Primor X

Que el héroe ha de tener tanteada su fortuna al empeñarse


La fortuna, tan nombrada cuan poco conocida, no es otra, hablando a lo cuerdo y aun católico, que aquella gran madre de contingencias y gran hija de la Suprema Providencia, asistente siempre a sus causas, ya queriendo, ya permitiendo.

Esta es aquella reina tan soberana, inescrutable, inexorable, risueña con unos, esquiva con otros, ya madre, ya madrastra, no por pasión, sí por la arcanidad de inaccesibles juicios.

Regla es muy de maestros en la discreción política tener observada su fortuna y la de sus adherentes. El que la experimentó madre, logre el regalo, empéñese con bizarría, que como amante se deja lisonjear de la confianza.

Tenía bien tomado el pulso a su fortuna el César cuando, animando al rendido barquero, le decía: «No temas, que agravias a la fortuna de César». No halló más segura áncora que su dicha. No temió los vientos contrarios el que llevaba en popa los alientos de su fortuna. ¿Qué importa que el aire se perturbe, si el cielo está sereno, que el mar brame, si las estrellas se ríen?

Pareció en muchos temeridad un empeño, pero no fue sino destreza, atendiendo al favor de su fortuna. Perdieron otros, al contrario, grandes lances de celebridad por no tener comprehensión de su dicha. Hasta el ciego jugador consulta la suerte al arrojarse.

Gran prenda es ser un varón afortunado, y al aprecio de muchos lleva la delantera. Estiman algunos más una onza de ventura que arrobas de sabiduría, que quintales de valor; otros, al contrario, que fundan crédito en la desdicha como en la melancolía. Ventura repiten de necio y méritos de desgraciado.

Suple con oro la fealdad de la hija el sagaz padre, y el universal dora la fealdad del ingenio con ventura.

Deseó Galeno a su médico afortunado; al capitán, Vejecio; y Aristóteles, a su monarca. Lo cierto es que a todo héroe le apadrinaron el valor y la fortuna, ejes ambos de una heroicidad.

Pero quien de ordinario probó agrios de madrastra, amaine en los empeños, no terquee, que suele ser de plomo el disfavor.

Disimúleseme en este punto hurtarle el dicho al poeta de las sentencias, con obligación de restituirlo en consejo a los amantes de la prudencia. «Tú no hagas ni digas cosa alguna teniendo a la fortuna por contraria».

El benjamín hoy de la felicidad es, con evidencia de su esplendor, el heroico, invicto y serenísimo señor Cardenal Infante de España, don Fernando, nombre que pasa a blasón o corona nominal de tantos héroes.

Atendía todo el orbe suspenso a su fortuna, satisfecho asaz de su valor, y declarole esta gran princesa por su galán en la primera ocasión; digo en aquella, tan inmortal para los suyos como mortal para sus enemigos, batalla de Norlinguen, con progresos de finezas en Francia y Flandes, y con el resto de todo su favor en Jerusalén.

Parte es de este político primor saber discernirlos bien y mal afortunados, para chocar o ceder en la competencia.

Previno Solimán la gran felicidad de nuestro católico Marte, quinto de los Carlos, para que estuviera el valor en su esfera. Temió más a sola ella que a todos los tercios de Poniente, contemplación de otros.

Amainó aún a tiempo y valiole, ya que no la reputación, pues se retiraba de ella, la corona.

No así el primer Francisco de Francia, que afectó ignorar su fortuna y la del César; y así, por delincuente de prudencia, fue condenado a prisión.

Péganse de ordinario la próspera y adversa fortuna a los del lado. Atienda, pues, el discreto a ladearse y, en el juego de este triunfo, sepa encartarse y descartarse con ganancia.