El drama del alma: 07

El drama del alma de José Zorrilla
Libro tercero. (1865.) XLIV-LXII


XLIV.

MAXIMILIANO. Madre, tú estás del mar al otro lado,

Y en el pueblo revuelto que dirijo
Han vendido tu hacienda en el mercado.
Madre, ilústrame tú: yo soy tu hijo.

ROMA. Que restituyan todos: me han robado.


MAXIMILIANO. Transige, Madre santa.


ROMA. No transijo.


MAXIMILIANO. Perdónales sino.


ROMA. No les perdono.


MAXIMILIANO. El perdón base de la fe y el trono

Será; cede, acomódate.

ROMA. No cedo;

Mi hacienda es la de Dios: no hay acomodo.

MAXIMILIANO. Madre, es un laberinto en que me enredo.

Cedamos algo, o lo perdemos todo.

ROMA. Tú eres Emperador: yo nada puedo

Ceder: soy infalible.

MAXIMILIANO. Pues me quedo,

Y por ti, buen católico, me inmolo.
¡A la merced de Dios!—Lidiaré solo,
Maximiliano en Méjico batalla
Solo: Roma lo ve… no puede… y calla.



LXV.

Francia va a la cabeza de la Europa:
Hoy centro del comercio y de las artes,
Tremola con ventura viento en popa
Su glorioso pendón por todas partes.
Roma vive por ella: libre Italia
Venció al Austria por ella en Solferino:
África se la abrió: no ve la Galia
Cerrado a su valor mar ni camino.

XLVI.

Es gran nación: acaso la primera:
Pero no se hará amar en tierra alguna
Porque en todas incómoda extranjera
Jamás se identifica con ninguna:
Porque audaz petulante, y altanera
Es hasta a sus amigos importuna:
Y creyendo a sus pies la tierra entera
Siempre al fin se la vuelve la fortuna:
Cuando da humilla, cuando ampara ofende
Y para en ser vendida, si no vende.

XLVII.

MAXIMILIANO. Francia, ampárame bien, o no me ampares.


FRANCIA. Yo mando: soy la fuerza de tus manos.


MAXIMILIANO. Yo quiero la razón en mis hogares.


FRANCIA. Yo te avasallaré a los mejicanos.


MAXIMILIANO. Yo me los haré amigos: sus altares

Su patria míos son: son mis hermanos.

FRANCIA. No te amarán.


MAXIMILIANO. Abdicaré.


FRANCIA. La vida

Juegas: partiré antes.

MAXIMILIANO. ¡Tú!


FRANCIA. Sin duda:

Francia no debe errar ni ser vencida.
Tú eres el responsable.

MAXIMILIANO. Tal ayuda

Es traición.

FRANCIA. Pero es mía la partida.


MAXIMILIANO. Mi fe ante el mundo y ante Dios me escuda.


FRANCIA. Por ella morirás.


MAXIMILIANO. Lo sé y me inmolo.

¡Á la merced de Dios!—Déjame solo.






Y solo, ejemplo de leal constancia,
Lidia con la república sin Francia.

XLVIII.

Inglaterra… va sola. Comerciante
De escasa propiedad de tierra ingrata
Al labrador, isleña navegante,
De la marina universal pirata,
Ni cree que hay otro Dios, ni por delante
Lleva más su política que plata.
Toda revolución la da intereses:
A revuelta nación, pesca de ingleses.

XLIX.

Y el drama de interés más palpitante
Que ha puesto nuestra época en escena,
Es el drama de Méjico: anhelante
La Europa asiste a él: de encono llena,
La América española está delante
Del proscenio agitándose: serena
Al parecer la Unión calla arrogante,
Mas la opinión del público envenena
Hábil y sutilísima intrigante;
Y espera el desenlace, que condena
A América o a Europa eternamente
El mercado a perder de un continente.

L.

Y he aquí la incierta situación del drama
Del cual en su alma el buen Maximiliano,
Sin conducir la acción, teje la trama.
¡Dios al final le tenga de su mano!
El no conoce a Méjico y le ama:
Monarca liberal, por ciudadano
Se tiene ya del pueblo que le llama
Señor, y de su pueblo por hermano.

LI.

Méjico empero, ingrato americano,
De gérmenes viciados amalgama,
Se hartará del amor de un Soberano
Que paz en cambio de su amor reclama:
Le venderá, calumniará su fama
Y le hará al fin (si con furor villano
Su generosa sangre no derrama)
Caer y huir llamándole tirano.
Y él, del árbol de Hapsburgo noble rama,
Solo, privado del favor romano,
Y de la Unión y Francia ajeno al dolo,
Si vence Emperador, vencerá solo,
Solo caerá si cáe… mártir cristiano.

LII.

Porque ¡es verdad! la Francia le abandona
Como a un desheredado aventurero;
Y él que de noble príncipe blasona,
Queda, solo, a probar al mundo entero
Que acepta, rey leal, buen caballero,
De Emperador o mártir la corona
¿Será al fin en su solio mejicano
Mártir o Emperador Maximiliano?

LIII.

¡Dios, único que ves en lo futuro
Y que lees en las almas; juez supremo
Del súbdito y del rey; único puro
Y en quien no cabe error… yo debo y temo
De su siniestro porvenir oscuro
Llegar con él hasta el ignoto extremo…
Yo no temo morir en tierra extraña:
Mas no quiero morir sin ver a España.

LIV.

. . . . . . . . . . . . .
. . . . . . . . . . . . .

Oye ahora, Alarcon: … yo le he seguido
Por todas las escenas de su drama.
Su abnegación me asombra: su fe mido
Por ella, y su fe muda mi fe inflama.
Por su poder magnético atraído
Marcho tras él: mi corazón le ama:
Y Emperador o mártir, triunfe o muera
No perderé de vista su bandera.

LV.

¿Por qué? ¿Quién soy? ¿Qué valgo? ¿Qué supongo?
¿Qué la añade, qué pesa en su fortuna
Que en la balanza de su imperio pongo
Mi fe? ¿Presumo de importancia alguna?
No Pedro mío, no: quien en su tierra
Ni en la nuestra imagine que braveo,
Ni que por algo superior me creo
Ni necesario a nadie, o miente o yerra.

LVI.

Yo no seré jamás, ni nunca he sido
Más que una voz lanzada en el espacio
Por Dios, mi criador: un vagaroso
Murmullo, el casi imperceptible ruido
De un átomo sonoro, desprendido
Del ruido universal, que en el reposo
Nocturno exhala su fugaz sonido,
A la luz de esas chispas de topacio
Que al mundo alumbran cuando está dormido;
Un eco que en América perdido
Maximiliano oyó, y en su palacio
Le hizo sonar porque halagó su oído.
¡Ay!… y ni aun le halagó por su armonía,
Sino porque en América le oía!

LVII.

Eso soy: eco que precipita
Del aire hueco por la extensión
La voz amante de un alma errante,
Que necesita cantar constante
La fe inmarchita de un corazón.
¡Voz vagabunda, santa o precita,
Tal vez oriunda de la maldita
Sima profunda del hondo averno,
Del que no alegra la noche negra
Ni un rayo pálido, ni un dulce son!
¡Voz tal vez de alma de fe infinita;
Mas que sin calma gime y se agita
Cumpliendo un plazo de expiación:
Viendo a lo lejos la luz bendita
Y en torno errante de la mansión,
Que con reflejos de gloria inunda
La faz radiante del ser Eterno,
En cuya palma posa y gravita
Viva y fecunda la creación!

LVIII.

Voz solitaria que, consonante
Con cuanta varia modulación
Lanzan al viento esos millones
De vagos sones que, en reunión,
Forman (aliento del mundo vivo)
El son solemne, perpetuo, activo
De su perenne respiración,
Inquieta gira; de todo ruido
Que va perdido loca se inspira;
De toda extraña voz se acompaña:
De todo eco hace reproducción.

LIX.

Y aguda, lenta, tierna, vibrante
Ronca, violenta, triste, exaltada,
Fresca, espirante, cóncava, ahogada,
Trémula, llena, vaga, sonora,
Desesperada, desgarradora,
De gozo y pena rara expresión,
Trina, suspira, murmura, llora,
Gorjea, ruge, retumba, canta,
Ondea, muge, deleita, encanta,
Conmueve, inspira, mece, enamora,
Arrulla, hechiza, crispa, amedrenta,
Pasma, electriza, hiere o espanta,
Conforme aumenta, mengua, se ahuyenta,
O se adelanta o se acrecienta,
Según lanzada o apareada
Va despeñada con la cascada,
O arrebatada con la tormenta
Del aire cóncavo por la región.

LX.

Ya susurra en las hojas de olmos y cañas;
Ya entre las algas flojas, las espadañas
Y el liquen de los lagos y las montañas;
Ya exhala con las aves gorjeos suaves;
Ya eleva con la fuente rumor bullente
Y burbujeos vagos de agua corriente:
Ya silba entre las grietas de los breñales;
Ya zumba en las veletas y en los cristales
De alcázares, castillos y catedrales…

LXI.

Y al fin rodando de soto en soto,
De vega en vega, de coto en coto,
Se va alejando de monte en monte,
Y hasta el mar llega, que el horizonte
Cierra en su círculo sin solución;
Y con sus ondas de orlas redondas
Da notas hondas, cuyo hondo son
Sobre las olas, que por sí solas
Nacen, renacen, y se deshacen,
Y otra vez se hacen, y se rehacen
En su perpetua reproducción,
Se desarrolla, comba y ondea,
Hierbe, borbolla, flota, cimbrea,
Bulle, se mece, boga, se aleja,
Del agua encima llevar se deja,
Ya se aproxima, ya desparece;
Se va: se acrece: retumba, vaga,
Vibra, se apaga: reaparece,
Se desvanece; y al fin fenece
Flébil y exhausto su último son
Entre las nieblas con que la bruma
Da a las tinieblas fleco ondulante,
Antes que errante y agonizante
La luz se suma, cuando la sorbe
La noche densa bajo su inmensa
Sombra flotante, que sirve al orbe
De pabellón…
Y allá a lo lejos entre el sombrío
Tul del vacío, ya sin reflejos
Que le den pálida coloración,
Aun el oído cree oír perdido
De su sonido la vibración…
Y es de la espuma
Burbujadora
Que le devora
La ebullición.

LXII.

Y eso soy: nada más.—De orgullo ajeno,
Estraño casi al mundo en que respiro,
Yo no soy más que un átomo que sueno,
Y en el silencio de la noche giro
Del aire azul en el vacío seno;
Vibro un instante en él, y en él espiro.

Y eso es no más lo que mi ser encierra:
Y hoy no soy más que el son fugaz, liviano,
Del eco de su nombre, que en la tierra
Dejará tras de sí Maximiliano:
Y con este papel, en que de lleno
Su llanto y fe mi corazón derrama,
Ni blasono de ser, ni a ser aspiro
Más que el sincero e íntimo suspiro
De un corazón que agradecido le ama:
El ¡ay! postrero de la voz amiga
Que tras su solio o su sepulcro diga
«¡Viva el Emperador!» al fin del drama.