El desafío del diablo: 11

IX
​Segunda parte de El desafío del diablo (leyenda tradicional, 1845)​ de José Zorrilla
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XI


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En rápida barquilla
de flores coronada,
las cristalinas ondas
surcamos al nacer,
y el ánima inocente
navega confiada
en cándida ignorancia
sin riesgos que temer.

¡Ay! es tan bello entonces
el mar! ¡tan engañoso
sus limpias aguas dora
reverberando el sol!
¿Quién no se augura entonces
un dia tan dichoso,
cual bello es su tranquilo
y espléndido arreból!

Mas ¡ay! cual son del hombre
los vanos pensamientos,
los planes de ventura,
de dicha y ambicion!
Eternamente mira
fallidos sus intentos,
y solo alcanza sombras
su pobre corazon.

Borrascas de la vida
las sórdidas pasiones
de la ventura humana
se lanzan sobre el mar.
Del porvenir el faro
espesos nubarrones
sorben, y va la nave
sin rumbo y al azár.

¿Quién guia su barquilla
perdida y maltratada
por las tinieblas densas
de la tormenta atroz?
¿A qué remota orilla
podrá desconsolada
llegar del marinero
la moribunda voz?

Los vientos arrebatan
sus lúgubres lamentos,
mas no para que lleguen
á oidos de piedad;
los llevan para ahogarlos
en medio de los vientos,
para aumentar con ellos
la horrenda tempestad.

Todo en redor es noche;
en vano el ojo anhela
la luz hallar lejana
de un astro tutelar;
tinieblas ve tan solo;
ni un astro, ni una vela
por el nublado cielo,
por el furioso mar.

¿Adonde está, hácia dónde
la abandonada orilla?
¿adonde la esperanza
que nos lanzó á salir
de la segura playa?
¡Ay mísera barquilla,
ya Dios tan solo sabe
cuál es tu porvenir!

¡Tal es de las pasiones
el lóbrego misterio!
¡el mar desconocido
de nuestra suerte tal!
Amor nos lleva á ciegas
por su escabroso imperio,
llamando paraiso
lo que es un arenal.

Así camina á ciegas
la niña enamorada,
asi Beatriz navega
el mar de su pasion,
batida de los vientos,
de escollos circundada,
en su barquilla frágil
sin vela y sin timon.

Las viles asechanzas
de su ambicioso hermano
la minan su ventura,
la acechan por do quier.
¿Qué hará, mansa paloma
en garras del milano?
¿contra el injusto mundo
qué hará débil mujer?

Un voto, (que hizo al cabo
supersticion impía)
á odiosa la condena
y eterna reclusion…
Cuando ella enamorada
lamenta noche y dia
el ídolo perdido
que adora el corazon.

¿Qué ha sido de Don Cesar?
¿quién fue, ¡contrario infame!
de la nocturna cita
el miserable autor?
En vano es que le busque,
en vano que le llame,
acaso las montañas
son tumba de su amor.

¡Terrible fué el combate!
tremendo era el ruido
que por las huecas peñas
cruzía sn cesar:
de las descargas recias
el cóncavo estampido
no puede de su mente
ni oidos desechar.

¡Ay! vió los prisioneros;
ha visto los heridos;
mil veces de la lucha
oyó la relacion;
no dan los vencedores,
no tienen los vencidos
noticias del que adora
su triste corazon.

Las noches pasa enteras
velando en su ventana,
los ojos en la selva
por si le ve llegar;
y acláranse las sombras,
y apunta la mañana,
y á quien aguarda ansiosa
no llega á su pesar.

Si la ama cuando sabe
que abandonada queda,
cuando su amor oculto
tal vez le confesó,
¿será que desprenderse
de sus promesas pueda?
¿será que solo quiso
escarmentarla? ah, no.

Que oyó las decididas
palabras generosas
que dirigió á Don Carlos
de su ventana al pie.
Cuando dejar ansiando
sus cuevas montañosas
pidió su mano en prenda
de su futura fe.

Y asi camina á ciegas
la niña enamorada,
asi Beatriz navega
el mar de su pasion.
Batida de los vientos,
de escollos circundada
su mísera barquilla
sin vela y sin timon.

¡Tal es de las pasiones
el lóbregro misterio,
el mar desconocido
de nuestra suerte tal!
Amor nos lleva á ciegas
por su escabroso imperio,
y llama paraiso
lo que es un arenal.