El falso Inca: 02
No era aquello lo que aguardaba la pareja tan bruscamente interpelada. El hombre, ya en pie, tuvo un violento temblor, y se le nubló la vista. La mujer, más entera -quizá por lo menos amenazada-, consideró un momento al soldado. El examen debió resultar favorable, pues en seguida sonrió levemente y dijo con toda tranquilidad:
-Es Sancho Gómez.
Bajose el arcabuz, y el soldado se adelantó jovialmente, exclamando:
-¡El mismo, hermosa! Pero ¿qué andáis haciendo por aquí, cuando os creía tan lejos?
Pedro pasó, por lógica transición, del susto a la ira, y prorrumpiendo en una larga serie de blasfemias, acabó por decir:
-¡Vaya un modo de saludar a los amigos, Sancho Gómez! ¡Y cómo se ve que ahora no me necesitas! ¡Me has dado un sofocón!...
-¡Bah! pelillos a la mar, y cuéntame lo que andáis tramando, tú y esta buena pieza -dijo Sancho, sentándose en el suelo-. En buena hora me ocurrió dejar el caballo, y acercarme con tiento a ver qué era este humo. Si la tuya ha sido ingrata en el primer momento, la mía es una gratísima sorpresa. ¡Vaya! ¡Desembucha, hombre de Dios! Cuenta, cuenta lo que haces.
Pedro Chamijo llamábase, en efecto, el viajero, y Sancho Gómez le había conocido muy a fondo en Potosí, donde fuera su camarada de orgías, aventuras e intrigas, tales que darían materia para la continuación del «Lazarillo» o «El gran tacaño». Testigo y cómplice fue Gómez del ardid con que Chamijo logró apoderarse no sólo de los quince mil duros de don Pedro Bohórquez Girón, sino también de su ilustre apellido. Puesta en el potro del tormento, puede que la gentil Carmen recordara cómo se produjo aquella hazaña, y qué cebo atrajo al incauto; pero si callaba esos pormenores, recordaba en cambio gustosa la vida de fausto y de placeres que gozaran los tres -Chamijo convertido ya en Bohórquez Girón, Sancho Gómez y ella-, hasta que su amante fue enviado a purgar en la cárcel de Chile, no sus delitos, que eran numerosos, sino el imperdonable crimen de haber embaucado a virreyes y gobernadores del Perú, prometiéndoles descubrir minas y tesoros -los famosísimos del Gran Paitití- que nunca se encontraron...
Del presidio de Valdivia -donde volviera a encontrarse con Carmen-, el andaluz, tan poco animoso cuanto amigo de baladronadas y bravatas, huyó a Cuyo.
Carmen lo siguió con singular valor y abnegación, y allí colaboró en el complicado plan de una intriga que había de elevar a su amante a la más encumbrada grandeza. Allí también perfeccionó a éste en el conocimiento del idioma quichua, y aprovechó con él todas las circunstancias favorables para ponerse en comunicación con los indios del Calchaquí, preparándolos a una guerra formal contra los conquistadores, y anunciándoles el próximo advenimiento de un Hijo del Sol, sabio e indómito, guerrero, cuya ciencia y cuyo valor centuplicarían las fuerzas de su pueblo.
Y cuando les pareció que el plan estaba suficientemente madurado y la semilla de la insurrección bastante esparcida en terreno propicio, se pusieron en marcha, atravesaron los Andes, y por los valles de Guandacol y Famatina, sin tocar en Rioja por no dar trabajo a la autoridad, entraron a la región calchaquí, futuro teatro de sus hazañas. Allí permanecieron largos meses trabajando ocultamente en sus fines, hasta que resolvieron dar el golpe decisivo, y emprendieron viaje otra vez. De eso hacía pocos días.
Chamijo o Bohórquez, luego que se le hubo pasado la ira de la reacción, se encaró con su compinche Sancho Gómez, hablándole amistosamente.
-Caes -le dijo- como llovido del cielo, si es que, como presumo por tus arreos militares, tienes algo que ver con el gobernador Mercado.
-Sí que tengo, y mucho -replicó Sancho-, pues no le sirvo sólo cargando el arcabuz, sino también guardándole las espaldas en alguna aventurilla, y hasta procurándosela si es preciso. Ya sabes que yo no soy hombre de tontos escrúpulos, ni de remilgos a lo dueña o rodrigón...
-Pues es preciso que me procures una entrevista secreta con el gobernador Mercado y Villacorta.
-Don Alonso me la concederá en cuanto se la pida. Pero, vamos a ver: ¿qué es ello?, ¿de qué se trata?
Chamijo se acercó y habló al oído de su camarada, por largo espacio, como si temiera que los mismos troncos de los árboles tuviesen oídos. Gómez, escuchándolo, abría desmesuradamente los ojos. Por fin balbuceó:
-¡Pero corres a la horca!
-¡O a la grandeza! Deja la horca en paz, que ésa no llega hasta el día postrero, y contesta: ¿Quieres ayudarme? No arriesgas nada, no te comprometes en nada, y, si triunfo... si triunfo compartiré contigo el beneficio...
-Pero... una traición -tartamudeó Gómez.
-No hay traición cuando se va con el que manda como soberano. Además, quién sabe si llega el caso; sin embargo, siempre llegará el de los maravedís, la holganza, el vino rancio y las buenas mozas. ¿Está dicho?
-¡Hum! ¡Hasta cierto punto!... Te procuraré la entrevista, y después veremos... En todo caso puedes contar con mi discreción y mi honradez.
-Honradez de pícaro.
-Los pícaros no se engañan ni traicionan. ¡Bueno, con Dios! voy a montar a caballo y seguir mi camino. A propósito, ¿dónde y cuándo nos encontraremos?
-En Londres, dentro de una semana.
-En Londres, dentro de una semana. Está bien, no faltaré... Carmen... ¿no hay ni una caricia de adiós para un viejo amigo?
-¡Anda, vete, cara de chiqui! (diablo). ¡Que te acaricien tus propias barbas, chancho del monte!
-¡Amable y dulce prenda! ¡cuán gratas me son tus palabras! -dijo Sancho riendo, y alejándose por los matorrales en procura del caballo que había dejado lejos para no hacer ruido, y ver sin ser visto a los que acampaban en el bosque.
Apenas había desaparecido, una cara de indio asomó en medio del follaje, precisamente junto al sitio en que estaba sentada Carmen, mirando a Bohórquez.
-¡Buenos días, gran jefe! -murmuró más que dijo el indio en quichua-. Temprano te amanecen hoy las visitas importantes.
-¡Ah, Luis! ¡Te esperaba con impaciencia! Acércate.
-Con impaciencia aguardaba yo también, metido entre estas hojas, a que se fuera ese alacrán, ese cangrejo vestido de cáscara dura. Es muy tu amigo... Y has hecho bien en hablarle en voz baja, pues así como pude haberte oído yo, pudo también escuchar algún otro...
-Muchas palabras gastas hoy -refunfuñó Bohórquez en castellano.
-Joven, hablas demasiado -añadió Carmen en quichua.
-Me preparo la lengua para las grandes noticias -replicó tranquilamente el indio.