Primor II

Cifrar la voluntad


Lega quedaría el arte si, dictando recato a los términos de la capacidad, no encargase disimulo a los ímpetus del afecto.

Está tan acreditada esta parte de sutileza, que sobre ella levantaron Tiberio y Luis toda su máquina y política.

Si todo exceso en secreto lo es en caudal, sacramentar una voluntad será soberanía. Son los achaques de la voluntad desmayos de la reputación, y si se declaran, muere comúnmente.

El primer esfuerzo llega a violentarlos, a disimularlos el segundo. Aquello tiene más de lo valeroso; esto, de lo astuto.

Quien se les rinde, baja de hombre a bruto; quien los reboza conserva, por lo menos en apariencias, el crédito.

Arguye eminencia de caudal penetrar toda voluntad ajena, y concluye superioridad saber celar la propia.

Lo mismo es descubrirle a un varón un afecto que abrirle un portillo a la fortaleza del caudal, pues por allí maquinan políticamente los atentos, y las más veces asaltan con triunfo. Sabidos los afectos, son sabidas las entradas y salidas de una voluntad, con señorío en ella a todas horas.

Soñó dioses a muchos la inhumana gentilidad, aun no con la mitad de hazañas de Alejandro, y negole al laureado macedón el predicamento o la caterva de deidades. Al que ocupó mucho mundo, no le señaló poco cielo; pero ¿de dónde tanta escasez?, ¿cuándo tanta prodigalidad?

Asombró Alejandro lo ilustre de sus proezas con lo vulgar de sus furores, y desmintiose a sí mismo, tantas veces triunfante, con rendirse a la avilantez del afecto. Sirviole poco conquistar un mundo si perdió el patrimonio de un príncipe, que es la reputación.

Es Caribdis de la excelencia la exorbitancia irascible, y Scila de la reputación la demasía concupiscible.

Atienda, pues, el varón excelente, primero a violentar sus pasiones; cuando menos, a solaparlas con tal destreza, que ninguna contratreta acierte a descifrar su voluntad.

Avisa este primor a ser entendidos no siéndolo, y pasa adelante a ocultar todo defecto, desmintiendo las atalayas de los descuidos y deslumbrando los linces de la ajena obscuridad.

Aquella católica amazona, desde quien España no tuvo que envidiar las Cenobias, Tomiris, Semíramis y Pantasileas, pudo ser oráculo de estas sutilezas. Encerrábase a parir en el retrete más obscuro y, celando el connatural decoro, la innata majestad echaba un sello a los suspiros en su real pecho, sin que se le oyese un ay, y un velo de tinieblas a los desmanes del semblante. Pero quien así menudeaba en tan escusables achaques del recato, ¡cómo que escrupulearía en los del crédito!

No graduaba de necio el cardenal Madrucio al que aborta una necedad, sino al que, cometida, no sabe ahogarla.

Accesible es el primor a un varón callado; calificada inclinación, mejorada del arte, prenda de divinidad, si no por naturaleza, por semejanza.