El Cardenal Cisneros: 57

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LX.

A pesar de que Cisneros podia decirse con plena justicia Regente del reino, puesto que habia sido confirmado por el Archiduque D. Cárlos, su situación era difícil, grave, comprometida. Mirábanle sin afición, ya que no con gran ceño, los Grandes de España, siempre deseosos de recobrar aquel poder que habían perdido en tiempo de los Reyes Católicos; el Príncipe D. Fernando, muy querido de los Españoles, como criado entre ellos, estaba de continuo incitado por ambiciosos que pensaban convertirle en instrumento de sus planes; era otro embarazo la presencia de la Reina viuda, decaída de su pasada grandeza á una posición humilde; faltaban recursos al Tesoro; amenazaban renovarse los disturbios en Navarra y Nápoles; temíase alteración en las cosas de África, y para colmo de desventuras, la Corte de Flándes habia de pretender gobernar á España desde tan léjos y sin conocerla. Querían los cortesanos de D. Cárlos utilizar á Cisneros sólo como un instrumento; allí querían mandar, y que en España sólo se obedeciera; allí, en una palabra, los aduladores del joven Príncipe querían tener la gloria y las ventajas de gobernar al Estado, y dejar sólo á Cisneros los inconvenientes y la responsabilidad. La única ventaja que, en esta situación espinosa, alcanzaba Cisneros, era que el agente de la Corte de D. Cárlos en España tenia un carácter tímido, irresoluto y cobarde, como dejamos dicho, incapaz de emprender grandes cosas, y sobre todo, de resistir la iniciativa avasalladora de Cisneros, por lo cual en Flándes andaban grandemente disgustados con el Dean de Lobayna; al paso que Cisneros tenia en Flándes al Obispo de Badajoz, que le enteraba activa y menudamente de todo. Sabíase perfectamente en España quiénes eran los que rodeaban al Archiduque. Escribía el Obispo de Badajoz á Cisneros que se entendiese con Guillermo de Crois, Sr. de Xebres, con el Canciller de Borgoña, y con Lanoy, Caballerizo mayor, los cuales tenían grande acceso con el Príncipe. Anunciábale que el único móvil de la Corte de Flándes era el dinero. «El principal que govierna y por cuya mano asolutamente se hace todo —decía el agente de Cisneros— es mosiur de Xebres el qual es prudente y manso y parece buena persona, mas a de saber el Señor Cardenal que lo principal que reyna cerca de la gente destas partes es la cobdicia porque en todos los estados por muy religiosos que sean no se tiene esto por pecado ni por mal, asimismo el chanciller de borgoña puesto que es bien avile para su oficio y persona honrrada, dicese del que no caresce de lo dicho y también lo mismo se dice de los otros que tienen parte en los negocios y govierno [1]

Siendo tal el estado de las cosas, pronto había de estallar el antagonismo entre Cisneros y los cortesanos de D. Cárlos. Por de pronto los aduladores de este Príncipe, como todos los aduladores de Príncipes que acostumbran á despertar en ellos los deseos que más les halagan para captarse su favor, aconsejaron á D. Cárlos que tomase el título de Rey, y el Archiduque anunciaba á Cisneros, en las primeras cartas que le escribió, que debía de ponerse de acuerdo con el Dean de Lobayna sobre un grave negocio de Estado de que á él en particular le escribía, cosa que adivinaba Cisneros cuál fuera, porque su agente en Flándes le había escrito en estos términos: «Así mismo a avido platica si se llamara Rey y tambien paresce que al presente se debe de sobreser en esto, que después que alla sea se hara lo mejor, con todo el Principe aunque firma Principe riyese y alegrase quando lo llaman Rey, avra de venir esto como lo del Emperador que el pone en sus cartas y firma Rey de Romanos y todos le llaman y le escriben emperador [2]

Este, en efecto, era el grave negocio de Estado que el Dean de Lobayna debia de tratar con Cisneros, y que se llevó inmediatamente á la resolución de todos los Consejeros. En honor de la verdad, el título de Rey no añadia un átomo más de poder al que debia ejercer D. Cárlos; era pues una cuestión pequeña, de vanidad, de gloria, pero con la que se ofendía á la Reina Doña Juana, aparte de que podia lastimar la susceptibilidad del pueblo español, porque, sin consultarle y sin claro derecho, tomaba el título de Rey, que no le correspondía mientras viviese su madre. Así es que en la reunion estuvieron unánimes en aconsejar con gran respeto á D. Cárlos que ejerciese por su parte todo el poder del reino, en lo cual no hallaban inconveniente, siendo lo sustancial; pero dejando á su madre Doña Juana un título que no le servia para tener autoridad ni ejercer ningún mando, sino para conservarla una honra que veían gustosos en ella todos los Españoles, piadosamente movidos en favor de sus desdichas.

Esta oposición contrarió al Archiduque, y sus cortesanos pusieron grande empeño en interesar su honor para que tomara el título de Rey, cosa muy fácil de conseguir, pues las cuestiones de vanidad, en quienes han llegado al poder sumo, son cuestiones capitales en que arriesgan á veces toda su soberanía para satisfacer simples puerilidades de amor propio. Entró D. Cárlos gustosamente en las pequeñas miras de sus torpes Consejeros, y escribió al Cardenal manifestándole que todo el mundo le había obligado á llamarse Rey, que el Papa y los Cardenales como tal lo trataban, que era ya imposible retroceder y que tomase las medidas convenientes para lograr la obediencia de todo el mundo. Cisneros, pues, aunque lo sintiera, tenía que cumplir con las instrucciones de Flándes; convocó un Consejo extraordinario de Estado, al cual, aparte de otras personas de consideración que se hallaban en Madrid, asistieron en representación de la nobleza, el Almirante de Castilla, el Duque de Alba, el Duque de Escalona y el Marques de Denia; y en representación del clero, el Arzobispo de Granada, los Obispos de Burgos, de Sigüenza y algunos más. Gran sorpresa causó en esta junta la propuesta que hizo Cisneros en nombre del Archiduque; nadie queria hablar el primero, y encargaron al fin á Carvajal, el más docto conocedor de las leyes y costumbres del reino, que formulase su opinión. Este Carvajal, que es el autor de los Anales del Rey D. Fernando el Católico era una persona ilustradísima y llena de experiencia, de modo que pudo aducir en su discurso grandes precedentes históricos en favor de la pretensión de D. Cárlos, y acabó aconsejando, que pues ya no habia remedio, que pues el Príncipe ya no dejaria el título de Rey una vez tomado, que pues dado caso de que lo quisiera hacer, que lo dudaba mucho, daria ocasíón á que se le acusase de inconstancia y ligereza, consintiesen la pretensión del Príncipe, haciendo un mérito de la espontaneidad que no tenian, pues él, como todos, hubiera deseado guardar esta última consideración á la Reina Doña Juana. «Cárlos no pide ciertamente nuestro consejo, —concluyó diciendo y ensenando las cartas del Príncipe;— lo que hace es proponernos sus razones y declarar que nos escribe sobre esto á fin de que después de haber sabido lo que ha hecho nos congratulemos con él.» Casí todos los reunidos, Cardenal, Consejeros, Nobles y Obispos, se adhirieron al parecer de Carvajal, que ciertamente no era el más exagerado en punto á dignidad, pero muy hábil y muy juicioso, porque aceptaba los hechos consumados, sacando de ellos el partido posible en beneficio propio. Sólo el Almirante de Castilla y el Duque de Alba se opusieron, y protestando de su fidelidad. mientras viviera la Reina Doña Juana, y que no violarían su juramento reconociendo otro Rey que a ella, dijeron que el Archiduque no habia procedido en esta ocasíón como prudente, pues era extraña cosa que cuando otros comienzan á reinar jurando observar las leyes y ordenanzas del reino, él empezaba por infringirlas abiertamente, no contentándose, como D. Fernando, con llevar tan sólo el nombre de Administrador de sus Estados mientras viviese la Reina, su madre, para mostrar, al menos, ó más compasíón hacia su mal, ó más esperanza en su curación. Esta actitud del Duque de Alba y del Almirante de Castilla, que tanta influencia tenian y eran tan allegados á la Casa Real, influyó sobre algunos de los señores que antes se habían adherido á los razonamientos de Carvajal, y acaso determinó el dictamen del Duque de Escalona, á quien se suponía partidario de D. Cárlos por haber sido enemigo del Rey Católico, cuyo señor, rogado para que dijera su parecer, contestó, con la mayor frescura: «Pues el Príncipe, como me decís, no pide consejo yo soy de parecer de no darle ninguno

Llevaban mal camino las pretensiones de D. Cárlos: los Nobles se declaraban en contra suya, el pueblo amaba y compadecía á la Reina Doña Juana, movióse gran murmullo en la sala del Consejo y ya todos creian que no iba á acabar bien el negocio, ó prevaleciendo el dictamen del Duque de Alba, ó dándose lugar al entronizamiento de la anarquía y de la guerra civil; pero la autoridad moral y la grande energía de Cisneros se impusieron una vez más. Aquí no se trata de decir vuestros pareceres, —dijo á todos Cisneros con voz entera y varonil;— sino de mostrar vuestra sumisión; el Rey no tiene necesidad del voto de sus vasallos; yo os he juntado para daros ocasíón de merecer su buena gracia; pero pues vosotros no sabeis obligar á vuestro dueño, y que debajo de la sombra de algunas leyes dudosas, y arbitrarias, tomáis por servidumbre el favor que os ha hecho, será proclamado Rey hoy mismo en Madrid y todas las ciudades seguirán su ejemplo. Y añadió con gravedad: No hay deseo de obedecer, á quien se quiere quitar el nombre de Rey.

La proclamación se hizo en efecto con esta fórmula: «Castilla, Castilla por la Reina y el Rey D. Cárlos, su hijo, nuestros señores» y el orden público no se alteró por este hecho en parte alguna, como lo anunció Cisneros á Flándes en carta de 12 de Abril [3].


  1. Archivo general de Simancas. - Estado. - Legajo núm. 496, fól. 14 al 18.
  2. Archivo de Simancas. - Estado. - Legajo núm. 496. - Fól. 14 al 18
  3. Carta LXIII de la Colección de Gayangos y la Fuente.