ROMANO, TEUDIA; DON RODRIGO, envuelto en una especie de clámide larga y entrando distraído como meditando.
ROM.
Me habíais puesto en temor. (A don Rodrigo.)
ROD.
Gracias.
ROM.
¿Os perdisteis?
ROD.
No.
ROM.
¿Visteis el nublado?
ROD.
Sí.
ROM.
¿Y dónde íbais?
ROD.
¡Qué sé yo!
ROM.
Traeréis frío.
ROD.
Así, así.
ROM.
Calentaos, pues.
ROD.
Sí haré. (Al acercarse al fuego ve a Teudia que escucha vuelto de espaldas a ellos.)
ROD.
(aparte a Romano).
¿Pero quién con vos está?
ROM.
Un viajero, que poco ha
llegó aquí.
ROD.
¿Quién es?
ROM.
No sé.
ROD.
No os fiéis de ningún hombre.
La doblez y la traición
abriga en el corazón
el de más prez y más nombre.
ROM.
Mas ved…
ROD.
Yo sé lo que digo;
preguntadle el suyo a ese,
y veré, mal que le pese,
si es amigo o enemigo.
ROM.
De nosotros, ¿y por qué?
¿A quién jamás ofendimos?
ROD.
Todos, padre, delinquimos:
ved de hablarle.
ROM.
Sí que haré.
TEUD.
(No me gusta ese misterio
con que platican los dos.
Estaré alerta, por Dios,
que puede ser lance serio.) (Don Rodrigo va hacia el fuego, y aparta a Taudia para poner su banquillo.)
ROD.
(a Taudia).
Haceos, buen hombre, allá.
TEUD.
(Pues gasta gran cortesía.)
ROM.
(aparte a Taudia).
Quiere ese sitio, es manía.
TEUD.
Bien hace; en su casa está.
(Mas ahora que bien le miro,
no es esta la vez primera
que he visto esas faz severa…
¡Gran Dios! ¡Qué idea!… ¡Eh, deliro!) (Un espacio de silencio.)
ROM.
(A Teudia). Callado estáis.
TEUD.
¡Qué queréis!
¿De qué os tengo yo de hablar?
ROM.
¿Una historia no sabéis
que podernos relatar?
TEUD.
Sé tantas, que duraría
mi relato un año entero:
mas hoy mentarlas no quiero,
que es para mí aciago día.
ROD.
(con viveza y aire sombrío).
También para mí lo es.
TEUD.
(ídem). Y para todo español
lo será mientras el sol
alumbre.
ROD.
(agitado). Decidme, pues.
¿Conque es hoy un día aciago
para España?
TEUD.
¡Sí, por Dios!
Qué, ¿no ha llegado hasta vos
la noticia de ese estrago?
ROM.
(queriendo interrumpirle).
En este desierto hundidos…
ROD.
(interrumpiéndole).
Dejadle, ¡pese a mi estrella! (A Romano.)
Dejadle que me hable de ella
aunque hiera mis oídos
¿Habéis en España estado? (A Teudia.)
TEUD.
Bajo su cielo he nacido.
ROD.
¡Ay! Nacer os ha cabido
en país bien desdichado.
¿Qué pasa hoy en él?
TEUD.
¿Qué pasa?
Presa es de gente salvaje,
a quien rinde vasallaje
y que la suela y la arrasa.
Por dar entrada en su pecho
a una venganza de amor,
ha abierto un conde traidor
a los moros el estrecho.
ROD.
Obró bien villanamente,
sí; ¡tómele Dios en cuenta
a su rey tan torpe afrenta,
tan gran traición a su gente!
TEUD.
Dicen que audaz le ultrajó
en su hija el rey don Rodrigo.
ROD.
Mas si era el rey su enemigo,
no lo era su reino, no.
TEUD.
Con moros hizo su flete,
y hoy hace años que en Jerez
se ahogó España de una vez
en el turbio Guadalete.
ROD.
Sí, allí lo perdimos todo;
debajo de su corriente
yace vergonzosamente
la gloria del reino godo.
¡Maldito quien fué concordia
con los árabes a hacer,
y maldita la mujer
ocasión de la discordia!
TEUD.
¡Sabéis esa historia!
ROD.
Sí. (Creciendo el interés en ambos.)
Y me prensa el corazón.
TEUD.
También a mí.
ROD.
Y con razón.
TEUD.
Sí, que su víctima fuí.
ROD.
Yo también.
TEUD.
¿Sois vos de España?
ROD.
(reservándose de repente y con sequedad)
No lo sé.
TEUD.
(afanoso). Vos…
ROD.
Basta ya.
TEUD.
No, que atenazando está
mi memoria idea extraña…
Yo en Guadalete me hallé.
ROD.
¿Conmigo?
TEUD.
¿Con vos? ¡Dios mío!
Hundirse le vi en el río,
y a ayudarle me arrojé;
pero ya no le vi más.
ROD.
¡Teudia!
TEUD.
¿Señor? (Queriendo arrodillarse.)
ROD.
¡Alza, necio.
Del mundo soy ya desprecio.
TEUD.
Pero de Teudia, jamás.
ROD.
Padre, un escaso momento
dejadnos solos.
ROM.
(a Teudia). Por Dios,
no le excitéis mucho vos.
TEUD.
Descuidad: de su contento
no son excesos extraños,
que somos amigos viejos,
y de nuestra patria lejos
nos vemos, tras largos años. (Romano entra en el interior de la cabaña por la izquierda.)