El drama del alma: 03
Libro primero. Méjico
editarNarración. (1551)
editarI.
Era en el siglo aquel de las hazañas,
En que hidalgos de rústicos solares
Abrían a la fe nuevas Españas,
Después que el buen Colon la abrió los mares:
Y poniendo de madre con entrañas
En su pendón la cruz de sus altares,
Iba España por ambos hemisferios
Abriendo mundos y borrando imperios.
II.
Pisa Cortés la playa mejicana,
Y abarcando su espléndido horizonte
Se tiende su mirada soberana
De volcán en volcán, de monte en monte.
De ellos detrás, de multitud lejana
Que airada espera que contra él se apronte
Son amenazador le trae el viento…
Y audaz le aspira con placer su aliento.
III.
Tras aquellas ciclópeas montañas
Y agrestes precipicios solitarios,
Adonde huyen ante él de sus cabañas
Míseras los medrosos propietarios,
Siente alzarse contra él huestes extrañas
Al rumor de sus pasos temerarios:
Vendrá acaso sobre él la tierra entera,
Y él la siente venir y audaz la espera.
IV.
Su ojo de halcón percibe entre la bruma
Por entre aquellos riscos y barrancos,
Que fía en Dios y en su constancia suma
Para poner ante su espada francos,
Empenachados de pintada pluma
Móviles grupos y estandartes blancos;
Un pueblo en fin que en presentarse tarda,
Y que a ver antes de atacar aguarda.
V.
De esos montes detrás hay un imperio:
Al fin con su señor cruza mensajes;
De uno a otro palabras de misterio
Traen y llevan extraños personajes.
A su amago ceder es vituperio,
Y demencia exigir sus homenajes:
Mas el misterio penetrar que encierra
Es fuerza, aunque haya que forzar la tierra.
VI.
Cortés cree que cejar deshonra a España:
Su fé, acicate de su honor, le incita
Á acometer la temeraria hazaña
De avanzar sobre un pueblo, a quien irrita
Y asombra al par su pretensión extraña;
Su audacia más la oposición escita,
Y cuanto más glorioso le parece
Más en intento tal se fortalece.
VII.
De héroes un puñado le acompaña
Para dar cima a tan hercúleo antojo;
Asombrada su hueste grita «¡á España!»
Cortés sus naves sin temor ni enojo
Quema, y abre su homérica campaña.
Diciendo a su legión con noble arrojo:
«Para volver del mar a la otra orilla
Esta hay que conquistar. ¡Dios por Castilla!»
VIII.
Fe, fortuna, valor, estratagemas.
Tenacidad, homéricas campañas,
Desventuras sin par, cuitas extremas,
Inconcebibles, épicas hazañas,
Que no caben en libros ni en poemas,
Marcaron en los mapas dos Españas;
Fue española del mar la doble orilla.
¡Méjico por Cortés! ¡Dios por Castilla!
IX.
Asombro de ambos mundos su victoria,
A Cortés del pasado entre la bruma
Admiran a la luz de tanta gloria
Los que no envidian su victoria suma.
¿Cuál es después de Méjico la historia?
Veloz sobre ella al resbalar mi pluma,
Tal vez a ser mi cántico descienda
Frío resumen de vulgar leyenda.
X.
«Por España y por Dios» con fe y sin miedo
Dijo Cortés entrando los lugares:
«Por Dios y por España!» el padre Olmedo
Decía detrás de él alzando altares.
La furia del soldado templó ledo
De Cristo el sacerdote: y ambos pares
En la fe, y en valor nadie el segundo,
Dieron a Carlos quinto un nuevo mundo.
XI.
El primero de austríaca dinastía,
Emperador y Rey, Carlos primero
Soñó en sí vincular la monarquía
Universal, ser rey del mundo entero.
Dios casi se la dio, cual ser podía
En siglo tal fanático y guerrero:
Alumbrando discordias y esterminios,
No se ponía el sol en sus dominios.
XII.
Carlos, rey en sus reinos estranjero,
Imperó en el desorden provocado
Solo por él: se levantó Lutero
Contra Roma: harto de ella y ultrajado
Se alzó contra su Corte el comunero:
El viejo mundo, en guerras empeñado
Por él, se hundió en desorden tan profundo,
Que infiltró el germen de él al nuevo mundo.
XIII.
En vano el capitán noble y valiente
Enviaba desde Méjico a Castilla
De aquel nuevo país y nueva gente
Crónica ingenua en narración sencilla:
En vano el sacerdote inteligente
De la fe derramando la semilla,
Pedía para el indio mejicano
A la Iglesia favor y al Soberano.
XIV.
Era un siglo de gloria y entusiasmo:
Soñó Europa no más que guerra y oro:
Creyó que había dormido en un marasmo
De indigencia a la boca de un tesoro,
Cuando a la pobre España vio con pasmo
Avasallar el mar, rendir al moro:
Y rey de medio mundo el rey de España,
Contra la otra mitad salió a campaña.
XV.
Robó tierra a la Iglesia la herejía,
La ardiente inquisición saltó a la arena
En favor de la fe y la monarquía;
Francia arriesgó tenaz, de celos llena,
Contra el Emperador cuanto tenía:
Y él para batallar en tierra ajena,
Viendo no más en Méjico un tesoro,
Le decía no más, «mándame oro.»
XVI.
El rey al labrador para soldado
Sacaba sin piedad de sus hogares,
Dejando erial el campo no sembrado:
La inquisición en pro ele los altares
Arrancaba al judío del mercado
Y al morisco industrial de sus telares:
Queriendo con un celo temerario
Dar cristianos a Dios y oro al erario.
XVII.
Y en pos de libertad o de riqueza,
Cuantos la inquisición o la justicia
O la guerra dejaban en pobreza,
Aprovecharon la ocasión propicia
De salvar su caudal y su cabeza
De la fe armada y de la real codicia;
Y del juicio y la leva los azares
Esquivando, lanzáronse a los mares.
XVIII.
Por más que los leales y los buenos,
Que se le habían ganado al Soberano,
Le pedían de juicio y razón llenos
Que enviara sólo al suelo mejicano
Jueces de envidia y ambición ajenos
Y sacerdotes de valor cristiano,
Él enviaba no más a quien más oro
Mandara desde Méjico al tesoro.
XIX.
Y el ladrón y el apóstata que huían
De tribunal civil o religioso,
Las polillas sociales que nacían
Del polvo de aquel tiempo borrascoso,
Langostas de la América, caían
Sobre su campo virgen y abundoso;
Y, lejos de la ley, iban sin freno
De gérmenes de mal a henchir su seno.
XX.
Y el soldado rapaz, el fraile ignaro,
El tornadizo de judío y moro,
El juez venal, el mercader avaro,
Echando al mar vergüenza, fe y decoro,
Fueron a aquella tierra a vender caro
Fe, justicia, hasta su alma a cambio de oro:
Y de mal estos gérmenes distintos
Dieron entre los indios y los pintos.
XXI.
El indio es haragán, supersticioso,
De limitado y torpe entendimiento;
Como desnudo, impúdico; vicioso
Como nutrido mal de acre alimento.
El pinto, que es de Méjico el leproso,
Nace manchado el cuerpo macilento
De herpéticos lunares movedizos,
Exudación de virus pegadizos.
XXII.
Dios no nos dio en la tierra madre mala;
Pero aquí como allá la madre tierra
Al haragán y al vago no regala
El pan ni el oro que en su seno encierra:
Fecúndanla azadón, arado y pala,
No sangre derramada en larga guerra:
Así fue que los vagos que allá fueron,
Pobres aquí y en Méjico se vieron.
XXIII.
Y el estómago de hambre y las entrañas
De odio y pesar roídos, acordaron
Utilizar allí sus viejas mañas;
Las indias y las pintas no tardaron
Con ellos en unirse, y sus cabañas
Otra progenie pésima albergaron:
Hijos de aquellos padres tornadizos
Hoy los léperos son y los mestizos.
XXIV.
Mala sangre española y mala indiana,
Ni indios en realidad ni castellanos,
Brotó esta innoble raza americana,
Del continente occidental gitanos.
Y renegados de su raza hispana,
Y repugnando confesarse indianos,
Ni cristianos ni idólatras, lo mismo
Deshonran la india fe que el cristianismo.
XXV.
Vale en España más honra que oro:
Reyes también de América sus reyes.
Dieron al fin a Méjico decoro
Y alto valor social con sabias leyes:
Dieron, sin menoscabo del tesoro,
Pan y justicia al pueblo sus virreyes;
Y la Iglesia católica en sus templos
Le dio instrucción y de virtud ejemplos.
XXVI.
Íntegros jueces, nobles caballeros,
Comerciantes esentos de avaricia
Y monjes evangélicos y austeros,
En pro de la moral y la justicia
Esgrimieron al par leyes y aceros
Contraía iniquidad y la codicia:
La razón alumbrando y las conciencias
Su virtud, su palabra y sus sentencias.
XXVII.
Sabios de toga y nobles de golilla
Fueron con nobles de solar y espada
A echar, bajo los fueros de Castilla,
De otra raza leal, noble y honrada
En aquellas regiones la semilla;
Solariega nobleza allí creada
Sembró allí el germen del honor cristiano,
Prez del blasón del pueblo castellano.
XXVIII.
El comercio, la paz, la fe, y las leyes
A Méjico atrajeron la bonanza
De la gloriosa edad de los virreyes;
Al camino sacó con confianza
El rey su oro, el labrador sus bueyes:
La nobleza, el comercio, la labranza
Y el clero se fiaron grandes sumas,
Sin haber menester prendas ni plumas.
XXIX.
No le ocurrió jamás a un castellano
Súbdito del buen rey Carlos tercero,
La palabra poner de un mejicano
Peor que la de un noble caballero;
Giraba allá el comercio gaditano
Oro con que comprar un mundo entero;
E indiano que de Méjico venía,
Hasta el tesoro real franco tenía.
XXX.
Y era Méjico un pueblo hospitalario,
Rumboso, alegre, decidor, sincero;
Como hijo de andaluz un poco vario,
Mezcla de comerciante y caballero:
Y enviaba sus millones al erario
Queriendo en la metrópoli primero
Ser hidalgo español que no escatima,
Que mercader a quien el dar lastima.
XXXI.
Como hijo de la alegre Andalucía
Pródigo de convites y de fiestas,
Aniversario de algo cada día,
Ferias tenía sin cesar dispuestas:
Y en medio de ruidosa cohetería,
Las campanas a vuelo siempre puestas,
En jamaicas pasaba y coleaderos
Bajo un cielo sin par meses enteros.
XXXII.
El indio humilde, el lépero ladino
Ya a respetar el fuero acostumbrado,
Siempre sagaz, pero jamás dañino,
Del español y el rico apadrinado,
En la calle, el paseo, y el camino
Al español y al rico hacía lado:
Viendo todos sin odio o pesadumbre
Tal superioridad como costumbre.
XXXIII.
Hombreaba hidalgo el español: el rico
Al lépero y al indio mantenía;
Mantenido y en paz, cerraba el pico
El pueblo a quien tal yugo no oprimía;
El ceño se fruncían un tantico,
Mas podían llamarse cada día
Sin ponerse uno a otro en ningún potro
Lépero el uno, y gachupín el otro.
XXXIV.
Aceptando ambos pueblos los deberes
De aquella sociedad indo-cristiana
Y de siervo y señor los caracteres,
(Española honradez y astucia indiana)
Á fundir ayudando las mujeres,
Lazo común de la flaqueza humana,
Del indio astuto y del audaz hispano
Se produjo el carácter mejicano.
XXXV.
Áspero el español en su ardimiento
De vencedor con humos todavía,
Sagaz en su preciso rendimiento
El natural que a su merced vivía,
Aquel antes hostil doble elemento
Confundiéndose más fue cada día;
Hasta que, ni español ni americano,
Dio de sí un nuevo pueblo; el mejicano.
XXXVI.
Pueblo medio oriental medio europeo,
Tan descuidado cual de ingenio agudo,
Gracioso y perspicaz como algo feo,
Como al trópico cerca, algo desnudo,
Bailó, cantó y dio gusto a su deseo
Y a un buen virrey, que se fingió ceñudo
Por no arriesgar su autoridad, basada
En aquella opresión tal vez amada.
XXXVII.
Con un puñado de soldados viejos
Y unas cuantas parejas de corchetes,
Ayudando los rústicos concejos,
Se regía aquel pueblo: que entre cohetes
Y repiques, vaciaba los pellejos
De pulque, haciendo trovos y motetes
Lo mismo al noble santo de la fiesta,
Que a la moza más guapa o mejor puesta.
XXXVIII.
Alguno que otro día por un bando
Que había un rey de España se sabía
Que se llamaba Carlos o Fernando;
Y por el funeral que se le hacía
Y el busto del troquel que iba cambiando
Que cambiaba de Rey se apercibía;
Y así sufría el pueblo mejicano
Lo que llamaba el yugo castellano.