El drama del alma: 06
Libro tercero
editar(1865.)
editarI.
No se hartan de gozar la luz del cielo
Ni de aspirar el aromado ambiente,
Ni de pasear por el florido suelo,
Ni de admirar el lago transparente
Ni de escuchar la lengua, con anhelo
De comprenderla en boca de una gente
Que da al idioma varonil de España
Suavidad femenil que les estraña.
II.
Están pasando el vértigo del clima
Y aspirando el vapor que en él embriaga.
Desde el fondo del valle hasta la cima
Del volcán, cuanto en torno de ellos vaga,
Bulle a sus pies o de ellos flota encima,
Les arrulla, les ciega y les halaga;
Su imperio es un Edén que acotan montes
De incopiables paisajes y horizontes.
III.
Todo les enamora y les encanta,
Todo les ilusiona y les seduce,
La agua que brota, el pájaro que canta,
El eco que sus pasos reproduce,
La bruma que del agua se levanta,
La canoa que el lépero conduce,
El cantar que se pierde en lejanía,
La campana que anuncia el fin del día:
IV.
El ranchero, la china, el indio, el pinto,
Las damas, los jinetes, los carruajes,
Cuantas guarda de Méjico el recinto
Muestras de razas cultas y salvajes,
Cuanto Dios en el gayo laberinto
Sembró de estos poéticos parajes,
Todo lo miran a través del velo
Que a Méjico envolvió cuando fue cielo.
V.
Y a fe que de aquel valle incomparable
No habrá jamás quien la beldad conciba
Por lo que de él se escriba ni se hable,
Aunque de él con primor se hable o escriba.
Su suave luz y su aura saludable
Nunca imaginará quien no reciba
Latentes en sus ojos y en su cara
Su oreo sano y transparencia clara.
VI.
Desde el alcázar del antiguo Azteca,
Chapultepec donde el austríaco mora,
(Monte feraz que ni en estío seca
Ni deshoja en invierno ni desflora
Un clima igual que de estación no trueca)
De un ambiente a través que el sol colora
Con resplandor que alumbra y que no ofende,
La vista sobre Méjico se estiende.
VII.
Se estiende sobre Méjico y su rico
Valle: el más elevado que en la tierra
Como doble paisaje de abanico
Envuelve en marco circular la sierra.
Desde el volcán cuyo nevado pico
En pabellón de niebla el cielo encierra
Hasta el vago horizonte de Tlascala,
Hay un país al que ninguno iguala.
VIII.
Chapultepec, de los virreyes quinta,
Sobre un añoso bosque se levanta,
Que le orla de esmeraldas como cinta
Puesta de reina india en la garganta:
De cuyo sacro bosque nunca extinta
La rumorosa soledad encanta
Música natural, que en son de fiesta
De sus pájaros mil le da la orquesta.
IX.
¡Con qué expansión de cándida alegría
El espléndido valle mejicano
Sale a admirar al despuntar el día
Desde Chapultepec Maximiliano!
¡Con qué infantil ingenuidad envía
Al vecino volcán como a un hermano
(¡De inocente placer cándido exceso!)
Un saludo cordial… tal vez un beso!
X.
¡La luz! Ante su albor rompe y se extiende
De los alegres pájaros la salva,
Mientra el crespón de las tinieblas hiende
Con alboreos trémulos el alba:
Y tras la niebla azul con que se prende
El Popocatepec la frente calva,
Salta, y derrama el sol la poesía
La música y la luz del nuevo día.
XI.
Maximiliano aspira los aromas
Que exhalan de las curvas cordilleras
Los frescos valles y enyerbadas lomas,
Llenos de aloes, cedros y palmeras.
Abajo azules bandas de palomas
Vagan del limpio lago en las riberas,
Espejo móvil en cuya haz se pinta
El cielo azul con incopiable tinta.
XII.
Y de él en rededor cien lugarejos,
Rancherías y fábricas y haciendas
Y santuarios blanquean a lo lejos,
Cual de disperso campamento tiendas.
Tras él Chalco y Tezcoco, de los viejos
Héroes aliados de Cortés viviendas;
Y allá, en último término, el sombrío
Temeroso encinar de Rio-frío.
XIII.
Allá, más hacia el norte, por encima
Del cerro a que su Iglesia y su convento
De las lagunas por temor arrima
Guadalupe, se alcanza el opulento
Terreno de Ápam; su cosecha opima
Es del fisco el más pingüe rendimiento:
Y a sus labriegos da renta de reyes
Con la miel y el licor de sus magueyes.
XIV.
Idólatras vigías de los Llanos,
Allí Teotihuacán pares levanta,
Jeroglíficos mudos mejicanos,
Dos pirámides: montes que de planta
Amasaron los indios con las manos
Y que coronan hoy con la cruz santa:
Misteriosos y bárbaros trofeos
Que tal vez recordaron al de Céos.
XV.
Allá, al sur, en la plácida vertiente
Del tajo que da paso a los jardines
De la amena y febril tierra caliente,
Tlálpam, reina del juego y los festines,
Blanquea entre castaños y bullentes
Manantiales del valle a los confines:
Reina holgazana del país del vicio,
Con la baraja por blasón y oficio.
XVI.
Allá, al poniente, el gárrulo Cabrío,
Laberinto de chozas y frutales;
San-Angel más acá, quinta de estío
Que aroman el azahar y los fresales.
Coyoacan, engastado en su bravío
Ceñidor de salvajes pedregales;
Y Ajusco, madriguera de ladrones
Al servicio de todas las facciones.
XVII.
Y en el centro del valle, chal chinesco
Prendido por sus puntas en la cresta
De la sierra, tapiz mullido y fresco
Sobre el cual duerme Méjico la siesta,
Alza su limpio casco pintoresco
La capital junto a las aguas puesta:
Nardo que el lago juguetón salpica
Y perfumado el céfiro abanica.
XVIII.
Tranquilo… alegre… satisfecho… ufano,
Contempla de este Edén la perspectiva
Desde Chapultepec Maximiliano:
Y halaga sus oídos allá arriba
El rumor matinal, el son temprano
De la ciudad, que se despierta viva
Y amorosa entre música y aroma,
Como una hurí del cielo de Mahoma.
XIX.
Mas un día vendrá tras otro día,
Y se irá desgarrando el velo externo
Que cubre este país de poesía,
Y el volcán que bajo él fermenta eterno.
Y este Edén lleno de ámbar y ambrosía
Tornándosele irá lóbrego infierno…
Y ¡ay del que a infierno tal su solio trajo
Dejando el cráter del volcan debajo!
XX.
Aquella capital, aquel perdido
Paraíso, aquel valle, aquella tierra
Sin par, que ha tiempo que ensordece el ruido
Y alumbra el fuego de intestina guerra,
Aquel jardín ayer de amores nido
Y hoy vivero de crímenes, no encierra
Ni una piedra labrada, ni una sola
Que no haya puesto allí mano española.
XXI.
Todo allí a voces nos recuerda ausentes:
Rótulos por dó quier aun no borrados
Dicen en español a los presentes
Los nombres de las plazas, los mercados,
Las calles, las basílicas, los puentes,
Los cerros, los alcaceres, los prados,
Los paseos, las fuentes, las haciendas,
Desde las carreteras a las tiendas.
XXII.
Sus casas con balcones, miradores
Y alcobas; sus refrescos, sus manjares,
Sus trajes, sus costumbres interiores,
La siesta, los refranes, los cantares,
Los bailes, las domésticas labores,
Hasta las inscripciones tumulares
Todo, desde el palacio a la cabaña,
Dice allí en español: «esto fue España.»
XXIII.
Y fue la nueva España a donde un día
Cortés con el pendón de Carlos quinto
Llevó la religión, la monarquía,
Y el comercio, y la imprenta y el instinto
Social, que a la feroz idolatría
Antropófaga echó de su recinto,
Y en fin la noble lengua castellana
Para entenderse con la raza humana.
XXIV.
Y en esa tierra hoy con ira ciega
Se invoca en nuestra lengua la doctrina
Monroe, y del origen se reniega
Español, y a los pueblos se alucina
Predicando otra fe que a saco entrega
Y al vilipendio nuestra fe divina,
Y se demanda en nuestra lengua bella
Que del nombre español no quede huella.
XXV.
Méjico, sí, y la América española
Piden en español que al cielo unida
Alce el mar, cual un muro, una grande ola
Que otra vez de la Europa la divida.
Y esa es hoy su política, la sola
Aspiración de su agitada vida…
Y eso es lo que no cree Maximiliano
Que se oculta en su valle mejicano.
XXVI.
Allí, en aquel Edén que le enamora,
Cuyo incopiable panorama admira,
Cuyo almo sol bendice a cada hora,
Cuyo aire sano con afán respira,
Cuyos recuerdos como artista adora,
Con cuya gloria y porvenir delira,
Se esconde torva y a traición le acecha.
Hidra feroz a las traiciones hecha.
XXVII.
Allí vela el dragón de mil cabezas
Que se llama política: serpiente
Monstruosa que se nutre de vilezas
Y se arrastra en el fango pestilente
De la ambición; dó incuba las bajezas
Del servilismo hipócrita, sirviente
Vil de todo poder, de todo yugo
Inventor, y compadre del verdugo.
XXVIII.
La política, vieja prostituta
Que los crímenes todos apadrina;
De cuyo amparo protector disfruta
Todo audaz charlatán, toda doctrina
Venenosa: a quien da la fuerza bruta
Por muleta un fusil cuando camina:
Que de justicia y buena fe blasona,
De la inocente buena fe ladrona.
XXIX.
Allí está la política villana,
En aquel paraíso ya perdido
De la facciosa tierra mejicana,
Cauta en acecho del primer descuido
Del europeo Emperador, y ufana
De su ingenio sagaz, prostituido
En diez lustros de vicios y traiciones,
Hilvanando contra él conspiraciones.
XXX.
Allí están los sangrientos partidarios
De la alma libertad, que allí esclavizan
Los pueblos y saquean los santuarios:
Allí los que a los pueblos moralizan
Con loas a la fe y devocionarios,
Y las pasiones de su pueblo atizan;
Y en el nombre de Dios tocando a guerra,
En el nombre de Dios roban la tierra.
XXXI.
Todos degolladores e incendiarios,
Con la misma ambición y el mismo encono
Evocan, de la tierra propietarios
Por ser, santos principios en su abono:
Y unos con las campanas e incensarios
Y otros con el cañón tiran al trono:
Los dos partidos que al imperio atienden
Le combaten los dos, los dos le venden.
XXXII.
Ambos a las naciones extranjeras
Trabajan por burlar: las alucinan
Con el lema mendaz de sus banderas:
Ambos a dos las ciegan y fascinan
Con datos y memorias embusteras:
Y con falaz astucia ambos inclinan
En su favor de Europa a las naciones,
De engañarlas después con intenciones.
XXXIII.
De los crímenes mismos ambas reas,
Pagan corresponsales y emisarios
Que doren su desmán con las ideas
De que a sus jefes dan por partidarios:
Y las ciegas naciones europeas
Abren en sus congresos y diarios
De ambas en pro calientes discusiones,
Dando fe a sus hipócritas razones.
XXXIV.
¡Oh impudente política blasfema,
Del progreso social dique y carcoma,
Que los más santos símbolos por lema
De su ambición y su venganza toma!
¡Oh política vil, que el anatema
Y apoyo invoca de la Unión y Roma!
¡Tirana libertad, fe sin decoro
Que hacen cómplice a Dios de su sed de oro!
XXXV.
Y el pueblo… la familia verdadera
Del pueblo… el labrador, el artesano,
El que de la política está fuera,
El que produce y paga… el pueblo sano,
La nación, nada del imperio espera;
Y he aquí lo que no ve Maximiliano
En el infierno-edén donde confía
En paz hacerse bendecir un día.
XXXVI.
Unos pocos leales que sinceros
La fe le dan que la ambición le niega,
Unos pocos no más que, caballeros
Sabrán morir con él si el caso llega,
Guiar con mejor luz y por senderos
Mejores la fe intentan que le ciega;
Y he aquí del nuevo imperio mejicano
Cómo es Emperador Maximiliano.
XXXVII.
Así sueña aquel príncipe en su trono
En restaurar a Méjico, y se afana
Por dar al orden con la ley abono
En la fe confiando mejicana.
Ya sólo en un confín hierve el encono
De la errante facción republicana:
Mas ¿cuál el porvenir es de su imperio?
Encima de un volcán un cementerio.
XXXVIII.
La tradición monárquica perdida,
La religión católica befada,
La dignidad social escarnecida,
La hereditaria propiedad saqueada,
Nadie seguro en heredad ni en vida,
Todos queriendo todo hacer de nada,
Muerto el comercio, provocada Europa,
Méjico es la anarquía viento en popa.
XXXIX.
Maximiliano al ir lleva consigo
La tradición histórica: el decoro
Social: la religión: la ley, abrigo
Y luz de la fe pública en el foro,
Y del instinto antisocial castigo:
La ilustración: el crédito, y el oro
Que va tras él: todo esto representa
Allí: mas nadie se lo toma en cuenta.
XL.
Maximiliano al ir, como cristiano
Como Europeo y culto y caballero,
No tiende al cetro con afán la mano
Por sed de vanidad y de dinero.
Hacer del pueblo inquieto mejicano
Un pueblo grande y libre, un verdadero
Núcleo de nación es lo que intenta.
¡Dios se lo tome en su justicia en cuenta!
XLI.
Para regenerar pueblo tan viejo
En la inmoralidad de la anarquía,
Le deben su favor y su consejo
La tradición, la fe y la monarquía.
Allí Maximiliano es el espejo
En que se ha de mirar la Europa un día:
De acíbar o de miel, su imperio es copa
Que ha de apurar con él la vieja Europa.
XLII.
Roma arriesga con él su fe y su oro:
Su sangre el Austria y Bélgica: la Francia
Sus soldados, su fama, su decoro,
Su dinero y su actual preponderancia:
De su honor, su comercio, o su tesoro
Tienen algo a que dar fe o importancia
Del imperio de Méjico en la tierra
Cuantas naciones hoy la Europa encierra.
XLIII.
Roma tiene una niebla ante los ojos:
Roma ha escuchado erróneos consejos,
Y ha cedido a políticos antojos:
Y aunque jamás sus ojos serán viejos,
Ha mirado al imperio con enojos
Y hoy de Roma está Méjico más lejos.
El imperio es católico; en América
Por Roma lidia mal la Fe colérica.