El Robinson suizo/Capítulo V

El Robinson suizo (1864) de Johann David Wyss
traducción de M. Leal y Madrigal
Capítulo V


CAPÍTULO V.


Visita al buque.—Principio del saqueo.


Ansiosos de mejorar nuestra situacion, mi esposa y yo discurríamos sobre lo mucho que para conseguirlo faltaba, sin resolvernos á qué dar la preferencia. Miéntras por una parte juzgaba indispensable ir á recoger los animales y objetos de primera necesidad que en abundancia dejáramos en la nave, por otra me aguijoneaba el impaciente deseo de construir cuanto ántes una cómoda y segura habitacion. Mi esposa á todo respondia con aquellas palabras del Señor: «Nunca dejes las cosas para mañana, pues cada dia tiene sus deberes; hazle todo por su turno.»

Por último decidí ir al buque acompañado de Federico, más robusto y formal que sus hermanos, quedándose la madre en tierra para cuidar de ellos.

—¡Arriba, arriba! les dije.

Levantáronse perezosamente á mis voces, excepto Federico que lo hizo con diligencia, corriendo luego á poner de pié al chacal junto á la tienda para gozarse en la sorpresa de sus hermanos. Al verle de tal manera ladraron los perros con furor, á cuyo alboroto acudieron los perezosos movidos de la curiosidad, y Santiago el primero con el mono al hombro. Fue tal el espanto del animalito, que de un brinco se ocultó entre la yerba, y pasado el susto de los niños, que tambien lo recibieron grande, cada cual empezó á definir la bestia. Ernesto afirmó que era zorra, Santiago que lobo, Franz que perro; pero Federico ufano les participó que era un chacal.

Satisfecha ya la primera curiosidad díjeles:

—Hijos mios, quien comienza el dia sin invocar al Señor, se expone á trabajar en vano.

Comprendiéronme, y nos arrodillámos.

Tras una breve oracion pidieron de almorzar, y por no haber otra cosa díles galleta, tan dura, que en la boca apénas podia ablandarse. En tanto que con mi anuencia iba Federico á buscar un poco de queso, Ernesto callandito se encaminó á las otras dos barricas que quedaban por registrar, y volviendo en breve con aire satisfecho, exclamó:

—Mejor sería manteca salada, si la tuviéramos, ¿he?

—¡Ya! ¡si la tuviéramos! respondió Federico; un pedazo de queso y galleta dura vale más que todos los síes del mundo.

—Pues id á registrar la barrica, repuso Ernesto, porque por una rendija que he agrandado con el cuchillo muestra la rica manteca que contiene.

Acudimos presurosos y averiguámos la verdad del caso; pero no atinábamos con el medio de aprovechar el hallazgo: Federico optaba por quitar un aro y desfondar la barrica, á lo que me opuse considerando que con el calor se derritiria la manteca, y así dispuse practicar un agujero por do extraer con una pala de madera la que fuera menester para las necesidades perentorias; hecho lo cuál, con una cuchara de coco extendímos sobre las galletas la exquisita manteca, y aproximámoslas á la lumbre para que se empapasen.

Noté que los perros, que echados cerca de nosotros no tenian ganas de participar del almuerzo, habian recibido en la contienda de la víspera algunas heridas en varias partes, especialmente en el cuello, y por lo tanto encargué á Santiago que les frotase las llagas con manteca mezclada con agua, lo cual les excitó á lamérselas, consiguiendo así en breves dias su completa curacion.

Como Federico emitiese la especie de que las más de las heridas se hubieran evitado á llevar los perros carlancas, encargóse Santiago de labrarlas.

Dispuse por fin mi viaje, diciendo á Federico que se aprestase para acompañarme. Al embarcarnos previne á mi familia que tal vez pernoctaríamos en la nave, y que como medio de comunicacion levantasen á modo de bandera un asta con un pedazo de vela, y la arriasen si ocurria novedad, acompañando el acto con tres escopetazos.

Confiando hallar abastos á bordo, únicamente tomamos las escopetas, sin abandonar Federico al mono, deseoso de regalarle con leche fresca.

Nos embarcámos.

Remaba el niño afanosamente miéntras yo manejaba el timon, y aprovechando la rauda corriente del arroyo al desaguar en la bahía, ántes de tres cuartos de hora y sin fatigarnos arribámos al buque. No bien pusímos el pié á bordo, el primer cuidado de Federico fue por los animales, acercando el monito á una cabra. Despues de mudar el agua de los abrevaderos, renovámos los piensos, recibiéndonos las bestias con las más alegres demostraciones tras dos dias de ausencia. En seguida nos ocupámos en buscar alimento para nosotros, y habiendo satisfecho esta necesidad, pregunté á Federico por dónde le parecia que comenzásemos el registro; mas en su concepto lo más urgente era proporcionarnos una vela para la balsa. Sorprendióme á la verdad su respuesta, por carecer de infinitas cosas más importantes; empero al exponerme que en la travesía habia sentido un viento fresco que le daba en el rostro el cuál sería favorable á la vuelta, accedí á su deseo y pusímos manos á la obra.

Fijando una sólida percha en uno de los tablones de la balsa, con una garrucha sujetámos á la punta un gran trozo de lona triangular, con el correspondiente cordaje á fin de manejarlo desde junto al timon; suplicóme despues Federico que en el remate del asta prendiese un gallardete encarnado, quedando más ufano cuando ondeó que con la vela hinchada por el viento. Sin levantar mano arreglámos un banquillo para mí cerca del timon, y á los costados fijámos fuertes argollas para sujetar los remos.

En esto iba espirando el dia, y no pensando ya regresar á tierra, enarbolámos las señales convenidas para anunciar esta determinacion á los de la playa, y el resto de la tarde lo empleamos en sustituir con otro cargamento más provechoso el cascote que lastraba la balsa.

Tomámos cuanto nos pareció conveniente, todo género de utensilios, y con preferencia pólvora y proyectiles, de que estaba bien provisto el buque, destinado como iba al establecimiento de una colonia en los mares del Sur. Sin embargo, en razon á la pequeñez de nuestra embarcacion, tuvímos que escoger con severa parsimonia, sin olvidar empero los cuchillos, cucharas y batería de cocina en que ántes no pensáramos, á lo cual agregámos jamones, chorizos, trigo, maíz, cebada y otros granos, hamacas y mantas; y como para Federico al parecer no bastaban todas las armas del mundo, apoderóse de otros dos carabinas y un cajon de puñales y espadas, embarcando además por mi parte un barril de pólvora, un rollo de lona y mucho cordaje.

Colmadas quedaban las tinas, excepto dos estrechísimos huecos para colocarnos nosotros, y sobreviniendo la noche durante el trasiego, resolvímos pasarla en la cámara de popa. Resplandecia en la playa una hoguera que nos tranquilizaba á cerca de nuestra amada familia, y para contestar encendímos cuatro farolas, á cuya aparicion sonaron en tierra cuatro estampidos en señal de inteligencia. Entregámonos desde luego al descanso, encomendando al Señor el precioso depósito que colocáramos bajo su divina proteccion.