El Tempe Argentino: 09

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original.


Capítulo VII

editar
Animales útiles


El hombre se cree autorizado para disponer a su antojo de las obras de Dios; error de su ignorancia, o vana presunción de su orgullo; humos de su pristina grandeza. El cree que, sin más examen que el de su inmediato provecho, puede entrar a sangre y fuego en los dominios de los reinos animal y vegetal. Y sin embargo, no desconoce el orden admirable que preside en toda la creación; orden que es más palpable en el equilibrio de fuerzas productoras, conservadoras y destructivas, pues nunca se ha perturbado sin gran perjuicio de la familia humana. Pretender el derecho de disponer a su albedrío de esos seres, es abrogarse el derecho de atentar contra ese orden conservador.

En el sistema actual de la naturaleza es necesaria la existencia de los animales carniceros y voraces para neutralizar la excesiva multiplicación de otros vivientes, y para purgar la tierra de los cadáveres pertenecientes a los seres que expiran de muerte natural o de otro modo, a fin de que no corrompan el aire que han de respirar los que sobreviven. También es necesaria la presencia de los árboles para la conservación de las aguas, para atraer las lluvias y para la constante depuración de la atmósfera. Regiones enteras, las más fértiles de la tierra, se han convertido en áridos desiertos, a causa de haberlas despojado el hombre de sus arboledas, y muchos pueblos se vieron y se ven hoy, por igual motivo, con su antigua sanidad perdida. Provincias hay que han visto todas sus cosechas devoradas por los insectos, a causa de haber destruido ciertas aves, porque comían algún grano de las eras, y han tenido que volver a traer y propagar los pájaros que habían exterminado por dañinos.

En una porción no pequeña del territorio argentino hacen grandes estragos en las quintas y un enorme consumo de pastos en los campos las hormigas, que se han multiplicado asombrosamente, por haber sido destruídos los tamanduáes u osos hormigueros, cuadrúpedo expresamente organizado para alimentarse de hormigas.

Así es como el hombre, por no observar las leyes de la naturaleza y, creyendo muchas veces librarse de un animal nocivo o de un árbol inútil, destruye el equilibrio de la creación, y ocasiona las plagas que a la vez consumen su riqueza y su salud.

Por el contrario, cuando aplica su razón a la explotación de las riquezas naturales, no procede a destruir sin el previo estudio necesario de las causas finales de los seres; y así saca de ellos el mayor provecho posible, sin exponerse a provocar futuros males. Se sujeta a reglamentos en el desmonte, la caza y la pesca, en el interés de conservar estas riquezas para sí y sus descendientes. Asegura bajo las leyes protectoras la vida de todos los individuos de ciertas especies que no le hacen sino beneficios, como sucede con el buitre de Bengala en la India, con la polla de Faraón en Egipto, y con el urubú o carranca en el Perú, Haití, el Brasil, Paraguay y otros puntos de Sud-América. Todas estas aves, parece que estuviesen exclusivamente encargadas de la limpieza de las ciudades, pues libran diariamente las habitaciones y las calles de animales muertos y toda clase de inmundicias. Al ponerse el sol vienen en grandes bandadas a las poblaciones, se tragan todas las basuras, por repugnantes que sean, y después de haber hecho la más completa policía, se retiran. En Lima los llaman ciudadanos, como que se hombrean con la gente que nunca incomoda a estos empleados civiles, aunque despidan un olor poco agradable, y a veces alguno de ellos perturbe el orden público, armando camorra con algún perro por disputarse un hueso. Todos los gobiernos de esos países han tomado a dichos pájaros bajo su protección imponiendo una fuerte multa al que mate alguno de ellos. La cigüeña es también protegida por las leyes y costumbres de la Holanda, y hasta los Hotentotes castigan severamente al que mate uno de los pájaros secretarios del Cabo de Buena Esperanza, enemigos implacables de las serpientes.

También el hombre se apodera de las especies que encuentra más útiles y dóciles, domesticándolas y conservándolas bajo su inmediato dominio.

Empero, que no se envanezca atribuyendo a su superioridad esa conquista; que no se jacte de haber, por medio de su habilidad y de su industria, subordinado a su voluntad esos seres; no, él no ha hecho más que recoger un don con que lo ha favorecido el Cielo, no ha hecho más que aprovecharse de aquel instinto, de aquella predisposición tan marcada, impresa en determinados seres, en obsequio del hombre, por la mano del Criador apiadado de su destitución en medio de todas las criaturas que, por doquiera huyen a su aspecto. Quiso conservarle un resto de su servidumbre al monarca destronado.

De nada ha valido la superioridad de su inteligencia y de su fuerza para sujetar a los rebeldes. Hasta ahora no ha podido el hombre someter a su obediencia aquellas especies en que no se encuentra una innata tendencia a la sumisión. Todo lo que puede conseguir, es reducir algunos individuos, a fuerza de trabajo, o con prisiones; pero domesticar las razas, jamás. Con cada nuevo individuo tiene que recomenzar su tarea de docilizarlo. En miles de años de ensayos incesantes no ha logrado siquiera dominar al ruiseñor, ni domesticar al canario, al halcón, al oso, al mono y tantos otros. El admirable y valiosísimo castor, huye de su presencia; el elefante y el loro cautivos se rehusan a los impulsos más poderosos de la naturaleza, y no se propagan; el lobo, a pesar de ser tan afin al perro, es indomable.

Lejos de notarse tal indocilidad y hurañía en las especies domesticables; lejos de necesitarse hacerlas pasar por una larga serie de generaciones para suavizarlas y hacerlas contraer hábitos nuevos, el hombre las encuentra ya, desde su estado silvestre o montaraz, con las mejores disposiciones para sometérsele; y no sólo para servirlo según las habitudes naturales, peculiares a cada especie, sino abandonándolas con increíble docilidad, hasta contraer costumbres diametralmente opuestas a las primitivas, y formar de una especie razas o variedades con hábitos contradictorios, como sucede con el perro.

A este incomparable animal que, por sus nobles prendas, se le presenta a su mismo amo como el modelo de la amistad, de la lealtad, de la resignación, de la abnegación y de tantas otras excelentes cualidades, ¿le habrán sido inspiradas por el hombre que, o no las tiene, o las mancha a cada paso? ¿por el hombre que no pocas veces se muestra

injusto, ingrato, duro y caprichoso con el mismo generoso animal a quien no puede degradar ni corromper con el mal ejemplo de sus violentas pasiones?

La cabra y la llama han dejado sin repugnancia la independencia de las montañas y el placer de saltar de risco en risco, para sujetarse a la vida sedentaria del establo; la oveja, de clima frío, como lo indica su vellón, se acomoda a todos los temperamentos, y hasta se vuelve ictívora; el caballo soporta todos los climas, y llega a hacerse omnívoro como su señor; el búfalo y el toro, dóciles a la voz de un niño, conducen enormes pesos; el camello se postra de hinojos para recibir la carga; la abeja ha perdido su innata afición a los bosques, y no los busca ya, por más que goce de la libertad del vuelo, y no perciba nada de su señor en retribución del tesoro de sus panales; la paloma casera, bien que dueña de su albedrío y de sus alas, jamás se aleja de la habitación del hombre, aunque no reciba de su liberalidad un solo grano.

Otras muchas especies, como si se hallasen dominadas de una invencible inclinación a la compañía del hombre, constantemente rodean y aun ocupan nuestras casas, aunque sin renunciar a la independencia; y nos son útiles persiguiendo los insectos que nos molestan, o recreándonos con sus cantares. De este número son las golondrinas, el pinzón, la tacuarita, el picaflor, la calandria y el jilguero.

¿De dónde proviene esta domesticidad, sino de la índole del animal? ¿De dónde, sino de una inclinación instintiva a la compañía del hombre? ¿De dónde esa incompresible facilidad de renunciar sus propensiones naturales, para amoldarse a las nuestras? ¿De dónde esa buena voluntad para servirnos, que les hace soportar con gusto las más duras tareas, sino de una secreta predisposición determinada por el Autor de la naturaleza, para que ciertas especies de animales quedasen consagradas al servicio inmediato de la familia humana?

Por eso es que han sido vanos sus esfuerzos para hacer nuevas conquistas, cuando no han encontrado al animal predispuesto; y se pierde en la oscuridad de los tiempos más remotos el origen de la domesticación del mayor número de las especies que actualmente tiene subordinadas.

Con todo, el hombre tan preciado de su saber y de su industria, todavía está muy distante de completar el estudio de las propiedades y costumbres de los seres que lo rodean, ni la adquisición de los servicios que le ofrecen, especialmente en los países recientemente descubiertos o explorados. Circunscribiéndonos a la región que habitamos, ¡cuánto no tendría que admirar en el estudio de tanta variedad de abejas y avispas melíferas y cereras que se hallan en nuestros bosques! ¡Cuánta facilidad encontraría en domesticar las especies que carecen de aguijón, como otra prueba más de la inocuidad de los animales de este clima! ¡Cuánto provecho no sacaría reduciendo a su servicio tantas aves y cuadrúpedos tan útiles como dóciles del delta! ¡Cuánto que admirar y que aprender en la arquitectura del hornero, en su laboriosidad, su aseo y su amor a la familia! El nos enseña a ser esmerados y previsores en la construcción de nuestras casas, formando a nuestra vista un edificio perfectamente regular y hermoso, que ofrece comodidad y seguridad, y tan sólido, que por dilatados años resiste a las intemperies, sin necesidad de refacciones. El, a una con su consorte, nos despiertan al amanecer con su canto bullicioso; y nos incitan al trabajo con su ejemplo, enseñándonos que esa es la hora más propia para emprender las tareas del día, y que el aire de la madrugada es lo que más contribuye a sostener la salud del cuerpo y la alegría del ánimo, como lo prueban todos los ejemplos de longevidad humana, la cual sólo se encuentra entre las personas madrugadoras. [1]


  1. Huffeland lo demuestra con numerosos ejemplos y raciocinios en su libro el "Arte de prolongar la vida".