, que los dos
en un rincón estaremos,
mirad que viene preñada
y temo el rigor del hielo.

MESONERO:

No deis golpes y hablad paso,
buen hombre; que están durmiendo
los huéspedes; id con Dios:
todo está ocupado y lleno.
Allí, al salir de Belén,
hallaréis un portalejo
donde podréis albergaros;
pienso cine habrá paja y heno
de algunas bestias que allí
hay.

JOSEF:

Dulce esposa, ¿qué haremos?
Que os cierra la puerta el mundo
siendo vos puerta del cielo.
Si Dios pudiera olvidarse,
dijérale: Niño tierno,
como vos tenéis posada,
no os duelen los padres vuestros.
Que en vuestras puras entrañas
no le hacen falta los techos
sembrados de serafines,
porque son más limpios que ellos.
Tened, divina Señora,
esos cabellos, que creo
que saldrá el sol con sus rayos,
con que ira a noche huyendo.
No lo digo yo por mí:
hombre soy, sufrirlo puedo;
de vos, soberana niña,
tengo justo sentimiento.
A fe que si a vuestro hijo,
Virgen, en mis brazos veo.
que le tengo de decir
que como pasa por esto,
y cine ha de oír de Josef
mil quejas y mil requiebros.
Pero ¿quién se quejaría
si a Dios estuviese viendo?
Las quejas son imposibles,
los requiebros serán ciertos;
que es mi padre, aunque es mi hijo:
mi Dios, aunque le sustento.

VIRGEN:

Si vivieran en Belén
los reyes nuestros abuelos,
no nos faltara posada,
que aquí comenzó su reino.
David, vuestro antecesor,
aquí tuvo origen.

JOSEF:

Creo,
María, que nuestros pasos
no habrán sido sin misterios;
reyes nos han precedido:
muchos son los que tenemos
desde Abraham y David
en el Real linaje nuestro.
Mas como pasaron ya
sus coronas y sus cetros
en un carpintero pobre,
nadie me quiere por deudo.

VIRGEN:

Entrad, que aqueste portal,
Josef, nos dará consuelo,
al cielo envidia, a los hombres
vida.

JOSEF:

Vos sois su remedio.
En Belén, casa de pan,
nacerá el pan verdadero,
que es de los ángeles gloria
y de los hombres sustento.
(Cantan dentro.)
  Josef, divino maestro,
¿qué más gloria para vos
que un hijo que tiene Dios
tenelle el mundo por vuestro?

(Vanse y sale LAURENCIO.)
LAURENCIO:

  Echa por acá, Pascual;
Bato, corta esos renuevos,
¡hase visto noche igual!
Hasta los verdes acebos
cubre de blanco cristal.
  Mira cual relampaguean
las estrellas; corta, acaba,
y los más enjutos sean.

(Sale DELIA, pastora, con un gabán y metida la capilla, y las manos en las mangas.)
DELIA:

¡Eh, Dios, qué noche tan brava!
Estas dicen que desean
  en las cortes los señores
que duermen ensabanados
entre algodones y olores.
Verá cuál están los prados;
¡ay de los negros pastores!
  Yo tirito, muerta estoy!

LAURENCIO:

¡Hola, Bato! ¿acabas ya?

DELIA:

Hacia la cabaña voy
de Laurencio, cerca está;
patadas por pasos doy:
  envidia tengo a mi hermana
que anteayer se caso.

LAURENCIO:

¿Si es esta Delia o Silvana?

DELIA:

Ya no puedo pensar yo
vivir hasta la mañana.
  Las manos tengo ateridas;
¡ay de las cabras paridas
y de las tristes ovejas!
Pero de buenas pellejas
las tiene el cielo vestidas.
  No sé cómo con fríos tales
las varas pueden tener
en las ciudades reales
los jueces, ni ejercer
su oficio los oficiales.
  ¿Es Laurencio?

LAURENCIO:

¿Es Delia?

DELIA:

Sí.

LAURENCIO:

¿A dónde vas por aquí?

DELIA:

A buscar alguna hoguera,
porque ya es la Citia fiera
mi cabaña para mí.

LAURENCIO:

  Allí he, guardado un tizón
conservado en las cenizas
que cuerpo del fuego son:
Allí estará.

DELIA:

Si le atizas,
haz cuenta que soy carbón.

LAURENCIO:

  A Bato estoy aguardando,
que está del monte cortando
algunos ganchos ya secos.

DELIA:

Por allá suenan los ecos.

LAURENCIO:

Del monte baja cantando.

(BATO, rústico, sale.)
BATO:

  Si el pan se me acaba, ¿qué comeré?
Sol, sol, fa, mi, re;
si se acaba el que me dan,
¿dónde hallaré pan suave
Mas dicen que presto un ave
nos ha de dar carne y pan.
Pues que va ha nacido Juan,
venga el divino cordero,
a cuyo pan verdadero.
como a mi sol le diré:
sol, sol, fa, mi, re;
si el pan se me acaba, ¿qué comeré?
Sol, sol, fa, mi, re.

LAURENCIO:

  Con lindo relente vienes:
suelta el instrumento, acaba.

BATO:

¿Qué es de la hambre que tienes?

DELIA:

La leña solo faltaba.

BATO:

Enciende, ¿qué te detienes?
  Que estos acebuches broncos
me dieron algunos troncos,
que no arranqué los escobos
con el temor de los lobos,
de fieros aullidos roncos.

LAURENCIO:

  ¿No cupo a Elicio y Pascual
la vigilia de esta noche?

BATO:

¡Pardiez, que lo pasen mal
hasta que el dorado coche
rompa el balcón oriental!

DELIA:

  ¿Adónde tenéis los perros?

BATO:

Ya por los más altos cerros
forman en la nieve estampas.

DELIA:

Ellos caerán en las trampas:
mueran a piedras y hierros.

BATO:

  ¡Voto al sol, que mi cachorro.
que nació por la vendimia,
es famoso; si los corro,
carlanca de ante y de alquimia
es extremado socorro!

DELIA:

  Deja ahora la carlanca:
sopla ese tizón.

LAURENCIO:

Ya quiero
cortar pan con mano franca
sobre el fregado caldero,
en leche cándida y blanca.

BATO:

  Mientras tú la desmigajas
soplaré, Delia, las pajas,
mas no te pongas detrás.

LAURENCIO:

Está bueno.

DELIA:

No eches más.

BATO:

Al aire doy las ventajas.
(Entren SILVANA, PASCUAL y otro pastor, cantando.)
  Velador que el castillo velas,
vélale bien y mira por ti,
que velando en él me perdí.
Mira, velador Adán,
que andan en el monte lobos,
puesto que ya de sus robos
dicen que remedio os dan.
Mas tan hambrientos están.
que os han de hacer mil cautelas;
poned al ganado velas,
tomad escarmiento en mí.
que velando en él me perdí.
velador, etc.

LAURENCIO:

  ¿Buenos, a la fe, venís?

BATO:

¡Qué famosos veladores!

PASCUAL:

Buenas noches.

BATO:

Bien decís,
si son buenas las mayores.

SILVANA:

Delia, ¿coméis o dormís?

DELIA:

  Uno y otro, aunque a la fe,
que no me dejaste frío:
tiemblo del cabello al pie.

SILVANA:

Cuando tú pierdes el brío,
¿quién hay que seguro esté?
  Esta noche a mí, Pascual.
la vela nos cupo.

DELIA:

El hielo
te hará el rostro de cristal.

LAURENCIO:

Sentaos por aquese suelo,
pues no hay vela en noche igual.
  ¿Qué lobo queréis que salga
de su oscurísimo albergue,
aunque de esta luz se valga?

BATO:

Nunca ese animal se yergue.
Laurencio, en la noche hidalga.
  En estas sustento busca,
y en los tizones del fuego
hasta el hocico chamusca.
Las claras pasa en sosiego,
y en las oscuras se ofusca;
  pero por si aquí se embosca.
dormid, que yo velaré.

PASCUAL:

No daré mi capa tosca
por la del Rey.

BATO:

Meteré
la leche y la media rosca.

PASCUAL:

  Yo ya estoy medio dormido;
mira que veles muy bien.

SILVANA:

Y yo lo mismo te pido.

BATO:

Ya todos, sueño, se ven
sepultados en tu olvido;
  ea, que para velar
me importa comer muy bien;
migaja no ha de quedar;
sorber y comer también.
(Echase en la leche.)
En él me quiero estampar.
  La panza a mi gusto he puesto,
pues para remedio de esto
las voces son las mejores.
¡Hola, pastores, pastores!

LAURENCIO:

¿Qué es aquesto?

BATO:

Al lobo presto.

PASCUAL:

  ¿Por dónde va?

DELIA:

¡Ay de mí!

SILVANA:

¿Qué haremos?
No le alcanzaremos ya.

DELIA:

Huye, Silvana.

BATO:

¡Qué extremos!

SILVANA:

Cerca mi cabaña está.

PASCUAL:

  ¡To, Barcino; to, Melampo!

BATO:

Hele donde sale al campo.

PASCUAL:

Pon una piedra en la honda.

LAURENCIO:

Yo haré que el valle responda,
si en la frente se la estampo.

(Vanse todos.)
BATO:

  Ya he comido, y he quedado
con fama de velador:
solo el vino me ha faltado;
desviar será mejor
fuego y caldero del prado:
  pero ya vuelven aquí.

(Salen PASCUAL y LAURENCIO.)
PASCUAL:

Bato, sin duda, se engaña,
pues apenas ladrar vi
perro en toda la montaña.

BATO:

¿Cómo que no? Pues yo sí.

LAURENCIO:

  Delia y Silvana se fueron
con el miedo que tuvieron.

PASCUAL:

Pues si ya las dos se han ido,
a las migas me convido.

BATO:

También las migas se huyeron.

LAURENCIO:

  ¿Cómo?

BATO:

En yendo por allá,
volvió el lobo por acá,
yo, por ir tras él ligero,
de hocicos en el caldero
caigo.

PASCUAL:

¡Miren cuál está!

LAURENCIO:

  ¿Mas que él se las ha comido?

BATO:

¿Yo?

LAURENCIO:

¿Pues quién?

PASCUAL:

La burla ha sido
como de tu ingenio rudo.

LAURENCIO:

Mayor hacérmela pudo,
pues en efecto he dormido;
  pero porque frío siento
yo quiero zapatear.

BATO:

Y yo tocar mi instrumento.

PASCUAL:

Bato, si le has de tocar,
la flauta es divino acento,
  que esos instrumentos son
mejores para ciudades;
hazme con la flauta el son.

BATO:

La verdad, me persuades,
mas falta en esta ocasión.

PASCUAL:

  No falta, que yo la tengo
en el zurrón.

BATO:

Muestra a ver.

PASCUAL:

Toma, que ya me prevengo.

BATO:

¿Qué son me mandas hacer?

PASCUAL:

Famosamente me vengo.
  Toca el Villano.
{{Pt|BATO:|
Ya va.
(Sopla la flauta y sale cisco molido, que le pone toda la cara negra.)

LAURENCIO:

Ya sueno las castañuelas.

BATO:

¡Ay!

LAURENCIO:

¿Qué es eso?

PASCUAL:

¡Bueno está!

BATO:

Hasta en flautas hay cautela:
no puede soplarse ya.

LAURENCIO:

  Quedo, ¿qué extrañas canciones
van cantando aquellas aves?

PASCUAL:

¿Son águilas o pavones?

BATO:

Notables voces.

PASCUAL:

Suaves;
y por extrañas regiones
  que son sirenas recelo,
si como las cubre el mar
tiene sirenas el cielo

LAURENCIO:

Sirena se ha de llamar
la que serena su velo;
  todo el suelo reverdece.

BATO:

Todo se alegra y florece,
las avejuelas se gozan,
los cabritillos retozan,
y a media noche amanece.

PASCUAL:

  Alfombras se vuelve el hielo
de florido terciopelo.
¡Qué visión tan peregrina!

BATO:

Cegóme su luz divina.

PASCUAL:

Echate, Bato, en el suelo.

(El ÁNGEL, en una nube o tramoya, en alto, y una VOZ sola cante:)

[VOZ]:

  Pues que ya cesó la guerra
y Dios Hombre nace al hielo,
cantemos la gloria al cielo,
la paz al hombre en la tierra.

ÁNGEL:

  Pastores de estas montañas,
buenas nuevas, alegrías;
dejad a las voces mías
vuestras humildes cabañas.
  Cierto mensajero he sido,
pastores; Cristo ha nacido;
id a buscarle a Belén,
donde hallaréis todo el bien
a un pesebre reducido.
  Id a ver su Madre bella
y a todo el cielo, adorando
al Sol que nace temblando
en los brazos de una Estrella.

BATO:

  Levanta, Pascual, de ahí;
¿qué haces durmiendo?

PASCUAL:

¡Ay, cielo!
¿Qué voces ha dado el Sol?

LAURENCIO:

¿Era el Sol?

PASCUAL:

Que era el Sol pienso,
porque hablaba por sus rayos
o por la esfera del fuego,
coronado de más oro
y con más rubios cabellos.

BATO:

A la fe que no era el Sol,
ni en cuantos libros hebreos,
asirios ni babilonios
hoy tiene el mundo compuestos,
se hallará que hablase el Sol.

PASCUAL:

Que se detuvo es muy cierto
cuando venció Josué.

BATO:

Mas ¿qué pudo ser? Que tengo
el alma toda turbada
y confuso el pensamiento.

PASCUAL:

Un ave me pareció,
que con soberano vuelo
vencían sus plumas de oro
del pavón los ojos bellos.

BATO:

¿Las aves hablan?

PASCUAL:

¿Pues no?

BATO:

¿Y quién las enseña?

PASCUAL:

El cielo,
porque dan, cantando el alba,
gracias a su Autor eterno.

BATO:

Yo lo he pensado mejor,
y sin duda aquel mancebo
era de las bellas aves
que contaban mis abuelos,
que en el soberano trono
de zafir, de electro y fuego,
al gran Dios de las batallas
cantan con divino acento:
«¡Santo! ¡Santo!», y les responden
las Virtudes de los cielos.
Concuerda con sus palabras
el hábito, que era un velo
blanco, bordado de estrellas,
y el rubio cabello suelto.
Por la túnica Farís
los blancos pies descubiertos,
los contornos de diamantes,
con mil lazadas en ellos.

BATO:

Las Sibilas y Profetas
lo que él dijo prometieron
en tantos si, los, que el mundo
está pidiendo remedio.
Si dicen que ha de nacer
Dios-hombre, sin duda creo
que hoy cumple Dios su palabra,
más firme que el firmamento.
Dióla a Abraham, a Jacob,
y a David, en cuyo reino
prometió la sucesión
de aquel esperado centro.
Si al Justo llueven las nubes
y al blando rocío el cielo;
si en Belén, casa de pan,
ha nacido el trigo nuevo;
si no lla de ser la menor;
si de ellas sale el imperio
de aquel Capitán famoso
que ha de gobernar su pueblo;
si ha llegado ya la edad
en que el demonio soberbio
pierda el imperio del mundo
y esté el pecado sujeto,
si la muerte ha de vencer
este Capitán muriendo;
si ha de reparar la vida
quedando en él campo muerto,
¿en qué os detenéis pastores?
¿Por qué no vamos, qué hacemos,
a ver a Dios en la tierra?

PASCUAL:

Bien dice Bato, Laurencio;
sin duda es Dios este Infante,
este Sol temblando al hielo.

LAURENCIO:

En lo cierto estáis los dos:
Dios nació, sin duda es cierto.
Vamos a verle, pastores,
y mil presentes llevemos,
coronando el portal pobre
de laureles y de acebos.
¿Qué llevarás tú, Pascual?

PASCUAL:

Leche y miel, porque sabemos
que ha de reprobar lo malo
y que ha de elegir lo bueno.

BATO:

Yo un cordero.

PASCUAL:

Bien harás.
pues ya el león es cordero.
¿Tú, Laurencio?

LAURENCIO:

El corazón,
porque es lo mejor que tengo,
y es en las aras de Dios
el más oloroso incienso.