El desafío del diablo: 10

VIII
Segunda parte de El desafío del diablo (leyenda tradicional, 1845)
de José Zorrilla
IX
X



En la noche de aquel dia,
noche negra y melancólica
en que todo en torno calla
y todo en torno reposa:
en que tardía la luna
por el horizonte asoma
entre cenicientas nubes
que su luz pálida entoldan,
y en que á renovar convidan
dulces y antiguas memorias,
el aislamiento del alma
la soledad silenciosa,
la tranquilidad del mundo
y el misterio de las sombras,
de pechos en su ventana
está Beatriz absorta
en secretos pensamientos
y consigo misma á solas.
El codo en el antepecho,
la sien en la palma apoya
de una mano, y la otra mano,
dejada á voluntad propia,
arranca el húmedo césped
que en el antepecho brota
con la humedad de la lluvia
y en la union de las baldosas.
Mas no cual la noche última
hoy en lo que piensa ignora;
no se elevan sus ideas
en cadena nunca rota,
naciendo unas do otras mueren,
y donde unas se evaporan
las otras patentizándose
mas ó menos luminosas
cual brotan de un manantial
una, diez, ciento, mil gotas;
no, que esta noche bien sabe
lo que piensa y lo que llora.
Todo el dia en su aposento
se estuvo encerrada y sola
pretestando una dolencia,
mas de su hermano la cólera
temiendo y las invectivas;
y Carlos que al plan que forja
mucho su ausencia conviene
para que no la conozca,
pretestando al par negocios,
pasó la jornada toda
encerrado en su aposento
devorando su zozobra.
Así todo el dia tuvo
libre Beatriz, y en penosas
reflexiones malgastándola,
hasta que la noche lóbrega
por la enmarañada sierra
tendió su manto de sombras
y ella salió á la ventana.
Zumbaba en las ramas sorda
a voz del viento, doblando
y estremeciendo las hojas,
y los picos de las peñas
á lo lejos, y las copas
de los árboles fingian
mil visiones espantosas;
enormes masas sin luz
en cuyas enormes formas
la imaginacion mil fieras
apariciones coloca.
De este nocturno paisaje
la relacion misteriosa
con sus ideas contempla,
y no tan encantadora
la sonrie su esperanza
cual pensó la noche próxima;
y el mar de su porvenir
mas recio viento alborota.
Las palabras de su hermano,
la resolucion briosa
del bandido, guerra abierta
entre ambos á dos denotan.
Ofensas hay por en medio
que se hermano no perdona,
secretos hay que el bandido
defenderá á toda costa.
Monja ha de ser (dijo Carlos)
aunque cuanto valgo exponga.
Si va mi cabeza (dijo
el otro) no será monja.
Nada la dijo su hermano
en palabras injuriosas,
en denuestos ó amenazas;
aun no ha expresado su cólera,
ni aun se ha puesto ante su vista,
lo que prueba que recóndita
lleva la hiel preparada
de una venganza traidora.
Asi Beatriz medita
en su ventana á deshoras
de la noche, y asi estando
cercada de pavorosas
aunque fundadas visiones,
creyó en la empinada loma,
saliendo de las malezas,
distinguir una persona.
El corazon á su vista
con violencia latióla;
los ojos clavó en el bulto
cuyo contorno en las lóbregas
tinieblas no se distingue
mas cuyos pasos se notan
poco á poco aproximándose
por la vereda tortuosa.
Llegó por fin; era un hombre;
y en la plazoleta angosta
que delante de la quinta
deja la tierra escabrosa,
paróse como dudando.
Y al verle, la sangre toda
de Beatriz, aterrada,
al corazon se la agolpa.

EL BANDIDO. Me esperábais.


BEATRIZ. No por cierto,

y la Virgen piadosa
me olvide si esta venida
no es un gran pesar ahora.

EL BANDIDO. ¿Cómo pesar? ¿y la carta?


BEATRIZ. ¡Carta!


EL BANDIDO. Expresiva, amorosa,

aunque indicando temores
y augurándome zozobras.
Leal vuestro mensajero
me la entregó en mano propia,
señalando el mismo sitio
que anoche y la misma hora.

BEATRIZ. Mirad que yo no os entiendo.


EL BANDIDO. (mirando en derredor.)

(Habrá moros en la costa
y disimula por eso.)

BEATRIZ. Vuestra merced se equivoca:

yo no escribí carta alguna.

EL BANDIDO. Aunque no entiendo, Señora,

el empeño de negármelo
cuando son justas congojas
las que la oculta venganza
de Carlos os ocasionan,
decid qué quereis de mí;
¿qué es lo que os place que oponga
contra sus pérfidos planes?
Si con maña artificiosa
le contrarreste, ó la fuerza
con la fuerza corresponda.
Vuestro esclavo soy, y el serlo
tengo á suerte tan dichosa
que nada puede arredrarme
por la que mi alma adora.
Conozco de vuestro hermano
la condicion ambiciosa,
y la suerte que os aguarda
si sus intenciones logra.
Si la fortuna le ayuda
libertad y hacienda os roba,
pues vuestro encierro y clausura
sus negros proyectos colma.


Iba á contestar Beatriz
á ofertas tan generosas
agradecidas palabras,
cuando á las aterradoras
voces de ¡asirle! ¡matarle!
como aparecidas sombras
por la puerta de la quinta
salieron varias personas
con arcabuces y sables,
con puñales y pistolas.
Ese es! ese es! exclamó
Don Carlos con voces roncas,
y se le echaron encima
con voracidad rabiosa.
Hízose atrás el bandido
empuñando su tizona,
y lanzando un grito agudo
que vibró largo en la atmósfera.
El eco en largo gemido
lo llevó de roca en roca
de las ásperas montañas
por las soledades cóncavas,
y al punto entre los peñascos
esta señal poderosa
hizo brotar seis bandidos
que de distancia harto corta
hicieron una descarga
oportuna y peligrosa.
Cayó Beatriz sin sentido
sin que humano ser la acorra,
y trabóse en la maleza
liza sangrienta y dudosa.
Iba á la par por momentos
aumentándose la tropa
que por instancias de Carlos
iba llegando de Córdoba,
y creciendo su cuadrilla
como en las grutas mas hondas
se internaban los bandidos
con precaucion previsora.
Oíase entre el tumulto
la voz recia y vigorosa
de los jefes que mandaban,
y la voz aterradora
de los que heridos gemían
con las postreras congojas.
Mas se retraen los bandidos
que la peor parte logran,
y los soldados avanzan
aunque en marcha cautelosa.
De mata en mata, de arbol
en arbol, de roca en roca,
ganan los unos la tierra
que los otros abandonan:
y asi seguían trepando
por las cuestas montañosas,
cuando cesó de repente
la liza tumultuosa.
Como obedece á un conjuro
turba de duendes diabólica,
cual desparecen al soplo
de un torbellino las hojas,
cual leve monton de espuma
que se sume entre las ondas,
hundiéronse los bandidos
entre la espesura lóbrega.
Hicieron alto los otros
temiendo emboscada próxima,
comentariando las causas
de tan extraña maniobra.
Dueños del campo se quedan,
mas parece su victoria
más que triunfo vencimiento,
pues nadie traspasar osa
á la otra parte del monte,
ni nadie la suerte próspera
con voz alegre celebra
de las armas vencedoras.
Volviéronse recelosos
por las gargantas tortuosas
de la montaña á la quinta;
y antes de apuntar la aurora,
sin atreverse á seguir
del bandido la derrota,
con dos ó tres prisioneros
se tornaron para Córdoba.
Y en vano los tribunales
á los presos interrogan,
fieles á su capitan
van en silencio á la horca.