El Tempe Argentino: 08

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo VI editar

El rancho


A la margen de un arroyo encantador, a cuatro pasos de su orilla y a la sombra de un grupo de sauces elevados y coposos, una simple estacada en un ámbito de seis varas en cuadro, sosteniendo un techo de paja con paredes formadas de junco o de ramas; tal es el rancho del isleño. Es su obra de pocos días, que dura muchos años. Su mueblaje se compone de un cañizo para dormir, y otro más alto para despensa; una mesa de seibo; algunos bancos y platos de la misma madera; asador, olla y paba o caldera de hierro: un mate y un saco de camuatí para la sal. He aquí un edificio que con su menaje todo no vale tanto como uno solo de los muebles que el lujo ha hecho necesarios al habitante de las ciudades. Y esa pobre choza con su rústico ajuar comprende cuanto el hombre puede necesitar para su seguridad y reposo, su comodidad y placer... pero que no se aloje en ella el que haya llegado a enervarse al extremo de ser más delicado que el picaflor que la prefiere para suspender bajo su alero la cuna de sus hijuelos.

¡Cuan poco necesita el hombre para vivir satisfecho y tranquilo, cuando las necesidades facticias y las vanidades del mundo no le han hecho esclavo de mil gustos nocivos e innecesarios, de mil ridiculeces y de un sin número de costosas bagatelas!

¿Qué artesonado puede igualarse a la pompa y hermosura de un grupo de sauces de Babilonia que abraza en su extensa bóveda la cabaña con su patio y el puerto y la chalana y el baño, defendidos del sol por sus ramas colgantes frondosísimas? [1]

Aun consultando la variedad y delicadeza de los gustos (si se ha de combinar su satisfacción con la salud) nada de las mesas opíparas se puede echar menos al probar las sencillas preparaciones del fogón de las islas.

Yo hasta ahora no he gustado un plato que supere al odorífero y jugoso asado que solo nuestros campesinos saben preparar. Difícilmente la cocina del rico aderezará un manjar tan sabroso como sano y suculento. Para el sobrio habitante de las islas, el simple te del Paraguay o mate, suple con ventaja para su paladar y su salud, por todos los licores y pociones conocidas. El agua exquisita que corre al pie del rancho del carapachayo bastaría para hacerlo preferible a las habitaciones ciudadanas con todas sus bebidas peregrinas. El agua del Paraná, tan digna de su fama por su excelencia, quizá sea más eficaz que todas las panaceas y elixires inventados para recobrar la salud y conservarla.

¡Oh, qué hechicera y agradable es la morada del isleño a la margen del arroyo, al abrigo de los copudos sauces, con su baño delicioso y su chalana! ¡Qué deleitable contemplar las bellezas de la primavera desde su rústico y pintoresco albergue! ¡Que grato es aspirar el aire vivificante de la mañana, que penetra en el rancho libremente, incitándonos a gozar el bello espectáculo de la salida del sol!

¡Qué encanto escuchar a la alborada el cuchicheo de los nidos y los alegres preludios de los himnos a la aurora que asoma por el oriente! Todavía no se muestran para el hombre señales del alba, cuando bajo su mismo techo se la anuncia la charla bulliciosa de las golondrinas, seguida muy pronto por las tiernas canciones de la tacuarita, y los gritos del bienteveo repitiendo su nombre. Todas las aves abandonan la espesura que les sirvió de refugio contra los temores de la noche; dejan sin cuidado sus polluelos, y cada una a su modo celebra la vuelta de la luz que les trae la alegría y los placeres! La calandria se remonta por los aires entonando sus inimitables cantos, para anunciar desde el cielo a los dormidos el nacimiento del sol. El hornero, modelo de industria y parsimonia, nos avisa con su ruidoso claqueo, que ha llegado la hora del trabajo. El boyero (pájaro tejedor) parece despertar a los ganados con sus silbidos sonoros que imitan la voz humana. El carpintero, sin pérdida de tiempo, continúa a golpe de pico en un duro tronco la obra laboriosa de su nido, y millares de jilgueros, cantando todos a la vez, aumentan el regocijo de la madrugada con el gracioso desconcierto de sus trinos.

Toda la naturaleza se despierta a gozar el placer de la existencia desde los primeros albores del nuevo día. El verdor del follaje, la frescura de la brisa, la fragancia y belleza de las flores, el susurro de los árboles, la trisca de las aves y los peces, el rocío, y las aguas que centellean con sus reflejos... todo infunde el más puro alborozo, todo embarga los sentidos y los llena de una deleitación sosegada y pura, todo nos inspira vehementes deseos de fijar nuestro domicilio en la cabaña situada a la margen del arroyo, a la sombra de los elevados y coposos sauces, con su chalana y su baño entre las ramas colgantes y las flores y los pájaros canoros.


  1. Chalana: pequeña embarcación plana, sin quilla, generalmente sin cubierta. Tiene timón y vela (a diferencia de la canoa que no los tiene), y cuando le falta el viento, anda al impulso de un botador. Si es muy chica, se maneja como la canoa con una espadilla o pala que sirve a la vez de remo y de gobernalle.