El Robinson suizo/Capítulo I


EL
ROBINSON SUIZO.




CAPÍTULO PRIMERO.


Temporal y naufragio.—Salvavidas.—Balsa.


Despues de seis dias de temporal vino la aurora del séptimo á revelarnos nuestra precaria y aflictiva situacion: perdido el rumbo, embarazada la cubierta con los despojos de la arboladura y los aparejos, insuficientes las bombas para vaciar el agua que por todas partes embarcaba, la desmantelada nave á merced de las embravecidas olas corria á impulsos del huracan hácia el Sureste, siendo tal el desaliento y consternacion de tripulantes y pasajeros á tan desoladora escena, que nadie pensaba sino en encomendar á Dios el alma é implorar con fervientes votos su misericordia.

Al ver á mis cuatro hijos espantados y llorosos, díjeles:

—Valor, hijos mios, no lloreis, que Dios no permitirá que muramos si á su divina voluntad place; mas si por el contrario tiene decretada nuestra muerte, sometámonos humildemente á sus altos designios, con la esperanza de encontrarnos en el cielo y gozar juntos y para siempre la vida de los ángeles.

Noté que mi animosa mujer, aunque enjugándose furtivamente una lágrima, procuraba tranquilizar á los niños que en torno suyo se acurrucaban. El lastimoso cuadro que presentaba este grupo para mí tan querido, y la idea del peligro que les amagaba, desgarrábanme las entrañas. Hincámos las rodillas, inundándoseme el corazon de consuelo al escuchar las palabras de mis tiernos hijos, por las cuales comprendí que tambien sabian fortalecerse con la oracion, siendo notable la de Federico, quien, sin acordarse de sí, rogaba al Señor que se dignase salvar la vida de sus padres y hermanos.

Esta piadosa tarea nos distrajo por largo rato del peligro que corríamos, sintiéndome algo más aliviado al contemplar las cabecitas de mis hijos religiosamente humilladas. De repente, entre el fragor de las olas oímos una voz que clamaba: ¡Tierra! ¡tierra! experimentando al propio tiempo un fuerte sacudimiento que nos derribó á todos, al par de tan espantoso crujido, que por un momento temímos que la nave se hubiese estrellado en los escollos: estábamos varados. En seguida una voz, que conocí ser la del capitan, exclamó: ¡Estamos perdidos! ¡al agua las lanchas! Lleno el corazon de sobresalto, trepé al puente y comprendí que no nos quedaba mas recurso que perecer; apénas puse en él los piés, cuando lo barrió una furiosa ola arrojándome sin conocimiento contra el mástil; y al recobrarlo ví al último de los marineros saltar en la postrera lancha, alejándose todas del buque atestadas de gente. Empecé á dar voces, á pedirles auxilio con el más vivo encarecimiento, á suplicarles que nos socorriesen... ¡Vano empeño! los bramidos de la tempestad ahogaban mis clamores, y no pudieron oirme, ó el furor de las olas les impidió acudir á favorecernos. En medio de mi afliccion cabíame el consuelo de observar que el agua no alcanzaria la cámara do se hallaba mi adorada familia sobre el camarote del capitan, y escudriñando el horizonte al Sur parecióme columbrar á intervalos una costa que, á pesar de su aspecto áspero é inculto, llegó á ser el exclusivo objeto de mis ansias y deseos.

Apresuréme pues á volver al lado de mi familia, y afectando un tono de seguridad que distaba de alentarme, anunciéles que el agua nos respetaria y que al amanecer hallaríamos medio de tomar tierra, grata noticia que tranquilizó á los niños sin alucinar á mi esposa, acostumbrada á penetrar mi pensamiento, cuanto más que con una seña la signifiqué nuestro desamparo. Al observar que no decaia su confianza en el Señor y nos obligaba á tomar algun alimento, cobré valor y fuerzas; accedímos á sus instancias, y despues del frugal refrigerio durmiéronse los niños, excepto Federico, que se acercó á decirme:

—He pensado, querido papá, que deberíamos hacer para mamá y mis hermanos una especie de cintos llamados salvavidas, para sostenerse á flor de agua, pues V. y yo nadarémos hasta la orilla.

Aprobé la idea, y resuelto á ponerla desde luego por obra, comenzámos á buscar barriles capaces de sostener un cuerpo humano, atámoslo de dos en dos, y nos los ceñímos al cuerpo; en seguida, provistos de cuchillos, bramante, cuerdas, avíos de encender lumbre y otros útiles de primera necesidad, pasámos el resto de la noche en la mayor congoja, temiendo que de un momento á otro se sumergiese el buque. A pesar de todo, Federico se durmió rendido de fatiga.

Vino por fin la luz del dia á infundirnos confianza aplacando las bravías olas; consolé como pude á mis hijos, y absortos por la apremiante necesidad de salvarnos, dispersámonos por el buque en busca de los objetos al efecto más necesarios. Federico trajo dos escopetas con pólvora, perdigones y balas; Ernesto clavos, tenazas y herramientas de carpintero; Franz cañas, sedales y anzuelos para pescar. Felicité á los tres por sus hallazgos, y tocante á Santiago, que se me presentó con dos perrazos, le dije:

—¿Qué pretendes hacer con ese par de animalitos?

—Nos servirán para cazar cuando estemos en tierra.

—¿Y cómo irémos allá, atolondrado?

—Fácilmente, replicó: sobre toneles, como yo lo hacia en la alberca de nuestro pueblo.

Esta idea fue par mí un rayo de luz: auxiliado de mis hijos, saqué de la bodega y subí á la cubierta algunas barricas para aserrarlas por la mitad con los instrumentos que á la mano teníamos, no parando hasta haber conseguido ocho tinas de igual tamaño. ¡Con qué satisfaccion contemplábamos nuestra obra! solo mi esposa no participaba del general y legítimo entusiasmo.

—Jamás, dijo, me resolveré á aventurar la vida en tan débil apoyo.

—No pienses tan de ligero, querida mia, y aguarda para juzgar á que concluyamos la tarea.

Sujeté las tinas á una larga y flexible tabla, con la cual y otras dos á los lados obtuve á copia de inauditos esfuerzos una especie de estrecha góndola dividida en ocho compartimientos, con la simple prolongacion de las tablas por quilla; así que ya poseíamos una embarcacion capaz de sostenernos á todos y conducirnos un corto trecho estando el mar sosegado. Hasta aquí todo iba bien; pero no parábamos mientes en que nuestras fuerzas no bastaban para botar la balsa, á pesar de su sencillez y ligereza. Pedí pues una palanca, trájola Federico, y apliquéla á un extremo de la balsa, levantándola lo suficiente para que los niños metieran debajo unos rodillos. Asombrados quedaron los pobrecitos, en particular Ernesto, al presenciar los poderosos efectos de tan sencillo ingenio, cuyo mecanismo les iba explicando miéntras proseguia el trabajo; sin embargo, Santiago con su vivacidad exclamó:

—Muy despacio va esto, papá.

—Poco á poco hila la vieja el copo, le contesté.

A costa de grandísimo afanes lográmos colocar la frágil embarcacion al borde del costado del buque y empujarla lentamente al agua hasta ponerla á flote, cuidando de amarrarla al costado de la nave; mas ¡oh fatalidad! apénas se meció en las olas, cuando se ladeó de tal modo que ninguno osó saltar en ella para enderezarla.

En medio de la pesadumbre que tal contratriempo me causaba, ocurrióseme que el lastre podia remediarlo, y por lo tanto apresuréme á arrojar en las tinas más altas cuantos objetos pesados me deparó la casualidad, con lo cual poco á poco se enderezó la balsa hasta mantenerse en equilibrio, prorumpiendo á la sazon mis hijos en gozosas exclamaciones, y deseando cada cual á porfía embarcarse el primero. Temeroso de que sus movimientos neutralizasen el efecto del lastre, coloqué á los extremos un balancin parecido al que usan algunas tribus salvajes, para lo cual sirvieron dos trozos de verga que con un pasador de madera fijé á popa y proa de la almadía, con un tonel vacío á cada lado por contrapeso.

Sólo faltaba desembarazarnos de los restos del buque que obstruian el paso, y conseguímoslo con varios hachazos á diestro y siniestro; empero como los más del dia lo empleáramos en la faena y era ya imposible llegar á tierra ántes de la noche, fuenos forzoso permanecer en la nave hasta el otro dia, sentándonos á comer con buen apetito, cuanto más que dedicados á nuestro importante trabajo, entre mañana y tarde no habíamos tomado sino un sorbo de víno y un pedazo de galleta. Antes de entregarnos al sueño encomendé á mis hijos que se atasen al cuerpo los salvavidas por si el buque zozobraba, y aconsejando á mi esposa iguales precauciones, disfrutámos luego un tranquilo reposo, por cierto bien merecido despues de tanta fatiga.