El cardenal Cisneros/XVIII

Nota: En esta transcripción se ha respetado la ortografía original. Publicado en la Revista de España.


XVIII.

Habiendo ya dado cima á este arduo negocio en la Corte, pasó Cisneros á Toledo para ocuparse de asuntos de su Diócesis, así como de otros privados en que tenía que intervenir por respetos á su familia, cuyos individuos eran solicitados en matrimonio por las más ilustres casas, deseosas de procurarse arrimos poderosos y ricos, tendencia que la nobleza ha seguido en todas épocas, sin duda para dar mayor lustre á sus blasones. Don Juan Giménez, segundo hermano del Arzobispo, casó en efecto con una hermosa dama que pertenecía á la familia del Conde de Barajas, y ellos y sus hijos siempre encontraron un buen padre y un gran protector en el Arzobispo, que les rogó pasaran á vivir á Torrelaguna, lugar de su nacimiento y de sus mayores.

No siguió mucho tiempo el Arzobispo en su Diócesis, pues tuvo que reunirse á la Reina, que partía para Aragón, jurada ya solemnemente su hija en Toledo como heredera de Castilla por muerte de su hermano único el Príncipe D. Juan, con el objeto de que su marido venciera las resistencias de aquellos pueblos, algo rehacios en prestar igual juramento á una hembra, cuando todavía el Rey Fernando estaba en edad de tener herederos varones. Después de grandes controversias, y cuando estaba á punto de conseguirse el resultado que se deseaba, la muerte, ese factor oscuro y terrible que deshace en un minuto los cálculos mejor combinados en una larga serie de años, lo vino á hacer todo inútil. La Reina de Portugal, la Princesa Isabel, en quien se reproducian la virtud y la grandeza de su madre la Reina Católica del mismo nombre, murió de sobreparto el 23 de Agosto, dejando un hijo, el Príncipe Miguel, que habia de reunir en si las Coronas de Castilla, Aragón y Portugal, es decir, el sueno de todos los buenos españoles, la Peninsula ibérica en toda su integridad, sin mutilación alguna, con Gibraltar que entonces teníamos, desde los Pirineos y desde el Vidasoa hasta la desembocadura del Tajo, sueño que habria podido realizarse sin violencia, con gusto de ambos países entonces, por medio del entronque feliz de dos dinastías queridas, que lo hubiera consolidado para siempre; pero aunque poco después, el 22 de Setiembre, fué reconocido heredero de los Estados de Aragón este Príncipe, también la muerte frustró este cálculo dos años después al arrebatar en Granada este Príncipe enfermizo, por lo cual tocó la sucesión de Castilla y Aragón al César de la Casa de Austria, que nos dejó mucha gloria, pero muertas también las libertades y aniquiladas las fuerzas de la patria.

Huelgan aquí sin duda alguna estos últimos renglones, desahogo del ánimo entristecido, al recordar desdichas pasadas de nuestra Historia. Hagamos punto, y consignemos sólo que cuando aquellas catástrofes de familia, todavía mayores para la patria, afligían á los Reyes Católicos, el Arzobispo de Toledo fué su consuelo. Nadie mejor que él podia hablar á su acongojado ánimo el lenguaje de santa resignación de que se vale el Cristianismo para endulzar desdichas tales ó para poetizar y embellecer el lúgubre vacío de una tumba, que es puerta de la inmortalidad, según los libros santos.

Los Reyes Católicos se apresuraron á abandonar á Zaragoza. Acompañóles hasta Ocaña Cisneros, y desde allí, después de dar á su buen amigo Gonzalo de Córdoba, la gran figura militar de aquella época, como Cisneros era la gran figura política, la bendición que quiso recibir de sus manos, antes de partir segunda vez á Italia, se retizó el Arzobispo á Alcalá, su lugar predilecto en todas las épocas de su vida. En este año fué (1498 dia 14 de Marzo) cuando Cisneros bendijo los cimientos y puso la primera piedra del Colegio Mayor de San Ildefonso, ó sea la Universidad de Alcalá, tan célebre desde entonces hasta el presente siglo. Aquel santuario de las letras y de la ciencia, gloria de Cisneros que lo costeó y que supo reunir alli los sabios más distinguidos de su tiempo, fué obra de D. Pedro Gumiel, José Sopeña y otros notables arquitectos. Su situación es pintoresca y agradable: todavía está en pié y los inteligentes admiran su fachada, obra de D. Rodrigo Gil de Ontañon, como la parte más bella del edificio.