El Alcázar de Sevilla: 6
Capítulo VI
Sólo el lápiz y el pincel unidos pueden dar idea de la caprichosa variedad y belleza de los adornos, de que así el salón y los dos patios de que hemos hecho mérito, como las demás estancias del piso bajo del Alcázar, tienen revestidos sus muros; y de lo admirable de los artesonados. Por todas partes deslumbran el oro y los mosaicos compuestos de los más vistosos colores. Las ventanas, divididas a lo morisco por finas columnitas, dan la mayor parte a los jardines, los cuales tendrían quizás el aire demasiado grave, si la severidad de los naranjos y bojes que unos contra las paredes, otros sirviendo de marco a los cuadros, no discrepan de la etiqueta, no estuviera paliada por el murmullo de las fuentes, la espléndida alegría del cielo y la lontananza de sus horizontes que nada interrumpe, por concluir los jardines en los muros de la ciudad, lo que les da el silencio y el apacible encanto de la soledad.
El segundo piso del edificio fue levantado en su mayor parte con posterioridad a la construcción árabe y a la reedificación hecha por D. Pedro. En él existen muchos hermosos salones con magníficos artesonados, (entre ellos una estancia admirable que da a la fachada, y cuyas paredes sostenidas por columnas, revisten el oro y los colores, y los mismos encantadores arabescos que embellecen los aposentos del piso bajo), y un lindísimo oratorio de arquitectura gótica, fabricado de orden de los Reyes Católicos, y de gusto semejante al de la iglesia de San Juan de los reyes en Toledo.
El altar, que es de azulejo, representa la Visitación de Nuestra Señora, viéndose en el frontal la Anunciación, y entre muchos adornos la bella y memorable divisa de los augustos fundadores Tanto monta, con el yugo, y sus iniciales F. I.
En este mismo piso se encuentra el dormitorio del Rey D. Pedro, que es la última habitación situada en el lado izquierdo del Alcázar, mirando hacia los jardines. En el techo de la parte de muro comprendida entre dos puertas, que una tras otra cierran una de las entradas de esta estancia, se ven pintadas cuatro calaveras, y junto a otra puerta una figura esculpida en estuco, que representa un hombre sentado contemplando otra calavera. He aquí la tradición a que esto se refiere. Cuéntase que escuchando un día el Rey a quien la historia llama el Cruel, y las tradiciones y la poesía el Justiciero, una deliberación entablada en la sala de Justicia por cuatro jueces que acababan de oír la relación de cierta causa, vino en conocimiento de que trataban de torcer la ley del lado de la dádiva, y del modo de repartirse las que en premio de su infamia les habían sido ofrecidas. Presentóse el monarca indignado ante ellos, y haciéndoles cortar acto continuo las cabezas, dispuso colocarlas para eterno escarmiento en el sitio donde hoy se ven las calaveras. Andando el tiempo fueron quitadas de allí las cabezas, y sustituidas por las calaveras y la figura que parece llamar la atención sobre ellas, como indicando el fin reservado por la justicia del Rey a los jueces prevaricadores.
Una pequeña y casi escondida escalera, única que existía en el antiguo Alcázar, -pues la grandiosa principal que hoy une los dos pisos, y que pertenece al Renacimiento, es del tiempo de Felipe II, y se halla fuera del recinto de aquél-, comunica desde el dormitorio de D. Pedro a una capilla situada en el piso interior, en lo que fueron habitaciones de Doña María de Padilla, y por ella diz que bajaba el Rey a distraerse de las ingratitudes y falacias de que fue siempre víctima, al lado de una mujer amante y fiel.
Un terrado se extiende ante las habitaciones altas, y otro ante las bajas, y conducen desde ellas a los jardines. Llámanse jardines, por estar divididos, no sabemos con qué objeto. La última división que al frente parte el jardín en dos, es debida al Asistente Don Francisco Bruna, que malgastó en ello bastante dinero.