Primor IV

Corazón de rey


Gran cabeza es de filósofos, gran lengua de oradores, pecho de atletas, brazos de soldados, pies de cursores, hombros de palanquines, gran corazón de reyes. De las divinidades de Platón, y texto con que en favor del corazón arman algunos pleito a la inteligencia.

¿Qué importa que el entendimiento se adelante, si el corazón se queda? Concibe dulcemente el capricho lo que le cuesta mucho de sacar a lucimiento al corazón.

Son estériles por la mayor parte las sutilezas del discurso, y flaquean por su delicadeza en la ejecución.

Proceden grandes efectos de gran causa, y portentos de hazañas de un prodigio de corazón. Son gigantes los hijos de un corazón gigante. Presume siempre empeños de su tamaño, y afecta primeros asumptos.

Grande fue el de Alejandro, y el archicorazón, pues cupo en un rincón dél todo este mundo holgadamente, dejando lugar para otros seis.

Máximo el de César, que no hallaba medio entre todo y nada.

Es el corazón el estómago de la fortuna, que digiere con igual valor sus estremos. Un gran buche no se embaraza con grandes bocados, no se estraga fácilmente con la afectación, ni se aceda con la ingratitud. Es hambre de un gigante el hartazgo de un enano.

Aquel milagro del valor, digo el delfín de Francia entonces y Carlos Séptimo después, notificándole la sentencia estrujada en el supremo por los dos reyes -el de Francia, su padre; y el de Inglaterra, su antagonista-, en que le declaraban por incapaz de suceder en la corona de los lirios, respondió invicto que se apelaba. Instáronle con admiración que a quién. Y él, que a la grandeza de su corazón y a la punta de su espada. Y valiole.

No brilla tan ufano el casi eterno diamante en medio de los voraces carbunclos como soliza (si así puede decirse un hacer del sol) un augusto corazón en medio de las violencias de un riesgo.

Rompió con solos cuatro de los suyos el Aquiles moderno, Carlos Manuel de Saboya, por medio de cuatrocientas corazas enemigas, y satisfizo a la universal admiración diciendo que no hay compañía en el mayor aprieto como la de un gran corazón.

Suple la sobra dél la falta de todo lo demás, siendo siempre el primero que llega a la dificultad y vence.

Presentáronle al rey de Arabia un alfanje damasquino, lisonja para un guerrero. Alabáronle los grandes de la asistencia áulica, no por ceremonia, sí con razón; y atentos a la fineza y arte, alargáranse a juzgarle por rayo de acero, si no pecara algo en corto. Mandó llamar el rey al príncipe para que diese su voto, y podía, pues era el famoso Jacob Almanzor. Vino, examinole y dijo que valía una ciudad, propio apreciar de un príncipe. Instó el rey que si le hallaba alguna falta. Respondió que todas eran sobras. «Pues, príncipe, estos caballeros todos le condenan por corto». Él, entonces, echando mano a su cimitarra, dijo: «Para un caballero animoso nunca hay arma corta, porque con hacerse él un paso adelante se alarga ella bastantemente, y lo que le falta de acero lo suple el corazón de valor».

Lauree este intento la magnanimidad en los agravios, timbre augusto de grandes corazones. Enseñó Adriano un raro sobre, excelente modo de triunfar de los enemigos, cuando el mayor de los suyos le dijo: «Escapástete».

No hay encomio igual a un decir Luis Duodécimo de Francia: «No venga el rey los agravios hechos al duque de Orliens». Estos son milagros del corazón de un héroe.