El cardenal Cisneros/LII

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


LII.

Aunque Cisneros habia marchado á Alcalá, como el Gran Capitán al reino de Granada, para huir de una Corte en donde la enemistad del Rey tantos disgustos podía darle, no por eso los evitó, pues no tardaron en seguirle á su mismo retiro.

Reclamaba justamente el Cardenal la indemnizacion de los gastos que habia adelantado para la expedición de Orán, ó de lo contrario que se adjudicase esta plaza al Arzobispado de Toledo; pero el Rey quería excusarse de lo uno y de lo otro. Los cortesanos, que siempre tienen un especial placer y un gran cuidado de envenenar el corazón de sus amos en contra de los más ilustres servidores, cuando llega la hora del desvio y de la desgracia para estos, quisieron acabar con un hombre como Cisneros, que tan enfrenados los tuvo en todos tiempos, é influían malignamente sobre el carácter sombrío, codicioso y suspicaz de D. Fernando para que no pagase á Cisneros y lo mantuviese alejado de si. Fué elevado el asunto al Consejo, y unos opinaban pérfidamente que Orán se adjudicase al Arzobispado de Toledo, pues siendo caro y difícil el entretenimiento de plaza de guerra tan importante, enclavada en tierra enemiga, no tardarla en pedir la asistencia del Rey, al paso que otros, recordando el caso del Arzobispo D. Oppas y del Conde Don Julián, no querían que las llaves de España por la parte del Mediodía estuviesen en poder de otra persona que no fuera el Rey. Inclinábase éste á la última opinión, y aun tomó algunas disposiciones para pagar al Cardenal; pero como era avaro por demás, buscaba medios para aplazar el pago ó reducir la deuda. Creyó D. Fernando, ó dió á entender que creia, que Cisneros habia retenido grandes tesoros del saco de Orán, ó que los guardaban los particulares que le habían acompañado y se nombraron Reales Comisarios para registrar el palacio de aquel y las casas de éstos, al mismo tiempo que revisaron con gran minuciosidad los libros de cuenta de los que podían llamearse Intendentes del ejército de África.

El Rey Católico amargaba y perseguía tan inícuamente á Cisneros, porque, sobre los motivos antedichos, quería reducirle á que permutase de Arzobispado con su hijo, el de Aragon, que en vano lo pretendiera antes de la Reina Católica y en vano después, muertos su padre y Cisneros, lo pretendió de Carlos V. Nuestro ilustre Cardenal rechazó tales exigencias con indignación, como siempre las habia rechazado, y declaró que no mudaría de Esposa, y que ántes se volvería a su primera vocación, y que se restituiría sin sentimiento á la pobreza y retiro religioso; pero que no dejaría la posesión y usufructo de sus rentas sino a la Iglesia y a los pobres, a quienes sólo les pertenecía [1]. Bien vió el astuto D. Fernando que era imposible reducir humanamente este carácter de hierro, y al fin él fué quien tuvo que plegarse, pagando al Arzobispo, no volviéndole á hablar de la permuta con su hijo, y aun halagándole para tenerle dispuesto en ocasiones futuras.

  1. Fernando del Pulgar.
No fueron estas sólo las contrariedades que sufrió Cisneros á su vuelta de Orán, pues se las hicieron sufrir un Franciscano, llamado Fray Luis Guillen, y Villaroel, su deudo, el que nombró Adelantado de Cazorla, de quien tan mal habla Francesillo de Zúñiga, y que observó una conducta bien dudosa cuando al frente de un peloton de caballería quiso perseguir á los Árabes derrotados ante las murallas de Orán. Cisneros habia incorporado la ciudad infiel al Arzobispado de Toledo en lo espiritual, y Fr. Luis Guillen, que habia antes obtenido del Papa el Obispado titular de Orán, quiso tomar posesión de su diócesis cuando la ciudad fué conquistada, á lo cual se oponia Cisneros, quien consiguió que una junta respetabilísima de ilustres Doctores declarase que la ciudad de Orán, á que se referia el título de Guillen, no era la que ahora se habia conquistado. Con este fallo no se conformó el fraile, y fuerte con la bula pontificia, apretaba al Rey y movia gran ruido en la Corte de Castilla y no aceptaba un lisonjero acomodamiento que le proponia el ilustre Cardenal, por lo que, ya incomodado éste, hizo valer sus propios y exclusivos derechos, y poniendo en noticia de Don Fernando las condiciones ventajosas con que habia propuesto un arreglo al Guillen, le exhortó á que se cumpliese en todas sus partes el tratado concertado entre el Rey y el Arzobispo para la expedición de Orán, en virtud del que esta ciudad quedaba incorporada a la diócesis de Toledo. El Rey se puso del lado del Cardenal, y por cierto que el fraile se arrepintió muy mucho de no haber aceptado las proposiciones de Cisneros, que al fin acabó por aceptar del segundo sucesor de éste el Arzobispo Fonseca.

En cuanto á los disgustos que Villaroel dio al Cardenal, fueron de otra clase, pero no menos amargos: soberbio y rencoroso el Adelantado de Cazorla, disputó acaloradamente al volver de África con un caballero y se despidió amenazándole con su venganza, de modo que habiéndose encontrado cadáver á éste en la siguiente noche, todo el mundo señaló á Villaroel como asesino. La familia del muerto pedia justicia al Rey, y antes que los Comisarios reales llegaran, ya Cisneros habia entregado su pariente al Tribunal ordinario, mostrándose liberal y espléndido con la viuda y los hijos de la víctima. Las iras de esta familia se calmaron algún tanto, y Villaroel consiguió que se le absolviera; pero Cisneros no quiso ya ver en la vida á un pariente que lo deshonraba.