El anhelo de la patria

Nota: Se respeta la ortografía original de la época

XIII

EL ANHELO DE LA PATRIA



¡Ilíricas montañas! ¡De Ragusa
Altos muros queridos!
¡Aire que recibiste de mi infancia
Los primeros vagidos!

¡Cuándo ¡ah! cuándo será que torne á veros,
Yo que en extraño clima
Envejecí, y en las amadas puertas
Mis ósculos imprima?

Figúrome que voy sobre las olas
Adriáticas; que invoco
Propicios á los vientos; que la patria
Orilla miro y toco.

Ya siete veces se mostró ceñido
De espigas el verano,
Y siete veces con su bruma y hielos
Pasó el invierno cano,

Desde que Roma, la ciudad de Marte,
En su cerco me encierra,
Desposeído del materno halago
De la ilírica tierra.

¡Ay! si del techo que abrigó mi cuna
Pude espacio tan luengo
Permanecer ausente, ¡desdichado!
De bronce el alma tengo.

¡Partí! Ni el padre anciano, ni la amante
Madre y la tierna hermana
Mi pecho enternecieron, insensible
Como de tigre hircana.

También, climas buscando más geniales,
De aquí la golondrina
Se aleja, y largo derrotero emprende,
Alada peregrina.

Mas cuando vuelve el Zéfiro, y las flores
Brotan, su dulce nido
Torna ella á visitar, de algún añoso
Madero suspendido.

También Medea, cuando huyó empapada
En sangre del hermano,
Del ofendido genitor temiendo
La justiciera mano,

A Colcos muchas veces del camino
Los ojos revolvía,
Y ¡Adiós! dijo con lágrimas amargas,
¡Adiós, oh patria mía!

No, no hice yo á mi patria insulto impío,
Ni ya de mi linaje
Los manes profané con pacto aleve
Ni vedado hospedaje;

Ni la paterna sangre derramando
Horror puse á las fieras.
Ni de selladas urnas la ceniza
Di á torpes hechiceras.

¿Mas de qué sirve mi inocencia, cuando
Dejé, de amor desnudo,
Los padres, el hogar, y cuanto objeto
Ser dulce al hombre pudo?

Cual roca duro fuí. ¡Piedad benigna.
Antigua habitadora
Del pecho humano! ¡Ingénitos afectos!
Tornad, tornad ahora.

Reblandeced un corazón que grato
Ya vuestro influjo siente,
Y del llanto, en el ánima agostada.
Volved á abrir la fuente.

Mi voto cumpliré. Del Adria bravo
Iré sobre las ondas:
¡Poned, poned del impaciente leño
Las velas más redondas!

¡Roma, quédate á Dios! Tiempo sobrado,
Voluntario proscrito
Te conocí: deber y amor me llaman
Con imperioso grito.

Tus cóleras depón, Padre Nereo,
Y adormido reciba
Tu seno al viajador que inclina el rumbo
A la costa nativa.

Glauco de escollos me liberte, y salva
La prora se deslice;
Con sedoso plumón aura lasciva
El manso golfo rice.

Nadando vayan coros de Nereidas
En torno de mi nave,
Y el azulado Palemón la empuje
Con ímpetu suave.

Si hórrido temporal entenebrece
Con cerrazón de plomo
El piélago alterado, y rutas borra
Sobre su crespo lomo,

Pediré á otro elemento desusada
Senda, y los mares mismos
Se admirarán cuando bogar me vean
En etéreos abismos.

Que no tú solo, Dédalo atrevido,
Dejarás á la historia
Del poder que hasta el cielo á un hombre eleva,
Admirable memoria.

Dédalo, es fama, entre las mallas preso
De ciego laberinto.
Del amor de la patria estimulado
Por el seguro instinto,

Juntó livianas arrancadas plumas,
Y con mano industriosa
Las teje, y á sus hombros las aplica,
Y alzarse en ellas osa.

Igual amor rae impulsa: él prodigioso
Me vestirá sus alas,
Y delante henderá, fuerte remero,
Las cristalinas salas,

Cual lanzándose el ave de la copa
Del más erguido pino,
Dirige los polluelos inexpertos
Por líquido camino.

Y no habré de pararme en el espacio
A contemplar radiosas
Constelaciones, el Dragón luciente,
Erígone y las Osas.

Deja atrás, si te place, al que te guía,
Ícaro, y sigue solo;
Con las ruedas ignívomas compite
Del inflamado Apolo.

Entanto, á do risueña se aparece
La ilírica ribera.
Allá declinaré, raudo volando
En dirección certera.

Y alzando yo á mirar, y al ver que subes
Más y más en tu vuelo.
Diré: ¡Prefiero los paternos lares
Al estrellado cielo!