El Robinson suizo/Capítulo XXXI

El Robinson suizo (1864)
de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XXXI


CAPÍTULO XXXI.


La liga.—Caza de monos.—Palomas de las Molucas.


Apénas amaneció nos desayunámos, y despues de pensar al ganado la familia me recordó la promesa de la víspera, impaciente como estaba por ver el efecto de la liga. Para confeccionarla me valí de cierta cantidad de goma elástica mezclada con trementina, y puesta al fuego, miéntras hervía los niños se dirigieron en busca de varitas, que despues de untadas con aquella composición glutinosa se fuéron colocando en las ramas de la higuera donde había más fruto, y por consiguiente más atractivo para que acudiesen los pájaros. Su abundancia era tal, que un ciego disparando á bulto al árbol hubiera muerto gran cantidad. Sugirióme esto la idea de emplear tambien para cogerlos una cacería nocturna con hachones de viento, á imitación de lo que practican los colonos de la Virginia para coger palomas.

Miéntras lo discurria, los niños, que estaban afanados preparando las varitas, se embadurnaron de tal modo manos, cara y traje, que no podian arrimarse unos á otros sin pegarse.

—Bueno, dijo al ver su apuro; eso es señal que la liga pega, y para que lo hagais con más limpieza, en vez de untar las varitas una á una, hacedlo en haces de doce ó quince. Por lo demás, continuó, con un poco de ceniza se os quitará ese glúten.

Cuando ví que ya habia bastantes varitas, mandé á Santiago y Federico que colocasen en las ramas de la higuera tantas como pudiesen, y á poco empezáronnos á caer á los piés los desgraciados hortelanos presos de las patas ó alas por la traidora liga sobre la cual se posaran. La caza fué tomando luego tal proporcion, que Franz, Ernesto y su madre apénas bastaban para recoger los pájaros é irlos matando, miéntras que los otros dos renovaban los lazos. Estos podían servir dos ó tres veces, pero era muy pesado reemplazarlos á sesenta ó setenta piés del suelo. Sin embargo, la diversion no cansaba á los niños que gozaban en sus buenon resultados.



Cuantos pájaros pasaron sobre la liga todos cayeron á nuestros piés.


sultados. No obstante, previendo su cansancio ocupéme en los preparativos de la caza nocturna, en que entraba la trementina como poderoso auxiliar.

En tanto se presentó Santiago con un pájaro mayor que los hortelanos, tambien enredado en la liga, diciendo:

—¡Qué bonito es, papá! ¿Y le hemos de matar tambien? ¡Es tan manso! ¡parece que me mira como si me conociera!

—Ya lo creo, contestó Ernesto, quien habia reconocido al ave; ¡qué maravilla prosiguió, si es una de nuestras palomas de Europa que habrá anidado en el árbol!

Tomé el ave de las manos de Santiago, y conocí que Ernesto tenia razon. La limpié con ceniza las partes donde le habia tocado la liga, y la conservé esperando aprovechar el descubrimiento, añadiendo un palomar á la propiedad. Fuéronse encontrando otras, y ántes del anochecer ya se habian juntado dos pares. Federico solicitó le permitiese disponerles un abrigo en el mismo peñasco para tenerlas á mano. Celebré la idea, y le prometí darle gusto cuando se presentara la ocasión.

Sin embargo del buen resultado de la cacería todos estaban ya cansados y apénas se habia llenado un barril.

—Debemos, dije á los niños, emplear otro medio más breve y ménos fatigoso. Para ello es menester observar cuáles son los árboles en que con preferencia los hortelanos pasan la noche.

Su estiércol nos reveló donde se juntaban. Cenámos sosegadamente, y despues comencé los preparativos para la caza nocturna, los cuales consistian en tres ó cuatro cañas largas de bambú, dos sacos, y algunos hachones de viento. Federico, que hacia de montero mayor, me contemplaba entre incrédulo é irónico, no pudiendo comprender cómo podrian realizarse los prodigios que yo anunciaba con tan insignificantes aparatos.

En esto llegó la noche repentinamente, sin crepúsculo, como acontece en las regiones del Sur. Llegámos al pié de los árboles señalados, encendiéronse los hachones, y con grande algazara comenzaron á golpear las ramas para espantar los pájaros. Apénas vieron la luz, los pobres hortelanos aturdidos y deslumbrados acudieron como las mariposas á la llama, y chamuscándose las alas caian al suelo donde se les iba cogiendo vivos, miéntras otros caian ya muertos al rigor de las cañas, con lo cual en ménos de tres horas se llenaron dos sacos de pájaros. Las mismas luces nos sirvieron para alumbrar el camino hasta Falkenhorst, y como la noche era oscura y caminábamos callados y de dos en dos, nuestra marcha tenia ciertos visos de fúnebre y misteriosa.

Al llegar á Falkenhorst se mataron los pájaros que todavía quedaban con vida y nos fuímos á acostar. Al dia siguiente se pelaron, abrieron y asaron, y guardados en barriles envueltos en manteca, proveímonos así de carne sabrosa para el invierno.

En medio de estas faenas culinarias no perdí de vista la expedición contra los monos, y el otro dia quedó irrevocablemente fijado para llevarla á cabo. Nos levantámos temprano; mi esposa nos llenó las alforjas para dos dias, y salímos dejándola con Franz, bajo la salvaguardia de Turco. Federico y yo montámos en el asno, Ernesto y Santiago en el búfalo, que llevaba además las alforjas, y los perros nos seguían. Aunque íbamos provistos de armas, no era mi intencion hacer uso de ellas en esta batida; la resina y el cautchú eran los elementos que habian de hacer el gasto, y así cuidé de llevarlos en abundancia.

La conversación por el camino rodó naturalmente sobre lo que la motivaba, y anuncié á los niños que la guerra iba á ser á muerte hasta ver si acabábamos con los monos.

—Hé aquí, añadí, la razón que he tenido para que Franz no nos acompañe, á fin de que no presencie tan sangriento espectáculo.

—Al cabo, respondió Federico, esas pobres bestias me dan lástima, pues no obran sino por instinto.

Agradóme esta reflexion tan humana, así como otras que se les ocurrieron sobre lo mismo á Ernesto y Santiago; mas no por eso cejé en la ejecucion del proyecto, y aun que abundara en iguales sentimientos dije:

—Debe haber entre esa raza y nosotros una guerra sin tregua; si ellos no sucumben, sucumbirémos nosotros por el hambre; ya es asunto de propia conservacion, y si es triste derramar sangre, en la ocasion presente se hace indispensable que corra.

Así entretenidos llegámos á orillas del lago. Elegí el sitio que me pareció más adecuado para acampar, y nos apeámos. Levantóse la tienda, se ataron las bestias, y quedámos esperando al enemigo. La Granja, ó mejor dicho sus ruínas, estaban totalmente desiertas, y al contemplar la devastacion que allí reinaba y la obra de tantos dias destruida en un momento, las puertas y ventanas desquiciadas, las cercas por el suelo, y toda la construccion derrumbada, mis humanitarias ideas desaparecieron de repente y cada vez me afirmé más en el severo propósito que allí me condujera. Federico se adelantó a explorar el terreno, y á poco vino á anunciarnos que habia descubierto la horda salteadora á corta distancia, jugueteando á la entrada del bosque. Inmediatamente se puso en ejecucion el proyecto que habia concebido. A trechos desiguales se colocaron al redor de la alquería estacas, las cuales se entrelazaron con bejucos largos y flexibles; y para que sirviese de cebo á los monos, se esparcieron nueces de coco abiertas, calabazas con maíz y frutas silvestres, y otras llenas de víno de palmera, por haberme demostrado la experiencia gustarles mucho, cuidando al mismo tiempo de untar bien con liga de goma y otras materias glutinosas el cercado, así como el techo de la choza, los árboles cercanos, y los puntos que habrian de recorrer en busca de los frutos, en términos que no pudieran dar un paso sin quedar aprisionados. Cuando todo estuvo preparado nos retirámos á la tienda para dar lugar á que el enemigo se aproximase y cayese en el garlito. Pasó la noche, y los monos no parecieron, lo que me dió á pensar sí los astutos animales habrian descubierto la emboscada. Cenámos los fiambres que traíamos, y nos acostámos esperando el alba.

La primera cosa que divisámos al amanecer fue un enjambre de monos que se dirigia á la casa. Nos escondímos en la tienda para no asustarles con nuestra presencia, y á poco les vímos presos en el laberinto dispuesto desde la víspera. Sucedió lo que habia previsto; en ménos que se dice, los monos no formaban sino un grupo compacto, pegados unos á otros por los bejucos, las estacas, las calabazas, y por cuanto rozaban. Era el espectáculo más extraño y grotesco ver los esfuerzos que hacian por desembarazarse de los cuerpos extraños que se les adherian; pero todo fue inútil, y no se oyó por todas partes sino espantosos ahullidos que demostraban su furor y rabia, con gestos y contorsiones horribles que los hacian más repugnantes de lo que naturalmente eran.

Cuando conocí que la desesperacion estaba en su colmo, mandé soltar los perros que se arrojaron como fieras sobre la horda, causando estrago y carnicería por todos lados. Salímos luego nosotros, y á palos secundámos á los alanos sin cesar la matanza hasta que el exterminio fue completo y no quedó uno siquiera. La sangre corría por do quiera, ofreciendo el aspecto de un campo despues de una batalla. Los niños se horrorizaron de nuestra obra; más de cincuenta monos yacian muertos á nuestros piés.

—¡Papá! esto es terrible, exclamó Federico, ¡que sea esta la última ejecucion!

—Espero, respondí, que no habrá necesidad de otra; el escarmiento ha sido duro; y por lo mismo que este animal supera en instinto á los demás, temerán igual suerte.

Se abrió un hoyo de más de tres piés de profundidad donde se enterraron los cadáveres, rodeándolo con una empalizada para que no se acercasen nuestros animales domésticos, que fuímos reuniendo poco á poco; y despues de reparar á la ligera lo que se creyó más urgente en la Granja, se plegó la tienda y dímos la vuelta a casa.

Antes de partir se obtuvo una nueva conquista que en parte desvaneció la impresion que causara á los niños la sangrienta matanza de aquella mañana. Fueron dos aves mayores que la paloma de Europa, las que despues de bien consideradas reconocí ser palomas de las Molucas. Su pluma presentaba una mezcla de colores á cual más vistoso y agradable. Federico fue quien las encontró pegadas en una palmera. Deseando conservar su especie para aumentar la coleccion, se les quitó la liga que se habia pegado á las alas y patas, y las trajímos para soltarlas en el nuevo y artístico palomar que tenia proyectado establecer en Zeltheim.