El drama del alma: 19

I.
El drama del alma
de José Zorrilla
A D. Pedro Antonio de Alarcón
III-V

II. editar

En cuanto a aquel algo sobre Méjico y Maximiliano que yo intentaba decirte, formará libro aparte como ya te he indicado; y lo recibirás, mi querido Pedro, cuando el tiempo lo permita: porque aun cuando el poeta autor de los versos de este libro, ha marcado en ellos con su pluma los puntos culminantes del cuadro que debí yo dibujar ante tus ojos, la poesía no es más que música celestial; y cuando es como la del libro segundo de los cinco de versos de este, no llega a la destemplada música de la más desacordada murga.

Además, mis opiniones difieren de las del poeta respecto a Méjico: y los detalles rapidísimos que voy a darte en lugar de mis notas y comentarios, te darán la muestra de nuestra divergencia de pareceres; constituyendo aquellos la base de una historia de la intervención francesa y el imperio de Maximiliano en Méjico, algo diferente de las que se escribirán en Méjico y en Francia, por republicanos e imperialistas.

Y he aquí algo de aquel algo que me proponía decirte.

La idea del imperio mejicano fue la elucubración de algunos diplomáticos, que no conocían a Méjico; unos por haber permanecido ausentes muchos años de aquella tierra, y otros por no haber estado jamás en ella.

Y permíteme, Pedro, que te haga una observación entre paréntesis. (Los diplomáticos tengo yo para mí que son los que menos saben de los países extranjeros por donde viajan; porque como viven solo en las cortes y capitales, y están convidados a todos los bailes y a todas las cenas de los palacios, y tienen que pagar tantas visitas, no tienen tiempo de estudiar los países; sabiendo de ellos lo que les dicen los periódicos y los habitantes de la capital. —Y hecha esta observación, que no lleva intención maligna contra nadie, cierro el paréntesis y voy adelante con mi cuento.)

El poeta le dice en este libro que los mejicanos tienen mucho talento y mucha sagacidad. Esto debe de ser una gran verdad, aunque él te la haya dicho en verso: puesto que embarcaron en su descabellada intervención a los Emperadores de Austria y Francia, al buen rey Leopoldo de Bélgica, a quien como sabes elogian todos los soberanos de Europa por árbitro de sus negocios, y a las Reinas de España y de Inglaterra. Ya ves si tendrían talento los Mejicanos, cuando levantaron con él una polvareda capaz de cegar a todos los ministros, consejeros y diplómatas de aquellos dos imperios y de estos tres reinos.

Los que desde Méjico azuzaban a los visionarios imperialistas de acá, eran en su mayor parte los del partido mejicano que ha tomado por lema «Religión y fueros:» quienes por aquel entonces llevaban lo peor en su revuelta tierra: y en donde Juárez, de regreso de su segunda egira, había audazmente acometido las más ultraliberales reformas, con asombro de algunos y contento de muchos; pero sin oposición de nadie. —Había vendido por más de setenta millones de duros de bienes del clero: derribado la mayor parle de los templos y monasterios: exclaustrado a los frailes y monjas: establecido el matrimonio civil: abolido todos los fueros y privilegios: prohibido el traje eclesiástico, el toque de campanas, la enseñanza religiosa en las escuelas, etc. etc. etc. Este buen Juárez lleva en las banderas de su partido el lema nacional de la república, que es «Dios y libertad.» Averigua tú de qué Dios y de qué libertad hablará aquel lema.

Pero el do—«Religión y fueros»—de los otros también tiene gracia. La Religión (suponiendo que sea la de Jesucristo) establece, la igualdad ante el tribunal de Dios, y ante el de todos los poderes y tribunales que por medio de la administración de justicia representan su divina autoridad en la tierra: y el lema de este partido añade a su religión los fueros; es decir exenciones, privilegios, rancho aparte del resto del pueblo. Este partido tenía sus periódicos, el más marcado de los cuales era «el pájaro verde,» fundado y sostenido (según voz pública, tal vez mentirosa) por un alto personaje de aquella comunión política: y dirigido por un hijo de español, que se ocupaba en él de averiguar las vidas ajenas, de apuntar todos los rumores injuriosos y perjudiciales al bando contrario: encabezando sus artículos de fondo con textos latinos de los Apóstoles y los Santos Padres, y concluyendo con folletines morales de Eug. Sué y Alej. Dumas; cuidando además de alimentar su imprenta con reimpresiones de las novelas de los autores españoles, y de las obras teatrales y líricas de sus poetas más favoritos de los lectores.—Ya ves lo que ganarán los editores que de aquí envían ejemplares de ellas, con corresponsales como «El pájaro verde.»

Te estoy viendo fruncir el entrecejo, Pedro: y te hace cosquillas en el pensamiento la idea de que voy mostrando mis puntas de liberalesco, como ahora he visto que por acá se escribe; pero para que te convenzas de que mi relato es imparcial, no tienes más que tomarle la molestia de descomponer el título del tal periódico, y hallarás que «el pájaro verde» es el anagrama de «Arde pleve roja» (esta pleve con v pertenece a la ortografía mejicana, que no hace diferencia entre la b y la v, ni entre la s, la z y la c: y que es prima hermana de la del maestro andaluz, que decía a sus discípulos: «ñiñoz, zordao ze ezcribe con eze y con ele.») Me parece que en las columnas de un periódico cuyo título anunciaba el deseo de quemar a la plebe, no rebosarían la tolerancia evangélica ni la caridad cristiana: y no creo en conciencia levantarle ningún falso testimonio, suponiéndole para sus contrarios las intenciones de un gavilán con respecto al pollo que se lleva en las garras.

Entre estos dos partidos arrojó al desventurado y leal Maximiliano la intervención europea; de la cual tuvo Prim él buen instinto de separar el pabellón español en las playas de Veracruz; por lo cual le debe de estar la patria agradecida, aunque yo no estoy conforme con el modo con que se ganó el derecho a tal agradecimiento, como te contaré en mi otro libro.

Los franceses, que creen que el universo entero no es más que el patio de París, se fueron metiendo por Méjico como por su casa; hasta que en Puebla les dieron los mejicanos una tollina, que les obligó a tantear la tierra antes de sentar el pie sobre ella.

El poeta y yo te repetimos que los mejicanos tienen muchísimo talento: y yo te añado que tienen muchísimos talentos; uno de los cuales es el de buscar y hallar el lado flaco o ridículo a todo lo grande, bello o sublime que va de Europa, o que puede hacerles sombra. Este es un gran sistema: con un cuentecito, una cancioncilla o un dicharacho ingeniosísimos, apagan ante los ojos del vulgo la más luminosa reputación, antes de que tenga tiempo de, admirar su brillantez. —Este talento le destilan a través de aquel principio florentino de «calumnia, que algo queda» en unas composiciones que llaman «ensaladillas,» cada una de cuyas estrofas es una saeta envenenada, que va derecha a la honra de un hombre, de una mujer, de una familia o de una sociedad entera.

Unos ejemplitos: se dio un beneficio en el teatro (no importa para qué objeto) y tomaron todos sus palcos las familias de más alta posición. Al día siguiente, circuló una ensaladilla por la ciudad, en la cual no había más que la numeración de los palcos de esta manera.

En el que ocupaba la familia de un rico banquero, cuyas señoras oían misa todos los días y concurrían todas noches al teatro, decía:

Palco núm… La ópera y el sermón.

En el de un conocido personaje, cuya esposa tenía fama de dominarle, decía:

Palco núm… Lo de arriba abajo.

En el de una familia cuyo jefe tenía afición al juego, decía:

Palco núm… El rey de bastos.

Y así de todos los palcos; aplicando a las familias que les ocupaban el título de una comedia, que las satirizara.

Llegó nuestro embajador Pacheco, que era el primer embajador que iba a Méjico, no habiendo tenido allí las naciones europeas más que encargados de negocios, ministros plenipotenciarios o cónsules generales. Todo lo que en una república puede tomarse por aristocracia y toda la gente acomodada salió a recibirle. Más de una legua de camino se cubrió de carruajes y de jinetes; toda la población estaba sobre la carretera de Veracruz. —A los pocos días se vendía en las tiendas una bebida, mezcla de aguardiente, pulque, y otros ingredientes espirituosos, que los léperos pedían a los tenderos diciendo: deme V. dos cuartos de Embajada de España. —Estos detalles prueban la verdad de lo que en mi prospecto te dije: que Méjico es un país de broma: y ahora verás.

Avanzaban los franceses sobre Puebla y la pusieron sitio: Una de las cosas que con más cuidado traía a los mejicanos, era la destreza maravillosa con que se decía que los zuavos manejaban la bayoneta. Había quien aseguraba que ensartaban moscas en ella, y que un solo francés con aquella arma daba cuenta de tres jinetes mejicanos armados de lanza. Se formalizó el sitio: atacaron los franceses y resistieron los mejicanos: estos se batieron como buenos: yo soy quien te lo digo, Pedro: la prueba es que el resultado final de la destreza de los bayonetistas franceses en los ataques a la bayoneta con los mejicanos, era que el francés ensartaba en su bayoneta al mejicano por debajo del esternón, mientras el mejicano introducía la suya al francés por la mismísima boca del estómago; quedando ensartadas en sus fusiles muchas parejas de muertos de ambas naciones. —A estas infelices parejas las llamaron los mejicanos los gemelitos: (las mancuernitas, que es como se llaman allá los dobles botones del puño de las camisas); y esta sola palabra, igualando al soldado mejicano con el francés, destruyó el prestigio de la superioridad de este sobre aquel. Y aquí concluyó el miedo a las bayonetas francesas.

Lo mismo hicieron con todo; y así avanzó la intervención por la comarca de Méjico, hasta dejar a Maximiliano y Carlota en su trono y su capital.

Los republicanos se retiraron delante de ellos; pero teniendo la astuta previsión de dar en escritos, versos y cantares el título de traidores a los partidarios del imperio: título que nunca favorece, a ningún partido en ninguna nación.

Maximiliano creyó, y era lógico en su opinión , que él no debía ser jefe de un partido: sino formar, con los elementos encontrados de todos los de Méjico, el núcleo del elemento imperial: que debía fundir en un solo bando nacional, todas las discordes aspiraciones y mal avenidos intereses: y creyó también, y en esto también era lógico, que habiendo estado Méjico medio siglo constituido en república, su imperio debía basarse en una constitución y unas instituciones necesariamente liberales, si no habían de chocar con los hábitos contraídos por el pueblo. Pero aquí de los de «Religión y fueros», que habían contado con que Maximiliano, católico y bendecido por el Papa, fusilaría y ahorcaría a todos los compradores de bienes eclesiásticos nacionalizados por Juárez; repartiendo a su vez entre los imperialistas los bienes y haciendas de los republicanos. — Maximiliano no podía acceder a semejante pretensión, que hubiera enajenado al imperio la simpatía del comercio extranjero, y de los que con él habían adquirido aquellas fincas, al precio y bajo las condiciones con que el Gobierno entonces establecido las había sacado a venta. Maximiliano ordenó una revisión de las escrituras de venta, en pro de los compradores de buena fe, y ordenó que devolvieran al listado las fincas no pagadas. Los de religión y fueros le dijeron que el Gobierno de Juárez era ilegítimo, y que no había podido vender: repuso el Emperador que tan legítimo era el Gobierno de Juárez como el de todos los presidentes, que lo habían sido por la fuerza o por la intriga: los dos únicos modos de llegar a la presidencia, desde la emancipación del país de la dominación española: tornaron a replicar ellos, y a negar él; y en cuanto vieron que la revisión se entablaba, y que una comisión mejicana debía de hacer presentes a Pió IX la situación del país y las dificultades del negocio, hicieron comprender a los magistrados que incurrían en excomunión si daban curso a las revisiones; y la conciencia de los jueces, que habían sancionado las escrituras de venta hecha por Juárez, se escandalizó de la revisión de Maximiliano. Partió a Roma la comisión mejicana, para someter humildemente al Papa las bases de un concordato, como los que se han hecho en nuestras naciones europeas: pero los de «Religión y fueros» les minaron el terreno por medio de sus agentes en Europa.

Entonces fue cuando algunos periódicos europeos, a quienes tenían embaucados los religioneros-fueristas, cayeron sobre el acorralado Maximiliano, a quien dieron poco menos que por apóstata y hereje, diciendo que se vendía a los liberales etc. etc.

La comisión mejicana anduvo muchos meses por Roma sin dar con Su Santidad: y Maximiliano se desprestigiaba con su poca influencia en las cortes de Europa. La Emperatriz, que quiso ayudar a su marido en esta cuestión, la mas vital de un imperio, estudiándola con su extraordinaria perspicuidad mujeril, se embarcó también para Europa, modelo de esposa y de soberana, a abogar ante las testas coronadas por la causa del Emperador su marido; pero tuvo la desgracia de indisponerse al ir a enlabiar su demanda : y Maximiliano esperó allá el resultado de su viaje, que no llegó nunca a saber positivamente.

Entre tanto los franceses, (que se habían hecho lugar con el pueblo, durante el mando benéfico y conciliador del honrado Mariscal Forey,) empezaron en el del general Bazaine a azotar a los mejicanos en el patio de la casa donde estaba alojado uno de los jefes, y después a fusilarles en la plaza de Mixcalco; so pretexto de que todos eran ladrones, y de que era preciso extinguir el robo. Comenzó a revelarse el amor propio de los que un año antes eran ciudadanos viéndose, azotados como esclavos; y comenzó a despertarse el odio y el deseo de las represalias, sin que Maximiliano lograra mitigar aquellos rigores; pues las comisiones militares francesas eran inexorables; y sobre él echaron después los liberales lo odioso de aquel procedimiento arbitrario y tiránico.

Y aquí se vio un caso curioso en los anales de las intervenciones, que prueba que la peor causa puede llegar a hacerse nacional en un pueblo por la torpeza de los que le gobiernan.

La plebe mejicana tomó el empeño de sostener el robo como si fuera una industria nacional; y protestó contra su castigo de una manera original, que merece ser tomada en cuenta.

Mientras los franceses fusilaban a un mejicano, el oficial y los soldados del pelotón eran despojados por los léperos de alguna prenda de su vestuario, que echaban de menos después de la ejecución; operación que ejecutaban los léperos a riesgo de la vida, y que significaba bien claramente «nos fusilaréis, pero os robaremos hasta que podamos fusilaros.»

Convencidos de su impotencia, o por causas que no me importa investigar ahora, los franceses se retiraron de Méjico; los republicanos comenzaron a extender sus guerrillas depredadoras por los terrenos que la abandonaban; los imperialistas de buena fe comenzaron a desconfiar del porvenir, y Maximiliano bajó a Orizaba, enviando sus papeles y equipajes a Veracruz, resuelto a abdicar. —Trató de, entablar negociaciones con los jefes republicanos, con el fin de asegurar las personas e intereses de los que le habían sido adictos; pero los jefes republicanos, seguros ya de su triunfo, desecharon con desprecio sus proposiciones de avenencia, que probaban su amor a los mejicanos, a quienes ya solo podía proteger humillándose: lo que no vacilaba en hacer en pro de los suyos.

Dios le había destinado para pagar los pecados de Europa en América; y como a un corazón leal se le puede engañar muchas veces, se le volvió a hacer creer que el imperio era popular: que solo le desprestigiaba la alianza y presencia de los franceses, y que los imperialistas podían aún disponer de veinte mil hombres y veinte millones de duros, para que el Emperador salvara en Méjico la causa de la religión, de la sociedad y de las tradiciones europeas.

El caballeroso Maximiliano creyó que le deshonraría el volver la espalda a los que se creía en deber de proteger; y formando un plan de campaña, que todavía hubiera podido dar un resultado más favorable, y que le hubiera permitido salir al menos con honor del país, se fue a encerrar en Querétaro con Miramón, Mejía y Castillo: provocando a los republicanos a sitiarle en aquella plaza, mientras Márquez reunía en Méjico el cuerpo de ejército y los elementos de guerra suficientes para caer sobre los sitiadores. Estos no dejaron de acudir a la audaz provocación de los imperiales, y sitiaron a Querétaro: pero Márquez, en lugar de seguir puntualmente el plan del Emperador, fue torpemente a hacerse derrotar en Puebla por Porfirio Díaz: y volvió fugitivo a la capital, donde hizo maldecir al imperio y desear la vuelta de los republicanos, con sus tropelías y exacciones. Encarceló a los ricos para hacerles vomitar dinero, y les tuvo en pie sin silla ni cama en que reposar; echó una contribución diaria a todo vecino que tenía algo, y cogió de leva a los indios abastecedores de víveres a la capital, para hacerles trabajar en las trincheras; privando así a la ciudad de abastecimiento. Se pagaba el maíz a cien duros y el trigo a ciento cincuenta: los pobres se morían materialmente de hambre, y unas familias vendían para comprar alimento los muebles que otras más ricas compraban para calentar el suyo. Sabiendo la catástrofe de Querétaro, dio la falsa noticia de la derrota de Juárez y de la vuelta próxima de Maximiliano triunfante: Se echaron las campanas a vuelo, y se creyó en un milagro de Dios: entre cuyo tumulto desapareció el General, y al día siguiente las liberales intimaron la rendición a la capital.

Así cayó Maximiliano en poder de Juárez: y los periódicos que le tacharon de mal católico, de mal europeo y de traidor a su propia causa, dijeron que era un héroe y un mártir, y pidieron a grito herido venganza a Dios, ¡Ay! Dios no es ministro de la venganza de nadie. Dios castiga, pero no se venga; porque la venganza, que pudo ser el placer de los dioses del paganismo, no cabe en el Dios de los cristianos que es la suma justicia y la suma perfección: Dios castiga, y nada deja sin premio y sin castigo sobre la tierra,—pero no se venga—Dios castigará.

Por estos rápidos y desaliñados apuntes comprenderás, Pedro mío, que el algo que yo intentaba decirle, debía de constituir una historia de la intervención francesa y del imperio de Maximiliano en Méjico, algo diferente de como la contarán los franceses y los mejicanos: los republicanos que fusilaron al Emperador y los imperialistas que le abandonaron: y de cuya historia mía iban a desprenderse naturalmente las siguientes consecuencias:

Que el imperio mejicano fue un sueño, que no pudieron realizar Austria, Francia y Bélgica, que dieron tropas para tal intervención: y que este desengaño debe servir a la Europa de lección, y darla la norma de sus relaciones futuras con las Américas españolas.

Que lo que se deseaba en Méjico por el bando anti-juarista, no era un imperio nacional mejicano, sino un imperio que hiciera triunfar su partido.

Que el catolicismo hubiera logrado más de un concordato hecho por Maximiliano, que lo que ha de rescatar de las garras de Juárez y de las de los republicanos, que no dejarán el valor de dos reales de la hacienda de la Iglesia.

Que los partidos religiosos y sus periódicos de acá, deben de reflexionar antes de hacer suya la causa de los partidos religioneros de allá: porque el Dios y la libertad de América no deben de ser los mismos que los nuestros: pues Dios y libertad, religión y fueros, y todos sus programas, sus proclamas y sus anagramas y lodos sus lemas, se traducen al castellano por este: detrás de la cruz, el diablo: y que las palabras y las teorías son las mismas; pero las prácticas de los hombres, no es fácil que las apadrinen como suyas ni Dios ni la libertad.

Que por aquello de morto leone, de a moro muerto, y del árbol caído, Maximiliano tendrá por ahora que cargar con las culpas de todos—y verás como Lerdo de Tejada (que es uno de los menos lerdos de aquel país en donde nacen pocos) le prueba en su memorandum, como tres y dos son nueve, que sus republicanos eran inocentes e inofensivos como monjas, hasta que el bribón de Maximiliano vino a degollarles como corderos.—Y verás también como, si los religioneros vuelven al poder y publican su memorandum, para emparejar con el de Lerdo, le prueban también en él, que la ignorancia, la ineptitud y la terquedad del herético Maximiliano, fueron la causa de la caída del imperio; porque aquel obcecado príncipe no se dejó gobernar y aconsejar por ellos, que le hablaban en nombre de Dios.

Que la república será de hoy más la forma de gobierno en Méjico y en la América española: donde la Europa ha perdido toda su influencia y la mitad de su comercio futuro, por el error de Francia: y que por este error se ha burlado, se está burlando y se burlará Méjico sólo de la mitad de la Europa.

Que Juárez y sus republicanos estuvieron en su derecho al fusilar a Maximiliano, a quien nunca reconocieron más que por su enemigo: pero que abusaron infamemente de tal derecho, fusilando a un hombre cuya bondad conocían; acusándole de crímenes que jamás pensó cometer, y ponderando la necesidad en que se vieron de fusilarle para la salvación de la patria: que no puede estar más perdida que en sus manos.

Que nosotros no abogamos por Maximiliano y Carlota, solo porque ellos fuesen príncipes o porque nosotros seamos serviles; sino porque eran unos príncipes buenos, inteligentes y deseosos de buena fe del bien y progreso de Méjico.

Que el autor de los versos de este libro y yo, no tenemos el más leve átomo de rencor ni enemistad a los mejicanos, cuya perspicacia, talento, cortesía e instrucción hemos celebrado de buena fe en este libro, cuando de ellos nos ha tocado hablar: que pensamos dar idea de su civilización y de la poesía de sus costumbres, y de su país en otro libro menos ingrato; en que hablaremos de su vida, de sus haciendas, de los gallardos ejercicios de su equitación en sus coleaderos y lazaderos; de sus bailes y sus canciones que rebosan gracia, originalidad y carácter: porque lo único que encontramos malo, y por lo cual no les tenemos rencor sino compasión, es su absurda, su maldita política basada en el odio monomaníaco que tienen a Europa, y sobre todo a España (Gachúpia), cuya raza son y cuya sangre corre por sus venas. En este sentido hemos hablado de Méjico agriamente en verso y prosa en este libro: pero protestamos que solo considerándolos bajo el punto de vista político, y no social ni personalmente —Sentiremos que así no lo comprendan: pero si así no fuere, tampoco nos pesará mucho; porque les daremos ocasión de mostrar su verbosa erudición, su gracejo nacional y su agudeza chispeante de gracia flexible y de punzante malicia, al devolvernos lo que crean que les ofende. Y esto en lugar de dolernos, nos enorgullecerá: porque vendrá a corroborar nuestra aserción de que tienen mucho talento. La política les envenena el corazón, y es la única tacha de sus buenas cualidades; así que, si arrastrados por esta nacional antipatía política, nos envían en contestación unas cuantas calumnias bien intencionadas, o unas cuantas injurias bien personales, las recibiremos cordialmente como chistes del país; pues estamos acostumbrados a leer el pájaro verde y el gachupín, que se publicó a la llegada de Prim con la intervención.