Primor I

Que el héroe platique incomprehensibilidades de caudal


Sea esta la primera destreza en el arte de entendidos: medir el lugar con su artificio. Gran treta es ostentarse al conocimiento, pero no a la comprehensión; cebar la expectación, pero nunca desengañarla del todo. Prometa más lo mucho, y la mejor acción deje siempre esperanzas de mayores.

Escuse a todos el varón culto sondarle el fondo a su caudal, si quiere que le veneren todos. Formidable fue un río hasta que se le halló vado, y venerado un varón hasta que se le conoció término a la capacidad; porque ignorada y presumida profundidad, siempre mantuvo con el recelo el crédito.

Culta propiedad fue llamar señorear al descubrir, alternando luego la vitoria sujetos; si el que comprehende señorea, el que se recata nunca cede.

Compita la destreza del advertido en templarse con la curiosidad del atento en conocerle, que suele esta doblarse a los principios de una tentativa.

Nunca el diestro en desterrar una barra remató al primer lance; vase empeñando con uno para otro, y siempre adelantándolos.

Ventajas son de ente infinito envidar mucho con resto de infinidad. Esta primera regla de grandeza advierte, si no el ser infinitos, a parecerlo, que no es sutileza común.

En este entender ninguno escrupuleará aplausos a la cruda paradoja del sabio de Mitilene: Más es la mitad que el todo, porque una mitad en alarde y otra en empeño más es que un todo declarado.

Fue jubilado en esta, como en todas las demás destrezas, aquel gran -pág. 536- rey primero del Nuevo Mundo, último de Aragón, si no el non plus ultra de sus heroicos reyes.

Entretenía este católico monarca, atentos siempre, a todos sus conreyes, más con las prendas de su ánimo, que cada día de nuevo brillaba, que con las nuevas coronas que ceñía.

Pero a quien deslumbró este centro de los rayos de la prudencia, gran restaurador de la monarquía goda, fue, cuando más, a su heroica consorte; después a los tahures del palacio, sutiles a brujulear el nuevo rey, desvelados a sondarle el fondo, atentos a medirle el valor.

Pero, ¡qué advertido se les permitía y detenía Fernando!, ¡qué cauto se les concedía y se les negaba! Y, al fin, ganoles.

¡Oh, varón cándido de la fama! Tú, que aspiras a la grandeza, alerta al primor. Todos te conozcan, ninguno te abarque; que con esta treta, lo moderado parecerá mucho, y lo mucho infinito, y lo infinito más.