El Puñal del Godo: 04

El puñal del godo, Drama en un acto de José Zorrilla
del tomo dos de las Obras completas ordenadas por Narciso Alonso Cortés.

EL PUÑAL DEL GODO de José Zorrilla Drama en un acto


ESCENA IV editar

DON RODRIGO, TEUDIA. (Llueve)

ROD.

Háblame de mi España, Teudia amigo;
háblame de ella tú, que fuiste el solo
en quien traición tan fea no halló abrigo,
en quien tu pobre rey no encontró dolo.
Dime, ¿conserva aún el pueblo hispano
recuerdo alguno de la antigua gloria?
¿Qué piensa del vencido soberano?
Teudia, ¿qué sitio ocupa en su memoria?

TEUD.

No me lo preguntéis.

ROD.

¡Ah! Te comprendo:
me culpa sólo a mí.

TEUD.

Sois el vencido.

ROD.

Desengaño es a un rey duro y tremendo.
¿Conque sólo me dan?…

TEUD.

Mengua u olvido.
Mas basta ya, que vuestro afán entiendo.
¿Y cómo os hallo aquí?

ROD.

Triste es mi historia,
Teudia.

TEUD.

Y la mía.

ROD.

Y yo ¿cómo te hallo?

TEUD.

Huyendo de los moros.

ROD.

¿La victoria llevan?

TEUD.

Ya es nuestro pueblo su vasallo.

ROD.

¡Tierra infeliz!

TEUD.

Sí, a fe. Toda la ocupan
esos infieles ya.

ROD.

¿Ya nada resta?

TEUD.

Un rincón en Asturias, do se agrupan
los que escaparon de la lid funesta.

ROD.

¿Pero podrán allí?…

TEUD.

No pueden nada,
por más que, de ira y de venganza rayo,
levantó su pendón con alma osada
vuestro valiente primo don Pelayo.

ROD.

¿Y mis nobles con él?

TEUD.

No, no hay ninguno.

ROD.

¿Ninguno dices?

TEUD.

Perecieron todos
a manos de los moros uno a uno.

ROD.

¿Qué resta, pues, de los ilustres godos?

TEUD.

Vos y yo nada más; porque no cuento
al que con vil traición nos ha vendido.

ROD.

¿Aún vive don Julián?

TEUD.

Para escarmiento
de los que a sus contrarios han servido.

ROD.

¡Vive! ¿Y que es ora de él?

TEUD.

En una torre
estuvo largo tiempo, mas con maña
huyó de allí… Su estrella le socorre.

ROD.

Sí, sí; mi estrella, tan fatal a España.
¡Ay! Bien mi corazón me lo decía:
¡su estrella marcha con la estrella mía!

TEUD.

¿Qué es lo que habláis, señor?

ROD.

Es mi secreto.
No para ti, de mi amistad objeto.
Es agüero fatal, que a fin terrible
de mi existencia el término ha sujeto.

TEUD.

¡Y en agüeros creéis! Es imposible.

ROD.

Teudia, son los destinos celestiales
inmutables, y es justo su castigo
para los que han causado tantos males
en la tierra cual yo.

TEUD.

Soñáis, os digo.
El noble osado que su suerte afronta,
hace cejar a su enemiga suerte,
o halla tranquilidad segura y pronta
en el reposo de gloriosa muerte.
Eso es superstición.

ROD.

Ya yo sabía
que el necio mundo así lo llamaría.
¡Mas ¡ay! que es la verdad!

TEUD.

Y a ese villano…

ROD.

El cielo, de los godos enemigo,
para que acabe al fin, guarda su mano
con todos de una vez dando conmigo.

TEUD.

¡Ay, si yo doy con él! En la frontera
le perdí.

ROD.

¿Le seguías?

TEUD.

Desde el día
que vi frente a las nuestras su bandera,
vengar de ello juré a la patria mía.
Y de soldado suyo disfrazado,
de aventurero ya, ya de mendigo,
fuí su sombra doquier, doquier he estado
de él en acecho, y la traición conmigo.
Mas un poder oculto le defiende;
jamás en ocasión hallarme pude.

ROD.

En vano, sí, tu lealtad pretende
que el cielo en ello vengador te ayude.

TEUD.

¡Ay, si me vuelvo a ver sobre su huella!
¡Ay si algún día mi furor le alcanza!
No ha de valerle contra mí su estrella.
Será, como él, traidora mi venganza.

ROD.

No, Teudia, es imposible… Inútil brío.
Oye, y esta conserva en tu memoria
página triste de mi triste historia.
Al salir de las aguas de aquel río
do me vistes caer sin la victoria,
y en cuya agua se hundió cuanto fué mío,
abandoné el caballo y la armadura,
cambié con un pastor mi vestidura,
y con todo el pesar del vencimiento,
despechado me entré por la espesura,
cual de esperanzas ya, falto de aliento.
¡Cuánto, Teudia, sufrí! Triste, perdido,
de mi reino crucé por las llanuras
en hambre y soledad, como un bandido
que huyendo de la ley camina a oscuras.
Era la hora en que la luz se hundía
tras las montañas, y la niebla densa
por todo el ancho de la selva umbría
iba tendiendo su cortina inmensa.
Con el cansancio y el temor y el duelo,
fiebre traidora me abrasaba ardiente,
sin ver dónde acudir en aquel suelo
en que nunca tal vez habitó gente.
Cuanto con más esfuerzos avanzaba,
viendo si al llano por doquier salía,
mas las selva a mis pasos se cerraba,
mas en la negra soledad me hundía.
Un vértigo infernal apoderse
de mi alma… y sin luz, y sin camino,
a mi exaltada mente presentóse
toda la realidad de mi destino.
Rey sin vasallos, sin amigos hombre,
en mi raza extinguido el reino godo,
sin esperanza, sin honor, sin nombre,
perdido, Teudia, para siempre todo.
¡Cúan odioso me vi! Despavorido
a pedir empecé con grandes voces
auxilio en el desierto, mas perdido
fué mi acento en las ráfagas veloces
a expirar en los senos del espacio…
y a impulso entonces del furor interno,
maldiciendo mi estirpe y mi palacio,
con sacrílega voz llamé al infierno.

TEUD.

¡Cielos!

ROD.

Y él me acudió: sulfúrea lumbre
rauda encendió relámpago brillante,
y en mi pecho siniestra incertidumbre.
Sentí algo junto a mí, miré un instante,
y al sulfúrea luz, monje sombrío
a mi lado pas, y a su presencia
tembló mi corazón, cedió mi brío.
Pedíle amparo, mas fatal sentencia
me fulminó diciendo: «¡Vaya, impío,
que él, a quien deshonró tu incontinencia,
vendrá de crimen y vergüenza lleno,
con tu mismo puñal a hendir tu seno!»
Dijo: y por entre la niebla arrebatado
huyó el fantasma y me dejó aterrado.

TEUD.

Sueño vuestro, fantasma peregrino
fué de la calentura abrasadora.

ROD.

No, Teudia; voz de mi fatal destino.
Mientras ese hombre esté sobre la tierra,
Teudia, no hay para mi paz ni reposo:
doquiera el paso sin piedad me cierra
ese espectro, a mi raza peligroso
¿Ves el puñal que cuelga en mi cintura?
Con él me ha de matar, es mi destino;
Teudia, no hay tierra para mí segura;
ese hombre ha de bajar por mi camino.

TEUD.

¡Y eso creéis!… Calládselo a la gente,
y toleradme en paz esta franqueza.
Mas vuestra vida austera y penitente
amenguó de vuestra alma la grandeza
y amenguó la razón de vuestra mente.

ROD.

Tiene en mi corazón sacro prestigio,
Teudia, te lo confieso, y me amedrenta
aquella predicción y aquel prodigio.

TEUD.

¡Prodigio lo llamáis! Y no os afrenta
tan vil superstición?

ROD.

Sea en buen hora,
mas creo en ella; a ser fascinadora
de la mente aprensión, desapareciera
con el tiempo; el ayuno y el cilicio
arrancado a la mente se la hubiera.

TEUD.

La arrancara mejor trompa guerrera
y de la lid revuelta el ejercicio.
Eso cumple mejor a vuestra raza;
en vez de esta cabaña y ese sayo,
la blanca tienda y la ferrada maza
y el bruto cordobés, hijo del rayo.
Sí; mientras viva Teudia y por amigo
queráis tenerle, con bizarro alarde
os dirá, de la paz siempre enemigo,
que el noble que no lidia es un cobarde.

ROD.

¡Traidor!

TEUD.

¡Hola! Vuestra alma se despierta
a la voz del honor; así os quería;
veo que aún vuestra sangre no está muerta
y alienta el corazón con hidalguía.
Escuchadme, señor, y ved despacio
el peso y la razón de lo que os digo,
que es mengua, sí, que quien nació en palacio
aguarde con pavor a su enemigo.
Perdido estáis, sin esperanza alguna;
no hay para vos ni fuerza ni derecho;
no hay para vos ni gente ni fortuna:
el moro vuestro ejército ha deshecho
y atropelló a la cruz la media luna:
mas hay un corazón en vuestro pecho
que a vuestro antiguo honor cuentas demande,
y un corazón de rey debe de ser grande.
Si a las manos morir es vuestro sino
de ese conde traidor que nos vendiera,
la mitad evitadle del camino,
tras él saliendo con audacia fiera.
Provocad con valor vuestro destino;
con él trabaos en la lid postrera,
y arrostrad ese sino que os espanta,
vuestro puñal hundiendo en su garganta.
Ya no tenéis ni ejércitos ni enseñas;
mas os resta un amigo y un vasallo,
y las lunas del mundo no son dueñas,
ni es de la suerte irrevocable el fallo.
Dejad, pues, el misterio de estas breñas;
asíos de una lanza y un caballo,
y con caballo y lanza, y yo escudero,
si no podéis ser rey, sed caballero.

ROD.

Basta, Teudia; ese bélico lenguaje
cumple a los corazones bien nacidos,
y en el mío despiertan el coraje
de tus fieras palabras los sonidos.
Sangre me pide mi sangriento ultraje,
sangre mis tercios en Jerez vencidos.
Teudia, tienes razón: de cualquier modo,
morir me cumple cual monarca godo.
Sí; y a mi olfato y mis oídos siento
que trae el aura que las tiendas mece,
el militar olor del campamento
y el calmor de la lid que se embravece,
y del clarín agudo el limpio acento
que a los nobles caballos estremece;
y esa guerrera y bárbara armonía,
la prez me torna de la estirpe mía.
Indigna es de un monarca y de un guerrero
esta debilidad que me avergüenza;
de mi superstición reírme quiero;
no quiero, Teudia, que el pavor me venza.

TEUD.

Dos sendas hay, y por cualquiera os sigo;
buscar el conde y perecer vengado,
o guareceros del pendón amigo
y acabar con honor como soldado.

ROD.

Cumple eso más al corazón que abrigo:
Teudia, olvidémonos de lo pasado,
y en la desgracia, de rencor ajenos,
bajemos a la tumba de los buenos.
Esta arma vil que a mi existencia amaga
quédese aquí después de mi partida,
(Clava el puñal en el poste que sostiene la choza.)
y quede en este tronco, con mi daga,
enclavado el misterio de mi vida.
¿Dices que ha levantado en la montaña
pendón un noble, de venganza rayo?
Pues bien, ¿qué hacemos en la tierra extraña?
¡Lejos de mí mi penitente sayo!
Vamos, Teudia, a lidiar por nuestra España
y a triunfar o caer con don Pelayo:
no diga nunca el mundo venidero
que ni supe ser rey, ni caballero.

TEUD.

¡Ahora os conozco, vive Dios!

ROD.

Mañana
partiremos a Asturias.

TEUD.

Franco paso
nos dará el Portugal que nos dió asilo.

ROD.

Hasta mañana, pues; duerme tranquilo.
Duerme, Teudia.

TEUD.

¡Seños, velando acaso
vais a quedar mi sueño!

ROD.

Desde ahora
no hay de los dos segundo ni primero.

TEUD.

Señor…

ROD.

Déjame solo hasta la aurora;
pues no soy más que un pobre aventurero,
seré, en vez de tu rey, tu compañero.
(Vase Teudia al aposento contiguo de la izquierda.)