El Robinson suizo/Capítulo XVIII

El Robinson suizo (1864) de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo XVIII


CAPÍTULO XVIII.


Nueva excursion.—Gallo silvestre.—El árbol de la cera.—Colonia de aves.—El cauchú.—El sagotal.


Con facilidad se comprenderá que mi primera diligencia al siguiente dia fue ir en busca del trineo; mas como al mismo tiempo tenia deseos de hacer una excursion al otro lado de la montaña por la curiosidad de saber hasta donde se extendian los límites de nuestro imperio, y si era verdadera isla ó cabo de algun continente el punto donde nos encontrábamos, llevé conmigo á Federico, el jumento y el perro, y bien armados y con un morral de comestibles á cuestas, partímos de Falkenhorst despues del desayuno, no sin cierta repugnancia de mi esposa, que se afligia siempre que alguno de nosotros se alejaba.

Al cruzar por un bosque de encinas, cuyas bellotas eran dulces, encontrámos á la marrana regalándose á su placer con tan sabroso cebo, y al aproximarnos se vino á nosotros demostrando á su manera la satisfaccion que tenia en vernos, reconocida sin duda del favor que la habia hecho la víspera librándola de los perros. Más adelante encontrámos muchos pájaros á cual más hermosos: Federico mató algunos, entre los que reconocí al grajo azul de Virginia, papagayos de dos especies, un guacamayo colorado, y una cotorra verde y encarnada. Miéntras que los examinábamos, oímos á poca distancia un ruido extraño parecido al de un tambor destemplado, junto con el de la lima al aguzar una sierra. La primera idea que nos ocurrió fue si aquello serian ecos de música guerrera de alguna horda de salvajes, lo cual por prudencia nos impulsó á emboscarnos en la espesura. Apénas nos habíamos internado, cuando, separando algo el ramaje que nos impedia la vista, descubrímos la causa de ruido; y juzgad de nuestro asombro al ver, en vez de los salvajes que temíamos, un gallo silvestre encaramado sobre el tronco de un árbol medio seco, ocupado en servir como de espectáculo á cosa de veinte gallinas de su misma especie que habian acudido á su reclamo, admiradas al parecer de su gallardía y los recursos de que se valía para cautivar su atencion. Jamás habia visto ni leido descripcion alguna de escena semejante: cacareos modulados, movimientos de alas, y giros de cabeza, todo lo ensayaba de mil maneras el singular actor para agradar á sus oyentes; tan pronto agitaba las bellas plumas de su cuello con tanta violencia cual si augurase tempestad, como se quedaba en majestuosa quietud, dejando oir su canto agudo, y tornando á reproducir su pantomima, sin más objeto que atraer las hembras del contorno que iban acudiendo en tropel, hasta que impaciente Federico apuntando al pájaro coqueton en medio de su triunfo, y dejándole muerto en el acto, puso fin á la comedia, con que todas las gallinas huyeron despavoridas.

Reprendí á mi hijo tan inconsiderado ardor por la caza, diciéndole con aspereza:

—¿A que viene ese prurito de destruir siempre y sin utilidad? Nos es permitida la caza, especialmente contra los animales dañinos, y para procurarnos alimento; pero matar por matar, hé aquí lo que no concibo ni puedo perdonar.

Federico se sonrió al oirme, si bien conoció la fuerza de mi reconvencion; sin embargo, como el mal era irremediable y el hecho estaba consumado, creí deber sacar el mejor partido posible, y le permití que recogiese su caza.

—En efecto, dijo el niño al traerla, es un soberbio gallo que hubiera hecho un gran papel en el corral, á no se por mi inconsiderada viveza.

—Y tan verdad como es, respondí; pero todavía se puede remediar esa pérdida. Cuando alguna de las gallinas esté clueca, traerémos aquí al mono: su instinto le guiará sin duda hácia algun nido de estas aves. Recogerémos los huevos y los confiarémos á las gallinas de casa para que los empollen, y así introducirémos en el gallinero otra especie de volátiles.

Se colocó el gallo encima del asno, y continuámos la ruta. Llegados al Bosque de los calabaceros, encontrámos el trineo tal como lo dejámos; y sin ocuparnos de él entónces, como aun quedaba bastante tiempo, resolví trasponer la montaña á fin de reconocer la parte de territorio que todavía no habíamos visitado. A la otra parte de aquella masa de rocas encontrámosnos en una frondosa vega, cuya vegetacion se asemejaba á la del otro lado de la montaña. ¡Por do quiera árboles gigantescos y yerbas de una altura prodigiosa! Caminábamos con precaucion ojeando á derecha é izquierda, ya para que nada pasase desapercibido, ya para estar prevenidos contra cualquier peligro. Turco iba siempre de avanzada, el asno seguia con paso grave y detrás nosotros con el arma sobre el hombro. De vez en cuando teníamos que salvar arroyuelos procedentes de la montaña que fecundaban el terreno, del cual brotaban planteles de yuca ó patatas. Manadas de agutis pacian tranquilamente, sin que les asombrase ni ahuyentase nuestra presencia. Adelantando algo más, en un pequeño monte bajo cuyos arbustos en su mayor parte me eran desconocidos, descubrí uno que llamó particularmente mi atencion. Sus ramas estaban sobrecargadas de bayas blancas del tamaño de un garbanzo [1] cubiertas de una substancia pegajosa; y apretando una entre los dedos reconocí que era cera, y en la planta, el myrifica cerifera, ó árbol de la cera que la produce buena para hacer bujías. Celebré el descubrimiento, por lo que me lo agradeceria mi esposa, quien diariamente se lamentaba de la falta de luz durante la velada, que nos obligaba á acostarnos á la puesta del sol, como las gallinas. Por lo tanto ántes de ir más léjos, entre Federico y yo recogímos las suficientes bayas para llenar un saco, de cuya conduccion se encargó el asno.

Prosiguiendo el camino mil interesantes objetos que á cada paso se nos presentaban hacíannos olvidar el cansancio; ora eran flores de belleza sin igual, que hubieran lucido en los más ricos jardines; ora mariposas cuyos variados colores competian con los de las flores; y por último, aves de todas formas y especies con los más pintados y brillantes plumajes. Habiendo Federico visto por casualidad un nido, trepó al árbol donde estaba, sacando de él un papagayo pequeñito de la última cria, que estaba ya para tomar el vuelo, y lo guardó en el seno con designio de criarle y enseñarle á hablar con el tiempo. Algo más léjos, vimos una especie particular de aves, que al parecer viven juntas en un grandísimo nido. Aquel estaba esmeradamente labrado en el nacimiento de las ramas principales, y compuesto de paja, yerbas secas, musgo y tierra amasada, al abrigo del sol é impermeable á la lluvia. Tenia la forma de una grande esponja, á causa de las numerosas aberturas que daban entrada á las viviendas de cada pareja respectiva. Multitud de papagayos mezclados con los habituales de esta colonia revoloteaban, disputando á los propietarios la entrada y posesion de sus nidos. La curiosidad me incitó á examinar de cerca tan interesante tribu para reconocer su especie, y así dije á Federico que trepase al árbol para ver si podia coger vivo alguno de aquellos pájaros, como así lo hizo, metiéndoselo en el bolsillo. Permanecímos largo rato admirando aquella nueva maravilla, y como se iba haciendo tarde, se estuvo en el caso de pensar seriamente en aprovechar el que restaba, suspendiendo la contemplacion de aquella colonia plumífera. Este encuentro hizo recaer la conversacion por el camino sobre lo que la historia natural refiere acerca de otros animales que viven igualmente en sociedad: trajimos á colacion la industria de las marmotas, y sobretodo la de los castores que edifican casas y pueblos, y aun diques y murallas capaces de resistir á las inundaciones hasta el punto de hacer variar el curso de los rios, para establecerse en las lagunas y pantanos que deja el agua al retirarse. Tambien se mencionarnos las abejas, y lo que es más portentoso, los inmensos y artísticos hormigueros de América, que con increible paciencia lleva á cabo la especie de hormiga llamada cephalote; hormigueros que son otros tantos laberintos de más de seis piés de profundidad, por otros tantos de extension, cuyas paredes y compartimientos están construidos con tal arte y solidez como si la inteligente mano del hombre los hubiese edificado.

Esta leccion de historia natural que mi hijo escuchaba con el más vivo intere, nos distrajo en términos que no reparámos en que así se retardaba la vuelta. Llegámos á ver otros árboles para nosotros desconocidos: tenian de cuarenta á sesenta piés de elevacion, y de su resquebrajada corteza salian globulillos de una goma espesa. Federico desprendió uno con trabajo porque la goma se habia endurecido con la accion del aire; sin embargo, conservándolo en la mano, el calor lo fué dilatando; quiso despues romperlo, mas no pudo, y al soltar una de sus partes, el todo recobró su primera forma. Sorprendido del descubrimiento se vino hácia mí diciendo:

—¡Papá! ¡he encontrado goma elástica!

—¡Será posible! dije; si es cierto, has hecho un descubrimiento bien precioso.

Mi hijo creyó que hablaba en broma.

—Ya veo, prosiguió. ¿Para qué nos puede servir la goma elástica? como no tenemos que dibujar, nada hay que borrar con ella.

—Te he hablado formalmente; le dije; el árbol que tienes delante es el que llaman del cautchú.

Referíle las diferentes aplicaciones de esta goma, que no sólo sirve al dibujante, sino que con ella se labra un tejido impermeable, añadiendo que nos podria servir para obtener calzado á propósito para la estacion de las lluvias, impenetrable á la humedad.

Como estas palabras llamaron la atencion del niño, fue preciso explicarle el medio de llevarlo á cabo.

—El cautchú, proseguí, es la misma goma desprendida del árbol que estamos viendo; cae gota á gota, y se la recibe en vasijas, donde no se la deja solidificar, trasladándola á otras de barro, que se ponen al humo de un fuego de leña verde, por lo cual toma el color negro con que se conoce en Europa. Despues por medio de moldes se la da la forma que se quiere, uniendo capas sucesivamente, por cuyo sencillo procedimiento, que la experiencia te demostrará, verás como obtenemos calzado y ropa impermeables, que nos será de la mayor utilidad.

La esperanza de poderse calzar pronto botas con las que impunemente se pudiesen hollar los cardos y otras plantas espinosas, dió nuevo ardor á nuestras piernas. Nos internámos algun tanto más por un bosque sin fin, donde se hallaban reunidos árboles de mil especies. Por los cocoteros brincaban y gesticulaban infinidad de monos de todos tamaños, que nos fuéron arrojando cocos hasta hacer una regular provision. Entre las palmeras que los producian reparé en algunas de menor elevacion, cuyas hojas cubiertas de una especie de polvillo blanco me hicieron presumir que aquellos árboles serian verdaderos sagotales; y para cerciorarme, hice con el hacha una cortadura ó incision en uno de los troncos que el viento habia derribado, y encontré dentro una médula blanca harinosa, que era efectivamente el tan celebrado sagú, que de las Indias se transporta á Europa [2]. Gozoso con el descubrimiento, como con cualquier otro que se relacionase con nuestra subsistencia, entre mi hijo y yo acabámos de abrir el tronco en toda su longitud, y sacámos cerca de veinte y cinco libras de tan preciosa fécula. Esta tarea nos ocupó más de una hora; y como el hambre y la sed nos aquejaban, y era menester pensar en el retorno, juzgué prudente fijar allí el límite de nuestra investigacion. Nos encaminámos hácia el mar, y atravesando el promontorio ya conocido, nada nuevo encontrámos sino lozana y rica vegetacion por todas partes; los mismos sitios ya vistos, la misma soledad, y ninguna huella que revelase la existencia de algun sér humano. Volvímos por donde habíamos ido, llegando al Bosque de las calabazas en que dejáramos las provisiones. Nos detuvímos en él para comer y reposar un rato; y despues de colocadas en el trineo nuestras riquezas, y de uncir el asno al vehículo, emprendímos el camino de Falkenhorst, reuniéndonos á poco con la familia que nos aguardaba, inquieta por tan prolongada ausencia.

Al vernos mi esposa sin la menor novedad, recibió como un especial favor la nueva harina que la traíamos. El lindo papagayo encarnado y verde que Federico puso de manifiesto; la historia de las aves que vivian en sociedad; la del gallo silvestre, y sobretodo, la del cautchú, que con el tiempo nos proveeria de calzado impermeable, y lo demás ocurrido, fue el objeto de conversacion durante la cena que no tardó en ser servida. La buena madre no se cansaba de dar gracias á Dios por sus inefables bondades, prestando particular atencion sobre las bayas de cera, contenta con la idea de tener al fin luz para las veladas.

Despues de la cena, y al cerrar la noche, subímos á la habitacion aérea, y retirando la escala como de costumbre, nos entregámos al apetecido descanso.




  1. Se da el nombre de baya en botánica á todo fruto carnoso desprovisto de huesecillos. En lenguaje vulgar se limita esta denominacion á los frutos pequeños, pero en el científico se comprenden todos (Nota del Trad.).
  2. Más adelante vuelve á hablar el autor de este árbol y de su preciosa fécula y allí daremos una sucinta explicacion en otra nota (Nota del Trad.).