El drama del alma: 04

El drama del alma
de José Zorrilla
Libro primero. Siglo XIX.

Siglo XIX editar

XXXIX.

Llegó al fin nuestro siglo turbulento:
Sacudió la tormenta las naciones
Viejas de Europa: bamboleó el cimiento
Del trono en que dormían los Borbones:
El sol de la república sangriento
Engendró a Napoleón con sus legiones:
Y en el son de un cantar republicano
Cruzó la libertad el ocëano.


XL.

Acordonó con tropas y con leyes
Las aduanas y puertos mejicanos
Alarmado el poder de los virreyes;
Los diarios quemó republicanos
Y ocultó el cautiverio de sus reyes;
Mas todos sus esfuerzos fueron vanos:
La voz de la república francesa
Envió a través del mar la marsellesa.


XLI.

Las canciones políticas son malas
Todas sin excepción: pero ninguna
Aunque del genio y arte sin las alas
Deja de hacer prontísima fortuna.
Hechas entre clarines, sangre y balas
En la hora precisa y oportuna,
Dan al arte es verdad gloria bien poca,
Mas son un huracán del pueblo en boca.


XLII.

A falta de noticias y de pruebas,
El viento liberal era bastante
Del apuro español para dar nuevas:
Supo Méjico al fin que delirante
Abandonaba España hoces y estebas
Por fusiles y espadas… e incitante
A lid, agitador, calenturiento,
Germen de insurrección bebió en el viento.


XLIII.

Era el viento del siglo: soplo escaso,
Leve, fugaz, que ni se ve ni zumba
Como el aire sutil que hiende un vaso
Al principio, y que al fin moles derrumba:
Al que se opone de su siglo al paso
De su siglo una ráfaga le tumba;
Y aquella concitaba subversiva
A echar abajo lo que estaba arriba.

XLIV.

Francia, realista aún, la independencia
Apoyó de los Norte-americanos
Por odio de Albïon; tal imprudencia
Los gérmenes caldeó republicanos
En los pueblos conquista y dependencia
Hasta allí de los reyes castellanos:
Y el viento de la América del norte
Nos envió la tormenta a nuestra corte.

XLV.

¿Era el soplo del siglo? Es cuestión grave.
Que fue el soplo de Dios hay en el día
Quien opina tal vez; mas Dios lo sabe.
Lo que el manto rasgó a la monarquía,
Arcano es del que Dios tiene la llave:
Pero mientras España defendía
Su libertad, sus indias posesiones
Hacía allá la libertad girones.

XLVI.

¿De quién la culpa? lo dirá la historia.
Para sondar tan nebuloso arcano,
Fresca aún de los hechos la memoria,
No hay todavía luz: aun es temprano:
Y ni es para el poeta tal victoria,
Ni hay tal poder en nuestra débil mano.
¿Quién reveló la América española?
Culpemos sólo al siglo y a ella sola.

XLVII.

Nuestro siglo es rebelde: no hubo modo
De resistir al siglo. Comenzóse
A recordar y a comentarlo todo:
Se evocó lo pasado: apostrofóse
Al castellano gachupín y godo.
Que era invasor tirano declaróse,
Y empezó en uno y otro conciliábulo
La insurrección caliente a tomar pábulo.

XLVIII.

Nadie dio una razón muy valedera
Para tal rebelión: nadie en tal hora
De nadie esclavo ni oprimido era,
Ni era la autoridad más opresora:
Mas era el genio indócil de la era:
Había una carcoma roedora
La tradición monárquica minado,
Y aspiró a gobernar lo gobernado.

XLIX.

Lejos allá del trono la justicia,
Lejos el clero de la luz de Roma,
Lata la disciplina en la milicia,
De aquella sociedad eran carcoma
Superstición, abuso, odio y codicia;
Como en todo país que creces toma
Lejos de la metrópoli, impotente
Contra el volcán que brota de repente.

L.

Y ¡oh mengua de la América española!
¡Oh error de la rebelde raza humana
Que echa sus males sobre sí ella sola!
Los que amparaba más la castellana
Dominación, y a quienes más desola
El odio a España y a la fe cristiana
Del sangriento rencor republicano,
Dieron a la república la mano.

LI.

Un clérigo con otros el primero
El estandarte del motín levanta;
Deja el altar y cíñese el acero
A tal insurrección llamando santa.
Recurso musulmán del que heredero
Es nuestro pueblo aún: (y que ni espanta
Ni engaña a nadie ya:) cuando interesa,
Llamamos santa a la peor empresa.

LII.

Mas ni una hay que haya puesto por testigo
O por pretexto a Dios de su malicia
Que haya salido bien, o a quien amigo
Haya Dios amparado en su justicia.
Las razas olvidó de que era abrigo
Méjico, en su política impericia,
El cura de Dolores: y a su grito,
Se alzó otro pueblo que el por él bendito.

LIII.

«¡Libertad, igualdad, independencia!
«¡Mueran los españoles, los tiranos!
«Todos desde hoy iguales, su existencia
«Empiezan hoy por mí los mejicanos!»
Dijo el cura; y su ley fue su sentencia:
Todos libres por él y ciudadanos
Hechos, a su pendón allegadizos
Acudieron mulatos y mestizos.

LIV.

Ley que al necio no más coge de susto
Es que quien mata a hierro a hierro muere,
De árbol letal quien le cultiva arbusto,
De áspiz quien junto a sí guardarle quiere.
Es la ley del talión. Dios siempre es justo:
Quien elementos pútridos ingiere
En cuerpo sano y opio en planta buena,
Cuerpo y planta marchita y envenena.

LV.

Libertad é igualdad: principio santo
Tal vez que el cura Hidalgo sacó a plaza
Contra el pueblo español: mas que entre tanto
Que él le aplicaba al suyo, cada raza
Se le aplicaba a sí, bajo su manto
Dándose de acogerse prisa y traza;
Y levantó las dos que con las leyes
Niveladas tenían los virreyes.

LVI.

«Libertad, igualdad, fraternidad
Tres palabras que encierran grandes miras
Para el bien de la humana sociedad,
Y que han sido hasta ahora tres mentiras;
Pues tan solo la han dado en realidad
Opresión, desnivel, discordia e iras:
Mas tres palabras son que, una vez sueltas,
Han de hacer dar al mundo muchas vueltas.

LVII.

La de Méjico fue vuelta completa
Se hizo libre: salió de tutoría.
Yo no sé si fue vuelta o voltereta
En república dar de monarquía:
Pero esta no es cuestión para el poeta:
¿Por qué está desde entonces la anarquía
Entronizada en Méjico? Es un punto
Para el historiador; no es nuestro asunto.

LVIII.

El mulato, el mestizo, el pinto feo
Eran hombres sin duda como todos:
Mas, en vil sociedad e innoble empleo,
De mal instinto y de peores modos;
Eran, si va a decirlo sin rodeo,
Los polvos de que vienen estos lodos;
Eran lodo social; fermentaciones
Del limo vil de Adán en las naciones.

LIX.

Republicano ya e independiente,
Tuvo en su sociedad que dar cabida
Méjico liberal a aquella gente:
Y ella astuta y sagaz, bien advertida,
Ingiriéndose en ella mansamente,
Inoculó en la savia de su vida
Republicana gérmenes perversos
Y de su esencia natural diversos.

LX.

Aquellos a mandar por tantos años
Y en el hogar del blanco no admitidos,
Asaltaron con cábalas y engaños
El hogar y el gobierno prohibidos:
Mas llevando consigo sus amaños
Y vicios en la crápula adquiridos,
Infiltraron su hez negra y villana
En lo azul de la sangre mejicana.

LXI.

Porque el mestizo, el pinto y el mulato
Extremados en su odio al Europeo,
Este odio la infiltraron en su trato
Con la raza española: su deseo
Fue, con fe desleal e instinto ingrato,
Emplear desde la estafa hasta el saqueo,
Hasta quedarse del país señores
Únicos en los tiempos posteriores.

LXII.

Por eso se afanaron cada día
La influencia en roer de la fe hispana
Falseando sus recuerdos: todo había
Sido opresión sultánica y tirana.
Pero ¿y la religión? ¿y la hidalguía?
¿Y el comercio? ¿y la lengua castellana?
Superstición, orgullo y latrocinio:
Digno todo de escarnio y de exterminio.

LXIII.

Los hijos de los nobles castellanos:
Vistos ya como indianos por las leyes,
Eran los verdaderos mejicanos
Al negar obediencia a nuestros reyes:
Dueños de haciendas mil ricas en granos,
En chilares, en cañas y magueyes,
Sustentaban al pueblo y al erario
Con su alto lujo y su comercio vario.

LXIV.

Mas vieron estos con mortal disgusto
A altos puestos optar antojadizos,
Y ponerles tal vez el ceño adusto,
A los que con desdén de advenedizos
Trataron: mas fue tarde y no era justo:
Los pintos, los mulatos, los mestizos,
Ya con ellos al par republicanos,
Eran libres también y ciudadanos.

LXV.

Entonces unos con pesar los ojos
Pusieron en Europa y la esperanza:
Otros vueltos al Norte hasta despojos
Le ofrecieron por vientos de mudanza:
Se llamaron al fin mochos y rojos
Y entraron en lid de odio y de venganza,
Alzando dos banderas nacionales
Reaccionarios hoy y liberales.

LXVI.

Desde entonces, queriendo con el velo
Santo de Religión y de civismo
Cubrir su afán de poseer el suelo,
Su igual intolerancia y egoísmo;
Unos han invocado al Dios del cielo
Y otros la libertad y el patriotismo;
Y ambos bandos, sin fe y con ira extrema,
Escriben «¡Dios y libertad» por lema.

LXVII.

Mas es afán sacrílego y artero;
Pues no hay ya cosa allí que no se llame
Por su nombre genuino y verdadero:
Hoy, por más que el político declame,
Detrás de la opinión se ve el dinero,
Tras las proclamas la ambición infame:
Hoy en Méjico arrastran las pasiones
La fe y la libertad entre cañones.

LXVIII.

¡Oh fe sin Dios! Oh libertad esclava,
Que vaso hacéis en que beber sedientas
Del corazón en que el puñal se clava:
Que dais a vuestro Dios aras sangrientas
Y a vuestra libertad mordaza y traba!
Dios y la libertad os llevan cuentas;
Mas por no apadrinaros en el suelo,
Dios y la libertad se han ido al cielo.

'LXIX.

Tal es la historia triste del moderno
Méjico y el carácter de esta tierra:
Tal la razón del desarreglo eterno.
Y de la indócil inquietud que encierra.
Tal el foco del fuego del infierno
Que da alimento a su salvaje guerra;
inconcebibles vista por encima
Gente tan dulce en tan benigno clima.

LXX.

Méjico tiene, un cielo que le cubre
Como un fanal azul y trasparente;
Tibio, aromado, diáfano y salubre,
Templa el pulmón y el corazón su ambiente.
Tan sereno en abril como en octubre
Brilla, jamás glacial jamás ardiente;
Una sola estación bajo él impera:
Una suave y perenne primavera.

LXXI.

Su sol, que reverbera en unos lagos
Cercados de volcánicas montañas,
No hace al herirla en la pupila estragos;
Ni el ojo necesita las pestañas
Para templar sus resplandores vagos,
Tibios, suaves, rosados y de extrañas
Tintas: no hay sol que al mejicano iguale
Cuando se va del horizonte o sale.

LXXII.

Muy alto sobre el mar, el valle ameno
De la mesa central, es el paisaje
De más variados accidentes lleno:
Quintas floridas, páramos salvajes,
Pedregales y montes cuyo seno
Nutre olorosos árboles, plumajes
Que empenachan cimbrándose sus crestas,
Y que sombra y tapiz dan a sus cuestas.

LXXIII.

Llanos que dan poquísimos afanes.
Y gran cosecha al labrador; calizas
Rocas en donde aun abren los volcanes
Bocas que obstruyen hoy muertas cenizas;
Ruinas do aun salen a vagar los manes
De héroes, que entre las ondas movedizas
De las lagunas de Tezcoco y Chalco
Hallaron cristalino catafalco.

LXXIV.

Y en medio de este valle pintoresco,
Perla prendida en árabe acerico,
Ciudad como esas que el primor chinesco
Labra sobre el marfil de un abanico,
Blanco, claro, gentil, aéreo, fresco,
Méjico yace perezoso y rico,
Como Sultán que en sus jardines fuma
Viendo al mar a sus pies hacer espuma.

LXXV.

Méjico es la ciudad de los cantares,
Huerto rico de frutas y de flores;
Y en medio de la guerra y sus hazares,
Y en medio de la peste y sus horrores,
Se mece en sus chinampas seculares,
Cantando ante su tumba sus amores
En un cantar que abarca estos extremos:
«Cantemos hoy; mañana moriremos.»

LXXVI

Mezcladas, aunque hostiles, hoy sus razas
Y hechas de su política a los giros,
En salones, haciendas, campo y plazas
Bailan, ya acostumbradas, entre tiros,
Besos, quejas, requiebros y amenazas:
Viven entre cantares y suspiros,
Y mueren con la misma indiferencia
De batalla o festín por consecuencia.

LXXVII.

Galanes y diestrísimos jinetes,
Llevan en sus caballos un tesoro
En chapas, hebillajes y filetes;
Y ostenta, recordando el gusto moro,
Su cairelado arnés flecos y herretes:
Gastadores sin par de tiempo y oro,
Toman, mirando el oro como barro,
Por liberalidad el despilfarro.

LXXVIII.

Hechos a ver sin pesadumbre alguna,
Cual sin placer ni afán, en juego y guerra
Dar vueltas a su vida y su fortuna,
Que un naipe o un cañón corta o encierra,
De su viaje al panteón desde la cuna
El camino peor no les aterra:
Lo necesario es oro para el viaje;
Y con la guerra van juego y pillaje.

LXXIX.

Sus derechos iguales todo a todos,
Ciudadanos é iguales, les conceden:
«En tocia era y país por varios modos
«Pocas del oro a la virtud no ceden:
Dicen: «barniz dorado limpia lodos;
«No hay peces que en red de oro no se enreden»
Todo allí todos a su alcance miran:
Todos a todo sin temor aspiran.

LXXX.

Y hechos de limo tal los mejicanos,
Y a vivir en la alerta y suspicacia
De una guerra, que cambia los hermanos
En enemigos y la fe en falacia,
Pueden con los más diestros cortesanos
Competir en destreza y diplomacia:
Y no les hay sobre la tierra iguales
En gracia de palabras y modales.

LXXXI.

Este pueblo habla aún el castellano:
Mas con tal fraseológia y tal acento,
Que el lépero más rústico y villano
Sabe en ella expresar su pensamiento
Con un periodo culto y cortesano,
Con tono dulce, cadencioso y lento,
De imágenes y tropos con gran copia,
Con natural acción, fácil y propia.

LXXXII.

Méjico es el país de más talento.
De más gracia, más magia y más encanto
En su trato social; el sentimiento
Está en sus frases con cariño tanto
Expresado y tan bien cada momento.
Del amor y la fe tan bajo el manto,
Que sus pláticas son, de encanto llenas,
Hermanas del cantar de las Sirenas.

LXXXIII.

«¡Ángel mío! primor! mi alma! mi vida!»
Cuanta frase al decir presta incentivo,
Va en su conversación tan repetida
Cual si fuera de amor diálogo vivo.
Es nuestra lengua, sí: desposeída
De su carácter varonil nativo:
El español hablando es franco y grave:
El mejicano seductor y suave.

LXXXIV.

Rápido en concebir, en lo que piensa
Cuando la idea se le ocurre, abarca
Su acepción y ampliación la más extensa,
Y en su interpretación vía se marca
Con su veloz perspicuidad inmensa;
Siempre está sobre sí: jamás se embarca
En agua cuyo fondo no sondea:
Siempre a su fin para llegar rodea.

LXXXV.

Dulce y flexible, cuanto astuto y vivo,
Envuelve en la palabra el pensamiento
Con el giro más diestro y persuasivo,
Y al eco musical da de su acento
Con su faz y su acción doble atractivo.
La mejicana que relata un cuento
Tiene en su acción graciosa y su voz suave
Algo del vuelo y del cantar del ave.

LXXXVI.

Todo allí es seductor, todo allí es grato;
Todo embelesa, atrae, deslumbra, embriaga,
Clima, país, lenguaje, hábitos, trato;
Hasta el mismo desorden que lo estraga
Todo, es característico é innato;
No hay allí mal que nos parezca plaga:
Infierno que fué Edén, aun en su suelo
Hay no sé qué del primitivo cielo.

LXXXVII.

Tal fue Méjico ayer; tal es en suma
Hoy: mezcla de contrarios elementos:
Con sangre de Cortés y Moctezuma
Y con odio a los dos: rico en talentos.
Cauto, sagaz… y vario como espuma
Del mar que agitan sobre el mar los vientos.
Y a esta nación del mundo americano
Fue engañado a reinar Maximiliano.