El cardenal Cisneros/XL
La preocupación de Cisneros en este tiempo era la expedición de Orán. Como Catón, inflamado por su austero patriotismo, decia siempre en el Senado de Roma: ¡delenda Cartago! Cisneros, iluminado por su fe y dirigido por su ardiente amor á Castilla, murmuraba constantemente al oido del Rey: ¡Vayamos á África! Si se le decia que el fisco estaba exhausto, replicaba él: «¡Yo tengo mis tesoros!» Si se le ponderaban las dificultades de la empresa, anadia al instante: «¡yo me pondré á su frente!»
Al fin D. Fernando entró en las miras del Arzobispo, y dio su consentimiento; pero entonces se desataron los enemigos de Cisneros, y le perseguían con sus sarcasmos y murmuraciones.
Todo anda trocado en España, —decian unos,— pues tenemos un Arzobispo que no piensa más que en ser General de los ejércitos y hacer la guerra en África, cuando el Gran Capitán pasa estérilmente su tiempo en Valladolid rezando rosarios.
Medrados estamos, —añadian otros,— que un Rey tan poderoso y acostumbrado á la guerra como D. Fernando, encuentra dificultades para esta conquista, y se encarga de ella un hombre que ha sido criado en un claustro, que no sabrá hacerse temer de los enemigos ni respetar de los soldados, y que expondrá las tropas á un desastre seguro.
Los hábiles, los profundos, los maquiavélicos de aquel tiempo, para destruir la influencia de Cisneros en la corte, murmuraban que lo que quería era comprometer al Rey y á la nobleza en aquella guerra fatal para seguir él como único amo de Castilla, y añadian otros, con no ménos mala intención, que el Rey daba muestras exteriores de complacer al Cardenal, ó para consumirle con fatigas y ó para hacerle impopular y odioso con los seguros desastres que le aguardaban.
Cisneros seguia adelante en su proyecto, sin tener en cuenta estas calumnias y estas murmuraciones. Obraba como verdadero hombre de Estado, porque si es malo en los que están al frente de la gobernación de los pueblos, que desoigan los clamores de la opinión, es todavía peor, si cabe, que se detengan en un camino que juzgan de salvación por frívolas hablillas ó estúpidas calumnias de gente ruin y ociosa. Por lo demás, si la reputación purísima de un hombre como Cisneros no estuviera al abrigo de toda sospecha innoble para la posteridad, después de los hechos de toda su vida que hemos recogido en este trabajo, la lectura de las cartas autógrafas del ilustre Cardenal, que se conservaban inéditas en el Archivo de la Universidad Central, y en parte publicadas, no há mucho, de orden del Gobierno, por los Catedráticos de la misma y Académicos de número de la de Historia, D. Pascual Gayangos y D. Vicente Lafuente, arraigarla profundamente en el ánimo la convicción más firme respecto á la buena fe, sinceridad y alteza de propósitos de nuestro héroe en esta ocasión.
Todavía, después de nombrado en 20 de Agosto de 1508 Capitán general para dirigir esta empresa, tuvo que sufrir grandes amarguras y vencer no pequeños obstáculos para ponerla en vías de realización.
Pedro Navarro, soldado de fortuna, dispuesto á todo con tal de lograr su provecho, y dócil instrumento del Rey Católico, que debía ponerse al frente de las tropas, porque Cisneros no pudo conseguir llevar consigo al Gran Capitán por los celos que inspiraba á su Soberano, quizás Diego de Vera, á cuyo cargo estaba la artillería. Vargas, amigo del Rey, y Villalobos, cómplice de Pedro Navarro, encargados ambos de los bastimentos y provisiones el mismo D. Fernando, que de una manera se producía en público y obraba de otra bajo mano, suscitaron durante muchos meses grandes obstáculos al animoso Cardenal.
En 1.° de Setiembre, en carta que dirige desde Alcalá al Canónigo Lopez de Ayala, se queja de que «por vias indirectas se buscan dilaeiones, porque Diego de Vera y el mismo Villalobos escriven que por egaño á cabsa de ynvierno seria cosa de grande peligro poner ninguna armada en el mar, y para esto yo les respondo lo que conviene responderles, y antes el año pasado todos heran de parecer que para África no convenia ir en los meses de calor, antes era mejor tiempo este, y lo de Mazalquivir en este tiempo se hizo, y de Velez de Gomera cada dia venjan con sus varcas en mitad de ynvierno.»
En 10 de Setiembre, en carta que dirige al mismo López de Ayala, se queja ya directamente de Pedro Navarro, porque queria aplazar la expedición, «y no puedo creer —escribe pensando piadosamente— syno que al Conde algunas personas le han engañado y aconsejado esto.»
Pocos dias después sospecha ya que con los recursos allegados por él tan trabajosamente, queria el Conde Pedro Navarro atacar por su cuenta á One, pueblo del interior, algo distante de Orán, y dice de Vilalobos que «gasta y emplea la mayor parte de los bastimentos para otros ardides y cosas en que el Conde Pedro Navarro entiende particularmente.»
En 26 de Setiembre se queja asimismo del Rey, que pone también entorpecimientos, escribiendo á su amigo el Canónigo en estos términos: «y en esto que su alteza dice del jnconveniente que ay de que esta guerra agora se comenzase, a causa que los navios no podrian yr ni venir con provisiones para el exército, ansi es como su alteza lo dice; pero yo he acordado para esto que, allende los bastimentos que están hechos, de llevar mas bastimentos, que haya para tres meses y mas.» En esta misma carta pide á su amigo que lea y recuerde al Rey que queria llevar los bastimentos á Mers-el-Kebir y no á Cartagena, como demandaba el Cardenal, el artículo de la capitulación concertada entre los dos, que decia asi: «Iten que yo mandaré poner todos los bastimentos y provisiones que fuera menester para la armada en el puerto donde se oviese de embarcar la dicha armada, al tiempo que yo e vos el dicho Cardenal concertamos y acordamos,» en cuya virtud Cisneros pedia que se llevasen á Cartagena. Mucho se lamentaba de ello el ilustre Cardenal, y con razón decia que se le quebrantaba la capitulación, y que fuera gran liviandad ir él con la armada, y «que otro toviese en su poder los bastimentos y el artillería.»
Don Fernando hasta entónces obraba de una manera encubierta, y el desconsuelo de Cisneros llegó á su colmo cuando supo que el Rey aplazaba resueltamente la expedición. Nada pinta mejor el estado de ánimo del Cardenal como la carta que escribió con este motivo á su constante amigo. Es corta, y creemos oportuno reproducirla á continuación. Decia asi:
«Venerable canónigo: vi la carta de su alteza e vi lo que me escreviste y he estado muy maravyllado de todo esto, tanto que no sé que rresponder: he tenido mucha pena de ver descarriadas tantas gentes como para esto tenia aqui juntas, y otras que tenya por diversas partes, e otras muchas maneras de proveymientos; ansi que es cabsa de perder el crédito y haberles daño, e después, e quando las ovyeren menester, non creerán a nadie, e otros muchos ynconvenyentes que de aqui se siguen: plega a nuestro señor que su alteza en lo porvenir lo provea de otra manera: allá enbio a omedes al conde pedro navarro a le dar cuenta desta dilación a él y a otros; e perdónele dios a vargas e a su villalobos que en tantas materias nos ha traydo; pero ellos daran cuenta a dios: de alcalá XI de otubre.
Afortunadamente esta angustia cruel del Cardenal duró breve tiempo. A los pocos meses, al principio de año nuevo, el Rey volvió á proteger la empresa, y la alegría de Cisneros no tuvo límites. Con más, ardor que nunca se consagró á proveer á todas las necesidades de la expedición. Gran número de provisiones pedian los militares, y él todavía procuraba más [1]. Reñia con Vargas y Villalabos, que querían aprovechar la ocasión y hacer su agosto, no queriendo soltar sus géneros si no se les pagaba al instante, cuando lo convenido era que de los productos del subsidio se les pagase, y cuando Cisneros por la paitad más barato podia comprarlos pagando al contado de sus dineros. Comprometía á la iglesia de Alcalá, al Cabildo de Toledo y á toda su Diócesis para que le ayudasen fuertemente en su empresa. Llevaba su correspondiente tribunal militar con su Alcalde de Corte para Auditor de guerra, y se proveía de cédulas en blanco del Rey para los nombramientos que fuera conveniente hacer. Establecía postas para que los correos llegasen prontamente á D. Fernando, y ofrecía á éste que, después de obtenido algún resultado de la expedición de África, le enviarla tropas á Napóles, si de ellas en Italia tenia necesidad.
A pesar de todo, Cisneros, que tantos años venia preparando la expedición, y que tanto habia trabajado para que nada faltase en ella, cuando ya se hacia á la mar en Cartagena, reconocía las grandes dificultades que habia tenido que vencer, no todas dominadas todavía, y escribía á su querido López de Ayala: «Yo he recibido mucho trabajo y no poco desengaño, que pensaba que sabia ordenar estas cosas.»
- ↑ Las provisiones que exigió el Conde Pedro Navarro fueron: diez galeras, y navios que completasen 20.000 toneladas, que se calcularon en 150 velas. Debíanse embarcar 15.000 quintales de bizcocho, 2.000 fanegas de cebada para los caballos, 1.600 botas valencianas llenas de agua para hombres y caballos, 1.200 quintales de carne salada, 500 de queso, 600 de pescado cecial, 800 barriles de sardina y anchoa, 30 botas de aceite, 70 de vinagre, 300 fanegas de sal y 500 botas de vino.