Primor IX

Del quilate rey


Dudo si llame inteligencia o suerte al topar un héroe con la prenda relevante en sí, con el atributo rey de su caudal.

En unos reina el corazón, en otros la cabeza, y es punto de necedad querer uno estudiar con el valor y pelear otro con la agudeza.

Conténtese el pavón con su rueda, préciese el águila de su vuelo, que sería gran monstruosidad aspirar el avestruz a remontarse, expuesta a ejemplar despeño: consuélese con la bizarría de sus plumas.

No hay hombre que en algún empleo no hubiera conseguido la eminencia, y vemos ser tan pocos, que se denominan raros, tanto por lo único como por lo excelente y, como el fénix, nunca salen de la duda.

Ninguno se tiene por inhábil para el mayor empleo, pero lo que lisonjea la pasión desengaña tarde el tiempo.

Escusa es no ser eminente en el mediano por ser mediano en el eminente; pero no la hay en ser mediano en el ínfimo, pudiendo ser primero en el sublime.

Enseñó la verdad, aunque poeta, aquel: «Tú no emprendas asumpto en que te contradiga Minerva». Pero no hay cosa más difícil que desengañar de capacidad.

¡Oh, si hubiera espejos de entendimiento como los hay de rostro! Él lo ha de ser de sí mismo y falsifícase fácilmente. Todo juez de sí mismo halla luego textos de escapatoria y sobornos de pasión.

Grande es la variedad de inclinaciones, prodigio deleitable de la Naturaleza; tanta como en rostros, voces y temperamentos.

Son tan muchos los gustos como los empleos. A los más viles y aun infames no les faltan apasionados. Y lo que no pudiera recabar la poderosa providencia del más político rey, facilita la inclinación.

Si el monarca hubiera de repartir las mecánicas tareas, «Sed vos labrador y vos sed marinero», rindiérase luego a la imposibilidad. Ninguno estuviera contento, aun con el más civil empleo, y ahora la elección propia se ciega aun por el más villano.

Tanto puede la inclinación, y si se aúna con las fuerzas, todo lo sujetan, pero lo ordinario es desavenirse.

Procure, pues, el varón prudente halagar el gusto y atraerle sin violencias -pág. 549- de despotiquez, a medirse con las fuerzas y, reconocida una vez la prenda relevante, empléela felizmente.

Nunca hubiera llegado a ser Alejandro español y César indiano, el prodigioso Marqués del Valle, don Fernando Cortés, si no hubiera barajado los empleos; cuando más, por las letras hubiera llegado a una vulgarísima medianía, y por las armas se empinó a la cumbre de la eminencia, pues hizo trinca con Alejandro y César, repartiéndose entre los tres la conquista del mundo por sus partes.