El codicilo
El codicilo
Antes de leer dijo el agente consular a los herederos:
-He de manifestarles, primeramente, que tengo a su disposición, siempre que intervenga vuestro tutor legal, o sea el fiscal de la Federación, treinta mil setecientos pesos, moneda nacional; que equivalen a sesenta y siete mil quinientas cuarenta pesetas. Esta es la herencia vista y tangible de vuestro tío Roque Lanceote y Mesnera. Respecto a la entrega de esta suma, se procederá como la ley española y argentina tienen determinado. Y ahora el señor secretario se servirá dar lectura al pliego que acabamos de abrir ante los testigos fehacientes.
Los hijos de Cerdera, estaban sentados en tres sillas delante del Agente consular. La solemnidad del caso, ponía en los niños estremecimientos de angustia.
El secretario comenzó la lectura. Tratábase, más que un codicilo, de un nuevo testamento ológrafo, escrito de la mano de Lanceote, con la autorización de testigos presenciales y con todos los requisitos que las Leyes de Indias, aceptadas en la Argentina, establecen.
Si yo copiara ese documento, aburriría al lector de esta novela. Solo diré lo esencial. Contaba su vida Roque Lanceote, el nacido en Pareduelas-Albas, el que en el año treinta y siete escapó de la tierra por haber dado un golpe a un mozo, en cierta riña sobre amores, cuando la velada de San Juan. Lanceote anduvo tierras y tierras, sin dinero, pobrísimo. Hubo de detenerse en el viaje muchas veces para trabajar, como obrero agrícola, como segador. Apenas ganaba unas pesetas, él seguía su camino hacia el Sur, porque el pensamiento que tenía y la voluntad imperiosa que le animaba, le habían marcado un itinerario; él quería ir a Cádiz para embarcarse con destino a una república sud-americana, fuese la que fuera. Al fin consiguió a costa de inmensos heroicos sacrificios, ser tripulante de un bergantín, el María de Jesús, que zarpó con rumbo a Montevideo y Buenos Aires. Improvisose de marinero Roque Lanceote, y era tal su entendimiento y tan grande su resistencia, que poco después merecía la confianza del capitán, un marino de Blanes, que decía frecuentemente a los otros tripulantes, en torpe mezcla del castellano y del catalán:
-Aquest noy, es mucho valiente... Él sube a las jarcias como un mono... Bon muchacho, bon marinero.
Bajo estos elogios llegó Roque Lanceote, según él explicaba en su codicilo, a la ciudad de Buenos Aires. Quiso el capitán del María de Jesús conservarle a su servicio, pero Roque se negó. Él quería ver tierra, ver mundo. Él había leído, siendo niño, un libro de las aventuras de Hernán Cortés y de Pizarro y sentía el estímulo que aquellos grandes capitanes...
... Seguía el relato de los trabajos ímprobros, de las negras miserias... La República Argentina se hallaba en su período constituyente. Dictaduras, violencias, revoluciones, luchas a tiros... Los españoles eran mal mirados, como que era reciente la liberación de su señorío... Y Roque Lanceote aprendió en seguida su oficio. Sin dejar de sentir el amor a la patria en que había nacido, aceptó todas las imposiciones de la realidad. Permaneció en la capital, en Buenos Aires, el menor tiempo que pudo. Luego arreó camino de las Pampas, y más tarde, hacia los parajes dominados por los indios. El Gobierno de la República Argentina había dictado un decreto por el que, en su ansia civilizadora, concedía premios extraordinarios y protección magnánima a los emigrantes que osaran avanzar por las fronteras de las tribus. Era cuando el entonces coronel, luego general, Lucio Victorio Mansilla, realizó su empresa admirable en el país de los indios ranqueles. Era cuando el general Mitre, el Napoleón argentino, contenía los «malones» de la indiada... Roque Lanceote, el soriano, fue el más bravo, el más eficaz y dichoso de los que luchaban con la Fe de Cristo y por el esplendor de la República Argentina...
... Y así seguía la historia de su vida. Si nos hubiera sido dable copiarla, allí tendríamos el más interesante documento de la voluntad española, del poder dominante de nuestros emigradores... Pero he de limitar mis informes al caso de los tres sorianitos.
Lo que más nos importa de ese codicilo es, lo que copio a continuación:
«Aparte de la cantidad de treinta mil setecientos pesos que en metálico dejo a mi heredero Dióscoro Cerdera, o a sus habientes, tengo depositada mi fortuna principal, consistente en diez millones de pesos, en oro norteamericano y español en lugar seguro, libre de las codicias y peligros de los hombres. Y lo he hecho así, porque, cuando en una de mis enfermedades me sentí morir, hallándose la República Argentina en plena turbación, no fié el fruto de tantos sacrificios a bancos que podían ser intervenidos, ni a amigos fieles, que podían ser asesinados, como muchos lo fueron. El principal negocio mío fue la invención de los extractos químicos del árbol llamado Quebracho. Gocé del Gobierno Nacional, generosidades ilimitadas por lo que yo muero, cuando muera, en el amor de mi nueva Patria, a la tierra argentina, tan grande, tan leal, tan próspera. Y ese caudal se halla distribuido en dos cajas de hierro, que yo mismo he construido y soldado. Una caja, se halla a siete leguas, Norte, de Resistencia, siguiendo la línea geográfica. Es un lugar escabroso. Nunca fueron allí los hombres. Los indios le temían por la abundancia de las fieras. El Jaguareté (el tigre argentino),defendía aquellos lugares. Sufrí yo grandes peligros para buscar el seguro lugar de depósito. Después de andar once días en la dirección Norte, Noroeste, desde Resistencia, hallará el viajero una laguna, muy extensa. Allí se crían yacarés (cocodrilos). En las riberas de la laguna hay fieras. Además del Jaguareté, populan las pumas, animales mayores que las zorras sorianas, muy fieros y arrojadizos. También existe en esas tierras el zorro gris leonado. En esa laguna es tal la abundancia de nutrias que es imposible dar un paso sin ver a estas lindas bestias, que ya navegan en las aguas sucias, ya caminan por la tierra. Los indios Tobis, tienen sus rancherías en las inmediaciones de la laguna. Son fieros, están bien armados. Es difícil avanzar por aquella región sin entenderse con ellos... Yo me entendí. Capitán de una de las tribus era, cuando yo deposité la caja de hierro número 1 el indio Gerdonche, Piedra-blanca. Yo le hice muchos regalos, yo le proveí de víveres, armas y municiones, encargándole que, si llegado un día acudiesen a él mis herederos, él les amparase contra las rapiñas de sus sometidos...
En la orilla izquierda, Norte, de la laguna, hay dos piedras grandes. Entre ellas, existe un bosque de Quebracho. Andando diez pasos a la derecha desde el punto de arribada, entre las dos piedras, se verá otra piedra, blanca, de cuarzo que tiene hondos yacimientos. Lineas ferruginosas aparecen en esa piedra. A su izquierda, está el tesoro. Hay que cavar hasta los diez metros bajo el nivel del suelo. Y allí queda la mitad de lo que yo gané y allí está para mis herederos, si ellos son capaces del sacrificio... Tampoco quisiera que, por cobardía, fuesen indignos de mi herencia aquellos a quienes yo se los destino. Si fallecen en el empeño o se apartan de él por ánimo miserable, no merecerán mi cariño, porque yo sólo deseo para los hombres el valor y la virtud, prendas sublimes...»
«En cuanto a la caja número 2 está depositada a once leguas de Resistencia, siguiendo la ribera ascendente, derecha, del Paraná. Existe allí una roca verde que mojan las aguas del río. Detrás de ella, hay una piedrecita negra, muy pequeña, pero muy honda, florescencia de algún peñasco subterráneo. Caben allí mis herederos y a los once metros encontrarán la caja...»
Y a esto, añadía el codicilo, detalles legales, procedimientos de ejecución. Concluía invocando el santo respeto de los Magistrados de la República Argentina para que su voluntad se cumpliese, y solicitando su amparo, en defensa de los que acaso irían allá en requerimiento del derecho...
Más de una hora duró la lectura del codicilo secretísimo. Los tres sorianitos escucharon con atención, y según iban siendo explicados los detalles de la voluntad de Roque Lanceote, iba llenándose el ánimo de los viajeros de terror y de espanto. Así que concluyó el secretario, su oficio, Próspero, como si hubiera recibido una inspiración celestial, dijo:
-Eso es imposible. Yo y mis dos hermanos somos unos niños. ¿Cómo podremos intentar esos viajes ni esos trabajos?... Hemos venido con el engaño de una posibilidad, y nos hallamos con dificultades enormes.
El Agente consular repuso:
-No es sencillo el caso que vuestro tío Roque Lanceote ha establecido. Sin duda pensaba en vuestro padre, Dióscoro, hombre de edad madura, con la experiencia propia de esa edad. No contaba con que unos muchachitos iban a ser los ejecutores del codicilo... Pero el Gobierno de la República Argentina que conoce este asunto, y el Ministro de España, vuestro protector que lo conoce tan bien, han tomado sus medidas, para que sea realizable la voluntad del difunto. Dos agentes del Gobierno os acompañarán a vuestras expensas, gozando de un sueldo, que nosotros decidiremos. La Prefectura de Buenos Aires ha enviado para que os acompañe a dos funcionarios de la Policía, de probada reputación. Ellos son valerosos, conocedores de estas tierras. Ellos serán vuestros guiadores, vuestros defensores, los que os lleven seguramente al término de la empresa. Esos dos agentes serán depositarios del dinero que ahora voy a entregaros. Donde quiera que haya representantes de la gobernación de Formosa y del Chaco, allí tendréis protección. La obra no es fácil, pero no es imposible. Y siempre habréis de reconocer, sea la que fuere vuestra suerte, que habéis hallado en la República Argentina, para ejecutar la extraña última voluntad de Roque Lanceote, el poder de España, el celo de sus representantes, y la voluntad magnánima del Gobierno argentino.
Estas palabras emocionaron a los tres sorianitos; y Próspero contestó:
-Somos unos pobrecitos muchachos huérfanos... Nada sabemos de nada... Hemos llegado aquí de milagro... Agradecemos cuanto los señores de la Argentina y el Rey de España hacen con nosotros... Valor no nos falta. Y con esos tutores que se nos han nombrado y que van a acompañarnos, llegaremos a lo imposible... Los hijos de Dióscoro Cerdera, prefieren morir a temer.
Entonces Generoso y Basilio se pusieron en pie.
Exclamó Basilio:
-Haremos lo que debamos.
Y concluyó Generoso:
-Cobardes, no... Lucharemos, y Dios Nuestro Señor y la Virgen de Pareduelas-Albas, nos ayudará.
De este modo concluyó la escena.
Fue ya tan interesante, y había despertado tanto interés en todo el país la herencia de Roque Lanceote, que los periódicos de Buenos Aires publicaron largas informaciones. Uno de esos periódicos, «La Prensa», dio por título al relato: «Tres niños sorianos reconquistadores.» «Ellos van a buscar su fortuna entre los indios y entre las fieras.»