Capítulo XXII - El espectro de Susana editar

I editar

Huyendo del loco, Sotillo salió despavorido de la casa, y no había andado veinte pasos cuando otro hombre, que estaba oculto en el hueco de un portal, le detuvo y le dijo:

-¿Ya has despachado?

-Erré el golpe... me ha pasado un fracaso... no he podido. Un maldito espantajo...

-¡Qué gallina eres! Si D. Buenaventura me hubiera encargado a mí esa comisión...

El personaje que así se expresaba no era otro que el famoso héroe llamado Pocas Bragas, a quien conocimos en casa de la Pintosilla; hombre célebre por su reciente excursión a Ceuta, de donde volvió con grandes datos y novedades para su arriesgado oficio.

-Buena la has hecho. Ya no te pongas más delante de D. Buenaventura.

-Mira lo que pienso hacer... pero alejémonos de aquí... Escucha -dijo Sotillo apretando el paso-. Quedamos en que le haría una señal en cierta casa. Él tiene en mí una confianza... Voy, doy dos golpecitos en la ventana y se la encajo.

-¿Qué?

-La gran bola de que desempeñé la comisión. Verás cómo le saco los mil reales que me prometió.

-¡Mil reales! ¡Cosa más rara! En mis tiempos no valía eso más que cuatro duros, y hasta por treinta reales despaché yo...

-¿Qué te parece lo que pienso hacer? ¿No me ves cómo estoy manchado de sangre?

-¿Pero quién te ha herido, endino? Cuenta lo que te ha pasado.

-Déjalo para después... te diré... aquel figurón... yo no había visto nunca aquel hombre... la verdad, chiquillo, me dio miedo.

-Verás como no te da los mil reales.

-Verás como sí. Tiene en mí una confianza...

Con estas y otras razones llegaron a la calle del Factor. Esperó el uno tras la esquina y el otro hizo su señal; salió Rotondo, como sabemos, y en la turbación que dominaba en espíritu no dudó un momento que el hecho estaba consumado, y más viendo manchado de sangre el brazo de Sotillo. Pero toda la elocuencia de éste no logró sacarle el dinero, por lo cual los dos héroes partieron muy alicaídos en dirección a los barrios bajos.

-¿Vas a casa de la Pintosilla? -dijo el uno.

-¡Quiá! Si está presa. Vámonos adonde Meneos.

Pues vamos a casa de Meneos. Buena te espera cuando el Sr. Rotondo descubra que le has engañado.

-Es que no me verá el pelo por jamás amén, porque mañana me voy a Sevilla, en donde me han hecho una proposición...

No podemos seguirlos en su diálogo, porque en otra parte pasa algo que exige nuestra atención. Una vez que Rotondo volvió al cuarto de Cárdenas después de haber hablado en la calle con Sotillo, los dos amigos trataron de la entrega de los veinte mil duros, y el afligido tío de Susana no pudo al fin eximirse de entregar la llave de la caja. Ya hacía largo rato que D. Buenaventura se ocupaba muy tranquilamente en contar el dinero que necesitaba, cuando se sintió ruido en el portal.

-Es que vuelven de buscar a Susana -dijo D. Miguel muy agitado-. Es preciso que yo salga con el mayor interés a preguntarles; ¿no le parece a usted?

-¡Excelente idea! Sí. Conviene que haga usted bien su papel en esta comedia.

-Cierre usted la caja; guarde usted ese dinero. Coja usted en su mano las pelucas y haga como que se despide.

Rotondo hizo todo lo que Cárdenas le mandaba, y salió por la puerta excusada. Don Miguel se levantó entonces del lecho y abrió la puerta de su despacho, en el momento en que se sentía más cercano el ruido de los que subían la escalera.

-¿Qué hay? -dijo asomándose; pero apenas había articulado esta pregunta lanzó un grito agudísimo y desgarrador, y cayó al suelo como herido del rayo. Lo primero que vio al abrir fue la figura de Susana, que, sonriendo, le dijo:

-Tío, ya estoy aquí.

Todos entraron en el despacho a auxiliar al señor de Cárdenas, a quien juzgaron víctima de una impresión de alegría. El pobre hombre tardó mucho en volver de su desmayo.