El monstruo de los jardines/Acto III

El monstruo de los jardines
de Pedro Calderón de la Barca
Acto III

Acto III

Salen por una parte AQUILES vestido de galán y por otra DEYDAMIA.
AQUILES:

Pálido ceño de la noche fría,
que limitada sombra
desvanece y asombra
la luz del sol el rosicler del día,
siendo en abismo tanto,
todo horror, todo miedo y todo espanto.

DEYDAMIA:

Todo horror, todo miedo y todo espanto
es cuanto toco y piso,
pues apenas diviso
en las arrugas del nocturno manto,
atenta a mi querella,
ni una luz, ni un reflejo, ni una estrella.

AQUILES:

Ni una luz, ni un reflejo, ni una estrella
en el cielo parece,
o cuanto favorece
mi pretensión, y de Deidamia bella,
pues cuando en este traje vengo a hablalla,
falta el sol, la luna huye, el viento calla.

DEYDAMIA:

Falta el sol, la luna huye, el viento calla,
cuando firme y constante
vengo a ver un amante,
tan enigma de amor, que a descifrarla
no hay valor que se atreva,
tal mueve, tal admira, tal eleva.

AQUILES:

Tal mueve, tal admira, tal eleva
de mi vida el suceso,
que más Deidamia es esta, y aun por eso
su nueva siquis con fragancia nueva,
saluda en los verdores
de las hojas, las ramas y las flores.

DEYDAMIA:

De las hojas, las ramas y las flores
el vulgo ha respirado;
sin duda que ha llegado
el cuidado, que es dios de los amores.

AQUILES:

Mi dueño.

DEYDAMIA:

Gloria mía.

AQUILES:

Salió el sol.

DEYDAMIA:

Vino el alba.

LOS DOS:

Llegó el día.

DEYDAMIA:

Ya acusaban tu tardanza,
viendo que la noche viene,
y que tú te detenías,
árboles, hojas y fuentes.

AQUILES:

No te admire, no te espante,
hermosa deidad de nieve,
a quien vistieron jazmines
y coronaron claveles,
que tema el verte hoy

DEYDAMIA:

¿Por qué?

AQUILES:

Porque quien de celos muere,
no es mucho que el encontrarlos
dilate.

DEYDAMIA:

La alfombra verde
destos cuadros nos convida;
siéntate y di lo que sientes.
(Asiéntanse.)

AQUILES:

Con tal licencia, perdona
que desde el principio empiece.
Yo, bellísima Deidamia,
en aquel inculto albergue,
que fue mi primera cuna,
te vi un día.

DEYDAMIA:

No me acuerdes
dónde y cómo, puesto que
ya me lo has dicho otras veces.

AQUILES:

Tan sin mí quedé sin ti,
que para que no muriese
a manos de mis tristezas...

DEYDAMIA:

La hermosa deidad de Tetis,
que según me has dicho, es
la que te ampara y defiende,
buscó a tu vida reparos.

AQUILES:

Y porque amando viviese...

DEYDAMIA:

Del traje y nombre de Astrea,
a quien sepulcro de nieve
ella construyó en sus ondas,
saneó los inconvenientes
en tu edad y tu hermosura;
y puesto que sé quién eres,
y cómo estás aquí, ¡vamos
al pesar que hoy te entristece!

AQUILES:

¿Para qué si has de atajarme
a todo cuanto dijere?

DEYDAMIA:

Aquesto es aprovechar
el tiempo porque parece
inútil conversación
la de hablar siempre imprudentes
en lo que sabemos.

AQUILES:

Pues,
si los amantes no hubiesen
de hablar siempre en lo que saben,
¿qué tendrían que hablar siempre?
Ya disfrazado en tu casa
quiso mi estrella atreverse
de declararse contigo
y hablándote en mí...

DEYDAMIA:

Sucede,
que se declaró Lidoro,
por quien mi engaño lo entiende.

AQUILES:

Aquí quedamos; tu enojo
me obligo a que te dijese
quién era tu amante.

DEYDAMIA:

Y yo
afable lo escuché; o fuese
porque ya en mi inclinación
tu ingenio y belleza hubiesen
ganádome el albedrío,
o porque Lidoro, al verle
(otra vez lo dije) como
esposo y no como huésped,
le aborrecí sin más causa
que empezar a aborrecerle.

AQUILES:

Gustaste de que de noche
en este traje viniese
a este jardín.

DEYDAMIA:

Sí, porque
en el de mujer parece
que está violento el cariño.

AQUILES:

Monstruo, pues, de dos especies,
tu dama de día, y de noche
tu galán; no te merece
mi amor de galán, mi dama,
ni favores, ni desdenes,
pues ni dama me despides,
ni galán me favoreces.

DEYDAMIA:

Eso no quiero que digas,
pues, ¿qué más favores quieres
de mí, que ver un engaño
tal, que ejemplares no tiene,
le disimule? ¿Qué más
finezas sí me mereces,
pudiendo hablarte de día,
por hacer voto el quererte,
que aquestas horas te hable?
¿Que más agrados, si debes
a mis pesares que finjan
en mi salud accidentes
que el casamiento dilaten?

AQUILES:

No te enojes, razón tienes;
mas, ¿qué importa, ¡ay dueño mío!,
haber llegado a deberte
esas finezas, si todas
me han de servir solamente
de mayor pena mañana?
Dicen que casarte quiere
tu padre; mira si ha sido
piedad el favorecerme,
pues es guardarme la vida,
solo para darme muerte.

DEYDAMIA:

¿Puedo yo no ser quien soy?

AQUILES:

¿Lloras?

DEYDAMIA:

No, que aún no me deben
aquese alivio mis ansias.

AQUILES:

¿Pues qué es eso?

DEYDAMIA:

Es solamente
querer llorar sin llorar,
bien como en pecho rebelde.

MÚSICOS:

(Dentro.)
Ojos eran fugitivos,
de un pardo escollo dos fuentes...

AQUILES:

¿Qué voces son las que escucho?

DEYDAMIA:

No te asustes, no te alteres:
músicos son de Lidoro,
que desde ese parque suelen
cantar, porque así presumen
que mis tristezas divierten.

AQUILES:

Con buena disculpa, ¡ay triste!,
que no me ofenda pretendes,
con decir, que es de Lidoro
música, que ya dos veces
la debo sentir por suya,
y porque a impedirles llegue
a estas flores que reciban
en el nácar que guarnecen
tu pie las hermosas perlas
de las lágrimas que viertes.

MÚSICOS:

...humedeciendo pestañas
de jazmines y claveles...

DEYDAMIA:

Que él cante cuando yo lloro
contrariedad es que debe
estimarse, pues que dice
mi amor y mi olvido.

AQUILES:

¿Puede
no sentir quien siente?

DEYDAMIA:

No;
mas puede hacer que consuele
al sentimiento el agrado,
viendo el alma de quien siente.

MÚSICOS:

...cuyas lágrimas risueñas,
quejas repitiendo alegres...

AQUILES:

No me detengas, que tengo
de salir, a donde intente
hacer que lloren, pues lloras;
que no es bien que tú te quejes
y ellos canten, sin que yo
su sangre y tu llanto mezcle.

MÚSICOS:

entre conceptos de cantos
y murmurios de corriente.

DEYDAMIA:

No has de salir.

AQUILES:

Ya no haré,
que si entra en el jardín gente,
¿para qué he de salir yo?

DEYDAMIA:

¿Gente aquí?, ¡cielos, valedme!

(Ábrese una puerta y salen LIDORO y LIBIO.)
LIDORO:

¿Dijiste, porque mejor
la desecha hagan, no dejen
de cantar mientras adoro
de más cerca las paredes
de los cuartos de Deydamia,
ya que ruegos o intereses
vencieron los jardineros,
para que la puerta abriesen?

LIBIO:

Sí señor, ya prevenidos
quedan de que canten siempre.

DEYDAMIA:

Yo soy muerta, si por dicha
o por desdicha acontece
ser conocida.

LIDORO:

Hacia allí
que siento ruido parece;
y es verdad, dos bultos son.

LIBIO:

Y grandes; cada uno tiene
veinte años de caída.

LIBIO:

¿Hombres aquí? Conocerles
es ya forzoso.

LIBIO:

No es.

LIDORO:

¿Pues qué puedo hacer?

LIBIO:

Volverte:
mira que es cosa tan fácil.

LIDORO:

¿Que eso necio me aconsejes?
¿Cómo puedo no saber
quién a estos jardines entre
a estas horas?

LIBIO:

No queriendo
saberlo.

DEYDAMIA:

A nosotros vienen.

AQUILES:

Retírate tú, que yo
me quedaré a detenerles;
que como no te conozcan,
los demás inconvenientes
importan menos.

DEYDAMIA:

Forzoso
es, ¡ay de mí!, aunque pendiente
deje en tu vida mi vida.

(Vase.)
LIDORO:

El uno la espalda vuelve.

LIBIO:

Parécese a mí.

LIDORO:

Y el otro
queda.

LIBIO:

Ese no se parece.

LIDORO:

¿Quién va?

AQUILES:

¿Quién me lo pregunta?

LIDORO:

Un hombre que saber quiere
cómo habéis entrado aquí.

AQUILES:

La duda es impertinente,
pues preguntándoos a vós
cómo entrasteis, me parece
sabréis como he entrado yo.

LIDORO:

Yo tengo causas que pueden
darme aqueste atrevimiento.

AQUILES:

Yo también.

LIDORO:

Y me compete
el saber quién sois.

AQUILES:

A mí
el no decirlo.

LIDORO:

Pondreisme
en obligación de que
lo pregunte desta suerte.

AQUILES:

Y a mí responder de estotra.

(Cantando dentro, juntan las dos coplas pasadas como de lejos.)
MÚSICOS:

Ojos eran fugitivos...

LIBIO:

A muy lindo tiempo vuelven
a cantar los otros; ¿quién
puso espadas y broqueles
en solfa jamás?

LIDORO:

¿Qué hacéis?

LIBIO:

La fuga deste motete
a decir que callen voy,
porque en estilo no entren
de matarse dos, debajo
de compás.

(Vase.)
LIDORO:

Aunque valiente
os mostráis, sabré quién sois.

AQUILES:

Soy, si el valor se resuelve,
el monstruo destos jardines.

LIDORO:

El nombre.

AQUILES:

No ha de saberse.

LIDORO:

Aunque vós me le calléis,
me lo dirá vuestra muerte.

(Riñen los dos y sale ULISES.)
ULISES:

¿En los jardines espadas,
y abiertas sus puertas? Llegue
a saber qué es esto.

LIDORO:

Pues
no es bien que el empeño deje,
hasta que sepa quién es,
hombre que a decir se atreve,
«monstruo soy destos jardines».

ULISES:

¿Qué escucho? Luego tú eres
el que busca mi deseo
tanto, que a esta hora me tiene
desvelado a estos umbrales;
(Pónese de parte de AQUILES.)
y así yo he de conocerte.

AQUILES:

Pues equivocado llega,
cielos, en mi favor este,
dejándole el riesgo, es bien
que la ocasión aproveche
y me retire a mi cuarto,
donde antes que puedan verme,
mude de traje y de nombre.

(Vase.)
LIDORO:

Hombre, si buscando vienes,
como has dicho, ¡ay de mí!, al monstruo
destos jardines, advierte
que a él le dejas ir, y a quien
también le busca detienes.

ULISES:

A ti te oí decir, que tú
lo eres, y pues tú lo eres,
no te defiendas de mí,
que no te busco imprudente
para tu muerte, sino
para tu aplauso y hacerte
dueño de Troya; y porque
de mí, seguro, no intentes
defenderte, Ulises soy,
que en este jardín previene
por un oráculo hallarte.

LIDORO:

¿Ulises?

ULISES:

Sí.

LIDORO:

Pues si ese
es tu intento, contra ti
tu diligencia se vuelve,
pues le dejas cuando yo
también le busco.

ULISES:

¿Quién eres?

LIDORO:

Lidoro soy.

ULISES:

Pues, señor,
¿vós aquí?, ¿vós desta suerte?
¿Qué es esto?

LIDORO:

No sé. ¡Ay Ulises!

ULISES:

Sepa qué es.

LIDORO:

Pues se nos pierde
entre manos la ocasión
de saber, ¡desdicha fuerte!,
al que vuestro valor busca
y vuestro valor defiende.
Y ya la primera luz
en su crepúsculo vence
las tinieblas de la noche,
no es bien que aquí nos encuentren.
Salgamos de aquí, y sabréis
lo que a mi vida sucede,
pues solamente de vós
lo fiara.

ULISES:

Y justamente,
que soy vuestro amigo; y puesto
que no es bien durar en este
sitio sin que respetemos
el honor destas paredes,
tomemos la vuelta al parque.

(Éntranse por una puerta y salen por otra.)
LIDORO:

De su enmarañado albergue,
este es el sitio más solo.

ULISES:

Proseguid, pues.

LIDORO:

Atendedme.
Yo, llevado de mi amor,
no os encarezco si es grande,
pues basta no ser dichoso
para saber que es constante,
con músicas divertía
desde la esfera del parque
las tristezas de Deydamia
esta noche. (¡Qué mal hace
quien cura males ajenos,
pudiendo sus propios males!)

LIDORO:

Los afectos de rendido,
facilitaron que entrase
al jardín; ¡nunca pisara,
pluguiera al cielo, su margen,
pues no hallara de mis penas
entre sus flores el áspid!
Dos bultos vi, ¡ay infeliz!;
huyó uno, otro ocultarse
en las ramas pretendía
de atento, no de cobarde,
porque igual valor, jamás
depositó el cielo en nadie.
Embestile, y lo que dél
supe fue que se nombrase
El Monstruo de los Jardines,
en cuyo empeñado lance
llegasteis equivocado,
de ver que yo me le llame;
y fue, que yo repetí
lo que él había dicho antes.

LIDORO:

Y pues vencido el error,
de vós mi valor se vale,
por amigo y extranjero,
¿qué he de hacer en semejante
pena, sabiendo que un hombre
galán y airoso en el talle,
valeroso en el denuedo,
recatado en el lenguaje,
prevenido en la cautela
y en la ejecución constante,
monstruo de aquestos jardines,
en ellos pueda ocultarse,
tan seguro, que no teme
que el día se le declare,
para no quedarse en ellos,
pues por la puerta que entrasteis,
no fue por donde él se huyó?

LIDORO:

Pues presumir que lo sabe
Deydamia, es pensar que el sol
obscuras nubes le manchen;
pensar que lo ignora, siendo
a quien yo adoro, es quitarme
en los miedos de celoso
los privilegios de amante.
Confieso que hay otras damas;
mas para mí no es bastante
satisfación, que ninguna
merece que la idolatren,
sino ella; y más grosero
fuera mi dolor en darse
por entendido de que
a otra donde ella está amen,
que no en presumir que es ella;
y así, atento a mis pesares,
decidme cómo sabré
qué hombre es este, y...

ULISES:

No adelante
paséis, que ya a mí me toca
por vós y por mí empeñarme
en saberlo; que mis dudas
y vuestras, si en una parte
desiguales son, en otra
parece que son iguales.
Pues saber quién es un hombre,
a los dos inquietos trae,
con la distancia no más
que se da entre Amor y Marte.
Y así, pues a vós y a mí,
aunque con causas distantes,
toca saber quién es quien
oculto en ellos se llame
El Monstruo de los Jardines,
hoy he de determinarme
a entrar de Deydamia al cuarto,
que no dudo que en él halle
algún indicio de tanta
novedad; pues cuando calle
los recatos de la voz,
no podrá los del semblante.

ULISES:

Que aunque es verdad que no habrá
de ponérseme delante
estando en el cuarto yo,
hará un estruendo tan grande,
que su espíritu le obligue
a que quizá se declare,
viendo titubear el orbe,
si se cae o no se cae.

LIDORO:

¿Con qué industria habéis de entrar?

ULISES:

¿A Ulises queréis que falte?
Con solamente un recado
que lleve de vuestra parte.

LIDORO:

De mi parte, ¿qué ha de ser?

ULISES:

Pues os trajo aquella nave
tantas riquezas de Epiro,
para declararos dadme
dellas algunas, bien como
telas, perlas y diamantes;
y también, porque mejor
un mercader se disfrace
viendo que lleva de todo,
espadines y plumajes,
bandas, escudos. En tanto
que me empeño en el examen
yo, vós habéis de ayudaros
del valor y de la sangre
para no dar entender
los sentimientos a nadie,
prosiguiendo los festejos
y músicas como antes,
aun entrado en los jardines,
por donde esta noche entrasteis,
de suerte, que nunca más,
sino rendido y galante,
Deidamia ha de haberos visto.

LIDORO:

Aunque no es aqueso fácil
de obedecer, pues callar
con celos no lo hizo nadie,
yo lo acabaré conmigo.

ULISES:

Esto es lo más importante:
un hombre no conocido,
que me asista y me acompañe
he menester; mirad vós
si de cuantos en la nave
vienen, hay uno a quien
pueda el secreto fïase.

LIDORO:

Un crïado tengo, en quien
concurren las calidades
que me decís, porque aunque
me ha asistido, los disfraces
le encubrirán.

ULISES:

Pues, Lidoro,
a disimular pesares.

LIDORO:

Ulises, a hacer finezas.

ULISES:

¿Qué hombre pudo llamarse
El Monstruo de los Jardines?

LIDORO:

¿Qué hombre pudo ocultarse
en ellos de día y de noche?

ULISES:

Indicios me ofrece grandes...

LIDORO:

Grandes temores me ofrece...

ULISES:

...y no sin causa...

LIDORO:

...y no en balde...

ULISES:

...si tantos avisos creo...

LIDORO:

...si dudo tantos desaires...

ULISES:

...como los cielos me envían.

LIDORO:

...como Deidamia me hace.

(Vanse. Salen DEIDAMIA, SIRENE y CINTIA.)
SIRENE:

No en vano las luces bellas
que el sol en sus lumbres dora,
osan con tan bella aurora
competir con las estrellas.

DEYDAMIA:

¿Lisonjas, Sirene, a mí?

CINTIA:

No es posible que lo sea
la verdad.

DEYDAMIA:

Bien está. ¿Astrea
ha pasado por aquí?
(Aparte.)
Bien sé que en su cuarto está
mudando el traje y el fin
del empeño del jardín,
mas esta es desecha.

SIRENE:

Ya ella viene.

(Sale AQUILES de dama.)
DEYDAMIA:

¿En qué has estado?
¿Qué traes?, ¿qué tienes?

AQUILES:

No sé;
pasando agora escuché...

DEYDAMIA:

¿Qué?

AQUILES:

Que te trae un recado...

DEYDAMIA:

¿Quién?

AQUILES:

Ulises.

DEYDAMIA:

¿Y qué ha sido?

AQUILES:

Lidoro...

DEYDAMIA:

¡Qué mal empiezas!

AQUILES:

...por divertir tus tristezas,
sabiendo que llegó a Egnido
un mercader extranjero,
que trae de la India Oriental
empleado su caudal
en uno y otro lucero,
hijos del sol, te le envía
con él, porque de sus bellas
joyas las que gustes dellas
tomes.

DEYDAMIA:

Esa bizarría,
sobre la loca arrogancia
de anoche, que hasta ahora lucha
en mi pecho, arguye mucha
malicia o mucha ignorancia.
Mucho me da que temer;
pero, ¿cómo de mí, ¡ay cielos!,
se atreverá a tener celos?

AQUILES:

Mira qué has de responder.

DEYDAMIA:

No lo sé porque si aquí
respondo airada y cruel,
le doy otro indicio a él,
y si no, otro enojo a ti.

AQUILES:

Pues ya que a dudar te obligas
lo que debes hacer, yo
diré que entre, porque no
quiero que tú se lo digas.

SIRENE:

Notable desaire fuera,
si en sus finezas reparas,
que la entrada le negaras.

(Sale ULISES y LIBIO, vestido como extranjero, y trae un cofrecillo, lo que después dirán los versos, y en las manos un sombrero con plumas, una espada de plata y un escudo dorado.)
ULISES:

Dichoso yo, que esa esfera
soberana merecí
de tanto sol penetrar;
mas esto es servir y amar.

LIBIO:

Y desdichado de mí,
que hecho una portátil tienda
soy, como bestia cargado,
envidioso a quien ha dado
pesadumbre ajena hacienda.

ULISES:

El gran príncipe Lidoro,
que de mí su atención fía,
conmigo este hombre os envía,
porque del rico tesoro
de un mercader, que ha venido
hoy al puerto, algo feriéis.

DEYDAMIA:

Veamos qué joyas traéis.

ULISES:

A todo estaré advertido.

DEYDAMIA:

Porque aunque yo para mí
ninguna pienso tomar,
hoy a mis damas feriar
ya que se han hallado aquí
las que las agraden quiero.

ULISES:

Quita el cofre.

LIBIO:

Aqueso haré
de buena gana, porque
como es rico, es majadero,
y cansa tarde y mañana.

ULISES:

Ábrele.

LIBIO:

Eso haré también;
porque, un pecadazo, ¿quién
no le abre de buena gana?
Poner esto aparte quiero,
que no es de aquí, y lo traía
por si en el camino había
quien lo comprase primero.
(Pone capas, escudos y plumas a un lado.)

ULISES:

Saca esas telas y ve
desdoblándolas ahora.

(Saca unas piezas, y tiéndelas en el tablado.)
LIBIO:

¿Qué color [destos, señora,]
más os agradó?

DEYDAMIA:

No sé.

LIBIO:

Telas tu vista desprecia,
y tras ellas no se va;
bien se echa de ver que está
el Corpus lejos de Grecia.

ULISES:

Ve aquesas joyas sacando.

(Saca una joya.)
LIBIO:

¿Qué os parece este Cupido
de diamantes?

DEYDAMIA:

Necio ha sido
quien de ellos labra amor, cuando
para lo que el más perfecto
dura, aun la más blanda cera
materia rebelde fuera.

SIRENE:

Dejando aparte el concepto,
joya más bella no vi:
rica y de buen gusto es.

LIBIO:

¿Si es rica? Claro está.

DEYDAMIA:

Pues
sea, Sirene, para ti.

SIRENE:

Amor tuyo a merecer
llego.

DEYDAMIA:

Engáñaste, que yo
no te doy mi amor, sino
el amor del mercader.

LIBIO:

No es poco eso, pues adelante
hay más de alguna mujer,
que el amor del mercader
es el que tiene a su amante.
Por firmeza, aquesta pieza
fuerza es que a tu gusto informe.

DEYDAMIA:

No es que eso ha de ser conforme
cuya fuere la firmeza.

(Otra caja.)
CINTIA:

De cualquiera en quien se vea,
merece ser estimada.

DEYDAMIA:

Si eso es decir que te agrada,
tuya la firmeza sea.

CINTIA:

La mano beso a Tu Alteza.

LIBIO:

Átala bien al poner,
porque se suele caer
fácilmente una firmeza.
(Otra caja.)
Esta corona quería
que te agrade.

DEYDAMIA:

Della, ¿qué dices?

AQUILES:

Mal.

DEYDAMIA:

¿Por qué?

AQUILES:

Porque
está en tu mano y no es mía.

DEYDAMIA:

Sí es; toma.

AQUILES:

Eso no perdona.

DEYDAMIA:

¿Por qué de verla te pesa?

AQUILES:

Porque tú lo entiendes de esa
y yo hablo de otra corona.

(Otra caja.)
LIBIO:

Esta, un águila imperial
es, que al sol las plumas dora.

DEYDAMIA:

¿Te agrada esta?

AQUILES:

No señora,
que me están sus vuelos mal.

LIBIO:

Un áspid de rubíes.

DEYDAMIA:

Di,
¿este acaso te agradó?

AQUILES:

Pues digo al áspid de no
o nada diré de sí.

DEYDAMIA:

Que algo no elijas me enfada.

AQUILES:

¿Tú lo quieres?

DEYDAMIA:

Yo lo quiero.

(Toma el escudo, pónese el sombrero, y hace como que se ciñe la espada.)
AQUILES:

Pues este escudo, este acero,
estas plumas y esta espada
tomaré.

DEYDAMIA:

¿Eso has eligido?

AQUILES:

Sí.

DEYDAMIA:

¿A qué fin?

AQUILES:

¿No puede ser
que lo hayamos menester
en habiendo anochecido?

ULISES:

Mucho extraño la elección;
donde hay joyas, ¿armas quieres?

AQUILES:

Sí, pues hay entre mujeres,
mujeres que no lo son.

DEYDAMIA:

Necia estás, no digas nada
desto a Lidoro, sino
cuánto agradecida yo,
conocida y obligada
nunca sus finezas dudo;
y que en su nombre escogí
estas cintas para mí.

AQUILES:

Yo este acero y este escudo.

ULISES:

Yo, señora, le diré
todo cuanto me mandáis.

LIBIO:

Y si vós no os disgustáis,
otro día volveré,
pues podrá ser que otro día
de otra cosa os agradéis.

DEYDAMIA:

Cuando quisiereis podéis.

CINTIA:

Dime: ¿desta bizarría,
qué sientes?

SIRENE:

Mucho hay que hablar,
mas, por hoy, lo suspendamos,
que día que dan los amos,
no es día de murmurar.

(Salen EL REY, LIDORO, DANTEO y gente.)
EL REY:

Deidamia hermosa, a tu cuarto
vengo con dos novedades.

DEYDAMIA:

Venir contigo Lidoro,
no es, señor, la menos grande.

EL REY:

Importa para la una...
Pero, ¿qué es esto que haces?

DEYDAMIA:

De ese mercader, que Ulises
me ha traído de su parte,
feriando estaba unas joyas.

LIDORO:

Todo el sol puesto en engastes
fuera para mí atrevido,
bien que para vós cobarde.

DEYDAMIA:

Guárdeos el cielo.

ULISES:

Recoge
esto.

LIBIO:

A mí me es importante
porque alguien no me conozca
y me dé con algo alguien.

LIDORO:

¿Qué tenemos?

ULISES:

Poco, o nada
pues solo he visto un notable
espíritu de mujer.

EL REY:

La una es, que tengo de parte
de Acaya, patria de Astrea...
¿Dónde está?

AQUILES:

A tus plantas yace

EL REY:

¿Qué armas, qué plumas son estas?
Permite que el verte extrañe
con insignias de Belona,
no siendo hermana de Marte.

AQUILES:

Como la guerra de Troya,
por toda Grecia se trate,
para un deudo mío...

EL REY:

Está bien;
mas la duda que me trae
confuso es haber tenido
cartas en que por constante
se tiene que dio al través
en un escollo la nave
en que Astrea venía.

AQUILES:

¡Ay triste!

EL REY:

Y así es justo que repare
que allí perezca una Astrea,
y aquí otra te acompañe.

AQUILES:

Pues, ¿cómo, señor, si yo
cuando aquí llegué...?

LIDORO:

Notable
turbación.

ULISES:

Esta mujer
el juicio ha de quitarme,
y más con esta sospecha
del fingido nombre.

EL REY:

Ya hacen
la nueva y la turbación
mayor la duda.

DEYDAMIA:

Es en balde
dar crédito a esa voz, pues
no hay ninguno que se embarque
a quien no le anegue el vulgo,
o le cautive o le mate;
esto se dice de todos;
después la verdad se sabe.

EL REY:

Bien puede ser, y así, en tanto
que el tiempo nos desengañe,
dejemos aquesto y vamos
a lo que es más importante.
El Rey vuestro padre escribe
la gran falta que le hace
vuestra persona; y aunque
tantos accidentes graves
de la salud de Deydamia
de un día en otro dilaten
las bodas, ya no es posible
que no venzan, que no arrastren
mayores inconvenientes,
menores dificultades.
Y así quiero que mañana
las ceremonias nupciales
se celebren, empezando
las músicas esta tarde
la invocación de himeneo,
usado rito inviolable
de sus ninfas, cuyas voces
ya en ecos el viento esparce,
para que tú las admitas.

DEYDAMIA:

Yo, señor, que hay en mí, sabes,
obediencia y no elección.

EL REY:

Pues con la antorcha que traen
para ti y Lidoro, en muestra
del amor que en los dos arde,
¡dando principio los dos!

AQUILES:

¡Ah, qué bien dijo, pesares,
pues siempre embestís en tropas,
quien dijo que sois cobardes!

LIDORO:

¿Qué he de hacer?

DANTEO:

Disimular,
pues de aquí a mañana cabe
mil siglos, y un triste puede
mejorar mucho un instante.

AQUILES:

Buena ocasión es aquesta
de que mi honor se declare.

(Salen de ninfas algunas con hachas en las manos.)
MÚSICOS:

Al tálamo casto de virgen esposa,
que dulce y hermosa
corona de amor es más alto trofeo,
ven Himineo, ven Himineo.
Al tálamo casto de joven amante,
que fino y constante
corona el amor del más dulce empleo,
ven Himineo, [ven Himineo.]
Al tálamo casto donde une el amor...

(Tocan clarín y caja.)
TODOS:

¡Qué asombro, qué pasmo! ¡Qué susto! ¡Qué horror!

EL REY:

Gran Júpiter, ¿qué es esto
que en tanta confusión al mundo ha puesto?

(Caja.)
DEYDAMIA:

¿Qué nueva fiera ha sido
la que ha dado tan bárbaro bramido?

LIDORO:

¿Cómo, sin que se rasguen pardos senos,
se oyen puestos en música los truenos?

(Caja.)
DANTEO:

¿Cómo, sin dar desmayos,
se miran sin escándalo los rayos?

LIBIO:

¿En qué infernal abismo
se habla deste lenguaje el barbarismo?

EL REY:

¿Que será este terror?
(Caja.)

TODOS:

Prodigio, asombro, escándalo y horror.

AQUILES:

Vuestro discurso yerra,
que aqueste es el idioma de la guerra,
que a grandes cosas llama;
pues su concento grave,
mezclando lo horroroso y lo süave,
el pecho anima, el corazón inflama
y la muerte apellida
(Caja.)
en glorioso desprecio de la vida.
¿Quién sus templadas cláusulas escucha,
y a la campaña por salir no lucha?
¡Viva el Imperio Griego,
y Troya se destruya a sangre y fuego!
No quede a vida bárbaro enemigo...
(Mas loca estoy, no sé lo que me digo.)
Perdona, gran señor, que este portento
(Arroja las armas.)
mi atención se ha llevado tras mi acento.

EL REY:

Vamos a ver qué ha sido
lo que causó tan pavoroso ruido.

ULISES:

Tened; ¿ya no sabéis lo que esto sea?

TODOS:

No.

ULISES:

Sí sabéis, pues ya lo dijo Astrea.
Yo, de Grecia caudillo, he fabricado
estos dos instrumentos
que, voz de Marte y lengua de los vientos,
animen y gobiernen al soldado;
si bien ya me ha pesado,
pues donde hay tantos hombres,
su ruidoso conceto
solo en una mujer hizo su efecto.
(Vase.)

LIDORO:

Oye Ulises, espera.

EL REY:

¿A dónde vas?

LIDORO:

Darle a entender quisiera,
que extrañar su armonía,
la novedad, no es falta de osadía.

(Vase.)
DEYDAMIA:

Síguelos, no suceda,
(Vanse todos los hombres.)
que acontecer una desdicha pueda.

EL REY:

Sí haré; pero aunque invente
máquinas, no he de darle armas, ni gente,
mientras que sus sutiles
trazas no sepan descubrir a Aquiles.
(Vase.)

DEYDAMIA:

Harto le han descubierto.

SIRENE:

Ya sabido lo que es, ¿de qué turbada
has quedado?

DEYDAMIA:

No sé; no me hables nada,
dejadme todos; ¿tú también me dejas,
Astrea?, ¿tú también de mí te alejas?

(Vanse los dos y DEYDAMIA detiene a AQUILES.)
AQUILES:

Sí, pues en esta parte,
nadie tiene más causas que dejarte.

DEYDAMIA:

¿Dejarme?

AQUILES:

Sí, ingrata;
pues tu crueldad con tal rigor me mata,
que, ¡oh fiera!, has dado, ya tirana,
el sí de que serás de otro mañana.

DEYDAMIA:

Yo...

AQUILES:

Mas, ¿qué importa? Acábese el engaño...

DEYDAMIA:

...quise...

AQUILES:

...que a tiempo llega el desengaño.

DEYDAMIA:

...desvelar...

AQUILES:

No prosigas.

DEYDAMIA:

...la sospecha de ayer...

AQUILES:

Nada me digas;
cásate norabuena,
que yo, ¡qué rabia!, me sabré, ¡qué pena!,
despicar en la lid, donde pretendo
entrar matando, pues que huyes muriendo.
Estos adornos viles,
que afeminaron el valor de Aquiles,
dejaré por ejemplo
colgados en el templo
de Amor, a donde estaba
trocada en rueca de Hércules la clava.

DEYDAMIA:

Mi bien, mi vida, mi señor, advierte.

AQUILES:

¿Qué he de advertir? Mi mal, mi error, mi muerte.

DEYDAMIA:

Que te destruyes tú, y que me destruyes.

AQUILES:

¿Para qué te me acercas, si me huyes?
Sepa el mundo que fui...

DEYDAMIA:

Calla.

AQUILES:

¡Qué agravios!
¿Ábresme el pecho, y ciérrasme los labios?
Sepa que soy...

DEYDAMIA:

Mi dueño solo eres.

AQUILES:

¿Tú no te casas?

DEYDAMIA:

Sí.

AQUILES:

Pues, ¿qué me quieres?

DEYDAMIA:

Que sepas que me muero,
porque es en mí obligación primero
que mi pasión.

AQUILES:

¿Y es buena la disculpa
de una virtud fundada en una culpa?
Ese traidor estilo,
la vecindad te le pegó del Nilo,
que dar vida y matar, dulce tirana,
traiciones son, y encantos de gitana.

DEYDAMIA:

No son, sino un forzado, un triste efeto,
que aquí es inclinación, y allí es respeto;
y a un tiempo allí aborrece, y aquí ama.

(Sale SIRENE.)
SIRENE:

Señora.

DEYDAMIA:

¿Qué quieres?

SIRENE:

El Rey te llama.

DEYDAMIA:

Haz por mí una fineza.

AQUILES:

¿Qué es?

DEYDAMIA:

Que no te despeñe tu tristeza,
hasta que vuelva a verte.

(Vanse las dos.)
AQUILES:

Yo callaré, y en mí será de suerte
sagrado tu precepto,
que ya que lo prometo,
tanto a callar me obligo,
que estando solo aún no hablaré contigo.

(Quédase suspenso y sale ULISES.)
ULISES:

Ofendiose Lidoro
de lo que dije, y puesto que no ignoro
que ha sido opinión sabia
que quien habla en común a nadie agravia,
poco podrá imputar haberle dado
satisfación; y en fin, tras mi cuidado,
sin decirle a él cuál sea,
vuelvo a ver si pudiese hablar a Astrea,
por ver en qué consiste,
que una mujer... Pero suspenso y triste,
está tan divertida,
que es un mentido engaño de la vida.
¡Cielos!, en tal violencia,
¿qué se pierde en hacer esta experiencia?
Nada; y mil cosas ven a cada paso.
Ya lo pensé; pues sea desta suerte.
¡Guárdate Aquiles, que te dan la muerte!

(Dice dentro, y sale por otra puerta hallando muy alborotado a AQUILES.)
AQUILES:

¿Quién me da la muerte? ¿Quién
tan piadoso es? Pero, ¡ay cielos!,
¿qué digo?

ULISES:

No disimules,
que ya es en vano, sepuesto
que no has podido vencer
aquel descuidado afecto
natural, que tras el hombre,
lleva el primer movimiento.

AQUILES:

¿Qué es lo que dices? ¿Con quién
habláis, que yo no os entiendo?

ULISES:

Perdonadme, hermosa Astrea,
que desalumbrado y ciego
llegué a hablar con vós, pensando
que hablaba, ¡qué devaneo!,
con Aquiles: tal en busca
suya traigo el pensamiento.
Loco estuve. Perdonadme
digo otra vez, que ya veo,
señora, que no sois vós
Aquiles, ni podéis serlo;
porque joven a quien Marte,
dios de las lides sangriento,
destina para caudillo
de sus mayores trofeos;
joven a quien apellidan
para héroe suyo los cielos,
para honor suyo los dioses,
los astros, para instrumento
de sus influjos, los hados,
para horror de sus decretos,

ULISES:

la fama para su asumpto,
la historia, para su ejemplo,
la patria, para su amparo
y para su aplauso el tiempo;
claro es que no había de estar
en viles ropas envuelto,
cuidando de los afeites,
perfumes, gasas y aseos,
que son fealdades del alma,
y no hermosuras del cuerpo.
Y así, pues yo me engañé,
quedad con Dios, advirtiendo,
si no le descubro ahora,
que yo le descubra presto.

AQUILES:

Aguarda Ulises, espera.

ULISES:

¿Qué me quieres?

AQUILES:

Los sucesos
que improvisamente asaltan
el muro del pensamiento,
la mayor ruina que dejan,
después de saquearle el pecho,
es no dejarle palabras.

ULISES:

¿Pues qué quieres?

AQUILES:

Solo quiero
lugar para responder.

ULISES:

¿Qué tanto plazo?

AQUILES:

Un momento.

ULISES:

Pues yo vendré.

AQUILES:

No te vayas.

ULISES:

¿Tan presto ha de ser?

AQUILES:

Tan presto.
Deidamia, ¡ay de mí infelice!,
es tan imposible empleo,
que mañana será de otro.
Ya a los baldones sujeto
estoy, que excusé. Amor, dice
que él toma a cargo el desprecio;
el valor no lo consiente,
representándome, ¡ay cielos!,
la guerra que me apellida,
la grande fama que pierdo,
la patria que desamparo;
y después de todo esto,
el riesgo a que no me excuso,
pues ya desde ahora le tengo
aquí más que allá: con que
estar respondidos veo
Deidamia yo, amor y honor,
guerra, fama, patria y riesgo.

ULISES:

¿Qué has resuelto?, ¿por qué viene
hacia aquí gente?

AQUILES:

He resuelto...

ULISES:

Prosigue.

AQUILES:

Duda la lengua.

ULISES:

Habla.

AQUILES:

Fáltame el aliento.
Poner en salvo mi honor.
Ya lo dije, ya no puedo
volver a coger la luz;
y así, pues va anocheciendo,
y a mi deseo la noche
extiende su manto negro,
tenme en él, porque un caballo,
y la seña de estar puesto
será hacerme una llamada,
Ulises, tus instrumentos;
que yo saldré de palacio.

ULISES:

Deja que a tus plantas puesto
bese la tierra que pisas:
adiós.
(Vase.)

AQUILES:

Adiós, esto es hecho.
Fortuna, piérdase todo
día que a Deidamia pierdo.
Aquestos adornos viles,
no, como dije primero,
daré al templo del Amor,
más del desengaño al templo
los daré; y pues que le ha sido
para mí este jardín bello,
a donde mis desengaños
son víctima de mis celos,
queden en él por despojos,
bien como anciano trofeo
de culebra, que renueva
juntas la piel y el aliento.

AQUILES:

Así yo, habiendo dejado
la nupcial ropa de Venus,
solo túnicas de Marte
vestiré, y aqueste acero,
que oculto entre aquestas ramas
anoche dejé, temiendo
que el rumor llamase gente,
y con él me viesen dentro
del cuarto, le llevé solo.
Adiós, teatro funesto
donde mi primer amor
representó sus afectos.
Adiós, bastardos adornos
de mi cautela instrumentos.
Adiós flores, adiós fuentes:
adiós Deidamia.

(Sale DEIDAMIA.)
DEYDAMIA:

¿Qué es esto?

AQUILES:

No sé.

DEYDAMIA:

Escucha.

AQUILES:

No es posible,
suelta.

DEYDAMIA:

¿Adónde vas?

AQUILES:

Huyendo
de ti.

DEYDAMIA:

¿Esa es la palabra
que me diste?

AQUILES:

¿En qué la quiebro?
De callar la di y la cumplo,
pues no habla en mis sentimientos.

DEYDAMIA:

¿A qué propósitos estás
en ese traje tan presto?
Pues, ¿no quedamos anoche
por el ruido de no vernos,
esta?

AQUILES:

Todo eso es verdad,
pero yo a verte no vengo.

DEYDAMIA:

¿A qué vienes?

AQUILES:

A no verte.

DEYDAMIA:

¿Cómo?

AQUILES:

No sé.

DEYDAMIA:

Habla.

AQUILES:

No puedo
decir; que no es posible
durar el engaño nuestro;
yo estoy conociendo ya.

DEYDAMIA:

¿Que qué dices?

AQUILES:

Lo que es cierto.

DEYDAMIA:

¿Quién fue quien lo supo?

AQUILES:

Ulises.

DEYDAMIA:

¿Cómo?

AQUILES:

Esto es lo que no entiendo.

DEYDAMIA:

¿Qué dijo?

AQUILES:

Nombró mi nombre.

DEYDAMIA:

¿Negaras?

AQUILES:

No pude hacerlo.

DEYDAMIA:

¿A que tu altivez fue causa?

AQUILES:

A que tu traición fue efeto...
Esto, pues, por una parte,
por otra, tu casamiento;
¿qué remedio puede haber
sino?

DEYDAMIA:

¿Qué?

AQUILES:

No haber remedio.
Y así, adiós, adiós Deidamia,
pues con dos causas me ausento
de ti, entrambas tan forzosas,
como no verte en ajenos
brazos y salvar mi vida.
Y pues me aguardan los cielos
para tragedias de Marte,
no empiece por las de Venus:
adiós otra vez, adiós,
otra y otras mil.

DEYDAMIA:

Primero
has de escucharme: yo, Aquiles,
hice, (¡a pronunciar no acierto!,
pero, ¿qué acertaré yo
por mí misma?, ¡ay de mí!) esfuerzo
a mi inclinación, mas, ¡ay,
que pisar mi línea veo
de lo imposible a mi amor!,
pierdo el venir si te pierdo.
No te ausentes, no me dejes
conmigo a mí, y yo te ofrezco
ser tuya, aunque se aventuren
padre, esposo, amor y reino.
Tuya he de ser, no te vayas.

AQUILES:

Pues, ¿cómo me he de ir con esto?
Piérdase vida y honor,
(Clarín.)
fama y gloria... Mas ¿qué es esto?
La voz de Marte me llama:
Deidamia, adiós, que no puedo
no responder a esta seña...

(Caja.)
DEYDAMIA:

Mi bien, mi señor, mi dueño...

AQUILES:

...y es tarde Deidamia.

DEYDAMIA:

¿Cuándo
fue tarde para requiebros?

AQUILES:

Cuando ya está apoderado
de toda el alma otro acento.

MÚSICOS:

(Dentro.)
Pues celos y amor
son gloria y infierno,
viva el amor
y mueran los celos.

DEYDAMIA:

«Mueran los celos y viva
amor», dice en blandos ecos
otra música, que es
el primer gusto que debo
a Lidoro.

AQUILES:

¡Y qué bien dice!
Viva, y viva en nuestros pechos.
(Clarín y caja al irse; ella le detiene. Al otro lado cantan y suspéndense.)
a pesar de la fortuna,
(Caja y clarín.)
mas, ¿qué digo, cuando veo
que el honor me está llamando
con más genoroso [est]ruendo?

(Quiérese ir.)
DEYDAMIA:

Vuelve, vuelve; no te lleve
más un bronce que un acento.

(Vuelve.)
MÚSICOS:

Viva el amor
y mueran los celos.

AQUILES:

No hará; que estas dulces voces
son imán de mis afectos.

DEYDAMIA:

Eso sí; viva el amor.

(Caja y clarín.)
AQUILES:

Viva; pero no en mi pecho.
Ya voy Ulises, aguarda,
que fama y honor pretendo.

MÚSICOS:

Viva el amor
y muera los celos.

AQUILES:

Pero no me aguardes, vete;
no llores tú, que ya vuelvo.

(Cantan; suena la caja y clarín a un tiempo, y sale LIDORO.)
LIDORO:

Entre músicas y trompas,
lugar otra vez se ha hecho
hacia esta parte. ¿Quién va?

AQUILES:

Ya pudiérades saberlo:
El Monstruo de los Jardines.

DEYDAMIA:

¡Esto me faltaba, cielos!

LIDORO:

Ahora veré si otro engaño
te libra de mí.

(Riñen.)
AQUILES:

No quiero
que ya el engaño me libre,
sino el valor y el esfuerzo.

(Habrá caja, clarín, música y versos, óigase o no se oiga.)
MÚSICOS:

Pues gloria...

DEYDAMIA:

Ya que está perdido todo,
la vida, que es lo de menos,
piérdase también. Ulises,
Cintia, Sirene, Danteo,
padre, señor... Mas mis voces
otras confunden.

(Salen todos y dos CRIADOS con hachas.)
TODOS:

¿Qué es esto?

LIDORO:

Conocer quién es un monstruo
desos jardines.

AQUILES:

Primero
mil vidas perderé.

EL REY:

Astrea.

AQUILES:

Ya de ese engaño no es tiempo,
que con la espada en la mano,
de oír tal nombre me avergüenzo.
Aquiles soy, que a tu casa
y a ti tal traición he hecho,
de Deydamia enamorado,
a quien por esposa tengo:
vengan, pues y llegad todos.

EL REY:

Matadle.

DEYDAMIA:

¡Ay de mí!

ULISES:

Teneos,
que si le busqué hasta aquí,
ya desde aquí lo defiendo.

EL REY:

Tú, Ulises, a quien ofende
mi Palacio...

LIDORO:

Tú, al que ha hecho
tal traición contra mi honor...

EL REY:

¿Amparas?

LIDORO:

¿Defiendes?

ULISES:

Esto
a todos importa.

TODOS:

¿Cómo?

(Ábrese un peñasco y vese TETIS sobre un caballo, en ondas de mar.)
TETIS:

Yo lo diré, estadme atentos.
Hoy es el día fatal,
que amenazó con agüeros
a Aquiles; bien lo publica
el trance en que se ve puesto
deste riesgo. Librar quise
su vida infeliz, creyendo
que sería en la campaña,
y en la paz le truje al riesgo.
Y pues hoy transciende el punto,
siendo desde aquí trofeos,
victorias, triunfos y aplausos,
no os quitéis, valientes griegos,
la felicidad matando,
que dél esperáis viviendo.
(Vuela a la cazuela.)

TODOS:

Vive Aquiles, viva Aquiles.

EL REY:

Su vida defiende el pueblo,
pues si la fama le aclama
caudillo de los empleos...

LIDORO:

Si los dioses le apellidan
a santo de sus decretos...

EL REY:

Yo le perdono mi agravio.

LIDORO:

Yo desisto de mis celos.

EL REY:

Dale la mano a Deydamia.

AQUILES:

Feliz fui.

DEYDAMIA:

Gran dicha adquiero.

LIBIO:

Yo por hacer algo ahora,
diré que acabe con esto,
El Monstruo de los Jardines;
perdonad sus muchos yerros.