El Robinson suizo/Capítulo XLII


CAPÍTULO XLII.


Plantío de cañas dulces.—Peccaris.—Asado de Otaiti.—Ravensara.—Bambú.


No bien el sol apuntó en el horizonte ya estábamos en pié y seguímos la caminata á lo largo del reciente plantío de caña dulce, junto al cual dejáramos construida una choza donde pensaba erigir otra alquería. La cabaña estaba aun en pié, aunque asaz deteriorada, de manera que provisionalmente hubo necesidad de cubrirla con la tela de la tienda para que nos sirviese de abrigo; y no contando permanecer sino hasta despues de comer, no se hicieron otros preparativos.

Miéntras nos entreteníamos en chupar cañas, regalo del que hacia tiempo carecíamos, los perros empezaron á aullar de repente y levantaron de entre las cañas una manada de cochinillos que huian á todo correr. Su color y el admirable órden con que efectuaban la retirada me hicieron creer que era una especie distinta del ganado de cerda de Europa. Disparéles, y cayeron dos; pero los restantes, sin asustarse, no trastornaron el órden de su marcha, siguiendo en columna como lo pudiera hacer el regimiento más disciplinado.

Federico y Santiago no se descuidaron, haciendo nuevas víctimas; pero ni por esas se descompuso la columna.

Todas estas circunstancias me demostraron claramente que aquellos animales pertenecian á la especie llamada tasacus ó cerdos almizcleros, á los cuales era menester sacarles al instante de su muerte la vejiga ó depósito que contiene el perfume ántes que se extienda por el cuerpo y comunique á la carne un gusto detestable. Verificóse así con los que se cogieron, y quedámos satisfechos de la buena caza que se habia hecho.

La operacion fue interrumpida por el ruido de otros dos disparos que oímos en direccion de la choza, donde se habian quedado Franz y su madre. Mandé á Santiago que fuése allá para anunciar nuestro regreso, y á la vuelta trajese el carro para recoger el botin de la mañana.

A poco vímos el vehículo con Ernesto que le guiaba, quien nos dijo que la manada cerdosa se habia dirigido hácia el chozo y refugiado en el plantío de bambúes y que los dos disparos eran señal de nuevas víctimas.

La llegada del sabio provocó naturalmente una discusion sobre el verdadero nombre de estos animales. Federico pretendia que debian pertenecer á la raza de Otaiti, mencionada por el capitan Cook; Ernesto fue de otro parecer, y por último quedó resuelto que el nombre verdadero era el de peccaris, muy conocido en la Guayana y en toda la América [1].

Antes de cargar los muertos en la carreta resolvímos abrirlos y dejar sólo las canales para disminuir el peso, operacion que á pesar de nuestra actividad nos entretuvo hasta la hora de comer, tomando despues la vuelta del campamento. El convoy se convirtió en una marcha triunfal. Los niños adornaron la carreta con ramas verdes, lo mismo hicieron con las carabinas, y cantando un himno de victoria nos presentámos en esa forma ante la madre, quien nos recibió con su alegría acostumbrada, y nos dijo que como tardábamos tanto habia dado sus disposiciones para pasar allí el dia.

Se la puso de manifiesto el cargamento del carro, y mis hijos la presentaron un lio de cañas de azúcar, escogidas entre las mejores.

—Os doy gracias, hijos mios, por vuestro recuerdo, les dijo. Mas ¿qué hacemos ahora con tanta carne para conservarla?

—Se salará lo que se pueda, y lo que no, servirá para los perros, que bien lo merecen, la respondí. Además, no te dé cuidado que se hayan muerto más animales de los precisos para el sustento, pues esos ménos habrá que hagan daño á las plantaciones.

Federico pidió permiso para hacer un asado á la moda de Otaiti y ofrecer ese nuevo plato á la familia. Se aceptó su propuesta, aplazándola para el otro dia, pues lo que restaba de aquel era necesario invertirlo en disponer lo que se habia cazado.

En efecto, al punto nos pusímos todos á trabajar de firme. Se hizo una buena hoguera con ramas verdes para que despidiese mucho humo. Ernesto se puso á chamuscar el pelo de los peccaris, Federico y yo á partirlos, y los demás á ayudar á unos y otros. Salóse todo, y despues se ahumó hasta quedar bien curado y sin peligro de echarse á perder; las cabezas y los huesos quedaron para los perros. Comenzaba á anochecer cuando se acabó esta gran faena. Se hizo una ligera cena y se pasó la noche de la mejor manera posible.

Federico me recordó al dia siguiente mi palabra de la víspera sobre el asado otaitiano, y le dejé obrar cuanto quiso. Entre él y sus hermanos hicieron un gran hoyo en tierra. El nuevo cocinero preparó un cerdo entero que destinara al efecto, lavándole con cuidado, y con la suficiente sal. Despues lo cubrió de manteca, y añadió algunas patatas y varias raíces aromáticas. Entre tanto la fosa se llenó de materias combustibles que hicieron una gran llama, en la que se echaron muchas piedras para que se caldeasen. Mi esposa no hacia más que morderse los labios.

—¡Bonita cocina! exclamó esta al ver todo aquel aparato. ¡Por amor de Dios! ¡qué vais á hacer! ¡Un cerdo entero en un horno de tierra y con piedras por carbones! ¡bueno saldrá ello!

A pesar de estas reflexiones y de la poca confianza que tenia en el buen éxito de la operacion, no dejó de dar algunos consejos para que al ménos se presentase la res en la mesa lo más decentemente posible.

Terminados los preparativos, el cocinero envolvió el asado otaitiano con hojas y cortezas y lo colocó sobre el rescoldo; puso encima las piedras casi calcinadas, cubriéndolo todo con una gruesa capa de tierra para que no penetrase el aire.

Ya no pudo aguantar más la madre al ver la última ceremonia, y medio desesperada, exclamó:

—¡Ahora sí que la habeis emplastado! ¡Está graciosa la cocina! ¡Muy buena será para los salvajes, pero no para personas civilizadas! ¡Qué lástima de cerdo echado á perder!

—Con que es decir, mamá, repuso Federico, que mienten los viajeros que aseguran que este modo de asar es excelente.

—Si mienten ó no, le respondí, pronto lo sabrémos. Entre tanto ayudadme á recomponer esta choza, porque aun nos quedan cuarenta jamones para curar. Y volviéndome á mi esposa, dije:

—Si fueran tan grandes como los del Norte, tendríamos repuesto para dos años; pero es menester contentarse con lo que la Providencia nos envia, además de que á caballo regalado no se le miera el diente.

Merced á nuestro esfuerzos, quedó en estado de recibir la provision. Se prendió fuego en el hogar con gran cantidad de yerba fresca y ramas verdes y se cerró casi herméticamente el chozo para impedir la salida del humo. De cuando en cuando se alimentaba la hoguera, y en dos dias los jamones quedaron tan curados como pudieran estarlo los mejores de Westfalia. Con esto podíamos ya contar con un precioso recurso para la estacion de las lluvias.

El resultado de la operacion culinaria de Federico no se hizo esperar. Al cabo de dos horas se desenterró el maravilloso asado, y el delicioso olor que exhalaba conforme se iban quitando tierra, piedras y ceniza, nos probó que la empresa habia tenido un éxito superior á todas las esperanzas.

Al tratar de adivinar la causa del especial aroma que percibia mi olfato, descubrí que lo habian producido las cortezas empleadas como envoltorio al asado.

Federico habia triunfado. Presentónos un manjar exquisito y en su punto, que pudiera honrar al cocinero más hábil. La madre confesó ingénuamente que quedaba vencida, y que los salvajes lo entendian. Ernesto hizo la maliciosa observacion de que habia contribuido mucho al buen éxito del asado la casual eleccion de las hojas y cortezas con que se envolviera.

Llegó pues la prueba positiva, y el asado otaitiano, despues de limpiar la poca ceniza y tierra que aun conservaba, de las cuales podia preservarse otra vez, fue aprobado por unanimidad.

Despues de comer, mi primer cuidado fue averiguar cuál era el árbol de donde se sacaron las hojas y cortezas aromáticas que habian comunicado al asado tan grato perfume. Federico me lo mostró, y en su vista tomé algunas hojas y las eché á la hoguera de la choza donde se curaban los jamones, lo cual me comprobó la identidad.

Despues de discurrir mucho y evocar mis recuerdos acerca del árbol desconocido que acabábamos de descubrir, vine en conocimiento que era una de las producciones de Madagascar llamada ravensara ó buena hoja. El nombre botánico es agatophillum ó ravensara aromática. Su tronco es grueso y fuerte, y la corteza y hojas exhalan un olor parecido al laurel. Del mismo árbol se saca por medio de la destilacion un licor que reune los tres aromas, de la nuez moscada, del clavo y de la canela. Tambien se extrae de las hojas un aceite aromático usado en la cocina indiana. El fruto del ravensara es una especie de nuez cuyo perfume es más suave que el de las hojas. La madera es blanca, dura é inodora.

Encargué á los niños que recogiesen algunos vástagos de tan precioso árbol con objeto de trasplantarlos al redor de Zeltheim.

Todo el tiempo invertido en tan diferentes operaciones, que no bajó de tres dias, aprovechóse en explorar el país en todo sentido. Siempre que salíamos llevaba conmigo tres de los niños, quedando el otro con la madre al cuidado del campamento. No hubo correría que no ofreciese algun útil descubrimiento que contribuyese á mejorar nuestra experiencia. Un dia, entre otros, me encontré con gran número de bambúes del grueso de un árbol comun y de cincuenta á sesenta piés de altura. Derribámos uno, y cortándole en trozos por los nudos, tuvímos vasijas de todas dimensiones, algunas de hasta dos piés de diámetro, que podian considerarse como toneles, y además pensé en que desembarazados los nudos, podian acomodarse como acueductos para dirigir los riegos. Cada nudo además estaba rodeado de puas durísimas que, sirviéndome de clavos, podian reemplazar los de hierro en muchas ocasiones. Noté tambien que las cañas más tiernas brotaban por los nudos una sustancia parecida á la de la caña dulce, que secada al sol tomaba la forma y cristalizacion del azúcar cande, de la cual tomaron los niños más de una libra para presentársela á su madre como un regalo.

Todos estos objetos, sobretodo el azúcar piedra, agradaron sobremanera á mi esposa, como igualmente las vasijas de bambú, utensilios que toda ama de gobierno apetece para la mejor administracion de la casa.

El último dia se consagró á una excursion hácia Prospecthill, á donde llegámos á las dos horas; pero con gran pesar me encontré con un destrozo y devastacion inesperada. Los monos todo lo habian trastornado y derribado, incluso la habitacion. Al verlo lamentéme de tan perversa raza y juré su exterminio. Cada paso me arrancaba una lamentacion; el ganado disperso por los alrededores; las gallinas huidas, y todas las cabañas por tierra. Se hacia indispensable acabar con esa canalla si no queríamos ver inutilizados nuestros trabajos. Sin embargo, tuve que resignarme á aplazar mis vengativos proyectos para otra ocasion, no juzgando prudente interrumpir la empresa que nos estaba ocupando.

Sin embargo, á pesar del natural desaliento que debia causarme este contratiempo, cuando paraba mi atencion en la prosperidad creciente de nuestras propiedades, aprecié como de poca monta aquel percance, compensado con tantas otras ventajas. Si la fortuna de vez en cuando no nos hubiera vuelto su rostro, haciéndonos pasar por algunas vicisitudes en nuestro paraíso terrestre, ¿quién sabe si al fin hubiéramos concluido por ser víctimas del orgullo ó la pereza?

Llegado por fin el cuarto dia y terminada la cura de los jamones y la salazon del tocino, rodeámos de tierra la choza en que lo dejámos, asegurándola con piedras y ramas entrelazadas para defender nuestra provision de invierno de las aves de rapiña y demás animales montaraces; y sin más que hacer, proseguímos la exploracion hasta el desfiladero que dividia la parte de la isla en que habitábamos desde hacia dos años, de la otra de allende, que aun nos era casi desconocida, y donde sólo penetrámos una vez Santiago y yo exponiéndonos á ser víctimas de los búfalos.




  1. Las dos especies de estos peccaris, confundidas por Linneo con el nombre de sus tafassu, y distinguidas por Azarason el tasafu labiatus, y el patira torcuatus. (Nota del Trad.).