El gran simpático: 06

El gran simpático
de Felipe Trigo
Capítulo VI

Capítulo VI

¡Madrid!

No lo conocía. Primero le pareció un Cádiz inmenso. Luego un Villaleón de cinco pisos. Y se preparó a conquistarlo.

Una fonda, calle Espoz y Mina, treinta duros, y veinte para libros y gastos al mes.

Aquí la vida era breve y rápida. De apariencias y de farsa. Compróse una chistera -un huit reflets- por ocho duros, y se puso una tarde de levita para visitar a la marquesa. No lo consiguió. El portero le dijo que tendría que solicitarlo por escrito... ¡Vamos, hombre...; en «audiencia» como si fuese él un cesantillo!

¿Y para esto había comprado su huit reflets?

Algunos estudiantes paisanos le acompañaron en los primeros días. Por ellos supo que la Doria, traída efectivamente por Alfredo Gil, se le había largado, así que se vio con cuatro trapos, a París..., y nada menos que con un conde... Supuso que Alfredo le odiaría, y no le buscó. Cortó, además, su relación con los paisanillos estudiantes, y se encerró en la fonda a estudiar como «un becerro».

Su frac, su chistera, su levita, yacieron colgados tranquilamente en el armario.

No salía ni al café.

Se compró una cafetera rusa, y... tuvo algo de «apaño» con una criadita de la fonda.

Todo... por no salir. Por estudiar, por estudiar.

Y estudiaba.

Pero a la fonda, de pronto, quiso el diablo que llegara una familia... de mil diablos. Un jugador, su amante, y la más que gitana hija de la amante. Tiraban el dinero como agua. Estaban de joyas hasta el pelo, y de la hija también hasta el pelo. La hija dormía falsete al medio con Gabriel y comía en la mesa al lado de Gabriel. Los «padres» querían pescarle a todo trance..., sin duda. Y una tarde le convidaron a automóvil, y una noche al teatro... Él quiso corresponder, llevándolos a Tournié una tarde, y le impidió pagar el jugador. «¡Cómo! ¡Estaría bueno que pagasen los hijos de familia!» Tenían, en fin, landó de abono, y acabó Gabriel por pasarse la vida en el landó...



Tres meses después, la tarde en que el exprés de Barcelona se llevó a esta gente, Gabriel, libre de un peso colosal, volvía de la estación de despedirlos. La gitana niña, Constancia, era su novia... y algo más. O, mejor dicho, «lo había sido», puesto que no pensaba ni escribirla, y hasta se mudaría de fonda -por si volviesen - sin dejar las señas de la antigua.

A esto se dedicó toda la tarde.

Al día siguiente estaba en otro gabinete de la calle de Cedaceros.

Vida nueva.

¡Qué otros tres meses perdidos! Consideró que faltaban veinte días para las oposiciones y se aterró. Imposible acabar de prepararse.

Resolvió firmar en las de médicos de baños. Volvía a estudiar como un loco; mas fuese por aquella obsesión de gustadas grandezas de automóviles, o por el corto plazo y la novedad de la Química, hacíase un lío completamente.

En el primer ejercicio le asombró un encuentro: ¡Rigoleto!... ¿Cómo? ¿Había venido de Villaleón a la sordina, según él hacía todas las cosas? ¡Oh, Rigoleto! ¡También opositor! Se saludaron, mas no se buscaron en los días siguientes. Gabriel, por refregarle la grande simpatía que logró con rapidez entre los jueces, entre los mismos compañeros, llevó diariamente a San Carlos su huit reflets y su levita irreprochable.

Creyó morir, sin embargo, al terminarse los ejercicios: Primer puesto... ¡Rigoleto!... Segundo... -Tercero... Séptimo... ¡Nada, ninguno él, a pesar de su elegancia!

Yació tres días en la cama de la fonda como un muerto, como un tonto, como un hombre a quien Madrid, en nombre de la vida universal, le cerraba definitivas sus puertas... ¡Qué afrenta en el pueblo! ¿A qué volver? ¿Cómo presentarse a su familia?

Se tiraba de los pelos leyendo en los periódicos la lista de los opositores aprobados, con Rigoleto a la cabeza... ¡¡Qué diría Villaleón!!

Una carta de suicida le escribió a su madre. Le pedía por Dios que le dejasen en Madrid algún tiempo más, hasta que lograse algo... algo.... Con la generosa respuesta telegráfica a la cuarta noche, salió de casa y se fue a Apolo, donde había un estreno, como pudo haber ido al Viaducto.

Gran éxito. Aplaudían desde el principio, y el alma poética de Gabriel se fue tomando de entusiasmo. ¡Esto era triunfar... y no la Medicina, con tanto hueso y tanta porquería! Recordaba los couplets que él hizo en Cádiz: «Yo tenía en mi ventana tiestos con flores...» Temperamento de artista el suyo, fue sin duda un lamentable error dejarle estudiar la... Y quedóse estupefacto: llamado el autor, en ovación gloriosa, apareció en la radiante escena... ¡¡Alfredo Gil!!... una, diez... catorce veces...

-¡Seré escritor!... -se dijo esta noche en la fonda, con la fe ciega del que por fin acierta su destino.

Y trémulo, alzado en grandeza sobre el mismo Alfredo, cuya imagen de hombre flaco y chiquitín no se le borraba de los ojos, vislumbraba para sí un arte digno de las águilas... ¡D'Annunzio!... ¡La novela?... ¡La tragedia!... ¡El alto periodismo!.