El monstruo de los jardines/Acto II

Acto I
El monstruo de los jardines
de Pedro Calderón de la Barca
Acto II

Acto II

Vuelve a abrirse el peñasco y vese en él a AQUILES y TETIS luchando, y con los primeros versos salen al tablado y el peñasco se cierra.
AQUILES:

¿Esta es piedad?

TETIS:

Sí.

AQUILES:

Pues no
quiero admitirla.

TETIS:

¿Qué intentas?

AQUILES:

Arrojarme despechado,
desde esa más alta peña
al mar, a donde mi vida,
desesperada y resuelta,
de un sepulcro a otro sepulcro
pase de una vez, y tengan
fin tantas ansias.

TETIS:

Advierte.

AQUILES:

Es en vano.

TETIS:

Considera.

AQUILES:

No es posible.

TETIS:

Mira.

AQUILES:

¿Qué hay que mire?,
¿qué hay que advierta?,
¿qué hay que considere, cuando
sujeto a tirana fuerza,
segunda vez solicitas
reducirme a más estrecha
prisión que la que echó a mal
los años de mi edad tierna?
Cuando pensé que el abrirse
en duras bocas la tierra,
amparándome de tantos
como me sitiaron, fuera
para mi seguridad,
¿vuelve a ser para mi afrenta?
Pues no, no ha de ser, que ya
es tarde para obediencias.

AQUILES:

Antes que viera del sol
las luces, antes que viera
de los cielos la armonía,
de los montes la soberbia,
de las flores la hermosura,
de las aves la belleza,
y la inquietud de los mares,
ya toleraba mi estrella
en la fe de la ignorancia
el voto de la apaciencia.
Pero después que los vi,
y vi que juraba reina
de la hermosura a Deidamia
toda la naturaleza:
¿cómo quieres que otra vez
sin ellos viva, y sin ella,
y me consuele de hallarla,
tan solo para perderla?

AQUILES:

Y así, piadosa, cruel,
que me amparas y me fuerzas,
que me crías y me afliges,
me halagas y me atormentas,
perdóneme tu respeto,
que aunque obedecerte quiera,
mi voluntad, mi pasión,
no quiere que te obedezca.
Yo he de seguir de Deidamia
la luz, aunque la defiendan
los hados, o ha de quitarme
la vida, porque no tenga
a pesar de mi valor
aqueste triunfo su ausencia.

TETIS:

¡Ay, Aquiles, si supieses
cuán piadosamente atenta
esta que llamas crueldad,
tu vida ampara, y reserva
de opuesto influjo!

AQUILES:

¿Qué influjo
habrá tan crüel, que pueda
más que quitarme la vida?
Pues si tú me quitas esta,
¿qué me das? Y así, perdona,
digo otra vez, y pues fiera
constelación una vida
destina a dos muertes, deja
que la pierda a gusto mío,
si es preciso el que la pierda.
Vuelve, pues, bella Deidamia,
y cuantos te siguen vuelvan
a lograr en mí las iras,
con que mi muerte desean.
¡Aquiles os llama!, ¡Aquiles!

TETIS:

Suspende la voz y piensa.

AQUILES:

Ya te he dicho que es en vano,
si ya no es que me convenza
superior razón; y así,
mientras la causa no sepa
que te obliga a que me ocultes
quién eres, y soy, y mientras
no volviere a ver el cielo
de aquella deidad, aquella
sin quien ya será imposible,
que alivio mis ansias tengan,
no ha de volver a domarme
el yugo de tu obediencia.

TETIS:

¿Tanto una beldad te arrastra?

AQUILES:

Tanto que seguirla es fuerza.

TETIS:

¿No hay olvido?

AQUILES:

No sé dél.

TETIS:

¿No hay cordura?

AQUILES:

No sé della.

TETIS:

¿No hay albedrío?

AQUILES:

No es mío.

TETIS:

¿No hay libertad?

AQUILES:

Es ajena.

TETIS:

¿No hay remedio?

AQUILES:

No hay remedio.

TETIS:

¿No hay prudencia?

AQUILES:

No hay prudencia;
morir o ver a Deydamia.

TETIS:

Pues ya que a su extremo llega
tu pasión, llegue a su extremo
la mía también, y sea
un asombro de otro asombro.

AQUILES:

¡Reparo infeliz!

TETIS:

¿Qué intentas?,
¿que sepas tú tu peligro,
y yo poner medio sepa
con que tú a Deidamia asistas,
y yo seguro te tenga?

AQUILES:

Pues, ¿qué aguardas?

TETIS:

Temo que
no verisímil parezca.

AQUILES:

Al amor todo le es fácil.

TETIS:

¿Si es terrible?

AQUILES:

No le temas.

TETIS:

¿Si es temerario?

AQUILES:

¿Qué obsta?

TETIS:

¿Si es extraño?

AQUILES:

Que lo sea

TETIS:

¿Y si acaso...

AQUILES:

Di.

TETIS:

...peligra
en términos de dolencia?

AQUILES:

¿Qué importara, si es mi vida
fábula, que lo parezca?
¿De qué manera si, pues,
ha de ser?

TETIS:

Desta manera.
Yo soy, prodigioso Aquiles,
ya que declararme es fuerza,
Tetis, hija de Neptuno,
primer deidad de su esfera.
Algunas tardes, que el mayo
en su hermosa primavera
conchas me ferió y corales
a claveles y azucenas,
con otras ninfas del mar
discurría la ribera
deste monte, coronada
de aljófares y de perlas.

TETIS:

Peleo, príncipe altivo
de la isla, tras las fieras
la campaña discurría,
cuando viendo mi belleza
(para desdichas, no es
vanidad que la encarezca)
solicitó mis favores,
y advirtiendo cuánto era
imposible a su deseo
ingrata mi resistencia,
dispuso... Pero permite
que aquí, turbada la lengua,
la retórica dispense
con el semblante, pues ella
menos dirá con la voz
que él dice con la vergüenza.

TETIS:

Basta pues, ¡ay infelice!,
que embrión de una violencia
fuiste, porque no te quejes
de mí, sino de tu estrella,
pues eres tan desdichado,
que cuando todos se precian
que nacieron de un amor,
naciste tú de una fuerza.
Yo ofendida, yo quejosa,
porque nunca se supiera
que tuvo logro su injuria,
ni que dio fruto mi afrenta,
a él le di muerte y la isla
quemé, no dejando en ella
racional testigo en quien
no sepultase mi ofensa
sin reservar, no mi ira,
sino superior clemencia,
más que ese templo, que Marte
sobre sus cumbres conserva.

TETIS:

Entre este horror, este asombro,
este pasmo, esta inclemencia,
lidiando mi pecho al verte
el rencor con la terneza
y que culpas de malicia
iba a pagar la inocencia,
te crié con el secreto
que, encomendado a las peñas,
creciste a merced de solas
silvestres frutas y yerbas.
Viendo, pues, tu prodigioso
nacimiento, quise atenta
al discurso de tu vida
leerle en las doradas letras
de ese volumen, usando
de la no adquirida ciencia,
sino heredada, bien como
deidad de mares y selvas.

TETIS:

Y hallé que al tercero lustro
te amenaza la más fiera
lid, la más dura batalla,
la campaña más sangrienta
de cuantos en sus teatros
la fortuna representa.
Conque al ver por una parte
que a mi decoro es decencia
tenerte oculto, y por otra
que a tu vida es conveniencia,
quise, añadiendo razón
a razón y fuerza a fuerza,
que no salieses al mundo
hasta que mi diligencia,
haciendo que el fatal crisis
de la amenaza trascienda,
quebrase al hado los ojos.
Mas, ¡ay de mí!, ¡cuánto yerra
quien al poder de los dioses
previene hacer resistencia!

TETIS:

Marte lo diga, pues viendo
que al ceño de sus violencias
contigo el horror anima,
contigo el estrago alienta,
en su oráculo ha mandado
que en los centros de estas quiebras
te busquen, porque tú solo
importas en esta guerra,
tanto que sin ti no puede
acabarla toda Grecia.
Y dígalo Venus, pues
siendo en el robo de Elena
cómplice, como soborno
que fue de la competencia
de Paris, con los estruendos
de agua, fuego, viento y tierra,
el oráculo impidió,
dejando en su nombre y señas
declarada la noticia
y dudosa la certeza.

TETIS:

Y siendo así que tu hado
y su oráculo convengan
a tiempo que tú vencido
te ves de pasión tan ciega
que el retirarte a que vivas
es retirarte a que mueras,
¿qué mucho que yo al delirio
de una imaginada idea
procure hacer tiempo que hado,
amor y oráculo venzas?
Astrea, de Deydamia prima,
a quien en su infancia tierna
llevó al gobierno de Acaya
su padre, muriendo en ella,
llamada fue de Deydamia,
a que en sus palacios tenga
las dignidades de dama
con los honores de deuda.
Embarcose pues, y al fiero
temporal de una tormenta
dio al través, siendo la nave
su tumba, la quilla vuelta.

TETIS:

Con que yo agora, valida
de la blanda primavera
de tu edad, apadrinada
de tu divina belleza,
en fe de que nadie puede
en Egnido conocerla,
puesto que de infante a joven
dan las facciones mil vueltas,
solicito, como dije,
que el mundo en tu historia vea
la más extraña que el tiempo
repite en plumas y lenguas;
pues como tú, Aquiles, tomes
el traje y nombre de Astrea,
y yo bajel y familia
y demás faustos prevenga,
no dudo que, como el reo
que delincuente se alberga
a la sombra del cadahalso
donde nadie le sospecha,
te ampares tú en tu peligro
de ti, maginando señas
de que allí puedan buscarte
ni el amor que te atormenta,
ni el hado que te amenaza,
ni oráculo que te arriesga,
en cuyo disfraz tú agora
discurre, imagina y piensa
cuál viene a estarte mejor:
que de ti tu influjo sepan
o estar sirviendo a tu dama.

TETIS:

Y cuando no te convenzan
tres razones tan precisas,
pensar será la más cuerda,
que esto no ha de durar más
que solo hasta que trascienda
el punto que te amenaza,
que ya se divisa cerca:
y una vez pasado, yo
seré, Aquiles, la primera
que de la rascada brida
el tiento te dé en la rienda,
la noticia en el estribo,
y en él borren la firmeza;
que el blando acero te ciña,
el limpio arnés te prevenga,
el duro yelmo te enlace,
el fuerte escudo te ofrezca,
para que glorioso vivas.

TETIS:

Mas deja hasta entonces, deja,
que averigüemos al cielo
si tiene el ingenio fuerzas,
contra el poder de sus hados
y influjo de sus estrellas.

AQUILES:

Si a cada razón de cuantas
me ha dicho tu voz, hubiera
de responderte, confuso
me hallara entre las respuestas.
Y así por no confundirlas,
o no embarazarme en ellas,
todas las dejo, pues todas
en una sola se abrevian.
Si a vivir voy con Deydamia,
si a adorar voy su belleza,
nombre, ser, honor y fama,
¿qué se pierde en que se pierda?
No me dilates la dicha
que me ofreces; considera
que persuadido un deseo
a siglos las horas cuenta.

TETIS:

Pues ya que lo estás, escucha:
¡ha del mar!

(Salen cuatro NINFAS.)
MÚSICA:

(Dentro.)
¡Ha de la tierra!

TETIS:

Hermosas ninfas de Tetis.

UNO:

¿Qué mandas?

DOS:

¿Qué quieres?

TRES:

¿Qué dices?

CUATRO:

¿Qué ordenas?

TODAS:

Pues sabes que estamos
siempre a tu obediencia.

TETIS:

Que con los más sumptuosos
adornos, joyas y telas,
que en los archivos del mar
la hidrópica sed encierra,
a aqueste bruto diamante
pulir tratéis de manera,
que el que fue asombro de horror,
pase a serlo de belleza,
cuando mujeriles pompas,
tanto su forma desmientan,
que sea monstruo en los jardines
el que fue monstruo en las selvas.

LAS CUATRO:

Norabuena sea,
sea norabuena,
[trocando su forma]
de horror en belleza,
monstruo en los jardines,
quien lo fue en las selvas:
sea norabuena.

UNO:

Ven donde tus ninfas...

DOS:

...a tu gusto atentas...

TRES:

...su hermosura labren...

CUATRO:

...pulan su belleza.

UNO:

De suerte que como...

DOS:

...has dicho tú mesma...

TRES:

...tanto su semblante...

CUATRO:

...disfrace que sea...

TODAS:

(Cantan.)
Trocando su forma
de horror en belleza,
monstruo en los jardines
quien lo fue en las selvas.

TETIS:

Ven a la orilla del mar,
donde ya, Aquiles, te espera
el fantástico bajel,
en que de todas sus señas
informado te acompaña.

AQUILES:

Cielo, sol, luna y estrellas;
montes, mares, troncos, flores;
brutos, aves, peces, fieras:
ya que es fuerza que mi vida
fábula al mundo parezca,
dadme ingenio con que supla
mi ignorancia, cuando sea
monstruo en los jardines
quïen lo füe en las selvas.

TODAS:

Norabuena sea,
sea norabuena.
Veamos si sus hados
vence, cuando sea
monstruo en los jardines
[quien lo fue en las selvas.]

(Vanse cantando y representando, y sale ULISES como oyendo las voces.)
ULISES:

«Veamos si sus hados
vence, cuando sea
monstruo en los jardines,
quien lo fue en las selvas».
¿Qué nuevo oráculo, cielos,
es este que al aire suena,
en que parece que Marte
se obliga de la fineza
con que me quede en el monte,
cuando dél todos se ausentan?
Por si averiguar pudiese
el alma de su respuesta
intentando declararla,
pues para su inteligencia
que allí impidió el terremoto,
dice aquí en voces diversas.

ÉL y MÚSICOS:

(Dentro.)
A ver si sus hados
vence, cuando sea
monstruo en los jardines,
quien lo fue en las selvas.

ULISES:

Tropa de marinas ninfas
es la que hacia la ribera
alegremente festiva
llevando el monstruo se acerca.
Tras ellas iré, aunque en vano
será, pues en hombros dellas
ya al mar se introduce, donde
hermoso bajel le espera,
a cuyo borde llegando,
vuelven a decir contentas,
como que a Marte en baldón
dicen de su competencia.

ÉL y MÚSICOS:

Veamos si sus hados
vence, cuando sea
monstruo en los jardines,
quien lo fue en las selvas.

ULISES:

Ya dentro del buque al mar,
en las náuticas faenas
del marinaje, las voces
dicen en música envueltas.

MÚSICOS:

¡A leva, a leva!
El ancla desmarra,
despliega las velas,
y gozando el viento,
que sopla de tierra,
¡a leva, a leva!
Veamos si sus hados
[vence, cuando sea
monstruo en los jardines
quien lo fue en las selvas.]
¡A leva, a leva!
El ancla desmarra,
y descoge la vela.

ULISES:

Ya engolfado en alta mar,
tan favorable navega,
que siendo delfín que nada,
parece neblí que vuela;
pero no me desconfïe
a pensar, que las cautelas
de Ulises... Pero, ¿qué digo,
si es tan imposible haberlas,
cuanto lo es el contrastar
alguna deidad suprema,
que al resguardo de sus riesgos
de aquí diciendo le ausenta?

ÉL y MÚSICOS:

¡A leva, a leva!
Veamos si sus hados
vence, cuando sea
monstruo en los jardines,
quien lo fue en las selvas.

(Sale LIDORO leyendo una carta y DANTEO descubierto y LIBIO.)
DANTEO:

¿Qué escribe el Rey mi señor?

LIDORO:

Que habiendo la voz corrido
de haberse el bajel perdido,
ya de mi muerte el rigor
tuvo por cierto; mas luego
que a la voz siguió el aviso,
ponerse en camino quiso
para Egnido: tanto llego
a deber a su fineza.
Y al fin, que presto vendrán
prevenciones que podrán
desempeñar la tristeza
con que hoy vivo disfrazado
a vista de tanto bien.

DANTEO:

Aunque disculpas me den
tus razones, lo has errado
en callar desde aquel día;
pues, ¿que importaría llegar
derrotado tú del mar?

LIBIO:

Muchísimo importaría;
lleno a su novia envió
de joyas y de cadenas
su retrato uno, y apenas
la dicha novia le vio,
cuando con dos mil placeres
dio el sí. Él, muy amante y fino,
se puso luego en camino.
Ciertos hombres y mujeres,
de los que alzando figura,
dicen, sin saber de estrellas,
la buena ventura ellas,
y ellos la mala ventura,
dieron con él, y tomaron,
a la vista del lugar
a donde se iba a casar,
cuanto en su poder hallaron.

LIBIO:

Él, bien o mal, como pudo,
hasta su novia llegó;
ella así como le vio
descadenado y desnudo,
dijo: «Este no se parece
al retrato que yo amé,
ni he de casarme, porque
quien no parece, perece».

DANTEO:

Extraña frialdad.

LIDORO:

Espera,
que bajando a los jardines,
donde rosas y jazmines
aguardan su primavera,
Deydamia, hermosa, ha salido
de su cuarto.

DANTEO:

Llegaré
a hablarla al paso, porque
puedas, señor, divertido
en su hermosura, lograr
la breve ocasión que ofrece
el sitio.

LIDORO:

Y si te parece,
en mí la puedes hablar
para ver si su semblante,
iris del cielo de amor,
corre algún rasgo en favor
de mi fortuna inconstante.

DANTEO:

Ya llega cerca; y así
es bien, el papel trocado,
hagas el de mi criado.

(Salen DEYDAMIA y SIRENE, cúbrase DANTEO y descúbrese LIDORO.)
DEYDAMIA:

¿Quién, Sirene, estaba aquí?

SIRENE:

Al embajador vi agora
de tu esposo.

DEYDAMIA:

¡Qué rigor!
¿Qué hay de nuevo, embajador?

DANTEO:

Mucho que temer, señora,
y que dudar.

DEYDAMIA:

¿De qué modo?

DANTEO:

Carta del Rey he tenido,
en que me avisa que ha sido
tan amante y fino enredo
cuanto a su afecto ha tocado
Lidoro, el príncipe mío,
que obediente a su albedrío,
así como efectüado
vio el concierto, se embarcó,
porque no quiso que fuera
otro quien por vós viniera.

LIDORO:

¿Alégrase de oíllo?

LIBIO:

No.

DANTEO:

Y haber llegado sin él
el aviso, me he tenido
triste, y más habiendo oído
la pérdida de un bajel,
según me contaba aquí
este extranjero, que igual
corrió el mismo temporal.

LIDORO:

¿Y agora alégrase?

LIBIO:

Sí.

LIDORO:

Mientes, que primero fue
cuando el semblante alegró,
y agora le entristece.

LIBIO:

Yo
poco de semblantes sé,
pero ni uno ni otro vi.

DEYDAMIA:

Mucho siento, embajador,
que tenga vuestro temor
tanta razón contra sí.

LIDORO:

¿Ves si lo siente?

LIBIO:

Muy bien.

DEYDAMIA:

Decid a ese forastero
que llegue a hablarme, que quiero
informarme yo también
de las noticias que tiene.

DANTEO:

Mirad, que llama Su Alteza.

LIDORO:

Si esa divina belleza
tantos favores previene
al que llega perseguido
de la fortuna y del hado,
ya fuera más desdichado,
si menos lo hubiera sido.

DEYDAMIA:

¿No fuisteis vós el primero
que a socorrerme llegó
cuando mi temor creyó
ser Aquiles monstruo fiero?

LIDORO:

Yo fui el primero, señora,
que presumió que pudiera
ser tan felice que diera
por vós la vida que agora
rinde humilde a vuestros pies.

DEYDAMIA:

Confieso que agradecida
os quedé, y compadecida
de vuestras penas, después
que supe que derrotado
habías salido del mar;
y para desempeñar
la deuda en que os he quedado
en algún cargo, poned
los ojos, que desde agora
ser ofrezco intercesora
(Yéndose.)
en que se os haga merced.

LIDORO:

La tierra que pisáis beso;
si la tierra que pisáis
besar merezco, y pues dais
con tal liberal exceso
ocasión a mis enojos
de alentarse, yo os diré
una pretensión en que
tengo ya puestos los ojos.

DEYDAMIA:

(Vuelve.)
Decid.

LIDORO:

No ha de ser agora

DEYDAMIA:

¿Por qué?

LIDORO:

Porque no me atrevo.

DEYDAMIA:

¿Cómo?

LIDORO:

Como agora debo
pensarlo mejor, señora.

DEYDAMIA:

¿Pues no me decís, que ya
pensada la tenéis?

LIDORO:

Sí;
pero habiendo vós por mí
de empeñaros, claro está
que el atreverme es forzoso
a más, que muy otro ha sido,
pensar como desvalido,
que pedir como dichoso.

DEYDAMIA:

Pues volvedme a verme aquí,
en habiéndolo mirado.

LIDORO:

¿Cómo habiéndome llamado,
para informaros de mí,
cuando mi naufragio fue,
tan poco cuidado os da,
saber si cierto será
el de Lidoro?

DEYDAMIA:

No sé;
(Al paño.)
porque, o es verdad, o no;
si no es verdad, necedad
es sentirlo, y si es verdad,
¿qué culpa le tengo yo?
Y pasando a otro temor,
que más que aquesto lo ha sido
sepa si el bajel perdido
de Acaya era, que el rigor
que más me aflige, es pensar
si en él Astrea venía.

LIDORO:

No, señora, que él traía
contrario rumbo de mar,
y el bajel era de Egnido,
y Lidoro venía en él.

DEYDAMIA:

Como quiera que el bajel
el de Astrea no haya sido,
por esa segunda nueva,
en segunda obligación
valdré vuestra pretensión.

LIDORO:

Con tal favor, que me atreva
a más que pensé, será
dicha, no jactancia.

DEYDAMIA:

Pues
dadme el memorial después.
(Vase.)

LIDORO:

¿Quién darme a un tiempo creerá
muerte y vida? Poco gusto
muestra de mi casamiento
Deydamia.

DANTEO:

Ese sentimiento,
recelo es de amor injusto,
que claro es que su recato
no había de hacer exceso
alguno.

LIBIO:

Tampoco es eso.

LIDORO:

¿Pues qué?

LIBIO:

Vuélvome al retrato.
Venimos descadenados;
y así somos recibidos,
como hombres mal parecidos;
deja que lleguen crïados,
vestidos, joyas, dineros,
caballos, coches, libreas,
y que cercado te veas
de pajes y de escuderos;
deja que haya hoy un festín,
que haya mañana un torneo,
esotro justa y paseo,
máscara esotro; y en fin
verás entonces, señor,
cómo con grandeza igual,
si ahora has parecido mal,
pareces mucho peor.

DANTEO:

Y en fin, ¿qué piensas hacer?

LIDORO:

Escribir, Danteo, con tal
atención el memorial,
que sin llegar a saber
quién soy, la ponga en cuidado
de querer saber quién soy,
para cuyo intento hoy...

DANTEO:

Calla, que el Rey ha llegado.

(Sale EL REY y gente.)
EL REY:

Ya que quedaste en el monte,
dime si algún rastro o seña
volviste a hallar.

ULISES:

Peña a peña
corrí todo su horizonte;
ni indicio, ni rastro hallé.
(Aparte.)
El oráculo que oí
reservaré para mí,
y en tanto que más no sé,
mira qué quieres que diga
a los príncipes de Grecia.

EL REY:

Cuánto mi amistad aprecia
entrar en la heroica liga
que contra Troya se trata;
pero que en aquesta parte,
el oráculo de Marte
mis prevenciones dilata.
Porque mientras yo no veo,
que Aquiles a Troya va,
a quien todos vimos ya,
sin que sepamos cuál sea
la deidad que nos oculta,
yo no me atreveré a hacer
lid, en que se va a perder;
pues Marte lo dificulta.

ULISES:

De esta suerte lo diré:
de tu parte y de la mía,
protesto desde este día
a Grecia mi patria, en fe
del hijo de más valor,
y según dicen más sabio,
en venganza de su agravio,
y en demanda de su honor,
no perdonar diligencia
que mis engaños sutiles
no hagan en busca de Aquiles,
a traerle a tu presencia,
si sé en varios horizontes
abrí, sufriendo pesares,
las entrañas de los mares,
y los senos de los montes.
Deidad que le guardas, si
para otros ocultos fines,
ya es monstro de los jardines,
¿dónde está Aquiles?

(Sale un CRIADO.)
CRIADO:

Aquí,
esperad

EL REY:

¿Qué es eso?

CRIADO:

Astrea,
que ahora acaba de llegar,
licencia pide de entrar.

ULISES:

¿Otro proverbio? Aunque sea
acaso, pues dijo «aquí»,
aquí le empiece a buscar.

EL REY:

¿Qué espera para llegar
mi sobrina? Celio, di
tú a Deidamia, que a la bella
Astrea salga a recibir,
que aunque la viene a servir,
hay tanta nobleza en ella,
que es justo honralla.

LIBIO:

Esta esfera
hoy nuevo cielo será.

LIDORO:

Calla, porque llegan ya.

LIBIO:

Yo callara si pudiera.

(Tocan chirimías; sale AQUILES de dama y TETIS con acompañamiento por una parte, y por otra DEYDAMIA y las damas.)
AQUILES:

Apenas vi del palacio
la inmensa fábrica augusta,
cuando todos mis sentidos
se desvanecen y turban.

TETIS:

Pues vuelve en ti, y con prudencia
te cobra y te disimula.

AQUILES:

Vuestra Majestad, señor...
yo... si... cuando... los pies nunca
merecí.

EL REY:

Esta turbación,
más os abona y disculpa,
que pidiera la más docta
retórica, y más aguda;
besad la mano a Deidamia.

AQUILES:

Hermosa Deidamia, en cuya
competencia de los cielos
es sombra la luz más pura,
dadme a besar vuestra mano,
y perdonadme, que muda
tanta dicha no encarezca,
que aunque mi rudeza estudia
muchas cosas que deciros,
no se me acordó ninguna,
desde que os vi, y esta sola
siempre en mi memoria dura,
porque tocar vuestra mano
mal puede olvidarse nunca.

DEYDAMIA:

En toda mi vida vi
más peregrina hermosura,
alzad Astrea del suelo,
y creed que tengo a ventura
que a ser vengáis, no mi dama,
sino mi amiga; que hay muchas
razones para estimar
(mis brazos os lo aseguran)
las prendas de vuestra sangre.

AQUILES:

¡Oh, qué bien dicen, fortuna,
que no se consigue mucho,
si mucho no se aventura!
A los brazos de Deidamia
llegué; si es que alguno culpa
el disfraz, ame y verá
cuántos él discurre y busca.
Hoy de su mina arrancada
llega, tosca piedra inculta,
un alma a que los crisoles
del ingenio y la cordura,
con ejemplares la labren
y sin castigos la pulan.

SIRENE:

Todas de vós, bella Astrea,
aprenderemos sin duda,
en vuestra beldad liciones
del ingenio que os ilustra.

EL REY:

Ya, Ulises, que la ocasión
de que esta obligación cumpla,
cortó la plática nuestra,
a ella volvamos: no una
vez sola, pero mil veces
doy a las deidades sumas,
palabra de que en el día
que el cielo a Aquiles descubra
daré contra Troya a Grecia
todo mi favor y ayuda.

AQUILES:

¡Válgame Dios! ¿Tanto importa
que el cielo mis hados cumpla?

ULISES:

Y yo vuelvo una y mil veces
a dar palabra a las sumas
deidades también, de andar
el orbe todo en su busca,
hasta que el valor le encuentre
o el ingenio le descubra.

(Sale DANTEO.)
DANTEO:

Cerca está de aquí, señor.

ULISES:

¿Adónde...

AQUILES:

¡Qué desventura!

ULISES:

...Aquiles está?

DANTEO:

Yo digo
un bajel, que haciendo puntas,
veloz neblí de las ondas,
el nido del puerto busca.

ULISES:

¿Otro proverbio? No acaso
el cielo mi intento ayuda.

DANTEO:

Y vengo a pedir albricias,
porque en él viene sin duda
Lidoro, según sus cartas
me dicen, y lo aseguran
el rumbo y seña que trae,
si bien las hace confusas
la distancia.

EL REY:

Si es Lidoro
el que nuestros mares surca,
seguras albricias tienes.

DEYDAMIA:

Las mías son más seguras,
que como lágrimas son,
están más promptas.

LIDORO:

Fortuna,
cuando el Rey se alegra, ¿ella
se entristece y se disgusta?

DANTEO:

Si ese bajel es de Epiro,
verás cuán presto se muda
la tristeza en alegría.

LIDORO:

Ya tarde la espero, o nunca,
pero porque no se queje
de mí mi omisión, la industria
de hablarla en mi pretensión,
su afecto haré que descubra.

(Vanse LIDORO, DANTEO y LIBIO.)
EL REY:

Vamos al muelle, que quiero
desde su elevada punta,
ver ese nevado cisne
nadar sobre las espumas.
Adiós Deidamia.

(Vase EL REY y CRIADOS.)
DEYDAMIA:

Los cielos
te guarden: decid que acuda
la música a los jardines.
Ven Astrea.

TETIS:

Antes escucha.

(Vase DEIDAMIA y damas.)

¿Ya has oído los desvelos
con que tu persona buscan?<poem>

AQUILES:

Eso díselo a mi amor;
que no es posible que sufra
silencio el fuego sin que
ahúme, ya que no luzca.

ULISES:

Cielos, si a vuestras estrellas
persuadisteis a que influyan
en mi favor los afectos
que caudillo me intitulan
de toda Grecia, ¿por qué
después que el nombre me ilustra,
me andáis regateando el medio
y escaseando la ventura?
Sin Aquiles esta guerra
no tendrá, según pronuncia
el oráculo de Marte
favorable la fortuna.
Pues, ¿cómo a dar la noticia
basta su deidad augusta,
y a descubrirle no basta?

ULISES:

Mas, ¡ay de mí!, que sin duda,
opuesto poder le ampara;
bien lo muestra y asegura
hacer cuando deja verse
que por los vientos nos huya.
Pues yo no me he de rendir
a dificultad ninguna,
que si hay un dios que le guarda
otros hay que le descubran.
Y si por humanos medios
esto puede ser, mi industria
dará trazas con que a efecto
llegue, y esta ha de ser una.
Muchos días ha que noto
que en la milicia no supla
la humana voz otra voz
superior a todas, cuya
orden gobierne las tropas,
ya divididas, ya juntas;
un horroroso sonido,
que ánimo y valor infunda
en los pechos de los hombres,
de suerte que su confusa
armonía, con variarle
de las cláusulas algunas,
todo un ejército entero,
si una vez el son escucha,
entienda lo que le manda
porque lo ejecute y cumpla.

ULISES:

Con esta imaginación
han trazado mis astucias
dos instrumentos: el uno
de curadas pieles rudas,
y el otro de retorcidos
metales; ambos retumban
de suerte que, armoniosos,
en una y otra voz juntan
los apartados extremos
del horror y la dulzura.
Destos instrumentos dos,
que erizan y que espeluzan
al que los oye, he de usar
hoy de Aquiles en la busca.

ULISES:

Y siendo así que de monstruo
de las montañas le muda
a monstruo de los jardines,
¿quién nos le guarda?, ¿quién duda
(pues la voz sola entrar puede
en la estancia más oculta)
que con este horror su oído
hiera, la prisión no sufra?
Porque joven a quien Marte
para sus triunfos anuncia,
gran corazón le guarnece,
gran espíritu le ilustra;
y no es posible que quien
ya en los vaticinios triunfa
y en los oráculos vence,
oyendo este idioma, cumpla
con su mismo natural,
si arrebatado no busca
la horrible voz de la guerra,
que sus aplausos pronuncia.

ULISES:

Y cuando no se consiga
por tal medio tal ventura,
otros habrá, sin que dé
por vencidas mis industrias.
Pues antes... Mas, ¿qué instrumento
la voz de mis labios hurtan?
Músicos son de Deidamia,
y por detrás destas murtas
ella viene; embarazarla
no quiero. ¿Dónde, fortuna,
hallaré a Aquiles?

DEYDAMIA:

Conmigo
no venga ahora ninguna.

ULISES:

¿Otro a caso? Pues no quiero
creer que misterio no incluya

(Vanse y sale DEIDAMIA sola.)
DEYDAMIA:

Quedaos y decid que no
canten, porque me disgusta
aplicar injustos medios
contra tristezas tan justas.
¡Oh tú, soberbio bajel,
que hollando cristales vienes,
si de mi pena crüel,
el dueño en tu esfera tienes,
no tomes puerto cruel!
Mira que son contra mí
(pues para no amar nací)
todos cuantos bordos das.

(Sale AQUILES.)
AQUILES:

¿Dónde, pensamientos, vas?
Mas si está Deidamia aquí,
¿qué mucho que aquí vinieras
sin que la eleción hicieras,
pues siempre va el corazón
al riesgo sin elección?

DEYDAMIA:

Vuelve, vuelve al mar, no quieras
ser de un tirano tercero,
que al viento dos veces sigue.

AQUILES:

Sola está: volverme quiero,
no haya ocasión que me obligue
a decir del mal que muero.

DEYDAMIA:

No de la libertad mía
quieras... Mas, ¿quién, ¡ay de mí!,
mis sentimientos oía?

AQUILES:

Yo; llegué aquí, y como vi
que estás sola, me volvía
por no escuchar lo que hablabas.

DEYDAMIA:

Poco importara, ¡ay Astrea!,
ser tú la que me escucharas;
y para que tu amor crea
que tú no me embarazabas,
lo que me hubiera pesado
que alguien me hubiera escuchado,
te diré a ti, porque así
veas que fío de ti
la causa de mi cuidado;
tanto, si verdad confieso,
aunque parezca temprano,
te estimo.

AQUILES:

Tu mano beso,
aunque no tanto por eso,
como por besar tu mano.

DEYDAMIA:

Mi padre sin mi albedrío
con Lidoro me casó,
príncipe de Epiro.

AQUILES:

Impío rigor, ¿casada estás?

DEYDAMIA:

No.

AQUILES:

Vivamos corazón mío.

DEYDAMIA:

Hechos los conciertos sí.

AQUILES:

ues si aún no lo estás, ¿de qué
es tu pena?

DEYDAMIA:

Escucha.

AQUILES:

Di.

DEYDAMIA:

Tanto el sentimiento fue
de dar a quien nunca vi
mi padre mi voluntad,
que ofendida la crueldad
de mi altivo pensamiento,
se ha hecho aborrecimiento
lo que aún no fue voluntad.
Si mi padre me casara
con un hombre que yo viera,
y este con fineza rara
mis desaires padeciera,
y padeciendo, ganara
hoy el agrado, el afecto
mañana, esotro el favor
pudiera ser que discreto,
galante y fino su amor,
hiciera en mi amor efecto.
Pero querer que yo quiera
a quien no sé si sabrá
estimar mi mano, es fiera
esclavitud; ¿quién podrá
no sentirla?

AQUILES:

De manera,
que si supiera, señora,
que un amante que te adora,
padeciendo te servía:
¿menos te disgustaría
su deseo?

DEYDAMIA:

¿Quién lo ignora?
Porque el quererme a mí bien,
no es ofensa para mí.

AQUILES:

Vida los cielos te den.

DEYDAMIA:

Pues, ¿qué te va en eso a ti?

AQUILES:

Mucho mal y mucho bien.

DEYDAMIA:

¿Cómo?

AQUILES:

No sé.

DEYDAMIA:

Mi castigo
teme: declara, tú por qué
lo has dicho.

AQUILES:

A esto me obligo,
que si digo lo que sé,
no sabré lo que me digo.

DEYDAMIA:

Pues yo lo quiero saber.

AQUILES:

Y aun decirlo quiero yo.

DEYDAMIA:

Di, pues.

AQUILES:

(Aparte.)
Presto (¡oh, fácil ser!);
hábito de hablar me dio
el hábito de mujer.
Hermosísima Deidamia,
cuya perfección feliz,
premáticas pone al mayo,
y leyes le da al abril.
En la gran isla de Marte
te vio un joven preferir
en lo rojo del clavel
a lo blanco del jazmín.
Allí te vio, mas no pudo
declarar su amor allí,
porque entonces no sabía
más que sentir sin sentir.

AQUILES:

Tu ausencia y su sentimiento
le han obligado a venir
a tu corte disfrazado,
que como es guerra civil,
amor nunca se desdeña
de valerse del ardid.
Su sangre es ilustre, tanto,
que bien puede competir
con la más sagrada prole
de esa curia de zafir.
Su nombre, por no saberle,
no te lo puedo decir.
(Aparte.)
Solo esto he de reservar
del secreto para mí,
porque no la escandalice
de Aquiles el nombre oír.

AQUILES:

Pero ya que no le diga,
podré, fiándome de ti
en que no te has de enojar,
enseñarte, ¡ay infeliz!,
su persona alguna vez;
aunque en vano es prevenir
enseñarle yo, pues tú
le conoces como a mí.

DEYDAMIA:

Mucho el aviso te estimo,
y porque podrá servir
el conocerle, de que
no me haga acaso incurrir
la ignorancia en los descuidos,
ya de hablar, o ya de oír,
mira que te ruego, Astrea,
y aun te mando desde aquí,
que en la primera ocasión
que me lo puedas decir,
me digas quién es este hombre
o me quejaré de ti.

AQUILES:

Porque veas si deseo
obedecer y servir...
(Aparte.)
Amor a mucho te atreves.

DEYDAMIA:

¿En qué te suspendes, di?

AQUILES:

Desde aquí le puedes ver.

DEYDAMIA:

No veo a nadie desde aquí.

AQUILES:

Míralo bien, que sí ves.

DEYDAMIA:

Digo, que en todo el jardín
no estamos más que las dos
solas.

AQUILES:

¿Solas las dos?

DEYDAMIA:

Sí.

AQUILES:

Pues si tú dices que estamos
solas, y yo que está aquí
tu amante, bien fácil es
la enigma de descubrir.

DEYDAMIA:

¿Cómo?

AQUILES:

Como en las dos
está.

(Sale LIDORO.)
LIDORO:

Pues que permitís...

(Llega por entre las dos a dar el memorial.)
DEYDAMIA:

¿Qué es lo que miro?

AQUILES:

¡Ay de mí!

LIDORO:

Este memorial, señora,
os dirá quién soy.

DEYDAMIA:

Así
(Rómpele.)
despacho yo memoriales
de quien con trato tan vil
en mi corte, en mi palacio,
se atreve...

LIDORO:

¿Qué oigo?

DEYDAMIA:

...a asistir,
disfrazado y encubierto.

AQUILES:

Ella llegó a presumir,
que yo lo decía por él.

LIDORO:

De alguien conocido fui,
sin duda, y quién soy le han dicho.

DEYDAMIA:

Ni he menester.

LIDORO:

¡Ay de mí!

DEYDAMIA:

Saber quién sois, ya lo sé.

LIDORO:

Pues si lo sabéis, oíd.

(Cúbrese.)
AQUILES:

Miren qué grave se ha puesto.

DEYDAMIA:

Corazón, ¿esto sufrís?

LIDORO:

Derrotado de los mares
de Marte, a la isla salí,
donde vi vuestra hermosura.

DEYDAMIA:

¿Lo que tú me dices...?

AQUILES:

Sí,
basta que he venido a ser
tercero yo contra mí
pues me declaré por otro.

LIDORO:

Viéndome tan infeliz,
por no veros desairado,
persona y nombre encubrí;
y pues, ni el venir por vós
en persona, ni el fingir
mi nombre, es ofensa vuestra...

DEYDAMIA:

¿Cómo es esto de venir
por mí en persona?

LIDORO:

¿Vós misma
saber quién soy no decís?

DEYDAMIA:

Pues ya no quiero saberlo
después que lo sé, y así,
si habéis de decir quién sois,
a mi padre lo decid;
que mujeres como yo,
nunca acostumbran a oír
finezas tan desmandadas,
que hayan de llegar a mí,
sin que sepan el camino
por a dónde han de venir.

LIDORO:

Si yo...

DEYDAMIA:

No más.

LIDORO:

Pude...

DEYDAMIA:

Basta.

LIDORO:

Pensad...

DEYDAMIA:

Nada os he de oír;
idos pues.

LIDORO:

Si haré por daros
tiempo.

DEYDAMIA:

¿De qué?

LIDORO:

De advertir,
que es tan noble mi delito,
que solo erró contra sí,
no atreverse a parecer,
por no atreverse a lucir.

DEYDAMIA:

Tampoco Astrea me sigas
tú.

AQUILES:

Pues, ¿yo te ofendí?

DEYDAMIA:

Sí.

AQUILES:

En decir quién fuese.

DEYDAMIA:

No.

AQUILES:

Pues en qué.

DEYDAMIA:

En no lo decir.
¿Puede haber más traidor trato,
puede haber acción más vil,
que, tercera de su amor,
hablarme en que está por mí,
un amante disfrazado,
y recatar y encubrir
quién era?

AQUILES:

Eso no sabía.

DEYDAMIA:

Pues, ¿cómo pudiste, di,
saber que me vio en el monte,
que vino encubierto aquí,
y no quién era?

AQUILES:

No sé.

DEYDAMIA:

Eso es volverme a mentir
segunda vez.

AQUILES:

No me injuries;
que si enojada te vi
sin culpa, quizá con ella
la costa hecha a lo infeliz,
me atreveré a verte.

DEYDAMIA:

¿Cómo?

AQUILES:

Obligándome a decir
que no lo dije por él.

DEYDAMIA:

Pues, ¿por quién, fiera?

AQUILES:

Por mí.
Vuelva mi honor por quien es
tan cifra deste pensil,
tan enigma deste Alcázar,
quedando siempre tras ti,
le ves y no ves, le hablas
y no le hablas, le oyes y
no le oyes, porque delirio
de los hados, frenesí
de la fortuna y prodigio
del amor culto, en fin,
es deste jardín el monstruo.

(Vase.)
DEYDAMIA:

Tente, oye, espera, no así
me dejes viva, que yo
la he de matar, o inquirir
quién por mí puede ser, ¡cielos!,
el monstruo deste jardín.