El drama del alma: 20

II.
El drama del alma
de José Zorrilla
A D. Pedro Antonio de Alarcón

He leído en no sé qué periódico de por acá no sé qué sobre los remordimientos de Juárez por la muerte de Maximiliano. Juárez tiene orgullo y no remordimientos de tal pecado, y no se cambia ahora por Alejandro Magno si resucitara, ni por Cromwel a quien parodia. Los remordimientos son hijos de las creencias religiosas; y vayan a preguntarle al indio Juárez cual es su opinión sobre el catecismo del P. Ripalda. Juárez cree (y tal vez no yerra) que ha dado el cachete a la influencia europea en América con la muerte de Maximiliano. Ha insultado impunemente a Austria y a Francia en sus Embajadores y súbditos: ha demostrado la impotencia de las intervenciones, y conserva insepulto el cadáver del Emperador para jugar con Austria al tira y afloja, o para poner al fin un precio enorme al piadoso anhelo de la familia imperial. Este sacrilegio es lo que no le perdonamos ni a él ni a sus secuaces: pero no teniendo la vanidad de creernos competentes, para juzgar de las razones que tienen Francia y Austria para no darse por entendidas por ahora de ello, ni de la indisposición de la Emperatriz, comprendemos que nuestro papel es el de irnos con la música a otra parte, y nos vamos: porque en política somos ceros a la izquierda: en la sociedad nuestra importancia está representada por el signo menos; y en los anales de la literatura patria, no somos mas que una errata de imprenta que desluce, una página.

Este libro no tiene en sí mas que una cualidad buena : la de su inoportunidad; y de propósito hemos suspendido su publicación hasta que fuera inoportuna y extemporánea, porque habíamos llegado a apercibirnos de que nuestros amigos sospechaban que queríamos también especular con el nombre y la catástrofe de Maximiliano, publicando un libro de circunstancias, cuyo éxito asegurara su interés de actualidad. Las cuestiones de Italia y de Oriente, la actitud de Prusia con Francia, y otros acontecimientos que absorben la atención universal, hacen de la publicación de este libro una cosa parecida a una piedrecilla tirada al mar: y nos damos de ello la enhorabuena.

El autor de estos versos y yo hemos querido a Maximiliano en Méjico como si hubiera sido nuestro padre: hemos llorado su muerte en España como si hubiéramos sido sus hijos; y no haremos jamás de su nombre ni del de la Emperatriz Carlota un objeto de lucro, ni un medio de meter ruido ni de darnos importancia.

Consideramos a Maximiliano, desde que le vimos entrar en la capital de Méjico, como una víctima expiatoria enviada por Dios al altar del sacrificio: le vimos luchar con sus tribulaciones sonriendo con la resignación de los mártires: nos prodigó las más cariñosas muestras de cordialidad, mientras pudo sin riesgo nuestro manifestarnos en público su amistad: y nos apartó de sí cuando vio que se acercaba la hora del peligro. Nosotros, humillándonos ante los juicios del Omnipotente como cristianos, nos preciamos de ser de los pocos (no osamos decir los únicos) que conservaremos hasta nuestra última hora una religiosa veneración por la memoria del mártir, una profunda gratitud por los favores del Soberano, una lealtad sincera a la cordialidad del amigo, y un retrato del hombre a la cabecera de nuestro lecho, cerca del de Cristo: en cuya fe esperamos morir, a pesar de nuestra locura, de nuestra profesión, de nuestros escritos y de nuestra historia.

Adiós, Pedro bueno y leal: nuestra intención era enviarle un libro que nos hiciera honor a nosotros y no te avergonzara a ti. —Nuestro miserable ingenio no ha alcanzado a llenar nuestra buena voluntad: esperamos empero que, al hojear este, tengas la agradable sorpresa de comprender que hemos perdido nuestro talento en América, pero que hemos encontrado nuestro corazón al volver a nuestra patria.


El loco comentador.


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