Primor V

Gusto relevante


Toda buena capacidad fue mal contentadiza. Hay cultura de gusto, así como de ingenio. Entrambos relevantes son hermanos de un vientre, hijos de la capacidad, heredados por igual en la excelencia.

Ingenio sublime nunca crió gusto ratero.

Hay perfecciones soles y hay perfecciones luces. Galantea el águila al sol, piérdese en él el helado gusanillo por la luz de un candil, y tómasele la altura a un caudal por la elevación del gusto.

Es algo tenerlo bueno, es mucho tenerlo relevante. Péganse los gustos con la comunicación, y es suerte topar con quien le tiene superlativo.

Tienen muchos por felicidad, de prestado será, gozar de lo que apetecen, condenando a infelices los demás, pero desquítanse estos por los mismos filos, con que es de ver la mitad del mundo riéndose de la otra, con más o menos de necedad.

Es calidad un gusto crítico, un paladar difícil de satisfacerse; los más valientes objetos le temen y las más seguras perfecciones le tiemblan.

Es la estimación preciosísima, y de discretos el regatearla; toda escasez en moneda de aplauso es hidalgo y, al contrario, desperdicios de estima merecen castigo de desprecio.

La admiración es comúnmente sobrescrito de la ignorancia; no nace tanto de la perfección de los objetos, cuanto de la imperfección de los conceptos. Son únicas las perfecciones de primera magnitud; sea, pues, raro el aprecio.

Quien tuvo gusto rey fue el prudente de los Filipos de España, hecho siempre a objetos milagros, que nunca se pagaba sino de la que era maravilla en su serie.

Presentole un mercader portugués una estrella de la tierra, digo un diamante de Oriente, cifra de la riqueza, pasmo del resplandor. Y cuando todos aguardaban, si no admiraciones, reparos en Filipo, escucharon desdenes, no porque afectase el gran monarca lo descomedido como lo grave, sino porque un gusto hecho siempre a milagros de naturaleza y arte no se pica así vulgarmente. ¡Qué paso este para una hidalga fantasía! «Señor -dijo-, setenta mil ducados que abrevié en este digno nieto del sol no son de asquear». Apretó el punto Filipo y díjole: «¿En qué pensabais cuando disteis tanto?» «Señor -acudió el portugués como tal-, pensaba en que había un rey Filipo Segundo en el mundo». Cayole al monarca en picadura más la agudeza que la preciosidad, y mandó luego pagarle el diamante y premiarle el dicho, ostentando la superioridad de su gusto en el precio y en el premio.

Sienten algunos que el que no excede en alabar vitupera. Yo diría que las sobras de alabanza son menguas de la capacidad y, que el que alaba sobrado, o se burla de sí o de los otros.

No tenía por oficial el griego Agesilao el que calzaba a un pigmeo el zapato de Encelado y, en materia de alabanza, es arte medir justo.

Estaba el mundo lleno de las proezas del que fue alba del mayor sol, digo de las vitorias de don Hernando Álvarez de Toledo y con llenar un mundo, no mediaban su gusto. Estrañándole la causa dijo que en cuarenta años de vencer, teniendo por campo toda Europa, por blasones todas las empresas de su tiempo, le parecía todo nada, pues nunca había visto un ejército de turcos delante donde la vitoria no fuera triunfo -pág. 543- de la destreza y no del poder, donde la excesiva potencia humillada ensalzara la experiencia y el valor de un caudillo. Tanto es menester para acallar el gusto de un héroe.

No amaestra este primor a ser Momo un varón culto, que es insufrible destemplanza; sí a ser integérrimo censor de lo que vale. Hacen algunos esclavo al juicio del afecto, pervirtiendo los oficios al sol y las tinieblas.

Merezca cada cosa la estimación por sí, no por sobornos del gusto.

Solo un gran conocimiento, favorecido de una gran práctica, llega a saber los precios de las perfecciones. Y donde el discreto no puede lisamente votar, no se arroje; deténgase, no descubra antes la falta propia que la sobra estraña.