El anillo de amatista: XXIII

El anillo de amatista de Anatole France
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XXIII

—¿Trabaja usted, querido maestro? ¿Le estorbo? —dijo Goubín al entrar en el despacho del señor Bergeret.

—De ninguna manera —respondió el profesor de Literatura latina—. Estaba entretenido en traducir un texto griego de la época alejandrina, recientemente descubierto en una tumba de Files.

—Le agradecería que me permitiera conocer su traducción, querido maestro —dijo Goubín.

—Con muchísimo gusto —dijo el señor Bergeret.

Y comenzó a leer:

"Acerca de Hércules Atimos.

"El vulgo atribuye a un solo Hércules acciones llevadas a cabo por varios héroes de este nombre."

Lo que Orfeo nos enseña de Hércules tracio, más digno es de un dios que de un héroe. No me detendré narrando sus aventuras. Los tirios conocían otro Hércules, al que atribuyen hazañas que no son fácilmente creíbles. No es muy sabido, pero es lo cierto, que Alcmena dio a luz dos gemelos de rostros muy semejantes, y que recibieron ambos el nombre de Hércules. Uno era hijo de Júpiter, y el otro, de Anfitrión. El primero mereció, por sus acciones, beber en la mesa de los dioses con la copa de Hebe, y le tenemos considerado como un dios. El segundo no fue digno de alabanzas, por lo cual le llamaron Hércules Atimos.

"Cuanto de él averigüé lo debo a un habitante de Eleusis, hombre prudente y sabio, que ha recogido muchas noticias antiguas. He aquí lo que me contó aquel hombre:

"—Hércules Atimos, hijo de Anfitrión, al salir de la adolescencia, recibió de su padre un arco y flechas —obra de Vulcano— que causaban a los hombres y a los animales una muerte inevitable. Un día que en las pendientes de Citerón cazaba grullas, encontró a un vaquero, el cual le dijo:

"—Hijo de Anfitrión, un hombre injusto roba cada día un buey de nuestro rebaño. Tú, que resplandeces por tu juventud y tu fuerza, si logras alcanzar al ladrón de bueyes y herirle con tus flechas divinas, merecerás grandes elogios. Pero no es fácil acercarse a él, porque sus pies son mayores y más ligeros que los de cualquier hombre.

"Atimos prometió al vaquero castigar al bribón, y prosiguió su camino. Habiéndose internado en las gargantas de la montaña, vio a un hombre de mal talante; supuso que sería el ladrón de los bueyes y lo mató con sus flechas. Pero mientras la sangre del hombre corría sobre las anémonas silvestres, Palas Atenea, la diosa de ojos claros, descendió del Olimpo a la montaña. donde Atimos no la reconoció, porque se le presentaba en figura de viejo servidor del rey Anfitrión. La diosa le dirigió estas palabras:

"—Divino hijo de Anfitrión, el hombre a quien has matado no era un ladrón de bueyes; era un hombre bueno y justo. Reconocerás fácilmente al culpable por las huellas de sus pasos en el polvo, pues sus pies son mayores que los de cualquier hombre. Ese que ha muerto era inocente, por lo cual debes pedirle con lágrimas al divino Apolo que le devuelva la vida. Apolo no te lo negará si tiendes hacia él tus manos suplicantes.

"Pero Hércules Atimos, colérico, respondió:

"—He castigado la maldad. ¿Supones, anciano, que soy un hombre sin discernimiento y que hiero al azar? ¡Cállate y huye, insensato, o haré que te arrepientas de tu audacia!

"Unos pastores que se entretenían con sus cabras en la vertiente de Citerón, oyeron las palabras de Atimos y las celebraron con tales alabanzas, que los ecos de las montañas las repitieron, y los pinos antiguos se agitaron en un prolongado estremecimiento.

"Y Palas Atenea, la diosa de ojos claros, voló de nuevo hacia el Olimpo, cubierto de nieve.

"Entre tanto, Atimos proseguía su caminata, y de pronto descubrió las huellas del ladrón de bueyes, que iba delante y a corta distancia. Reconociólo fácilmente porque sus huellas eran mayores que las de todos los pies humanos.

"El héroe reflexionaba:

"—Es preciso que juzguen inocente a este hombre para que me crean matador del culpable y que mi gloria resplandezca.

"Después de reflexionar así, llamó al hombre y le dijo:

"—Amigo, te venero porque tú eres irreprochable y alientas honrados pensamientos.

"Tomó de su carcaj una de las flechas forjadas por Vulcano y se la dio al hombre, mientras le decía rápidamente estas palabras:

"—Coge esta flecha, obra de Vulcano. Todos cuantos la vean en tu poder le honrarán y te juzgarán digno de la amistad de un héroe.

"El malvado cogió la flecha y se alejó; la divina Atenea, la diosa de ojos claros, descendió del Olimpo nevado.

"Tomó la forma de un pastor, y con mucha dulzura acercóse a Atimos para decirle:

"—Hijo de Anfitrión, al absolver a este culpable condenaste al inocente por segunda vez, y esta acción no te valdrá la gloria que deseas.

"Pero Atimos no reconoció a la diosa venerable, y, creyéndola un pastor, la dijo furioso:

"—¡Corazón de ciervo! ¡Pellejo de vino! ¡Perro! ¡Verás tú cómo te arranco el alma!

"Levantó sobre Palas Atenea la maza, más dura que el acero de su arco, obra de Vulcano.

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—Ahí queda interrumpido el texto —advirtió el señor Bergeret al dejar el papel sobre la mesa.

—¡Es una lástima! —repuso el señor Goubín.

—¡Sí, es una lástima, efectivamente! —dijo el señor Bergeret—. He sentido un verdadero goce mientras traducía este fragmento griego. A veces hay que distraerse de los asuntos actuales.