El Robinson suizo/Capítulo LI
Al dia siguiente Ernesto se levantó al rayar el alba y fué al palomar, sin que por mi parte maliciara que ahí se encerraba un gran secreto. Nada le dije sobre eso, y cuando tras las primeras ocupaciones de la mañana le llamé para el desayuno, se me presentó gravemente con un pliego cerrado en la mano, y haciendo una profunda reverencia dijo:
—El correo de Felsenheim saluda á vuestras señorías, suplicando dispensen el retardo que hoy dia sufre la correspondencia de Sidney, Port-Jakson y demás puntos de la costa de Nueva Holanda. El paquebote llegó anoche, por lo cual no me ha sido posible hasta ahora poner en vuestras manos las cartas que á vuestras señorías vienen dirigidas.
Su madre y yo no pudímos ménos de reirnos al oir este exordio.
—Está bien, señor correo, respondí en el mismo tono; tenga V. la bondad de abrir y leernos el parte.
Al oir esas palabras maese Ernesto rompió la nema, abrió el pliego, y dando á su voz toda la entonacion de que era susceptible, comenzó la lectura en estos términos:
«El general gobernador del nuevo Valle del Sur al gobernador de Felsenheim, Falkenhorst, Waldeck, campo de cañas dulces, y demas territorios inmediatos, salud.
«Noble y fiel aliado, acabamos de saber con disgusto que tres hombres que suponemos pertenecen á vuestra colonia se han alejado de ella para vivir á sus anchuras y sobre el país en el desierto, lo que sin duda ha de causar no poco vejámen á la caza mayor y menor de la provincia. Igualmente ha llegado á nuestra noticia que hienas espantosas y feroces han asolado los confines de nuestro territorio, causando grande estrago entre los animales domésticos de nuestros colonos. En su consecuencia os invitamos á que reunais vuestros afamados cazadores y tomeis las medidas necesarias para expulsar del distrito las hienas y demas bestias dañinas, dejando libre de ellas vuestros dominios, ó al ménos conteniéndolas en sus razonables límites.
«Dios guarde á V. E. muchos años.
«Dado en Sidney-Cove (Port-Jakson) á 12 del mes de casuar y año XXXIV de la colonia.
Ernesto terminó su lectura sonriéndose maliciosamente al notar la extraña impresion que nos causaba. En toda esta broma, aunque parecia á primera vista sencilla, habia un no sé qué que picaba vivamente mi curiosidad. El mozuelo se gozaba en mi embarazo, y al hacer un movimiento se le cayó del bolsillo otro papel. Me bajé para cogerle y abrirle en seguida; mas me detuvo diciendo:
—Es otro pliego, señor, procedente de Waldeck. Quizá contenga noticias más exactas que la misiva del general Philippson, quien puede haberse dejado sorprender por datos exagerados.
—Hazme el favor, le dije, que de una vez te dejes de bromas y nos expliques estos enigmas. ¿Acaso tu hermano al partir te dejó alguna carta con la expresa prevencion de que no la entregues hasta hoy? ¿Y qué significa lo de las hienas? ¿habrán tropezado con tan fieros animales, y tendrán el temerario proyecto de atacarlos sin contar conmigo?
—La verdad, papé, este papel es una carta autógrafa de Federico que trajo la paloma que vímos ayer.
—¡Gracias á Dios! Acabáramos.
—Dios te bendiga, querido sabio, exclamó mi esposa abrazándole. Aplaudo tu idea, que al fin nos sacará de dudas... Pero esas hienas... Lee, lee la carta de tu hermano.
—La leeré toda, sin cambiar punto ni coma.
En seguida nos leyó lo siguiente:
«Queridos padres, y tú, mi buen Ernesto: pongo en noticia de VV. que á nuestra llegada á las inmediaciones de Waldeck hemos sido recibidos por una hiena de las mayores, que ya habia devorado algunos corderos y una cabra; pero al fin ha sucumbido merced al valor é intrepidez de los perros, y á la serenidad de Franz, que se ha portado como un héroe, debiéndose á él principalmente el honor de la jornada. Los alanos han rematado al mónstruo y hénos aquí libres de él, sin que nos haya sucedido el menor percance. Toda la tarde la hemos empleado en desollarle y adobar la piel. Es alhaja magnífica y podrá servirnos de mucho.
«El pemmican es un manjar detestable. Me he llevado un solemne chasco.
«Sin más por ahora les abrazámos á los tres tiernamente.
«Su afectísimo hijo y hermano,
«Federico.»
—Esta sí que es una carta de cazador, exclamé; pero ¿por dónde habrá la hiena penetrado en nuestros dominios? ¿Acaso está derribada la empalizada del desfiladero? Sería una fatalidad.
—¡Pobres hijos mios! prorumpió la madre asomándole las lágrimas. ¡Dios vele por ellos y me les traiga sanos y salvos! ¿Debemos marchar inmediatamente ó esperar su regreso?
—Lo último me parece más acertado, respondió Ernesto, pues á no dudarlo hoy mismo recibirémos otra carta que nos dará más pormenores, y segun sean obrarémos.
En efecto, á la tarde entró en el palomar otra paloma, y Ernesto, que estaba al acecho, echó la trampa, quitó al correo aéreo la carta que traia debajo del ala, y gozoso vino adonde estábamos para leernos la segunda misiva, que decia así:
«La noche ha sido buena. El tiempo sereno. Paseo en el caïack por el lago. Captura de cisnes negros. Varios animales nuevos. Aparicion y fuga repentina de un anfibio cuya especie nos es desconocida. Mañana á Prospecthill.
«Pásenlo VV. bien.
«Sus hijos,
«Federico, Santiago, Franz.»
—Es casi un parte telegráfico, dije riéndome. ¡Vaya una concision! Sin duda les es más facil á mis hijos disparar un tiro que escribir una frase. No obstante, la carta me tranquiliza. La noche ha sido buena, y eso quiere decir que la hiena aparecida era la única que vagaba por aquellos alrededores.
Mi esposa se mostró ya ménos inquieta, y así resolvímos aguardar ántes de decidirnos á marchar. La carta era en verdad un extracto de lo acaecido desde su partida hasta el dia, pero tan lacónica, que tuve necesidad de explicaciones para comprender bien lo que nos anunciaba. Con que continúo la narracion de lo ocurrido á los niños en este viaje.
Libres ya de la mala vecindad de la hiena, determinaron los expedicionarios explorar la gran laguna de los cisnes para conocer los puntos navegables que se podrian recorrer sin encenagarse, á cuyo efecto Federico costeaba por la parte interior con el caïack, en tanto que sus hermanos le seguian por tierra acercándose á la orilla en cuanto lo permitian las junqueras.
Los cisnes negros fueron lo que más excitó la codicia de nuestros cazadores, y así tentaron el medio de coger algunos vivos, echándoles un lazo, fijo al extremo de bambú, y con ese ardid, sin causarles lesion alguna ni perder un pluma siquiera, se apoderaron de tres, jóvenes aun, porque los viejos tenian demasiada fuerza y se defendian con las alas.
Despues de los cisnes se presentó á la vista de los cazadores una ave de nueva especie, que á juzgar por su majestuoso porte y noble continente parecia ser la reina de la laguna. Ornaba su cabeza una corona, y gallardeábase ufana como quien se cree investido de reconocida superioridad. Tan noble ademan llamó la atencion de Federico, y el hermoso acuátil quedó pendido en el lazo cuando ménos lo pensaba. Se le sacó á tierra, y bien atado de patas y alas fué á hacer compañía á los cisnes.
Despues de tan soberbia presa, que Ernesto nos declaró ser una garza real [1], Federico continuó bogando con un remo hasta encontrar sitio conveniente para el desembarco, dando ya por terminado el reconocimiento del lago. Hallado que fue, saltó del caïack y reunióse con sus hermanos.
Miéntras los tres niños estaban embobados contemplando su botin, vieron salir de lo más espeso de la mimbrera una bestia del tamaño de un pollino, parecido al rinoceronte, si bien carecia del cuerno que aquel tiene en la frente y es su principal distintivo. Tenia el labio superior muy prominente, y el cuerpo de color pardo oscuro. Aunque los tres cazadores no eran naturalistas de primer órden, sin atreverse á dar nombre á la bestia que tenian delante decidieron que se parecia al tapir ó anta de América [2].
«El tapir es un animal que se encuentra por lo comun en la Guayana y en el Brasil. Su forma se acerca mucho á la del cerdo, y su cabeza termina en punta por arriba. El labio superior sobresale mucho al inferior. Sus mandíbulas están armadas de cuatro dientes; los ojos pequeños, las orejas redondas y lacias; la cola corta, piramidal y pelada. Las piernas se asemejan á las del jabalí; las delanteras tienen cuatro uñas negruzcas, y tres las traseras. El pelo del tapir es corto y cerdoso con pintas blancas en sus primeros años, que desaparecen con el tiempo. El tapir es uno de los cuadrúpedos que más saben nadar, recorriendo entre dos aguas espacios dilatados, burlando así la vigilancia del cazador que le persigue, y que á lo mejor le ve sacar la cabeza á gran distancia cuando creia tenerlo á los piés.
«Este animal es anfibio. Algunos naturalistas han afirmado que duerme dentro del agua todo el dia, aprovechando la noche para cazar en los bosques.
«Los portugueses son los primeros que le dieron el nombre de anta. Los salvajes del Brasil estiman su carne tanto como la de vaca, y sacan gran partido de su piel, que secada al sol les sirve para forrar los broqueles.»
Federico saltó al caïack para dar caza al anfibio; pero el tapir nadaba con tal rapidez, que hubo de renunciar á su empresa.
En tanto Santiago y Franz, que se habian vuelto á la cabaña con los cisnes negros y la garza real, la cual aun aprisionada conservaba en su apostura algo de la dignidad de su categoría, encontraron en el camino una bandada de grillas que volaban con grande aleteo y algazara. Sin necesidad de acudir al arma de fuego hicieron caer algunas valiéndose del arco y flechas que llevaban, largas y de buena punta triangular; pero no era esta la que causaba más daño y hacia más eficaz el arma, sino varios bramantes untados con liga que flotaban pendientes del astil, y que volteando en el aire pegábanse á las alas y patas de las aves á quienes no tocara el hierro de la flecha; con lo cual caian dos ó tres pájaros juntos, heridos unos y enredados otros en los bramantes.
Al reunirse Federico con sus hermanos de vuelta de la malograda caza, vió con envidia lo afortunados que habian estado, y deseoso de un desquite por noble emulacion de cazador, preparó la carabina, y con su águila en el puño se introdujo en el bosque de los guayabos acompañado de los perros.
Apénas trascurrió un cuarto de hora, cuando estos levantaron un grupo de hermosísimas aves del género de los faisanes. Sorprendidas en su pacífico retiro, las que no volaron en direccion de la llanura buscaron asilo en las ramas de los inmediatos árboles. Al ver tan bellos pájaros Federico soltó el águila, que clavó la garra en uno de los fugitivos, miéntras otro petrificado sin duda por el terror vino á caer á los piés del niño. En seguida cogió otro escondido en un matorral, el cual descollaba sobre todos: dos piés largos tenia su cola, entre cuyas brillantes plumas campeaban otras dos muy largas y estrechas esmaltadas de vivos colores. Por la sola descripcion que en la carta hizo Federico de esta pájaro, el sabio Ernesto le reconoció por el ave del paraíso, la manucodiata, el más galano y gentil de cuantos pueblan los aires de las costas de Nueva Holanda.
Y cuando el jóven naturalista, despues que volvieron sus hermanos, se convenció de la realidad de su suposicion, exclamó alborozado: ¡He aquí el ave singular cuya existencia ha dado lugar á tantas fábulas! Todo en ella, hasta su nombre, ha sido por largo tiempo un error. Vulgarmente se ha creido que, procedente del paraíso terrenal, ningun otro lugar era digno de hospedar á la que habia morado en el eden. Hase dicho tambien que no tenia piés para probar que su vuelo era perpétuo; que volaba durmiendo, y lo más increible, que la hembra ponia sus huevos en el aire y los incubaba en el mismo elemento, sin descansar en su vuelo, salvo algunos cortos momentos que se posaba en alguna rama de árbol, sosteniéndose con los filamentos que adornan su plumaje. El alimento del ave del paraíso debia ser igualmente poético, adecuado á su casi inmaterial existencia; y así, lo han hecho consistir en sustancias aéreas, en perfumes, vapores, ó cuando más en rocío. Un sér tan misterioso no podia carecer de cualidades maravillosas: así, pues, el hombre cuya dicha llegaba hasta el punto de poseer un individuo de este género, conservándole con la veneracion que se merecia semejante objeto sagrado, se le consideraba acreedor á todos los dones del cielo y revestido de singulares facultades, como la de sanar enfermos, conjurar tempestades, etc. De él se hacian fetiques y amuletos [3], y desde entónces los cazadores dedicáronse á averiguar los sitios donde abundaban estas aves y á cogerlas. El pájaro del paraíso llegó á ser objeto de una especulacion lucrativa. Todo esto y mucho más, continuó el doctor, se creyó por espacio de largos siglos; pero la ciencia, cuya luminosa antorcha disipa en un instante las tinieblas del error, ha echado por tierra el prestigio y auréola semidivina de esta ave. La realidad ha sucedido á las fantasías poéticas y brillantes concepciones. Se ha visto que el pájaro del paraíso tiene piés, duerme y anida en los árboles, se nutre de alimento sólido, y comparada su plumaje con la de otras aves, sólo lo supera en finura, brillo y variedad de los tornasolados colores que matizan con diferentes visos las alas, garganta y largas ebras de la cola. El ave del paraíso vuela tan ligera como la golondrina, elevándose mucho más, y suele posarse en la copa de los grandes árboles. Su tamaño real es como el del grajo; pero la disposicion de su plumaje aumenta considerablemente el volúmen de su cuerpo. Las plumas que rodean la base de su pico son de color negro aterciopelado con viso verde oscuro, color que se extiende por el rostro y garganta, entre el amarillo que cubre la cabeza y parte posterior del cuello y el verde bronceado que matiza esta misma parte. El resto del plumaje es castaño oscuro en el vientre, y claro en la espalda. Las plumas están como recortadas gradualmente, y las más anchas no pasan de diez y ocho pulgadas, miéntras que los dos filamentos tienen dos piés y nueve pulgadas de largo. Créese que los de la hembra son más cortos, y que en este género de aves como en los otros, el plumaje del macho es más brillante y suntuoso, contentándose la hembra con más modesto atavío [4].
Esta disertacion sobre el ave del paraíso trajo consigo otras en las que lució como siempre su erudicion el sabio Ernesto. Yo mismo al escucharle me asombraba de la aptitud y aprovechamiento del niño en su ciencia favorita, y de la facilidad con que desenvolvia, entre el confuso laberinto de clasificaciones, diversidad de géneros, especies, clases, excepciones, etc., capaces de confundir y amilanar al más entendido y aplicado en el estudio de la historia natural.
Pero ya es tiempo de anudar el hilo de la narracion interrumpida.
Despues de tantas proezas natural era que á nuestros cazadores les acometiese un vigoroso apetito, si bien la comida fue más frugal de lo que debiera haber sido, viniendo á reducirse á un poco de pecari en cecina, patatas asadas al rescoldo, cazabe y frutas. En cuanto al pemmican tan laboriosamente preparado, desde el primer bocado se declaró indigno de su usurpada fama, echándolo á los perros á quienes supo muy bien.
Antes de anochecer, á fin de aprovechar los exploradores el viaje llenaron un saco de espigas maduras de arroz, y otro de algodon, cuyas cosas sabian de otras veces que agradaban sobremanera á la madre.
Como su pensamiento era alargarse al dia siguiente hasta Prospecthill para poner en órden lo que hallasen desarreglado, Federico no olvidó proveerse de lo necesario para dar otra buena leccion á los monos que infestaban el contorno, y que tanto estrago causaran en los plantíos; y necesitándose víno de palmera para cebo y tazas de coco para llevarlo, por no trepar hasta lo más alto de las palmeras eligieron las que les parecieron más cargadas de fruto, y á imitacion de los caribes que echan por tierra el árbol para recoger aquel, derribaron dos soberbias palmeras de donde á la vez sacaron víno, cocos y sagu.
Cuando me refirieron esta particularidad no pude ménos de reprobar á los niños el empleo de ese medio destructor, prohibiéndoselo expresamente para lo sucesivo. La palmera era uno de los más hermosos árboles del país, de cuya riqueza vegetal podíamos siempre disponer como uno de nuestros principales recursos; y sacrificar los frutos del porvenir á la ventaja de un minuto, aniquilando la produccion, era una conducta bárbara, propia sólo de salvajes, cuyo defecto dominante es la pereza, á la que subordinan sus actos.
Para atenuar esa falta que la rectitud de su conciencia tambien les echaba en cara, dijéronme que en compensacion habian dejado sembrados ocho ó diez cocos que reemplazarian con el tiempo á los derribados árboles.
Segun quedó convenido los niños pasaron de Waldeck á Prospecthill, donde les aguardaban acontecimientos de mayor importancia, que para ser mejor comprendidos del lector dejarémos que los refiera el mismo Federico, reproduciendo la detallada narracion que nos hizo al regreso.
—Al entrar en el Bosque de los pinos, nos dijo, fuímos recibidos por un escuadron de monos posesionados de todos los árboles, desde los cuales comenzaron á arrojarnos piñas sin número, tan espesas como lluvias, que realmente nos hubieran molestado á no ahuyentar la obstinada tropa, la cual no cejaba en sus hostilidades. Conseguímoslo en seguida con un par de buenas perdigonadas, que echaron por tierra á dos ó tres de los tiradores é intimidaron á los demas que no quisieron sufrir igual suerte, escapando hácia el llano ó encaramándose á lo más alto de las palmeras. Esta recepcion no hizo mas que aumentar la mala disposicion que ya traia y afirmarme en mi propósito de llevar á cabo el ejemplar escarmiento que preparaba y que de mucho tiempo atras tenia meditado contra la maldita raza de los monos. El bosque cuyo acceso ya nos quedaba franqueado terminaba en un campo de maíz ó mijo silvestres cuyos tallos tenian ocho ó diez piés de altura, sin contar la espiga cuajada de granos rojizos por la que desde luego reconocí la planta. Este campo extendíase á bastante distancia, y reconociéndole advertí que en varios puntos estaba devastado como por un pedrisco. Al traves de los grandes claros que habia divisámos nuestra habitacion de Prospecthill, que á pesar de su lejanía nos pareció algo arruinada. Aproximándonos más, nos convencímos de que los monos habian pasado por allí. En efecto, al llegar á la granja, término de nuestro viaje, despues de descargar el carro nos encontrámos con la casa horriblemente maltratada, las empalizadas por tierra y todo el interior sucio y lleno de asquerosidades que los villanos animales allí acumularan. Las plantaciones y sembrados inmediatos apénas se reconocian, tal era el pillaje y devastacion que habian sufrido. En fin, era un espectáculo de ruina y desolacion que conmovia é irritaba, clamando venganza contra las infames bestias que tal desastre causaban. Toda la tarde se empleó en limpiar y medio arreglar lo más indispensable en la cabaña, para que pudiésemos siquiera pasar la noche sin temor de una invasion de los animales del desierto. En cuanto quedó habitable la parte necesaria, colocáronse en ella los jergones de algodon y las pieles de oso que traíamos para V. cuando se reuniese con nosotros, lo cual le causaria grata sorpresa.
Tambien me habrá V. de perdonar, papá, una falta que contra su expresa prohibicion he cometido, llevándome sin avisarle la goma de euforbio que creia necesaria para la ejecucion del proyecto. En mi indignacion contra los monos resolví atacarles esta vez con el arma terrible del veneno. Desde luego estaba persuadido de que mi proyecto desagradaría á V.; pero reflexionando que estando destinado ese veneno contra las ratas y otros bichos dañinos bien se me podria permitir usarlo contra esa raza destructora, á fin de aniquilarla si posible fuese, ó al ménos quitarla la gana de volver á talar nuestros sembrados. Para llevar á efecto mi plan llenámos una gran porcion de cáscaras de coco y calabaza de leche, víno de palmera y harina de maíz, echando en cada taza la dósis de veneno suficiente para que surtiese el resultado apetecido. Todos estos incentivos se colocaron en las ramas más bajas de los árboles, ó junto al tronco de los mismos para que estuviesen á la mano de los golosos animales que acudirian sin falta á tragarse el contenido. Ya de noche retirámonos á la cabaña y nos disponíamos á descansar hasta la mañana siguiente en los blandos lechos, cuando de repente hirió nuestra vista una luz súbita parecida á la que pudiera producir el incendio de un buque en alta mar. Sorprendidos del fenómeno cuya causa nos era absolutamente desconocida y excitada hasta el extremo la curiosidad salímos á campo raso, y en dos brincos subímos al pico más elevado del promontorio. Apénas llegámos, cuando el aparente incendio que se alzaba sobre el Océano tomó una forma regular: era un gran globo de fuego que se alzaba poco á poco sobre las olas: la luna que al horizonte salia. Era una de las escenas más maravillosas de la naturaleza que habia visto en mi vida. El mar estaba quieto y apacible, balanceándose únicamente las olas con suave murmullo al pié del cabo, y trayendo á nuestros piés el pálido reflejo del astro nocturno. El viento fuerte de la tarde se cambió en ligera brisa; el más profundo silencio envolvia la tierra y el Océano; no parecia sino que la naturaleza entera iba á preludiar un cántico sublime, un himno de gloria y agradecimiento al Criador. Aunque nuestra esperanza nos engañase y en vez de un buque incendiado nos encontrásemos con la luna en el firmamento, no por eso dejámos de gozar ante el sublime espectáculo que nuestra vista abarcaba. Gran rato permanecímos absortos en religioso silencio. Nuestras almas se elevaron por sí mismas hasta el trono del Señor, é instintivamente dímosle gracias y humillámonos ante la omnipotencia y sabiduría eterna, autora de las maravillas que sin cesar presentaba á la admiracion de los hombres.
Sin embargo, la dulce y tranquila meditacion á que nos abandonábamos, por desgracia no duró largo tiempo, siendo en breve interrumpida por los sonidos más extraños que jamás habian llegado á mis oídos, los cuales formaban pavoroso contraste con el silencio de la noche: eran á la vez aullidos, rugidos, relinchos, á cuál más discordes y confusos, un estrépito infernal que al parecer salia del banco de arena que se extendia desde el pié del promontorio hasta el mar; y á pesar de eso nada descubríamos en el mar ni en la playa. A los formidables acentos contestaron los perros con prolongados aullidos; el chacal de Santiago empleó toda la fuerza de sus pulmones para responder á aquel monstruoso concierto; otros chacales formaban coro con sus salvajes ladridos; allá, hácia la gran Vega, percibíanse como relinchos de caballos montaraces y mugidos de búfalos; pero en medio de todo, lo que causaba más terror era un rugido que dominaba los otros, sordo y terrible, que no podia provenir sino de un tigre ó leon. Dudábamos si bajaríamos ó no de la eminencia, cuando al fin oímos claramente un eco parecido á la carrera de un cuadrúpedo que huye despavorido. Entónces, no creyéndonos ya en seguridad, corrímos á la cabaña casi con la certidumbre de que rondaba las inmediaciones algun hipopótamo, elefante, leon, tigre ú otra cualquiera fiera que tenia alarmados á los moradores del desierto. Nada encontrámos que nos intimidase en derredor de nuestro albergue. Atrancámos bien la puerta, y apénas comenzaba el sueño á cerrarnos los párpados cuando vino á distraerle un concierto de otra clase, procedente del inmediato bosque de pinos. Era un coro infernal de gritos y chillidos con modulaciones agudas y prolongadas, capaces de lastimar el tímpano más fuerte y de partir las piedras. Desde luego conocí que eran los postreros lamentos de agonía de los monos que sucumbian víctimas de su goloso y merodeador instinto. A fin de que la mortandad fuese completa y que el veneno ejerciese toda su mortífera influencia, até bien los perros á la puerta de la cabaña para que no se arrojasen contra el enemigo ántes de tiempo y malograsen mi plan.
Ocioso es decir que entre unas y otras cosas pasámos una noche toledana sin poder descansar un instante hasta la madrugada, que restablecida la calma, lográmos reposar dos ó tres horas. Las fieras, los chacales, los monos y los perros se conjuraron para robarnos el sueño, y gracias que el mal no pasó de aquí.
Cuando despertámos ya muy entrado el dia la curiosidad nos condujo en seguida á ver el resultado de la noche y el estado en que se encontraban los concertistas nocturnos del bosque. Sin entrar en detalles del espectáculo que se ofreció á nuestros ojos baste decir que la terrible goma de euforbio sumergió á todos los músicos en el sueño de la muerte. El víno, leche, maíz y demas cebos envenenados quedaron consumidos, apareciendo la tierra sembrada de cadáveres, que cargados inmediatamente en el carro fueron arrojados al mar, y recogidas las vasijas y demas utensilios que habian contenido la ponzoña para que no causase más estragos que los previstos. Satisfecha ya mi venganza y cansados de la repugnante faena que nos ocupó gran parte de la mañana, retirámonos á la cabaña. Entónces Santiago despachó su tercer correo á Felsenheim dando parte de las novedades ocurridas en la noche anterior y hasta la fecha de aquel dia. La misiva estaba redactada en el estilo pomposo y oriental que le era tan familiar y decia así:
«Prospecthill, entre nueve y diez de la mañana.
«La granja de Prospecthill está restablecida en su antiguo esplendor. Ha costado mucha sangre á nuestros enemigos, y no poco trabajo á nosotros. Némesis [5] preparó para la raza maldita la copa emponzoñada, y las olas del Océano ya han sepultado á las víctimas. El sol con sus resplandores alumbra nuestros preparativos de marcha. El mismo sol, al ponerse, será testigo de nuestra llegada al desfiladero.—Salud.»
La lectura de esta carta enfática y semiburlesca puso fin á la narracion de Federico, de la cual he suprimido largas disgresiones para volver á tomar la palabra y enterar al lector de la impresion que nos produjo aquella epístola tan lacónica y cortada, así como de lo demas que se siguió hasta la reunion de toda la familia.
En efecto, habíamos recibido la trascrita misiva de Santiago que entre las imágenes mitológicas de Némesis y de la copa emponzonñada revelaba cosas difíciles de comprender; mas á pesar de sus enigmas ya no experimentaba inquietud alguna porque anunciaba un triunfo, sea el que fuese, y así aguardaba tranquilo el pronto regreso de la caravana ó la aparicion de otro mensajero alado.
No tardó, trayéndonos otra carta que cambió enteramente la faz de las cosas y puso el colmo á nuestra ansiedad. Abríla y leí lo siguiente:
«El paso del desfiladero que conduce al desierto está forzado. La empalizada, por tierra; la Cabaña de la ermita, el cañaveral de azúcar y todos los sembrados inmediatos, devastados completamente. En el enarenado de la entrada se notan huellas recientes como de pié de elefante y otras menores parecidas á las del casco del caballo. Estamos sin saber qué hacer, si avanzar ó volver atras; y aunque hasta ahora no hemos corrido ningun riesgo, de todos modos urge que venga V. al instante á auxiliarnos. Hay aquí mucho que hacer para la seguridad de la colonia. Sobretodo no perder un instante.»
De concebir es la inquietud en que nos pondria semejante misiva. Ensillé el onagro y partí inmediatamente despues de prevenir á Ernesto que á no mediar aviso contrario madre é hijo al dia siguiente se reuniesen con nosotros en Prospecthill, llevando consigo el carro y provisiones para una larga estancia. Desde Felsenheim hasta donde estaban mis hijos mediaba un trecho de seis leguas que recorrí en tres horas, llegando al desfiladero ántes de la noche.
Sorprendidos los niños de mi pronta llegada recibiéronme con trasportes de júbilo.
La idea que ya tenia formada del desastre que Federico me anunciaba en su última carta distaba de la realidad, y en vez de exagerar mis hijos reconocí con dolor que se habian quedado cortos. Todos los árboles que cual barricada cerraban la entrada estaban tronchados como si fueran cañas, y los elevados troncos que sostenian la cabaña no tenian rama ni hoja. En el bosquecillo de bambúes los retoños estaban arrancados ó devorados. Pero en ninguna parte era tanto el estrago como en el plantío de caña dulce, donde no quedó un solo tallo en pié. El animal que habia causado tantos daños debia de ser un elefante, pues se necesitaba toda la destreza de esta bestia inteligente para ir arrancando á lo largo de las cañas las tiernas y delgadas hojas que las cubrian, así como salvar la distancia á que puede llegar su trompa para mutilar ramas de árboles que estaban á mucha altura. Sólo á este colosal cuadrúpedo era dado conseguirlo.
Pasando despues á más minucioso exámen de las huellas que existian en la arena convencíme de que eran exactamente de pezuña de elefante, y otras más pequeñas que se descubrian de trecho en trecho las de un hipopótamo. Recorrí á pié una buena parte del camino que habia traido para ver si alguna otra fiera se habia introducido en nuestro territorio por el franqueado pasaje, y no observé más huellas que me alarmasen, sino otras del grandor de las de lobo ó perro, que supuse serian á lo más las de la hiena que Franz matara; con lo cual me sosegué en gran parte.
En seguida sin perder tiempo nos ocupámos en alzar la tienda y acopiar combustible para las hogueras nocturnas, que tuvímos buen cuidado de alimentar durante toda la noche, la cual trascurrió tranquila, al ménos por parte mia y de Federico que velámos hasta casi la madrugada. Para entretener y hacer ménos pesadas las horas de vigilia, sentados junto al fuego departímos sobre los elefantes, enemigos que quizá tendríamos de combatir, y en pocas palabras resumí cuanto sabía acerca de la colosal bestia que ya se atraia nuestra atencion.
—El elefante, dije á mi hijo, es uno de los cuadrúpedos más extraños por la conformacion de varias partes de su cuerpo. Considerándolo relativamente á la idea comun que tenemos acerca de las justas proporciones, el cuerpo de este cuadrúpedo es grueso y corto, las piernas derechas y mal formadas, las patas redondas y torcidas, y la monstruosa cabeza está cubierta de una piel dura, que hácia el testuz tiene hasta siete pulgadas de grueso. Las orejas cuelgan lacias; la trompa, los colmillos, los piés son órganos tan poco agraciados, como necesarios al animal. Los países cálidos de Africa y Asia son los puntos donde se crian con más especialidad los elefantes. Los de las Indias son mucho mayores y por consecuencia más fuertes que los de África. Cuando se contempla al elefante revestido con su carne y piel, los remos traseros parecen más cortos que los delanteros por estar ménos separados de la masa del cuerpo, asemejándose más á la pierna humana que á la de la mayor parte de los cuadrúpedos, en que el pié es más corto, y el talon descansa en tierra. La planta de aquel está guarnecida de un casco ó suela huesosa, sólida y dura, del grueso de una pulgada. La fuerza de las piernas del elefante es proporcionada á su disforme corpulencia, y en su andar ligero alcanza al hombre corriendo. Nada bien, tanto á causa del volúmen de agua que con el cuerpo remueve, como por las venas que hinchándole el vientre aumentan su mole. Algunos autores han sentado, y el vulgo participa en general de esta opinion, que la escasa flexibilidad de las piernas impedia al elefante levantarse cuando se echaba, lo cual es erróneo, pues se echa y levanta con la mayor facilidad. El órgano más admirable y particular del elefante es su trompa, en la que se notan movimientos y usos que no se encuentran en los otros animales; singularísima es su estructura: esta trompa que propiamente hablando es una nariz muy larga, se encogé ó extiende á voluntad del animal; es carnosa, nervuda, hueca como un tubo y en extremo flexible en todos sentindos y direccion; el cabo se ensancha como la parte superior de un jarron, formando un borde cuya parte inferior es más compacta que los lados, y el cual se alarga por arriba como la punta de un dedo. En el fondo de esta especie de pequeña taza hay dos agujeros que son la nariz, y por medio de aquel borde ejecuta el elefante todo lo que el hombre puede hacer con la mano. Cuando aplica el cabo de la trompa sobre cualquier objeto y aspira al mismo tiempo, aquel se pega á ella y sigue sus movimientos. Así coge el elefante objetos muy pesados, hasta de doscientas libras. Esta bestia tiene el cuello demasiado corto para poder bajar la cabeza hasta el suelo y pacer la yerba con la boca ó beber fácilmente cuando tiene sed. Mete en el agua el extremo de la trompa, aspirando llena su cavidad, en seguida la encorva para llevarla á la boca. Cuando quiere comer, arranca la yerba con la trompa y practica lo mismo: por supuesto que los elefantes de leche la maman tambien chupando con el mismo órgano. No sólo sirve este de habilísima mano, sino de robusto y poderoso brazo para derribar fácilmente los árboles más fuertes y tronchar las ramas cuando el elefante quiere abrirse paso en la espesura de los bosques. La boca es la parte más baja de la cabeza, con cuatro dientes en cada mandíbula. Como la trompa y los dientes serian aun para este animal poca defensa, la naturaleza le ha dado dos colmillos que nacen de la mandíbula superior, fortísimos, de algunos piés de largo y retorcidos hácia arriba, con los cuales ataca y se defiende de sus enemigos. Estos colmillos son huecos en su nacimiento hasta la mitad y aun más, pero sólidos y macizos hasta la punta, siendo la materia que conocemos con el nombre de marfil. El elefante tiene los ojos muy pequeños, con párpados pestañosos como los del hombre, el mono, el avestruz y el buitre. El cuerpo está cubierto de un pellejo rugoso como corteza de árbol y cerdoso en varias partes como el jabalí, particularmente en la parte convexa de la trompa, en los párpados y en la cola, que termina con un hopo bastante largo. Los indios atribuyen imaginarias virtudes á estos pelos, y los africanos los usan en sus adornos. El elefante se alimenta de yerba, frutos y tambien de ramas de árboles, comiéndose el palo. En agosto y setiembre invaden los arrozales y maízales, y los talan y destrozan. Los africanos para precaver tales daños encienden grandes hogueras cuyo resplandor los ahuyenta. No obstante su voracidad cuando tienen barro á mano, como suele decirse, pueden aguantar hasta ocho dias sin comer. Su bebida es el agua, que tienen buen cuidado de revolver préviamente, como lo hace el camello. Los elefantes invaden tambien y talan los campos sembrados de tabaco. Si la planta se encuentra aun tierna y abundantemente acuosa, no les hace daño; mas si ya ha llegado ó está cercana á su madurez, les embriaga, y entónces son de ver sus graciosas contorsiones; y si la dósis es algo fuerte, se duermen profundamente, sueño que aprovechan los negros para vengarse impunemente de los destrozos causados por sus piés y su trompa. El elefante es animal de grande instinto y docilidad. Cuentan que es susceptible de adhesion, cariño y agradecimiento, hasta consumirse de pesadumbre cuando ha perdido al que le cuida. Se le atribuye igualmente cierto valor intelectual y un noble orgullo que le estimula á exponerse á los más graves peligros para sobresalir entre los de su especie. Es fácil de domesticar, y los domadores que hacen de él un objeto de comercio le someten á tantos ejercicios diferentes que parece imposible que una bestia tan pesada adquiera los hábitos á que la acostumbran; pero en medio de su docilidad y agradecimiento hácia el que le sirve y complace, es rencoroso con el que le juega una mala pasada. Su memoria le reconoce aun al cabo de mucho tiempo, y como tenga ocasion se venga. El elefante sirve de acémila en el Asia. En lo antiguo era á la vez máquina de guerra y combatiente, luchando unos contra otros en los ejércitos. En Siam está divinizado y se le tributa culto en templos destinados al efecto. En fin, sobre su historia se pudieran escribir volúmenes enteros, y no han faltado cronistas para esa tarea [6].
Luego que los otros niños se levantaron y reunieron con nosotros, dirigiéronme sobre el mismo asunto otras preguntas á las que tuve que responder. Así pasámos la noche y parte del dia siguiente.
Ernesto y su madre llegaron á eso de medio dia con el carro, la vaca, el borriquillo y las provisiones y útiles necesarios para un campamento que debia ser de alguna duracion.
Una vez instalados en este sitio, nuestro primer cuidado fue reparar las fortificaciones del desfiladero. Para ello se hubo de arreglar otra empalizada, ó mejor dicho, una valla más sólida y resistente que las construcciones anteriores. No cansaré al lector con los detalles de esta fastidiosa tarea, que nos ocupó á todos más de un mes sin poder casi hacer otra cosa. Mi buena esposa tomó parte tambien en tan ruda ocupacion en los ratos que la dejaban libres los quehaceres domésticos, comunicando con su ejemplo á los niños un ardor y perseverancia á su edad poco comunes.
En los breves ratos de descanso mi esposa cuidaba del arreglo de la casa, como tambien de dar de comer á los animales; yo recogia tierra á propósito para seguir fabricando porcelana; Federico hacia alguna que otra excursion en el caïack para proveernos de caza ó pescado fresco, miéntras sus hermanos, rondando aquí y acullá, casi diariamente traian alguna cosa útil. Así trascurrieron varios meses, en los que nuestra vida habitual fue siempre la misma á pesar de la mudanza temporal de domicilio, salvo el trabajo continuo y extraordinario que tratámos de metodizar en lo posible para que fuese más regular y ménos fatigoso.
- ↑ La garza real es ave de rapiña parecida á la cigüeña con un surco en el dorso del pico, la nuca negra y lustrosa, el dorso azulado, el vientre blanco y el pecho manchado de negro. Tiene la particularidad de que cuando vuela lleva la cabeza encogida y oculta y los piés colgantes.
- ↑ Bluteau, en su diccionario latino-portugues, hablando de este animal dice lo siguiente; Anta. Cuadrúpedo que los del Brasil llaman tapijerete. Es del tamaño de un becerro de seis meses. Su apariencia es de puerco, pero con la cabeza más gruesa. Tiene ojos pequeños y carece de rabo. En cada mano tiene cuatro uñas, en los piés tres y otra rudimentaria. (Notas del Trad.)
- ↑ El fetique es un ídolo ó genio que en opinion de ciertos pueblos africanos es capaz de hacer el bien y el mal. Les sirve de fetique un palo, una rama, un diente de perro y alguno que otro animal. Por amuleto se entiende una medalla, figura ú otro objeto cualquiera que se lleva al cuello ó en los vestidos en la persuasion supersticiosa de que es un remedio para preservar de enfermedades, curar los maleficios y librarse de las insidias de magos y encantadores.
- ↑ Según Cuvier, los verdaderos paraíseos ó aves del paraíso están distribuidos en cuatro secciones. Las especies principales son: la esmeralda, que es la de que aquí se trata y de más tiempo conocida y actualmente más usada para adorno de las señoras. La apoda, que es roja; la manucodiata ó ave real del paraíso, llamada tambien regia, magnifica, superba, y el sifileto ó ave del paraíso dorada, aurea, cuyo plumaje tambien sirve de adorno. (Notas del Trad.)
- ↑ Némesis. En la mitología se la reputaba como diosa de la venganza, hija de la Noche y del Erebo ú Océano, ó segun otros de Júpiter y la Necesidad. (Nota del Trad.)
- ↑ Ademas de los autores que como Buffon, Cuvier, Lacepede, etc., se han dedicado á la historia natural y han hablado por extenso de los elefantes, modernamente un autor frances ha escrito una historia detallada y exclusiva de esa raza desde los tiempos más remotos, resumiendo cuanto se ha dicho por antiguos y modernos hasta el dia sobre tan interesante cuadrupedo. (Nota del Trad.)