El cardenal Cisneros/XXVIII
XXVIII.
editarLos espíritus vulgares confunden la obstinación, las ásperas genialidades, los procedimientos bruscos y violentos con el carácter, que no es otra que la conciencia no oyendo más que el deber. Un hombre obstinado sostiene el error ó sostiene la injusticia, aun cuando uno ú otra se le demuestren con vencedora elocuencia, porque se cree humillado si obra en contrario de lo que antes pensó, cuando el hombre de verdadero carácter, es decir, el hombre de conciencia, si es capaz de ser mártir ó de cubrirse de horror por obedecer sus mandatos, no descansa hasta reparar la injusticia ó desvanecer el error de que se considera responsable. Cisneros, el mismo hombre que en Granada ni temia al rugiente motin que demandaba su cabeza, ni á la odiosidad que atraen las violencias y las persecuciones de que allí fuera autor, porque entonces creia cumplir con un deber de su conciencia, cuando fué á Toledo para conocer y juzgar los disturbios de su cabildo, no iba armado de aquella severidad que tan temible le hacia en toda España, porque las justas observaciones de la Reina le habian desarmado por completo. Quiso, eso si, dejar bien puesta su autoridad, que hubiera quedado grandemente comprometida, de condenar públicamente á sus delegados Villalpando y Fonseca; pero cumplida esta exigencia de su posición, se apresuró á poner en libertad á los canónigos que ellos prendieron, y cuando el Cabildo entero quiso ser su fiador, noblemente dijo el Arzobispo, para desvanecer toda prevención y atraerse su respetuosa simpatía: Me basta su palabra.
Cisneros entendió personalmente en toda la causa con aquiescencia y gusto del Cabildo, de lo cual no tuvo el último por qué arrepentirse, pues el ilustre Prelado estuvo bondadoso por demás y manifestó á todos su satisfacción cuando, examinando minuciosamente su vida, vio que habia en ellos más piedad y virtud de lo que habia pensado. Tres meses estuvo en Toledo, y tanto en la Catedral, como en toda la Diócesis, introdujo sabias y oportunas reformas, que luego quedaron en su mayor parte, obrando con prudencia, acudiendo á la dulzura, dándoles siempre ejemplo, valiéndose de los estímulos morales y no apelando á la violencia que, sobre ser mala en sí, hace abortar frecuentemente los mejores designios. Por último, y para que de esta visita del Venerable Primado no quedasen más que agradables recuerdos en todos los ánimos, donó quinientos mil libras con dos objetos á cual más piadosos: era el uno formar dotes para las doncellas pobres, á quienes se concedían trescientas mil, y el otro rescatar cristianos que gemían en la esclavitud, á quienes se destinaba el resto.
Vacilaba Cisneros entre ir á Alcalá, para atender á su naciente Universidad ó marchar al lado de la Reina, cuya salud estaba tan quebrantada; pero habiendo sabido que habia alcanzado últimamente alguna mejoría, se dirigió al primer punto, tal vez sacrificando algo de la devoción, respetos y cuidados que debía á su bondadosa Reina por amor á las letras y á los vastos proyectos que acaloraban su fantasía, entre los cuales figuraban la impresión de los libros referentes al rito Muzárabe, la publicación de la famosa Biblia políglota, y ya desde entonces la expedición á África.
En este corto período de permanencia en su pueblo predilecto, Cisneros asoció su nombre, ya tan célebre, á la fundación de dos establecimientos piadosos, á los cuales debemos consagrar algunas palabras. Habia observado el Arzobispo de Toledo, cuando visitaba como Provincial los diversos conventos de Castilla, que entraban en ellos novicias de familias nobles, pero sin fortuna, que profesaban obligadas por sus familias, y que salian para el mundo otras con verdadera vocación de religiosas, pero tan pobres que no tenian con qué pagar el dote escaso que se las exigia. De modo que quedaban las que debian salir y salian las que debian quedar, lo cual influia no poco en la relajación de aquellas santas casas, pues las forzadas continencias, no sólo dejan de ser virtud, sino que con frecuencia son, y en aquellos tiempos lo eran de hecho, sobre vicio latente, escándalo de la naturaleza y origen de monstruosidades á que el pudor no ha puesto nombre, pero que á veces castigan los Códigos. Quiso remediar este doble mal Cisneros, y lo consiguió fundando dos magníficos monasterios, á los cuales favoreció liberalmente con grandes bienes para dotar, lo mismo á las doncellas nobles que no gustaban del convento y preferían el siglo, que á las pobres que tenian vocación religiosa y consagraban su virginidad al Señor, establecimientos que se han conservado durante siglos, á los cuales favorecieron los Soberanos que vinieron después. El consagrado á las hijas de familias nobles sirvió de modelo, según dice Marsolier, á Madama Maintenon para fundar con igual objeto la célebre Abadía de Saint-Cyr bajo la protección de Luis XIV.
Consagrado á estas tareas se hallaba Cisneros cuando recibió la noticia de la muerte de la Reina Isabel, ocurrida en Medina del Campo, el 26 de Noviembre de 1504, muerte siempre temida, pero que nunca creyó el Arzobispo tan Inmediata que no le permitiera cumplir como Confesor en el lecho de agonía sus últimos deberes, consuelo amargo y dulcísimo á un mismo tiempo, que las almas bien nacidas quieren á la vez prestar y recibir en tan supremos instante de las personas amadas ó de sus grandes bienhechores.