El cardenal Cisneros/LIX

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LIX.

Ya muerto el Rey, reunióse el Consejo en la misma casa en que se hallaba de cuerpo presente, á fin de resolver lo conveniente en aquella grave crisis. Enviaron á llamar desde luego al Dean de Lobayna, que se hallaba en Guadalupe, para que asistiera á la apertura del testamento. Encontráronle en el camino, y al dia siguiente se procedió á celebrar aquella ceremonia. Pidió Adriano copia autorizada del testamento para enviarlo á Flándes; otorgáronsela al punto los señores del Consejo, quienes enviaron á llamar con urgencia á Cisneros, y despacharon circulares á todas las ciudades y villas del reino, dando á conocer la infausta noticia, y encargando el mantenimiento del orden á todas las autoridades existentes, que conservaron en sus puestos.

Necesario y urgente era tomar estas medidas, porque temian de las personas que rodeaban al Príncipe D. Fernando que se habían de inclinar á apoderarse del mando, mucho más cuando éste y aquellas estaban en la creencia de que el primer testamento del difunto Rey era el que habia prevalecido. Don Gonzalo Guzman, Clavero mayor de Calatrava, y D. Alvaro de Osorio, Obispo de Astorga, que acompañaban con diversos títulos al Príncipe D. Fernando, lo empujaban por este sendero, deseosos de levantarse á la privanza en esta ocasión. Asi es, que mal aconsejado, léjos de manifestar sentimiento por la muerte de su abuelo, como debia Don Fernando, se apresuró á dirigir al Consejo de Estado y á las personas más importantes de Castilla una carta en que les conjuraba á presentarse en Guadalupe á recibir sus órdenes para atender á la gobernación de los reinos, cuya administración le habia tocado por disposición testamentaria del Rey Católico. Suscribía esta carta el Príncipe D. Fernando de esta manera: El Infante, como si fuese el Soberano ó por lo menos el Príncipe heredero; de modo que, cuando los Consejeros recibieron este arrogante documento, reuniéronse y formularon al Secretario de D. Fernando esta categórica respuesta: Diréis a S. A. que nosotros no faltaremos en ir luego a Guadalupe, y que sabemos el respeto que se le debe; pero que no tenemos más Rey que el César.

Cisneros, por su parte, cuando supo la muerte del Rey y que habia sido instituido Regente por su testamento, dispuso su marcha para Guadalupe, no sin demostrar públicamente antes el sentimiento que le causara la pérdida del Rey Católico, por cuya alma ordenó se hiciesen sufragios solemnes en todas las iglesias de su diócesis. Llegado á Guadalupe, cumplió primeramente sus deberes con la Reina viuda y con el Príncipe D. Fernando, entregando á aquella de sus rentas particulares todo lo que necesitaba para sostener con honra su altísima posición, hasta que se fijase el modo de pagar la pensión que habia acordado su marido; y procurando, en cuanto al Príncipe D. Fernando, hacerle comprender su deber, si bien prodigándole grandes muestras de respeto.

Allanadas estas primeras dificultades, se dio posesión á Cisneros por el Consejo del cargo de Gobernador de la Monarquía, según dispuso el testamento del Rey, y entonces fué cuando el Dean de Lobayna produjo un poder formal del Archiduque D. Cárlos, en que se le exhortaba á tomar posesión de los Reinos de Aragón y de Castilla, gobernándolos en su nombre hasta que él llegase, si su abuelo llegaba á faltar.

Expuso Cisneros que el Archiduque no tenía poder para obrar de esta manera viviendo el Rey Católico; que el testamento antiguo de su esposa Doña Isabel habia dejado la administración de estos reinos á D. Fernando hasta que D. Cárlos, su nieto, cumpliese los veinte años, y que él debia quedar como Regente del reino, con tanto más motivo cuanto que todas sus leyes prohibían que le gobernase un extranjero. En honor de la verdad, Adriano, que se distinguía por su dulzura y su ilustración, no era un terrible competidor para Cisneros. Carecía de carácter, no conocía el pueblo que pretendía gobernar, apénas contaba con relaciones y afinidades entre los Grandes; y Cisneros, que comprendía la necesidad en que estaba España de un brazo de hierro para gobernarla, se sobrepuso fácilmente á Adriano, quien se satisfizo con mucho gusto con la propuesta del Cardenal de compartir con él la autoridad de la Regencia hasta que vinieran instrucciones de Flándes. Adriano se distinguía por su ilustración y su bondad como el Arzobispo Talavera, de que hemos hablado alguna vez en estas páginas; pero carecía, como él, de aquella fortaleza de ánimo, de aquella energía de carácter que impone su opinión en los casos dudosos, que corta los nudos políticos que no puede desatar, y resuelve, domina y avasalla todas las cobardías é indecisiones que encuentra en su camino.

Este acomodamiento no ofendía á Adriano, al cual otorgaba gran honra, pero dejaba integro el poder en manos de Cisneros. Asi es que éste procedió con gran resolución, como si el Archiduque D. Cárlos le hubiese ya confirmado su autoridad. Lo primero que hizo fué pensar en trasladar el Gobierno á un punto céntrico, desde el que fuera fácil atender por igual alli donde hubiere necesidad. Querían algunos Grandes que Cisneros se trasladase hacia la frontera de Francia para tener más rápidamente noticias de Flándes y observar los movimientos de los Franceses de más cerca en circunstancias tan azarosas; pero Cisneros eligió á Madrid, que viene á estar á igual distancia de todos los extremos de la Península, y que desde entonces vino iniciada como capital de estos reinos. Activo y enérgico á un tiempo mismo, Cisneros no se descuidó en enviar agentes á todas partes para precaver cualquiera novedad. Los envió alas principales ciudades del reino, cerca del Archiduque Don Cárlos, para saber lo que pensaba la Corte de Flándes; cerca de los Grandes más influyentes de España, para estar al corriente de lo que maquinaban. Asi es que, cuando D. Pedro Protocarrero, hermano del Duque de Escalona, quiso congregar á los principales Comendadores de Santiago para hacerse elegir Gran Maestre de esta Orden, con arreglo á las Bulas que secretamente habia alcanzado del Papa León X, cuando murió el Gran Capitán, qué también en vano las habia obtenido de su antecesor Julio II, pues nunca el Rey consintió en investirle de tan gran dignidad, á pesar de todos sus merecimientos, el Cardenal Cisneros hizo abortar aquel complot con facilidad suma. Protocarrero andaba buscando arrimos en mucha parte de la nobleza y en bastantes villas para sostener la elección que proyectaba hacer secretamente en Compostela; pero bastó á disiparlo todo la simple comisión que dió Cisneros á Villafana, uno de los cuatro Alcaldes de Cortes ó Comisarios criminales, para que disolviera de grado ó por fuerza el Capítulo congregado de la Orden, supuesto que aquella reunión no era legítima y se encaminaba contra el interés del Príncipe. Nadie resistió esta intimación; la junta se disolvió; los Nobles se retiraron; y Protocarrero, que temía ser el primero en conocer y probar la severidad del Cardenal, desistió completamente de sus pretensiones.

Entre tanto llegaron noticias de Flándes: el Archiduque D. Cárlos aprobaba los hechos y escribia á Cisneros en los términos más lisonjeros confirmándole en el poder que le habia otorgado el testamento de su abuelo.

Aparte de este testimonio público y solemne que recibía Cisneros del Archiduque D. Cárlos, el agente del Cardenal en Flándes le daba cuenta de la buena impresión que alli habia causado su conciliadora conducta cuando se ofreció á compartir el poder con el Dean de Lobayna. «Bien ha parescido acá —decia á Cisneros reservadamente el Obispo de Badajoz— en que su señoría Reverendísima ha querido que firme el deán de lobayna junto con él las provisiones y asele atribuydo á prudencia y virtud [1]


  1. Archivo general de Simancas. - Estado. - Legajo 496, fól. 18